LAS NOTAS DE LA IGLESIA.
— La primera piedra de la Iglesia está ya colocada; Jesús va ahora a
edificar sobre este fundamento. El Pastor de las ovejas y de los
corderos ha sido proclamado: es hora de formar el aprisco; las llaves
del reino han sido dadas a Pedro: ha llegado el momento de inaugurar el
Reino. Así, esta Iglesia, este aprisco, este reino, designan una
sociedad que recibirá del nombre de su fundador el de Cristiana. Esta
sociedad que forman los discípulos de Cristo está destinada a recibir en
su seno a todos los miembros de la humanidad; ninguno será excluido,
aunque de hecho no entren todos. Deberá durar hasta el fin de los siglos,
pues no habrá elegidos más que en su recinto. Será "Una", pues Cristo
no dice: "Edificaré mis Iglesias"; no habla más que de una sola. Será
"Santa", porque todos los medios de santificación del hombre le serán
confiados. Será "Católica", es decir, universal, para que siendo
conocida en todos los tiempos y en todos los lugares, los hombres puedan
oírla hablar y entrar en ella. Será "Apostólica", es decir que,
cualquiera que sea la duración de este mundo, pasará por una sucesión
legítima a esos hombres con los cuales Jesús trata en estos días para su
fundación.
LA PERPETUIDAD DE LA IGLESIA.
— Tal será la Iglesia, fuera de la cual no puede haber salvación para
cualquiera que, habiéndola conocido, descuidarse asociarse a ella.
Aguardemos unos días, y el mundo oirá hablar de ella. La chispa en este
momento se encuentra en solo la Judea; pero pronto será un incendio que
se extenderá al mundo entero. Antes de fin de siglo, no solamente el
imperio romano, tan vasto ya, tendrá miembros de la Iglesia en todas las
provincias, sino que la Iglesia contará hasta en los pueblos en cuyo
seno los cuales Roma no ha paseado sus águilas victoriosas. Más aún;
esta propagación milagrosa no se detendrá jamás; en todos los siglos
partirán nuevos apóstoles para realizar nuevas conquistas. Nada dura
bajo el sol; pero la Iglesia maravillará por su duración incesante las
miradas soberbias e irritadas del incrédulo. Las persecuciones, las
herejías, los cismas, los desfallecimientos de la debilidad humana y sus
depravaciones, no harán mella en ella; la Iglesia sobrevivirá a todo.
Los nietos de sus adversarios la llamarán su madre; verá rodar a sus
pies el torrente de los siglos llevando mezclados tronos, dinastías,
nacionalidades y hasta razas; y estará siempre allá, abriendo sus brazos
a todos los hombres, enseñando siempre las mismas verdades, repitiendo
hasta el último día del mundo el mismo símbolo, y siempre fiel a las
instrucciones que Jesús resucitado la confió.
¡Qué acciones de gracias debemos darte, Señor
Dios nuestro, por habernos hecho nacer en el seno de esta sociedad
inmortal, la única que tiene tus enseñanzas celestiales y los socorros
por los que se obra la salvación! No tenemos que buscar donde se halla
tu Iglesia; en ella y por ella vivimos de esta vida superior que está
por encima de la carne y de la sangre, y cuya plenitud, si somos fieles,
nos está reservada en la eternidad. Dirige, Señor, una mirada
misericordiosa sobre tantas almas que no han tenido la misma dicha y
que no entrarán en tu única Iglesia, sino con el precio de más de un
sacrificio penoso a la naturaleza. Dales una luz más viva, sostenles, a
fin de que no desfallezcan. Quebranta la indiferencia de los unos,
secunda los esfuerzos de los otros, a fin de que tu aprisco, oh buen
Pastor, se acreciente siempre más y más, y que la Iglesia, que es tu
Esposa, se regocije aún con la fecundidad que Tú le has prometido por
todos los siglos.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
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