EL DESCANSO DEL SEÑOR. — Ha llegado el
día séptimo de la más alegre de las semanas trayéndonos el recuerdo del
descanso del Señor, después de sus seis días de trabajo. Nos recuerda al
mismo tiempo el segundo descanso que el mismo Señor quiso tomar, como
soldado seguro de la victoria, antes de dar el combate decisivo a su
adversario. Descanso en un sepulcro, sueño de un Dios que no se había
dejado vencer de la muerte sino para que su despertar fuera más funesto a
este cruel enemigo. Hoy que este sepulcro no tiene más que devolver,
que ha visto salir al vencedor a quien no podía retener, convenía que
nos detuviésemos a contemplarle, a rendirle nuestros homenajes; pues
este sepulcro es santo y su vista no puede más que acrecentar nuestro
amor hacia aquel que se dignó dormir algunas horas a su sombra. Isaías
había dicho: "El retoño de Jesé será como el estandarte a cuyo alrededor
se congregarán los pueblos; las naciones le colmarán de honores; y su
sepulcro será glorioso." (Isaías, XI, 10.) El oráculo se ha cumplido; ya
no hay nación sobre la tierra que no posea adoradores de Jesús; y
mientras las tumbas de los otros hombres, cuando el tiempo nolas ha
destruido o arrasado, son como trofeo de la muerte, el sepulcro de Jesús
subsiste todavía y proclama la vida.
EL SÁBADO " IN ALBIS". —
Este día lleva en la Liturgia el nombre de Sábado in albis, o mejor in
albis deponendis, porque hoy los neófitos deponían las vestiduras
blancas que habían llevado durante toda la octava. La octava, en efecto,
había comenzado para ellos más pronto que para el resto de los fieles,
pues en la noche del Sábado Santo habían sido regenerados y se los había
cubierto en seguida con este vestido, símbolo de la pureza de sus
almas. En la tarde del Sábado siguiente, después del oficio de Vísperas
se le quitaban, como luego diremos.
Hoy la Estación, en Roma, es en la Basílica de
Letrán, Iglesia Madre y Maestra, contigua al Bautisterio constantiniano,
donde los neófitos hace ocho días recibieron la gracia de la
regeneración. El templo que los reúne hoy, es la misma iglesia de la que
salieron en la penumbra de la noche, camino de la fuente de la salud,
precedidos del misterioso cirio que alumbraba sus pasos; es el mismo en
que, envueltos en sus hábitos blancos, asistieron por vez primera a toda
la celebración del Sacrificio cristiano, en el que recibieron el Cuerpo
y la Sangre del Redentor. Ningún otro lugar más apto que éste para la
reunión litúrgica del presente día, cuyas impresiones conservarían
indelebles en el corazón los neófitos que estaban a punto de entrar en
la vida ordinaria de los fieles.
La santa Iglesia, en estas horas postreras, en
que los recién nacidos se agrupan en derredor de una Madre, los
considera complacida, posa con amor su mirada en estos frutos preciosos
de su fecundidad que los días pasados la sugerían cantos melodiosos y
conmovedores.
Unas veces se los presentaba levantándose del
Banquete divino, vivificados por la carne de aquel que es sabiduría y
dulzura a la vez, y entonces cantaba este responso:
R. La boca del sabio destila miel, aleluya;
¡cuan dulce es la miel en su lengua! aleluya; * Un panal de miel
destilan sus labios. Aleluya.
V. La sabiduría descansa en su corazón; y hay
prudencia en las palabras de su boca. * Un panal de miel brota de sus
labios. Aleluya.
Otras veces se enternecía al contemplar
transformados en tiernos corderitos a esos hombres que hasta entonces
habían llevado la vida del siglo, pero que volvían a empezar su carrera
con la inocencia de los niños; y la Iglesia los hablaba en este lenguaje
paternal:
R. He aquí los corderitos que nos han anunciado el Aleluya; acaban de salir de la fuente; * Están bañados de luz. Aleluya.
V. Compañeros del Cordero, visten de blanco y llevan palmas en sus manos. * Están bañados de luz. Aleluya, aleluya.
Se ponía otras veces a mirar con santo orgullo
el resplandor de las virtudes que el santo Bautismo había infundido en
sus almas, la pureza sin mancilla que los hacia brillar como la luz, y
su voz, llena de gozo, cantaba así su belleza:
R. ¡Cuán blancos son los nazarenos de mi
Cristo! aleluya; su resplandor da gloria a Dios; aleluya; * Su blancura
es como la leche más pura. Aleluya, aleluya.
V. Más blancos que la nieve, más puros que la
leche, más rubios que el marfil antiguo, más hermosos que el zafiro; *
Su blancura es como la leche más pura. Aleluya, aleluya.
Estos dos responsorios todavía forman parte de los Oficios del Tiempo Pascual.
MISA
El Introito está compuesto con palabras del
Salmo CIV; en él glorifica Israel al Señor por haber hecho volver a su
pueblo del destierro. Este pueblo son para nosotros nuestros neófitos,
que estaban desterrados del cielo a causa del pecado original y de sus
pecados personales; el Bautismo les ha devuelto todos sus derechos a
esta dichosa patria acogiéndoles en la Iglesia.
INTROITO
Sacó el Señor a su pueblo con regocijo,
aleluya: y a sus elegidos con alegría, aleluya, aleluya. — Salmo:
Confesad al Señor e invocad su nombre: anunciad entre las gentes sus
obras. V. Gloria al Padre.
En el momento de acabar la semana pascual, la
Iglesia pide al Señor, en la Colecta, que las alegrías que sus hijos han
gustado en estos días les abran el camino a las alegrías todavía
mayores de la Pascua eterna.
COLECTA
Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que.
los que hemos celebrado con veneración las fiestas pascuales, merezcamos
alcanzar por ellas los gozas eternos. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. S. Pedro 1 Pet., II 1 - 1 0 ).
Carísimos: Dejando, pues, toda malicia y todo
dolo, y los fingimientos y las envidias y toda detracción, como niños
recién nacidos, ansiad la leche espiritual, sin engaño, para que con
ella crezcáis en salud si es que gustáis cuán dulce es el Señor.
Acercaos a él, piedra viva, reprobada por los hombres, pero elegida y
honrada por Dios, y edifícaos también vosotros sobre ella, cual piedras
vivas, como una casa espiritual, como un sacerdocio santo, para ofrecer
por Jesucristo hostias espirituales, gratas a Dios. Por eso dice la
Escritura: He aquí que pongo en Sión una piedra principal, angular,
escogida, preciosa: y, el que creyere en ella, no será confundido. Para
vosotros, los que creéis, es honor; mas, para los que no creen, la
piedra que reprobaron los constructores, se ha hecho cabeza angular, y
piedra de tropiezo, y piedra de escándalo para los que tropiezan en la
palabra y no creen en aquello para lo que han sido destinados. Mas
vosotros sois una raza escogida, un sacerdocio real, una gente santa, un
pueblo de conquista: para que anunciéis las maravillas del que os llamó
de las tinieblas a su admirable luz. Los que antes no erais pueblo,
ahora sois el pueblo de Dios: los que no habíais conseguido
misericordia. ahora la habéis conseguido.
CONSEJOS DE SAN PEDRO A LOS NEÓFITOS.
— Los neófitos no podían escuchar, en este día, una exhortación mejor
apropiada a su situación que la del príncipe de los Apóstoles, en este
pasaje de su primera Epístola. San Pedro dirigió esta carta a nuevos
bautizados; por eso ¡con qué dulce paternidad explayaba también los
sentimientos de su corazón sobre estos "hijos recién nacidos"! La virtud
que él les recomienda, es la sencillez, que tan bien cuadra en esta
primera edad; la doctrina con la que han sido instruidos, es leche que
los alimentará y los hará crecer; al Señor es a quien hay que saborear; y
el Señor está lleno de dulzura.
El Apóstol insiste en seguida sobre uno de los
principales caracteres de Cristo: es la piedra fundamental y angular del
edificio de Dios. Sobre él solo deben establecerse los fieles, que son
las piedras vivas del templo eterno. El solo les da la solidez y la
resistencia; y por eso, antes de volver a su Padre, ha recogido y
establecido sobre la tierra otra Piedra, una Piedra siempre visible que
está unida a él mismo y a la cual ha comunicado su propia solidez. La
modestia del Apóstol le impide insistir sobre lo que el santo Evangelio
encierra de glorioso para él a este propósito; pero quién conoce las
palabras de Cristo a Pedro, comprende toda la doctrina.
Si el Apóstol no se glorifica a sí mismo, ¡qué
títulos magníficos nos da en cambio a nosotros los bautizados! Nosotros
somos "la raza escogida y santa, el pueblo que Dios ha conquistado, un
pueblo de Reyes y de sacerdotes". En efecto, ¡qué diferencia del
bautizado con el que no lo está! El cielo, abierto para uno, está
cerrado para el otro; uno es esclavo del demonio, y el otro, rey en
Jesucristo Rey, de quien ha llegado a ser hermano; el uno, tristemente
aislado de Dios, y el otro, ofreciéndole el sacrificio supremo por las
manos de Jesucristo Sacerdote. Y todos esos dones nos han sido
conferidos por una misericordia enteramente gratuita; no han sido en
modo alguno merecidos por nosotros. Ofrezcamos, pues, a nuestro Padre
adoptivo humildes acciones de gracias; trasladándonos al día en que
también nosotros fuimos neófitos, renovemos las promesas hechas en
nuestro nombre, como la condición absoluta con la cual nos eran
concedidos tan grandes bienes.
A partir de este día, la Iglesia deja de
emplear hasta el fin del Tiempo Pascual, entre la Epístola y el
Evangelio, el Responso llamado Gradual. Le sustituye por el canto
repetido del "Alleluia", que presenta menos gravedad pero expresa un
sentimiento más vivo de alegría. En los seis primeros días de la
solemnidad pascual, no ha querido aminorar la majestad de sus cantos;
ahora se entrega más de lleno a la santa libertad que la transporta.
ALELUYA
Aleluya, aleluya. V. Este es el día que hizo el Señor: gocémonos y alegrémonos en él.
Aleluya. V. Alabad, niños, al Señor, alabad el nombre del Señor.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Juan
«XX, 1-9).
En aquel tiempo, pasado el Sábado, María Magdalena fue al
sepulcro por la mañana, cuando todavía reinaban las tinieblas: y vio la
piedra quitada del sepulcro. Corrió entonces, y fue a Simón Pedro y al
otro discípulo a quien amaba Jesús, y díjoles: Han llevado al Señor del
sepulcro, y no sabemos dónde le han puesto. Salió entonces Simón, y el
otro discípulo, y fueron al sepulcro. Y corrían los dos juntos, y el
otro discípulo corrió más que Pedro y llegó antes al sepulcro. Y,
habiéndose inclinado, vio los lienzos puestos, pero no entró. Llegó
entonces Simón Pedro siguiéndole, y entró en el sepulcro, y vio los
lienzos puestos, y el sudario que había cubierto su cabeza no estaba
puesto con los lienzos, sino doblado en otro sitio. Entonces entró
también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro: y
vió y creyó: porque aún no habían entendido la Escritura, según la cual
era necesario que él resucitara de entre los muertos.
EL RESPETO DEBIDO A PEDRO.
— Este episodio de la mañana del día de Pascua le ha reservado para hoy
la Santa Iglesia, porque en él figura San Pedro, cuya voz se ha dejado
oír ya en la Epístola. Este es el último día en que asisten los neófitos
al Sacrificio revestidos de blanco; mañana su exterior no les
distinguirá en nada de los otros fieles. Importa, pues, insistir con
ellos sobre el fundamento de la Iglesia, fundamento sin el que la
Iglesia no podría subsistir y sobre el que deben ellos establecerse, si
quieren conservar la fe en la que han sido bautizados y que han de
guardar pura hasta el fin para obtener la salud eterna. Ahora bien, esta
fe se mantiene firme en todos aquellos que son dóciles a las enseñanzas
de Pedro y veneran la dignidad de este Apóstol. Aprendamos de otro
Apóstol, en este pasaje del santo Evangelio, el respeto y la deferencia
que son debidas al que Jesús encargó de apacentar todo el rebaño,
corderos y ovejas. Pedro y Juan corren juntos a la tumba de su maestro;
Juan, más joven, llega el primero. Contempla el sepulcro: pero no entra.
¿Por qué esta humilde reserva en el que es el discípulo amado del
Maestro? ¿Qué espera? Espera al que Jesús ha antepuesto a todos ellos,
al que es su Jefe, y a quien pertenece obrar como jefe. Pedro llega;
entra en el sepulcro; comprueba todo y en seguida Juan penetra, a su
vez, en la gruta. Admirable enseñanza que Juan mismo quiso darnos,
escribiendo con su propia mano este relato misterioso. Toca a Pedro el
preceder, el juzgar, el obrar como maestro; y toca al cristiano
seguirle, escucharle, rendirle honor y obediencia. Y ¿cómo no iba a ser
así cuando vemos incluso a un Apóstol y tal Apóstol, obrar de este modo
con Pedro, y cuando éste no había aún recibido más que la promesa de las
llaves del Reino de los Cielos, que no le fueron dadas de hecho, sino
en los días siguientes?
Las palabras del Ofertorio están sacadas del
Salmo CXVII, que es por excelencia el Salmo de la Resurrección. Saludan
al divino triunfador que se eleva como un astro luminoso, y viene a
derramar sobre nosotros sus bendiciones.
OFERTORIO
Bendito el que viene en nombre del Señor: os
bendecimos desde la casa del Señor: el Señor es Dios y nos ha iluminado.
Aleluya, aleluya.
En la Secreta la Iglesia nos enseña que la
acción de los divinos misterios celebrados en el curso del año, es
continua sobre los fieles. Llevan consigo ora una nueva vida, ora una
nueva alegría, y por su sucesión anual en la santa Liturgia la Iglesia
mantiene en sí la vitalidad que ellos la confieren cumpliéndose a su
tiempo.
SECRETA
Suplicámoste, Señor, hagas que nos felicitemos
siempre de estos misterios pascuales: para que, la continua obra de
nuestra reparación, sea para nosotros causa de perpetua alegría. Por
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
Los neófitos deben, en este mismo día, deponer
sus hábitos blancos; ¿cuál será, pues, en adelante su vestido? El mismo
Cristo, que se ha incorporado a ellos por el Bautismo. El Doctor de los
gentiles les da esta esperanza en la Antífona de la Comunión.
COMUNIÓN
Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, os habéis vestido de Cristo. Aleluya.
En la Poscomunión, la Iglesia insiste aún sobre
el don de la fe. Sin la fe, el cristianismo deja de existir; pero la
Eucaristía, que es el misterio de la fe, tiene la virtud de alimentarla y
desarrollarla en las almas.
POSCOMUNIÓN
Sustentados con el don de nuestra redención,
suplicámoste, Señor, hagas que, con este auxilio de la perpetua salud,
crezca siempre la verdadera fe. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
LA PASCUA "ANNOTINA".
— No acabaremos los relatos que se relacionan con este último día de la
Octava de los nuevos bautizados, sin decir una palabra de la Pascua
"annotina". Se llamaba así al día del aniversario de la Pascua del año
precedente; y ese día era como la fiesta de los que contaban un año
completo después de su bautismo. La Iglesia celebraba solemnemente el
Sacrificio en favor de esos nuevos cristianos, a los cuales recordaba el
inmenso beneficio con que Dios les había favorecido ese día; y era
ocasión de festines y regocijos en las familias cuyos miembros habían
sido, el año precedente, del número de los neófitos. Si por la
irregularidad de la Pascua, este aniversario caía, el año siguiente, en
alguna de las semanas de Cuaresma, debía abstenerse este año de celebrar
la Pascua "annotina", o trasladarla después del día de la Resurrección.
Parece que, en ciertas Iglesias, para evitar esas continuas
variaciones, se había fijado el aniversario del Bautismo en el Sábado de
Pascua. La interrupción de la costumbre de administrar el Bautismo en
la fiesta de la Resurrección trajo poco a poco la supresión de la Pascua
"annotina"; con todo, se encuentran huellas en algunos lugares hasta el
siglo XIII, o quizás más allá. Esta costumbre de festejar el
aniversario del Bautismo, fundada en la grandeza del beneficio que cada
uno de nosotros recibimos ese día, no debió desaparecer nunca de las
costumbres cristianas; y en nuestros tiempos, como en la antigüedad,
todos los que han sido regenerados en Jesucristo, deben tener al día en
que recibieron la vida sobrenatural, siquiera el respeto que los paganos
tenían a aquel que los había puesto en posesión de la vida natural. San
Luis solía firmar "Louis de Poissy", porque fue en las fuentes de la
humilde iglesia de Poissy donde recibió el bautismo; nosotros podemos
aprender de tan gran cristiano a recordar el día y el lugar en que
fuimos hechos hijos de Dios y de su Iglesia.
Año Litúrgico de Dom Guéranger