LA RESURRECCIÓN DE CRISTO.
— La misma victoria se renovó en estos días, cuando el Señor, a la hora
en que las tinieblas luchaban todavía con los primeros rayos del sol,
pasó a través de la piedra sellada del sepulcro, a través de sus
guardias, hiriendo de muerte al pueblo primogénito, que no había querido
"reconocer el tiempo de su visita." (San Lucas, XIX, 44.) La sinagoga
había heredado la dureza del corazón de Faraón; quería retener cautivo a
aquel de quien el profeta había dicho que sería "libre entre los
muertos". (Sal., LXXXVII, 6.) Entonces se dejan oír los gritos de una
rabia impotente en los consejos de Jerusalén; pero el Señor es justo y
Jesús se ha libertado a sí mismo.
LA LIBERACIÓN DEL GÉNERO HUMANO.
— Y el género humano, que Satanás hollaba debajo de sus pies, ¡cuán
dichoso se ha sentido por el paso del Señor! Este generoso triunfador no
quiso salir solo de su prisión; nos había adoptado a todos como
hermanos y nos condujo a todos a la luz con él. Todos los primogénitos
de Satanás son abatidos; toda la fuerza del infierno es quebrantada.
Todavía un poco de tiempo y los altares de los falsos dioses serán
derribados por doquier; un poco de tiempo más y el hombre, regenerado
por la predicación evangélica, reconocerá a su creador y abjurará de los
ídolos. Porque "hoy es la Pascua, es decir, el Paso del Señor".
El Introito, sacado del libro del Eclesiástico,
celebra la divina sabiduría de Pablo, que es como fuente siempre pura
donde los cristianos van a beber, y cuya agua saludable les da la salud
del alma y los prepara para la inmortalidad.
INTROITO
Les dió a beber el agua de la sabiduría,
aleluya: ésta se fijará en ellos, y no se apartará, aleluya: y los
ensalzará para siempre, aleluya, aleluya. — Salmo: Alabad al Señor e
invocad su nombre: anunciad entre las gentes sus obras. V. Gloria al
Padre.
La Iglesia glorifica a Dios en la Colecta,
porque se digna hacerla fecunda cada año y darla los goces maternales en
medio de las alegrías de la Pascua; a continuación implora para sus
nuevos hijos la gracia de permanecer siempre conformes a su Maestro
resucitado.
COLECTA
Oh Dios, que multiplicas tu Iglesia con una
prole siempre nueva: haz que tus siervos conserven en su vida el
sacramento que han recibido con fe. Por Jesucristo, nuestro Señor.
EPÍSTOLA
Lección de los Actos de los Apóstoles (XIII, 16. 26-33).
En aquellos días, levantándose Pablo, e
imponiendo silencio con la mano, dijo: Varones hermanos, hijos de la
raza de Abraham, y los que temen a Dios entre vosotros, a; vosotros se
os envía este mensaje de salud. Porque los que habitaban en Jerusalén, y
sus príncipes, desconociendo a Jesús, y las voces de los Profetas, que
se leen todos los sábados, juzgándole, las cumplieron y, no encontrando
en él ninguna causa de muerte, pidieron a Pilatos autorización para
matarle. Y, habiendo cumplido todo lo escrito acerca de él, bajándole
del madero, le pusieron en un sepulcro. Pero Dios le resucitó de entre
los muertos al tercer día: y fué visto durante muchos días, por los que
habían subido con él de Galilea a Jerusalén, los cuales son hasta hoy
día sus testigos ante el pueblo. También nosotros os anunciamos la
promesa hecha a nuestros padres: porque Dios la cumplió en nuestros
hijos, resucitando a Nuestro Señor Jesucristo.
LA FE EN LA RESURRECCIÓN.
— Este discurso que el gran Apóstol pronunció en Antioquía de Pisidia,
en la Sinagoga de los judíos, nos muestra que el Doctor de los Gentiles
seguía en sus enseñanzas el mismo método que el Príncipe de los
Apóstoles. El punto capital de su predicación era la Resurrección de
Jesucristo: verdad fundamental, hecho supremo, que garantiza toda la
misión del Hijo de Dios sobre la tierra. No basta creer en Jesucristo
crucificado, si no se cree en Jesucristo resucitado; en este último
dogma es donde está contenida toda la fuerza del cristianismo, así como
sobre este hecho, el más incontestable de todos, descansa la certeza
completa de nuestra fe. Así pues, ningún acontecimiento realizado aquí
abajo puede compararse con aquel cuanto a la impresión que ha producido.
Ved al mundo entero conmovido en estos días, al congregar la Pascua a
tantos millones de hombres de toda raza y de todos los climas. Hace diez
y nueve siglos que Pablo descansa en la Vía Ostiense; ¡cuántas cosas
han desaparecido de la memoria de los hombres a pesar del mucho ruido
que hicieron en su tiempo, desde que esta tumba recibió por vez primera
los despojos del Apóstol! La ola de persecuciones anegó a la Roma
cristiana durante más de doscientos años; hasta fue necesario, en el
siglo III, desplazar por un tiempo estos huesos y ocultarlos en las
Catacumbas. Viene después Constantino que elevó esta basílica y erigió
este arco triunfal cerca del altar bajo del cual reposa el cuerpo del
Apóstol. Desde entonces, ¡cuántos cambios, cuántos trastornos de
dinastías, de formas de gobierno se han sucedido en nuestro mundo
civilizado y fuera de él! Nada permanece inmutable sino la Iglesia
eterna. Todos los años, desde hace más de 1.500, se dirige a leer en la
Basílica de San Pablo, cabe su tumba, este mismo discurso en que el
Apóstol anuncia a los judíos la Resurrección de Cristo. Ante esta
perpetuidad, ante esta inmutabilidad hasta en los detalles más
secundarios, digamos también nosotros: Cristo ha resucitado
verdaderamente; él es el Hijo de Dios, porque jamás ningún otro hombre
señaló tan profundamente su mano en las cosas de este mundo visible.
GRADUAL
Este es el día que hizo el Señor: gocémonos y
alegrémonos en él. Díganlo ahora los que han sido redimidos por el
Señor: aquellos a quienes redimió del poder del enemigo y congregó de
todas las regiones.
Aleluya, aleluya. V. Resucitó del sepulcro el Señor, que pendió por nosotros en el madero.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Lucas (XXIV, 36-47).
En aquel tiempo se presentó Jesús en medio de
sus discípulos, y díjoles: Paz a vosotros: yo soy, no temáis. Pero
ellos, turbados y asustados, creían ver un fantasma. Y díjoles: ¿Por qué
os turbáis, y suben estos pensamientos de vuestros corazones? Ved mis
manos y mis pies, porque soy yo mismo: palpad y ved: porque el espíritu
no tiene carne y huesos, como véis que tengo yo. Y, habiendo dicho esto,
les mostró las manos y los pies. Pero, dudando todavía ellos, y
admirándose de gozo, les dijo: ¿Tenéis aquí algo que comer? Y ellos le
ofrecieron parte de un pez asado, y un panal de miel. Y, habiendo comido
delante de ellos, tomando las sobras, se las dio a ellos. Y díjoles:
Estas eran las palabras que os decía, cuando todavía estaba con
vosotros, porque era necesario que se cumplieran todas las cosas
escritas acerca de mí en la Ley de Moisés, y en los Profetas, y en los
Salmos. Entonces les abrió el sentido, para que entendieran las
Escrituras. Y díjoles: Porque así estaba escrito, y así convenia que
Cristo padeciese, y resucitase al tercer día de entre los muertos, y se
predicase en su nombre la penitencia y el perdón de los pecados a todas
las gentes.
LA PAZ. — Jesús
se muestra a sus discípulos reunidos, la tarde misma de la Resurrección y
se acerca a ellos deseándoles la paz. Es el deseo que nos dirige a
nosotros mismos en la Pascua. En estos días él restablece por doquier la
paz; la paz del hombre con Dios, la paz en la conciencia del pecador
reconciliado, la paz fraterna de los hombres entre sí por el perdón y el
olvido de las injurias.
Recibamos este deseo de nuestro divino
Resucitado y guardemos cristianamente esta paz que se digna traernos él
mismo. En el instante de su nacimiento en Belén, los ángeles anunciaron
esta paz a los hombres de buena voluntad; hoy Jesús mismo, habiendo
realizado su obra de pacificación, viene en persona a traernos el fruto.
La Paz: es su primera palabra a estos hombres que nos representaban a
todos. Aceptemos con amor esta dichosa palabra, y mostremos desde ahora
en todos los acontecimientos que somos los hijos de la paz.
IMPERFECCIÓN DE LA FE.—
La actitud de los Apóstoles en esta escena impresionante debe también
fijar nuestra atención. Ellos conocen la Resurrección de su Maestro; se
apresuraron a proclamarla a la llegada de los dos discípulos de Emaús;
con todo, ¡cuan débil es su fe! La presencia inesperada de Jesús los
turba; si se digna darles a palpar sus miembros para convencerlos, esta
experiencia los asombra, los colma de alegría; pero aún permanece en
ellos no sé qué fondo de incredulidad. Es necesario que el Salvador
lleve su bondad hasta comer delante de ellos, para convencerlos
plenamente de que es él mismo y no un fantasma. Con todo, estos hombres
antes de la visita de Jesús creían ya y confesaban su Resurrección. ¡Qué
lección nos da este hecho del Evangelio! Ellos creen pero con una fe
tan débil que el menor choque los hace vacilar; piensan tener la fe y
apenas si ha aflorado en su alma. Con todo, sin la fe, sin una fe viva y
enérgica, ¿qué podemos hacer en medio de la lucha que debemos sostener
constantemente contra los demonios, contra el mundo y contra nosotros
mismos? Para luchar, la primera condición es estabilizarse sobre una
base resistente; el atleta cuyos pies descansan sobre la arena movediza
no tardará en ser derribado. Es muy común hoy día esta fe vacilante, que
cree hasta que se presenta la prueba de esta misma fe, continuamente
socavada por un naturalismo sutil, que es difícil dejar de respirar en
mayor o menor grado, en esta atmósfera pestilencial que nos rodea.
Pidamos sin cesar la fe, una fe invencible, sobrenatural, que sea el
móvil de nuestra vida entera, que no retroceda nunca, que triunfe
siempre dentro y fuera de nosotros; para que podamos aplicarnos con
verdad el dicho del Apóstol San Juan: "Nuestra fe es la victoria que
pone al mundo entero debajo de nuestros pies." (I San Juan, V, 4.)
En el Ofertorio, la Iglesia, haciendo suyas las
palabras de David, nos muestra las fuentes brotando de la tierra a la
voz tonante del Señor. Esta voz majestuosa es la predicación de los
Apóstoles y particularmente la de San Pablo; estas fuentes son las del
Bautismo, en las que se sumergieron los neófitos para poder participar
de la vida eterna.
OFERTORIO
Señor tronó desde el cielo; el Altisimo emitió su voz, y brotaron fuentes de agua. Aleluya.
La Iglesia pide en la Secreta que el santo sacrificio nos ayude a caminar hacia la gloria infinita, cuyo camino es el Bautismo.
SECRETA
Recibe, Señor, las oraciones de los fieles con
las hostias que te ofrecemos: a fin de que, por los deberes de nuestra
piedad, alcancemos llegar a la gloria celestial. Por Jesucristo, nuestro
Señor.
En la Antífona de la Comunión oímos a San Pablo
dirigiéndose a los neófitos; les indica el camino seguro para llegar a
ser imágenes fieles del Salvador resucitado.
COMUNIÓN
Si resucitasteis con Cristo, buscad las cosas
celestiales, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios, aleluya:
gustad lo de arriba. Aleluya. Unida a los deseos del Apóstol, pide la
Iglesia para sus nuevos hijos, que acaban de participar del Misterio
Pascual, la perseverancia en la vida nueva, de la que es principio y
medio este divino sacramento.
POSCOMUNIÓN
Oh Dios omnipotente, haz que la virtud del
Misterio Pascual del que participamos, permanezca siempre en nosotros.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
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