EL PODER DE JURISDICCIÓN.
— La Iglesia que Jesús resucitado organiza en estos días, y que debe
extenderse por el mundo entero, es una sociedad verdadera y completa.
Debe tener en sí misma un poder que la rija y que, por la obediencia de
los súbditos, mantenga el orden y la paz. Hemos visto que el Salvador
había previsto esta necesidad estableciendo un Pastor de las ovejas y
los corderos, un vicario de su autoridad divina; pero Pedro no es más
que un hombre; por muy grande que sea su poder, no puede ejercerlo
directamente sobre todos los miembros del rebaño. La nueva sociedad
tiene, pues, necesidad de magistrados de un rango inferior que sean,
según la bella expresión de Bossuet, "ovejas para Pedro, y Pastores para
los pueblos". (Sermón sobre la unidad de la Iglesia.)
EL EPISCOPADO. —
Jesús tiene todo previsto, ha elegido doce hombres a quienes ha llamado
sus Apóstoles y a ellos confiará la magistratura de su Iglesia. Al
separar a Pedro para hacerle Jefe y como su representante, no ha
renunciado a hacerles servir para sus designios. Lejos de eso, están
destinados a ser las columnas del edificio cuyo fundamento será Pedro.
Son doce, como en otro tiempo los doce hijos de Jacob; pues el antiguo
pueblo fue en todo la figura del nuevo. Antes de subir al cielo, Jesús
les da el poder de enseñar por toda la tierra y les establece Pastores
de los fieles en todos los lugares por donde vayan. Ninguno de ellos es
jefe de los demás, sino Pedro, cuya autoridad parece tanto mayor cuanto
más se eleva por encima de esos poderosos depositarios del poder de
Cristo.
Una delegación tan extensa de los derechos
pastorales en la generalidad de los Apóstoles tenía por objeto asegurar
la solemne promulgación del Evangelio; pero no debía sobrevivir, en esta
vasta medida, en sus depositarios. El sucesor de Pedro debía solo
conservar el poder apostólico en toda su extensión, y en adelante,
ningún pastor legítimo ha podido ejercer una autoridad territorial
ilimitada. El Redentor al crear el Colegio apostólico fundó también esta
magistratura que nosotros veneramos con el nombre de Episcopado. Si los
Obispos no han heredado la jurisdicción universal de los Apóstoles, si
no han recibido como ellos la infalibilidad personal en la enseñanza, no
por eso dejan de ocupar en la Iglesia el lugar de los Apóstoles. A
ellos confiere Jesucristo las llaves mediante el sucesor de Pedro; y
estas llaves, símbolo del gobierno, las usan ellos para abrir y para
cerrar en toda la extensión del territorio asignado a su jurisdicción.
¡Qué magnífica, qué imponente es esta
magistratura del Episcopado sobre el pueblo cristiano! Contemplad en el
mundo entero esos tronos sobre los que se sientan los pontífices
presidiendo las diversas partes del rebaño, apoyados en el báculo
pastoral, símbolo de su poder. Recorred la tierra habitada, franquead
los límites que separan las naciones, pasad los mares; por todas partes
os encontraréis con la Iglesia, y por todas partes encontraréis al
Obispo ocupado en regir la porción del rebaño confiado a su custodia; y
viendo que todos esos pastores son hermanos, que todos gobiernan sus
ovejas en nombre del mismo Cristo, y que todos se unen en la obediencia a
un mismo Jefe, comprenderéis entonces cómo es esta Iglesia una sociedad
completa en cuyo seno la autoridad reina con tanto imperio.
EL SACERDOCIO. —
Por debajo de los Obispos, encontramos aún en la Iglesia otros
magistrados de un rango inferior; la razón de su establecimiento se
explica por sí misma. Designado para gobernar un territorio más o menos
vasto, el Obispo necesita cooperadores que representen su autoridad, y
la ejerzan en su nombre y bajo sus órdenes, allá donde ésta no pudiera
ejercerse inmediatamente. Estos son los sacerdotes con cura de almas,
cuyo lugar fijó el Salvador en la Iglesia, por la elección de los
setenta y dos discípulos, que añadió a sus Apóstoles, a los cuales
debían estar sometidos los discípulos. Complemento admirable del
gobierno en la Iglesia, donde todo funciona en la más perfecta armonía,
por medio de esta jerarquía desde cuya cima desciende la autoridad, y va
a extenderse hasta los Obispos que la delegan enseguida al clero
inferior.
LA MISIÓN DE LOS APÓSTOLES.
— Estamos en los días en que esta jurisdicción que Jesús había
anunciado, emana por su divino poder. Ved con qué solemnidad la
confiere: "Todo poder, dice, me ha sido dado en el cielo y en la tierra:
id, pues, enseñad a todas las naciones." (S. Matth., XXVIII, 18.) Así,
este poder que los pastores van a ejercer, es de su propia autoridad de
donde lo saca; es una emanación de su propia autoridad en el cielo y
sobre la tierra; y a fin de que comprendiésemos más claramente cual es
la fuente, dice también esos mismos días: "Como mi Padre me ha enviado,
así os envío yo." (S. Juan, XX, 21.)
Así, el Padre ha enviado al Hijo y el Hijo
envía a los Pastores, y esta "misión" no será nunca interrumpida hasta
la consumación de los siglos. Siempre instituirá Pedro los Obispos,
siempre los Obispos conferirán una parte de su autoridad a los
sacerdotes destinados al ministerio de las almas; y ningún poder humano
sobre la tierra podrá interceptar esta transmisión, ni hacer que los que
no han tenido parte en ella tengan el derecho de considerarse por
pastores. El César gobernará el Estado; pero será incapaz para crear un
solo pastor; pues el César no tiene ninguna parte en esta jerarquía
divina, fuera de la cual la Iglesia no reconoce más que súbditos. A él
toca el mandar como soberano en las cosas temporales: a él toca también
obedecer, como el último de los fieles, al Pastor encargado del cuidado
de su alma. Más de una vez se mostrará celoso de este poder sobrehumano;
buscará el interceptarlo; pero este poder no se puede usurpar; su
naturaleza es puramente espiritual. Otras veces el César maltratará a
los depositarios; se le ocurrirá incluso, en su locura el tentar
ejercerlo él mismo; ¡vanos esfuerzos!, este poder que remonta, hasta
Cristo no se confisca, no se embarga; es la salvación del mundo, y la
Iglesia en el último día debe remitirlo intacto al que se dignó
confiarlo antes de subir donde está su Padre.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
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