Hace ocho días estábamos alrededor de la cruz sobre la cual "el varón de
dolores" (Isaías, LIII, 3) expiraba abandonado de su Padre, y rechazado
como un falso Mesías por el juicio solemne de la Sinagoga; y he aquí que
el sol sale hoy por séptima vez, después que se dejó oir el clamor del Ángel proclamando la Resurrección de la adorable víctima. La Esposa, que
poco ha temblaba, con la frente en el polvo, ante esta justicia de un
Dios, enemigo del pecado, hasta "no perdonar ni a su propio Hijo" (Rom.,
VIII, 32), porque este Hijo divino llevaba en sí la semejanza del
pecador, ha levantado de pronto la cabeza para contemplar el triunfo
súbito y fulgurante de su Esposo, que la invita él mismo a la alegría.
Mas si hay un día en esta octava en que deba exaltar el triunfo de tal
vencedor, es ciertamente el Viernes, en que ella vio expirar, "colmado
de oprobios" (Thren., III, 30) a aquel mismo cuya victoria renueva ahora
al mundo entero.
MISA
El Introito, sacado de los Salmos, recuerda a
los neófitos el paso del mar Rojo y el poder de sus aguas para la
liberación de Israel.
INTROITO
Los sacó el Señor con esperanza, aleluya: y a
sus enemigos los ahogó en el mar. Aleluya, aleluya, aleluya. Salmo:
Atiende, pueblo mío, a mi ley: inclina tu oído a las palabras de mi
boca. V. Gloria al Padre.
La Pascua es la reconciliación del hombre con
Dios, pues el Padre no puede rehusar nada a un vencedor como su Hijo
resucitado. La Iglesia pide en la Colecta que permanezcamos siempre
dignos de tan bella alianza, conservando fielmente en nosotros el sello
de la regeneración pascual.
COLECTA
Omnipotente y sempiterno Dios, que nos has dado
el misterio pascual como pacto de la reconciliación humana: concede a
nuestras almas la gracia de imitar con obras lo que celebramos con fe.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pedro (I Pet., III. 18-22).
Carísimos: Cristo murió una vez por nuestros
pecados, el Justo por los injustos, para ofrecernos a Dios; murió,
ciertamente, según la carne, pero fue vivificado en el Espíritu. En el
cual fue también y predicó a los espíritus que estaban encarcelados: los
cuales fueron incrédulos en otro tiempo cuando los esperaba la
paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se fabricaba el arca en
la que se salvaron del agua unos pocos, es decir, ocho personas. De un
modo parecido os ha salvado también ahora a vosotros el Bautismo, no
quitando las manchas del cuerpo, sino purificando la conciencia delante
de Dios, por la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, que está a la
diestra de Dios.
EL DILUVIO Y EL BAUTISMO.
— El Apóstol San Pedro es a quien también escuchamos hoy en la
Epístola; y sus enseñanzas son de suma importancia para nuestros
neófitos. El Apóstol les recuerda en primer lugar la visita que hizo
poco ha el alma del Redentor a aquellos que estaban cautivos en las
regiones inferiores de la tierra; entre ellos encontró a muchos de los
que antiguamente fueron víctimas de las aguas del diluvio y que hallaron
su salvación en aquellas olas vengadoras; porque aquellos hombres,
incrédulos al principio a las amenazas de Noé, pero después abatidos por
la inminencia del castigo, se arrepintieron de su falta e imploraron
sinceramente el perdón. De ahí, el Apóstol eleva el pensamiento de los
oyentes hacia los afortunados moradores del arca, que representaban
nuestros neófitos, a los que hemos visto atravesar las aguas, no para
perecer en este elemento, sino para llegar a ser, como los hijos de Noé,
padres de una nueva generación de hijos de Dios. El bautismo no es,
pues, añade el Apóstol, un baño vulgar; es la purificación de las almas,
con la condición de que estas almas sean sinceras en el compromiso
solemne contraído en la fuente sagrada, de ser fieles a Cristo, que las
salva, y de renunciar a Satanás y a todo lo que a él se refiere. El
Apóstol termina mostrándonos el misterio de la Resurrección de
Jesucristo como la fuente de la gracia del Bautismo, al que la Iglesia
ha unido por esta razón la administración solemne en la celebración
misma de la Pascua.
GRADUAL
Este es el día que hizo el Señor: gocémonos y
alegrémonos en él. V. Bendito el que viene en nombre del Señor: el Señor
es Dios, y nos ha iluminado. Aleluya, aleluya. V. Decid a las gentes:
que el Señor ha reinado desde el madero.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Mateo (XXVIII, 16-20).
En aquel tiempo los once discípulos marcharon a
Galilea, al monte que les había señalado Jesús. Y, al verle, le
adoraron: pero algunos dudaron. Y, acercándose Jesús, les dijo: Me ha
sido dada toda potestad en el cielo y en la tierra. Id, pues, y enseñad a
todas las gentes: bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y
del Espíritu Santo: enseñándolas a guardar todo cuanto os he mandado. Y
he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación
del mundo.
JESÚS VIVE EN LA IGLESIA.
— En este pasaje del Evangelio, San Mateo, el evangelista que más
brevemente cuenta la Resurrección del Salvador, resume en pocas palabras
las relaciones de Jesús resucitado con sus discípulos en Galilea. Fue
allí donde apareció visible no solamente a los Apóstoles sino también a
otras muchas personas. El evangelista nos muestra al Salvador dando a
sus Apóstoles la misión de ir a predicar su doctrina por el mundo
entero; y como él no volverá a morir, se compromete a permanecer con
ellos hasta el fin de los siglos, Pero los Apóstoles no vivirán hasta el
último día del mundo; ¿como, pues, se cumplirá la promesa? Es que los
Apóstoles, como hemos dicho, se perpetúan en la Iglesia; su testimonio y
el de la Iglesia se entrelazan de modo indisoluble; y Jesucristo vela
para que este testimonio único sea tan fiel como ininterrumpido. Hoy
mismo tenemos a la vista un monumento de su valor incontrastable. Pedro y
Pablo predicaron en Roma la Resurrección de su Maestro y pusieron allí
los fundamentos del cristianismo; cinco siglos más tarde, la Iglesia,
que no había dejado de ampliar sus conquistas, recibía como en parias de
manos de un emperador el templo vacío y despojado de todas las falsas
deidades y el sucesor de Pedro le dedicaba a María, la Madre de Dios, y a
toda la legión de testigos de la Resurrección que se llaman los
Mártires. La rotonda de este vasto templo reúne hoy a la asamblea de
los fleles. En este edificio, que vio extinguirse el fuego de los
sacrificios paganos por falta de combustible, y que después de tres
siglos de abandono, como para expiar su pasado impío, purificado ahora
por la Iglesia, recibe dentro de sus muros al pueblo cristiano, los
neófitos no pueden menos de exclamar: "Verdaderamente resucitó Cristo,
pues, después de haber muerto en una cruz, triunfa de esta manera de los
Césares y de los dioses del Olimpo."
El Ofertorio está formado por textos del Éxodo,
en los cuales el Señor da a su pueblo el mandato de celebrar cada año
el día aniversario de su Tránsito. Si prescribió tal mandato para un
acontecimiento que no tenía más que un significado terreno y figurativo,
con qué fidelidad y con qué alegría deberán celebrar los cristianos el
aniversario de este otro Tránsito del Señor, cuyas consecuencias se
extienden hasta la eternidad y cuya realidad eclipsó todas las figuras.
OFERTORIO
Este día será memorable para vosotros, aleluya:
y lo celebraréis en vuestras generaciones como una fiesta solemne
dedicada al Señor: será una institución perpetua. Aleluya, aleluya,
aleluya.
La Santa Iglesia ofrece a Dios en la Secreta el
Sacrificio que está preparado en favor de sus nuevos hijos; pide que
les sirva para remisión de sus pecados. Pero ¿tienen todavía pecados? Es
cierto que han sido lavados en la fuente de la salud; mas la ciencia
divina preveía esta ofrenda de hoy, y en consideración a ella les ha
sido otorgada la misericordia, aún antes que se cumpliese la condición
en el tiempo.
SECRETA
Suplicámoste, Señor, aceptes aplacado estas
hostias, que te ofrecemos en expiación de los pecados de los renacidos y
para acelerar el celestial socorro. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
La Antífona de la Comunión proclama
triunfalmente el mandato del Señor a sus Apóstoles y a su Iglesia de
enseñar a todas las naciones y de bautizar a todos los pueblos; he aquí
el título de su misión; pero la aplicación que los apóstoles hicieron y
que la Iglesia continúa haciendo, después de dieciocho siglos, muestra
lo suficiente que aquel que habló de esta manera vive y ya no morirá.
COMUNIÓN
Me ha sido dada toda potestad en el cielo y en
la tierra, aleluya: Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Aleluya, aleluya.
La Iglesia, después de haber alimentado a sus
hijos con el pan de la eternidad, continúa en la Poscomunión pidiendo
para ellos la remisión de las faltas que el hombre comete en el tiempo, y
que le perderían para siempre, si los méritos de la muerte y de la
Resurrección del Señor no estuviesen presentes de continuo a los ojos de
la divina justicia.
POSCOMUNIÓN
Suplicámoste, Señor, mires a tu pueblo: y, al
que te has dignado renovar con misterios eternos, absuélvele benigno de
las culpas temporales. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
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