sábado, 23 de septiembre de 2017

28 de septiembre: SAN WENCESLAO DE BOHEMIA, MÁRTIR. Vidas de los Santos de A. Butler

(929 d.C.). No se puede decir que el bautismo de Borivoy, rey de Bohemia, y el de su esposa, Santa Ludimila, tuviese como consecuencia la conversión de un gran número de sus súbditos puesto que, por el contrario, la mayoría de las más poderosas familias checas se oponían enérgicamente a la nueva religión. A partir del año de 915. Ratislav, el hijo de Borivoy, gobernó todo el reino. El joven príncipe se había casado con Drahomira, una doncella que se decía cristiana, hija del jefe de los eslavos del norte, los veletianos. De aquel matrimonio nacieron dos hijos: Wenceslao, que vino al mundo el año de 907, cerca de Praga, y Boleslao. Santa Ludimila, la abuela, arregló las cosas de tal manera, que la crianza y educación del mayor de sus nietos le fuera confiada enteramente, y así pudo alimentar el corazón de Wenceslao en el amor de Dios. En esta tarea Ludimila se valió de la ayuda del sacerdote Pablo, su capellán, quien había sido discípulo de San Metodio y había bautizado a Wenceslao. Bajo el tutorazgo de aquellos dos personajes, se afirmaron las virtudes inculcadas en el espíritu del joven y, cuando tuvo la edad suficiente para asistir al colegio de Budech, "hablaba, leía y escribía el latín como cualquier obispo y leía el eslavo con facilidad." Era todavía muy joven cuando su padre murió en una de las batallas contra los magiares, y su madre, Drahomira, asumió el gobierno e impuso una política anticristiana o "secularista." Es casi seguro que, al hacer esto, la reina actuaba bajo la presión de los elementos semipaganos de la nobleza, pero de todas maneras, el cambio de política dio como resultado que Drahomira experimentase terribles celos ante la influencia que ejercía Santa Ludimila sobre su hijo mayor y que denunciase a la santa como a una usurpadora que había formado a Wenceslao para el convento y no para el trono. Ludimila, afligidísima por aquellas acusaciones y muy preocupada por los desórdenes públicos y la lucha contra una religión que ella y su esposo habían establecido a costa de innumerables dificultades, optó por cortar por lo sano y, mediante largas y graves conversaciones con Wenceslao, trató de convencerle de la necesidad urgente que había de que tomase las riendas del poder en sus manos para salvaguardia del cristianismo. Los nobles se enteraron de aquellos manejos, y dos de ellos fueron enviados al castillo de Santa Ludimila, en Tetin, donde la estrangularon a fin de que, privado de su apoyo, Wenceslao no pudiese emprender el gobierno de su pueblo. Sin embargo, los acontecimientos tomaron un curso diferente al previsto: la reina Drahomira, por intereses ajenos a la cuestión, fue expulsada del trono y, por voluntad del pueblo, Wenceslao fue proclamado rey. Como primera medida, el joven monarca anunció que apoyaría decididamente a la Ley y a la Iglesia de Dios, que impondría castigos muy severos a los culpables de asesinato o de ejercer la esclavitud y que se comprometía a reinar con justicia y misericordia. Mandó traer a su madre que se hallaba desterrada en Budech y desde entonces, la ex reina vivió en la corte sin intervenir para nada en el gobierno de Wenceslao.



En ocasión de una asamblea de regentes, convocada y presidida por Enrique I el Cazador, rey de Alemania, el joven Wenceslao llegó con mucho retraso e hizo esperar a todos los demás cuando se abrieron las sesiones. Algunos de los príncipes le enviaron un mensaje para hacerle saber que se consideraban ofendidos por su tardanza y Wenceslao mandó decir a la asamblea que le apenaba muchísimo su impuntualidad, que se le había ido el tiempo en la práctica de sus devociones y que pedía, como merecido castigo a su descortesía, que ninguno de los gobernantes ahí reunidos le presentara sus saludos cuando arribase. No obstante aquella petición, el propio rey Enrique, quien verdaderamente admiraba y respetaba la devoción del joven, le recibió con todos los honores. En el curso de aquella reunión, Wenceslao solicitó la gracia especial de que le fuera concedida a su país la conservación de una parte de las reliquias de San Vito. La petición fue otorgada: un brazo del santo fue cedido a Bohemia y, para guardar la reliquia, el joven monarca comenzó a construir, en Praga, una gran iglesia, precisamente en el sitio donde ahora se encuentra la catedral. En el terreno político, Wenceslao cultivó las relaciones amistosas con Alemania y protegió la unidad de su país, gracias a la medida diplomática de reconocer el rey Enrique I como el señor de todas aquellas tierras y como al legítimo sucesor de Carlomagno. Aquella política, adoptada alrededor del año 926, unida a la energía con que combatió la opresión y otros excesos practicados por los nobles, hicieron prosperar a Bohemia, pero al mismo tiempo, provocaron la creación de un partido de oposición, formado principalmente por los que se hallaban contrariados a causa de la influencia que ejercía el elcro sobre Wenceslao. Fue por entonces cuando éste se casó y, al nacer su hijo primogénito, el hermano menor del rey, Boleslao, resentido al ver que se perdía la ocasión para ascender al trono, se unió al partido de los descontentos.

En el mes de septiembre del año 929, Wenceslao recibió una invitación de su hermano Boleslao para que se trasladara a la localidad de Stara Boleslav a fin de tomar parte en los festejos en honor de los patronos del lugar, Santos Cosme y Damián. En la noche del día de la celebración, terminados los festejos, Wenceslao recibió la advertencia de que su vida corría peligro, pero hizo caso omiso de ella. Se unió a los otros convidados, se sentó a la mesa con ellos, hizo un brindis especial en "honor de San Miguel, a quien rogamos que nos lleve por el camino de la paz hacia la felicidad eterna" y, luego de retirarse a orar, se acostó a dormir. Aún no despuntaba el alba del día siguiente cuando Wenceslao, que salió de la casa donde moraba para asistir a la misa, se encontró con Boleslao y se detuvo para darle las gracias por su invitación y su hospitalidad. "Ayer", repuso Boleslao con tono frío, "hice cuanto pude por servirte como corresponde, pero hoy es otro día y todo el servicio que puedo darte es éste..." Y, con la rapidez del rayo, sacó el puñal y se lo clavó a su hermano en mitad del pecho. Ambos cayeron al suelo trenzados en lucha e inmediatamente acudieron los amigos de Boleslao que acribillaron a puñaladas al rey. Antes de lanzar el último aliento, sobre los escalones de la entrada a la capilla bañados con su sangre, Wenceslao tuvo tiempo de exclamar: "¡Dios te perdone, hermano!"

Inmediatamente, el propio pueblo del joven monarca le aclamó como a un mártir de la fe (a pesar de que parece ser que su asesinato tuvo muy poco que ver con el asunto de la religión) y, por lo menos hacia el año de 984, ya se celebraba su fiesta en toda Bohemia. Boleslao, perseguido por los remordimientos y el terror, sobre todo cuando comenzaron a circular las noticias de los milagros que se realizaban en la tumba de Wenceslao, mandó que los restos fuesen trasladados a la iglesia de San Vito, en Praga, tres años después del asesinato. El santuario se convirtió en seguida en un centro de peregrinaciones y, a principios del siglo once, ya se veneraba a San Wenceslao, Svaty Vaclav, como al santo patrón del pueblo de Bohemia. En los tiempos presentes, la devoción que se le profesa como patrono de Checoslovaquia se ha desvirtuado muchas veces por un fuerte sentimiento de nacionalismo. Antes de terminar, conviene hacer la observación de que, no porque se mencione el nombre del santo en un villancico de Navidad muy popular en Inglaterra, la devoción por él haya sido muy arraigada en Gran Bretaña. Las palabras del villancico que se refieren "al buen rey Wenceslao", fueron escritas en el siglo diecinueve por el compositor de himnos J. M. Neale para obtener una rima en la traducción de una trova del siglo trece (Tempus adest floridum).

En su contribución a la Analecta Bollandiana, vol. XLVIII (1930), pp. 218-221, Fr. Paul Peeters pasa revista a las más destacadas muestras literarias procedentes de Checoslovaquia, la mayoría escritas en checo, en la ocasión de celebrarse el milenario de San Wenceslao, en el año 1929. Por desgracia, como indica el propio Fr. Peeters, la mayor parte de esa literatura se halla influenciada por los sentimientos políticos y raciales. Una biografía un tanto superficial, pero hecha con buen juicio, es la que escribió F. Dvornik (1929) y que al mismo tiempo apareció en francés, en inglés y en checo. La biografía que escribió en alemán A. Naegle, Der h. Wenzel, der Landespatron Bohemens (1928), es representativa de un punto de vista que, a veces, resulta adverso al de Dvornik. Este tiene por auténtica la Vida de San Wenceslao, escrita por el monje Christian, pero hay muchos investigadores y estudiosos que no están de acuerdo con él. Los bolandistas adjudican amplio espacio a su comentario sobre San Wenceslao en sus notas sobre el Martirologio Romano (1940), pp. 421-422. Véase también el Acta Sanctorum, sept. vol. VII; el Die Wenzels und Ludimila legenden und die Echtheit Christians (1906), de J. Pekar; el DGH., vol. IX, cc. 426-427; y The Making of Central and Eastern Europe (1949), pp. 25-30 y ss. de F. Dvornik. Por comisión de Benedicto XIV, se recomendó la eliminación de la festividad de este santo del calendario general. Cf. Santa Ludimila en los artículos de esta obra, 16 de septiembre.

viernes, 22 de septiembre de 2017

23 de septiembre: SANTA TECLA DE ICONIO, VIRGEN Y MÁRTIR. Vidas de los Santos de A. Butler

(¿Siglo I?).Tecla, la virgen a quien se refiere la liturgia de oriente como a la "proto-mártir entre las mujeres y elevada al nivel de los Apóstoles", fue una de las heroínas más reverenciadas en los primeros tiempos de la Iglesia. En su Banquete de las Diez Vírgenes, San Metodio de Olimpo nos cuenta que era una doncella muy versada en literatura y filosofía profanas y elogia profusamente la facilidad, la fuerza, la dulzura y la modestia de su lenguaje, puesto que había recibido sus instrucciones en las ciencias divinas y en los Evangelios, del propio San Pablo. San Agustín, San Epifanio, San Ambrosio y otros Padres de la Iglesia, afirman que la predicación de San Pablo la convirtió al cristianismo y que los discursos del Apóstol encendieron en ella el amor por la castidad. San Gregorio de Nissa dice, por su parte, que se entregó al sacrificio de sí misma con un aniquilamiento tan absoluto de sus sentidos, que nada parecía seguir vivo en ella, fuera de la razón y el espíritu.


A pesar de todo lo dicho, no es de ninguna manera una certeza que haya siquiera existido esta Santa Tecla. Pudo haber una mujer con ese nombre a la que convirtió San Pablo y que se dedicó al servicio de la Iglesia, pero si acaso existió, lo ignoramos todo sobre ella. Su leyenda, muy difundida y popular, depende por entero de un romance compuesto hacia fines del siglo segundo y al que se conoce con el nombre de Actas de Pablo y Tecla. San Jerónimo las tacha de apócrifas, y Tertuliano asegura que fueron escritas por un presbítero del Asia a quien las autoridades eclesiásticas depusieron de su ministerio al comprobársele, precisamente, que había utilizado en falso el nombre de San Pablo. No obstante esto, el libro mantuvo su popularidad en la Iglesia, y una larga sucesión de escritores, tan famosos como los mencionados antes, se refirieron posteriormente a diversos incidentes del argumento. Las "Actas" refieren que San Pablo (a quien se describe como "un hombrecillo de baja estatura, calvo, de piernas arqueadas, de constitución vigorosa, cejas muy pobladas, nariz larga y una mirada penetrante y atractiva") se hallaba como huésped en la casa de Onesíforo, en Iconio, cuando su presencia, su actitud y sus palabras, impresionaron de tal manera a la doncella Tecla que, por influencias del Apóstol decidió poner en práctica sus enseñanzas sobre la castidad y la virginidad. En consecuencia, rompió en seguida su compromiso para casarse con cierto joven llamado Tamiris y su actitud produjo una gran conmoción en su hogar. Sus padres se mostraron indignados, Tamiris trató de disuadirla con halagos, promesas y caricias; los servidores le suplicaron con lágrimas en los ojos, sus amigos y vecinos discutieron largamente con ella, las autoridades civiles intervinieron y los magistrados profirieron terribles amenazas. Se recurrió, en fin, a todos los medios posibles para que la joven actuase razonablemente, pero Tecla, fortalecida por la gracia del Todopoderoso, resistió con entereza todos los embates. Entonces Tamiris, el prometido desdeñado, quiso vengarse y denunció ante los tribunales las actividades de San Pablo, que recibió el castigo de los azotes y fue expulsado de la ciudad, bajo la acusación de inducir a las doncellas a renunciar al matrimonio y apartar a las casadas de sus maridos. En cuanto a Tecla, se le condenó a morir en la hoguera por su obstinación y, cuando comenzaban a ascender las llamas para consumir el cuerpo de la virgen, estalló una tempestad furibunda que apagó el fuego, hizo huir a todos a la carrera y permitió que Tecla escapara para reunirse con San Pablo en Antioquía. Hallábase la doncella en dicha ciudad cuando el siriarca Alejandro la vio transitar por las calles y, presa del deseo, trató de raptarla. La doncella comenzó a luchar a brazo partido con el reyezuelo para desasirse y, en el forcejeo, le desgarró el manto, le echó por tierra la corona y a él mismo lo derribó. El siriarca, enfurecido al verse en posición tan ridícula, como blanco de las risas del pueblo, se fue a exigir al gobernador de Antioquía que castigase severamente a la insolente joven. Tecla compareció ante el gobernador, quien la condenó a ser devorada por las fieras. Durante algún tiempo, estuvo bajo vigilancia en el palacio de cierta reina Trifaena (personaje histórico), cuya hija, antes de morir, le había revelado su presentimiento de adoptar a Tecla, en razón de que era una mujer virtuosa que oraba por la salvación de la hija de la reina, "a fin de que su alma morase en la casa de los justos."

Cuando llegó la fecha de la ejecución, Tecla fue sacada del palacio y expuesta a las fieras en el anfiteatro, pero los leones, en vez de atacarla, se echaron a sus pies y se los lamieron mansamente, como si quisieran besarlos. Los cuidadores de las bestias optaron por retirar a los leones y sacar otros animales más feroces. Mientras se practicaba el cambio, Tecla fue conducida ante un estanque donde había lobos marinos. Cuando los verdugos la despojaban de sus vestiduras para arrojarla a las aguas, la doncella recordó que aún no había sido bautizada y entonces se arrojó al foso al tiempo que decía: "En nombre de Jesucristo, yo me bautizo en mi última hora." Los lobos marinos murieron como fulminados por un rayo y, cuando Tecla salió del foso, aparecía en torno a ella un halo de fuego y humo que ocultaba su desnudez a los ojos del público e impedía que se le acercaran las fieras. El siriarca Alejandro sugirió entonces que se echaran a la arena los toros bravos para que lucharan entre sí con la víctima atada a los cuernos de una de las fieras. "Se hará lo que pides pero será inútil", dijo con aire fatalista el gobernador y dio la orden. Cuando los toros se precipitaron uno contra otro, enfurecidos, las cuerdas que ataban a Tecla se rompieron y la joven cayó al suelo sin sufrir daño alguno, mientras los toros luchaban entre sí, sin ocuparse de ella. En aquel momento, la reina Trifaena se desmayó y el gobernador ordenó que se suspendiesen los juegos en la arena, en consideración a las fuertes emociones de Trifaena, que era pariente del César. [Trifaena era prima segunda del emperador Calígula.] Así, entre los aplausos de la multitud, Tecla quedó en libertad. Vestida con ropas de hombre, huyó de Antioquía para reunirse con San Pablo en la ciudad de Myra, en Licia. El apóstol le dio instrucciones para que enseñara la palabra de Dios y así lo hizo la muchacha, que partió a Iconio para convertir al cristianismo a su madre y otros miembros de la familia. Después, se retiró a vivir en la soledad de una cueva, en la región de Seleucia, donde permaneció durante setenta y dos años. La fama de los milagros que obraba en su reclusión, llegó a oídos de los médicos griegos de las ciudades vecinas, quienes hicieron investigaciones sobre las maravillosas curaciones y llegaron a la conclusión de que aquella Tecla era una virgen al servicio de la diosa Artemisa y, como tal, tenía poderes divinos para devolver la salud a los enfermos y lisiados. Los médicos sintieron celos ante aquella competencia y decidieron pagar a varios jovenzuelos para que se llegaran hasta la cueva y mataran (o violentaran, según dicen otras versiones) a Tecla. Cuando los jóvenes se presentaron para atacarla, ella estaba arrodillada, en oración y, antes de que alguno pudiese tocarla, la roca se abrió para darle refugio, puesto que así llegó a los brazos de su Señor. Sin embargo, otro de los relatos dice que Tecla encontró, dentro de la roca abierta, un pasadizo por el que logró escapar de sus perseguidores y, una vez libre, se dirigió a Roma en busca de San Pablo, que ya para entonces había sido decapitado. Y, "tras de permanecer en Roma una breve temporada, descansó en el sueño glorioso de la muerte." Fue sepultada a unos dos o tres estadios de distancia de la tumba de su maestro, San Pablo.

Es evidente que esta historia es una fábula, por lo menos en la mayoría de sus detalles. También resulta claro que fue escrita con la intención de exaltar la virtud de la virginidad y causar una profunda impresión entre los lectores, en cuanto a las enseñanzas del cristianismo sobre la castidad. Pero aun bajo este aspecto, las Actas de Pablo y Tecla resultan un tanto extravagantes, puesto que se pone en boca de San Pablo la enseñanza de que es muy difícil obtener la salvación sin la virginidad. Por esta causa, ha habido comentaristas que han llegado a suponer que las "Actas" fueron escritas bajo la influencia de los encratitas, una secta hereje que condenaba la práctica de beber vino, de comer carne y de contraer matrimonio. En realidad, Santa Tecla no vertió su sangre por Jesucristo; su martirio consistió en los reproches y castigos que recibió por parte de su prometido y de sus familiares, sus pruebas en la hoguera y ante las fieras. Esos fueron los tres tormentos a que fue sometida, según refiere el Rituale Romanum en las oraciones para encomendar el alma de los moribundos, con estas palabras: "Y así como Tú liberaste a la bendita virgen y mártir Tecla de los tres crueles tormentos, dígnate liberar el alma de éste tu siervo y llevarlo a gozar contigo de la bienaventuranza celestial." Desde la monumental iglesia edificada en el lugar donde se supone que estuvo la cueva que habitó Tecla, en Meriamlik, cerca de Seleucia, se extendió el culto y la veneración por esta santa, entre toda la cristiandad; se la conmemora en la liturgia romana y se hace mención de su nombre en el canon de la misa ambrosiana.


El texto griego de las Actas de Pablo y Tecla fue editado por Tischendorf en 1851 y reeditado por Lipsius-Bonnet en 1891, en Acta Apostolorum Apocrypha, vol. I. La versión siria fue publicada por W. Wright en 1871, y la armenia por F. C. Conybeare en The Apology and Acts of Apollonius and other Monuments of Early Christianity (1894). Ver también a Pirot, en Supplément au Dictionnaire de la Bible (1926), vol. I, cc. 494-495. Sir W. M. Ramsey, en su libro The Church in the Román Empire se adhiere al punto de vista de que realmente existió una mujer llamada Tecla que se convirtió por las enseñanzas del Apóstol San Pablo. En DCB., vol. IV, pp. 882-896, hay una extensa discusión sobre las actas, lo mismo que en una traducción al inglés de las mismas, de J. Orr, New Testament Aprocryphal Writings (1903).

jueves, 21 de septiembre de 2017

22 de septiembre: SAN FÉLIX III (IV), PAPA. Vidas de los Santos de A. Butler


(530 d.C.).En el año de 526, a su regreso de su visita a Constantinopla, el Papa San Juan I fue hecho prisionero en Ravena por Teodorico, rey de los godos, y murió al poco tiempo. Entonces, Teodorico presentó al sacerdote Félix para que fuese nombrado como sucesor del extinto pontífice, y entre el clero y el pueblo de Roma circuló una sensación de alivio, en vista de que la elección real había recaído sobre un hombre tan intachable, tan capacitado para desempeñar el alto cargo, de manera que, sin la menor tardanza y sin vacilación alguna, se procedió a elegirlo. El nuevo Papa utilizó el favor de que gozaba en la corte para promover los intereses de la Iglesia y obtuvo del rey un decreto por el que se imponía una multa a todos aquéllos que pasaran por alto la antigua costumbre de que un laico en litigio con un clérigo solamente podía citarlo ante el Papa o sus delegados. El monto de las multas que se impusieran por esas ofensas debería quedar a disposición de la Santa Sede para que fuese distribuido entre los pobres. San Félix aprobó los escritos de San Cesáreo de Arles sobre la gracia y el libre albedrío contra las opiniones de San Fausto de Riez. En 529, envió al segundo sínodo de Orange gran número de proposiciones sobre la doctrina de la gracia, extraídas de los trabajos de San Agustín y, de esta manera, dio las bases para la condenación del semi-pelagianismo por parte del concilio. La corte le cedió dos antiguos edificios del Foro Romano donde San Félix hizo construir la basílica de Santos Cosme y Damián. Los mosaicos que hasta hoy se admiran en el ábside y el arco central de esa iglesia fueron hechos bajo la dirección del Pontífice.

San Félix murió el año de 530, después de haber ocupado la sede apostólica durante cuatro años. En su tiempo, se le tenía por un hombre de gran sencillez humildad y caridad hacia los pobres.


A pesar de que en el Martirologio Romano se cita a este santo Papa como a Félix IV las investigaciones han demostrado que, en realidad, se trataba de Félix III, puesto que el antipapa de ese nombre no tenía derecho a figurar en el número de la sucesión. Ver a Félix II en este volumen, el 29 de julio. Los bolandistas insertan un breve relato de su pontificado, en la fecha del 30 de enero. Véase también el Líber Pontificalis (Duchesne), vol. V, pp. 270 y ss., así como a Grisar en Geschichte Roms und der Papste, vol. I, pp. 183 y ss. y 495 y ss.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

21 de septiembre: SAN MATEO, APÓSTOL Y EVANGELISTA. Vidas de los Santos de A. Butler

(Siglo I). Dos de los cuatro Evangelistas dan a San Mateo el nombre de Leví, mientras que San Marcos lo llama "hijo de Alfeo." Posiblemente, Leví era su nombre original y se le dio o adoptó él mismo el de Mateo ("el don de Jehová"), cuando se convirtió en uno de los seguidores de Jesús. Pero Alfeo, su padre, no fue el judío del mismo nombre que tuvo como hijo a Santiago el Menor. Se tiene entendido que era galileo por nacimiento y se sabe con certeza que su profesión era la de publicano, o recolector de impuestos para los romanos, un oficio que consideraban infamante los judíos, especialmente los de la secta de los fariseos y, a decir verdad, ninguno que perteneciera al sojuzgado pueblo de Israel, ni aún los galileos, los veían con buenos ojos y nadie perdía la ocasión de despreciar o engañar a un publicano. Los judíos los aborrecían hasta el extremo de rehusar una alianza matrimonial con alguna familia que contase a un publicano entre sus miembros, los excluían de la comunión en el culto religioso y los mantenían aparte en todos los asuntos de la sociedad civil y del comercio. Pero no hay la menor duda de que Mateo era un judío y, a la vez, un publicano.


La historia del llamado a Mateo se relata en su propio Evangelio. Jesús acababa de dejar confundidos a algunos de los escribas al devolver el movimiento a un paralítico y, cuando se alejaba del lugar del milagro, vio al despreciado publicano en su caseta. Jesús se detuvo un instante "y le dijo: "Sígueme", Y él se levantó y le siguió." En un momento, Mateo dejó todos sus intereses y sus relaciones para convertirse en discípulo del Señor y entregarse a un comercio espiritual. Es imposible suponer que, antes de aquel llamado, no hubiese conocido al Salvador o su doctrina, sobre todo si tenemos en cuenta que la caseta de cobros de Mateo se hallaba en Cafarnaún, donde Jesús residió durante algún tiempo, predicó y obró muchos milagros; por todo esto, se puede pensar que el publicano estaba ya preparado en cierta manera para recibir la impresión que el llamado le produjo. San Jerónimo dice que una cierta luminosidad y el aire majestuoso en el porte de nuestro divino Redentor le llegaron al alma y le atrajeron con fuerza. Pero la gran causa de su conversión fue, como observa San Beda, que, "Aquél que le llamó exteriormente por Su palabra, le impulsó interiormente al mismo tiempo por el poder invisible de Su gracia."

El llamado a San Mateo ocurrió en el segundo año del ministerio público de Jesucristo, y éste le adoptó en seguida en la santa familia de los Apóstoles, los jefes espirituales de su Iglesia. Debe hacerse notar que, mientras los otros evangelistas, cuando describen a los apóstoles por pares colocan a Mateo antes que a Tomás, él mismo se coloca después del apóstol y además agrega a su nombre el epíteto de "el publicano." Desde el momento del llamado, siguió al Señor hasta el término de su vida terrenal y, sin duda, escribió su Evangelio o breve historia de nuestro bendito Redentor, a pedido de los judíos convertidos, en la lengua aramea que ellos hablaban. No se sabe que Jesucristo hubiese encargado a alguno de sus discípulos que escribiese su historia o los pormenores de su doctrina, pero es un hecho que, por inspiración especial del Espíritu Santo, cada uno de los cuatro evangelistas emprendió la tarea de escribir uno de los cuatro Evangelios que constituyen la parte más excelente de las sagradas escrituras, puesto que en ellos Cristo nos enseña, no por intermedio de sus profetas, sino directamente, por boca propia, la gran lección de fe y de vida eterna que fue su predicación y el prototipo perfecto de santidad que fue su vida.
Se dice que San Mateo, tras de haber recogido una abundante cosecha de almas en Judea, se fue a predicar la doctrina de Cristo en las naciones de oriente, pero nada cierto se sabe sobre ese período de su existencia. La iglesia le venera también como mártir, no obstante que la fecha, el lugar y las circunstancias de su muerte, se desconocen. Los padres de la Iglesia quisieron encontrar las figuras simbólicas de los cuatro evangelistas en los cuatro animales mencionados por Ezequiel y en el Apocalipsis de San Juan. Al propio San Juan lo representa el águila que, en las primeras líneas de su Evangelio, se eleva a las alturas para contemplar el panorama de la eterna generación del Verbo. El toro le corresponde a San Lucas que inicia su Evangelio con la mención del sacrificio del sacerdocio. El león es el símbolo de San Mateo, quien explica la dignidad real de Cristo; sin embargo, San Jerónimo y San Agustín, asignan el león a San Marcos y el hombre a San Mateo, ya que éste comienza su Evangelio con la humana genealogía de Jesucristo.


El relato sobre San Mateo que figura en el Acta Sanctorum, Sept. vol. VI, se halla muy mezclado con las discusiones en relación con sus supuestas reliquias y sus traslaciones a Salerno y otros lugares. Puede hacerse un juicio sobre la poca confianza que se puede poner en esas tradiciones, si se tiene en cuenta el hecho de que cuatro diferentes iglesias de Francia han asegurado poseer la cabeza del apóstol. M. Bonnet publicó una extensa narración apócrifa sobre la predicación y el martirio de San Mateo, en Acta Apostolorum apocrypha (1898), vol. II, parte I, pp. 217-262 y hay otro relato, mucho más corto, de los bolandistas. El Martirologio Romano se refiere a su martirio y dice que tuvo lugar en "Etiopía", pero en el Hieronymianum se afirma que fue martirizado "en Persia, en la ciudad de Tarrium." De acuerdo con von Gutschmidt, esta declaración se debe a un error de lectura del nombre de Tarsuana, ciudad que Ptolomeo sitúa en Caramania, región de la costa oriental del Golfo Pérsico. A diferencia de la gran diversidad de fechas que se asignan a los demás apóstoles, la fiesta de San Mateo se ha observado en este día, de manera uniforme de todo el occidente. Ya en los tiempos de Beda existía una homilía escrita por él y dedicada a esta fiesta de San Mateo: véase el artículo de Morin en la Revue Bénédictine, vol. IX (1892), p. 325. Sobre los símbolos del evangelista ver DAC., vol. V, cc. 845-852.

martes, 19 de septiembre de 2017

20 de septiembre: SANTOS EUSTAQUIO Y SUS COMPAÑEROS, MÁRTIRES Vidas de los Santos de A. Butler

(Fecha desconocida). San Eustaquio figura entre los mártires más famosos de la Iglesia, venerado desde hace siglos, tanto en oriente como occidente. Se le cuenta entre los Catorce Santos Auxiliadores, es patrono de cazadores y, por lo menos desde el siglo octavo, dio su nombre a la iglesia titular de un diácono-cardenal de Roma. Sin embargo, sobre él no se puede decir nada con certeza. Sus leyendas sin valor histórico, relatan que era un general romano en los ejércitos del emperador Trajano, se llamaba Plácido y era muy aficionado a la cacería. Precisamente se hallaba cierta vez en persecución de alguna valiosa pieza en la soledad de los montes, cuando vio venir hacia él un gran ciervo en cuyos cuernos aparecía la figura de Jesucristo en la cruz (la misma historia se cuenta en la leyenda de San Huberto y en las de otros santos) y una voz que surgía de la aparición, le llamaba por su nombre. Se afirma que aquel prodigio ocurrió en la región italiana de Guadagnolo, entre Tivoli y Palestrina. La extraordinaria visión tuvo el efecto de convertir instantáneamente a Plácido al cristianismo. El general y toda su familia recibieron el bautismo y él tomó el nombre de Eustaquio, su esposa se llamó Teopistis y sus hijos, Agapito y Teopisto. Poco después de su conversión, Eustaquio perdió todos sus bienes y, tras una serie de infortunios, se vio obligado a separarse de su familia. En un momento crítico para el imperio, fue llamado para que se pusiera al mando de un ejército, volvieron los buenos tiempos y pudo reunirse con su esposa y sus hijos. Pero entonces, cuando el bienestar de este mundo se hallaba al alcance de sus manos, se negó a ofrecer sacrificios a los dioses durante la ceremonia que se celebró en Roma por su victoria al frente de las armas imperiales. Como consecuencia de aquella negativa, Eustaquio, su mujer y sus hijos, fueron encadenados sobre un enorme toro de bronce bajo el cual se encendió una hoguera a fin de que todos los miembros de la familia perecieran asados.


No obstante la enorme popularidad de la leyenda de San Eustaquio —como lo prueban la gran cantidad de versiones tanto en prosa como en verso—, hasta la existencia histórica del mártir es una cuestión dudosa. El culto no es antiguo ni es posible localizar su origen con precisión. Es posible que llegara del oriente, pero ya desde la primera mitad del siglo octavo, había sido adoptado en Roma. Delehaye analiza cabalmente la leyenda en el Bulletin de l´Académie Royale de Belgique, Classe des Lettres, 1919, pp. 175-210. El intento de A. H. Krappe en La Leggenda di S. Eustachio (1929) para unirla con el Dioscuri, es vano. Para la figura de San Eustaquio en el folklore, ver a Bachtold-Stáubli, en Handworterbuch d. deutsch. Aberglaubens.

lunes, 18 de septiembre de 2017

19 de septiembre: SANTOS GENARO, OBISPO DE BENEVENTO, Y SUS COMPAÑEROS, MÁRTIRES. Vidas de los Santos de A. Butler.

(¿305? d.C.).Genaro, natural según unos, de Nápoles y, según otros, de Benevento, fue obispo en la última de las ciudades nombradas cuando estalló la terrible persecución de Diocleciano. Sucedió por entonces que Sosso, diácono de Miseno, Próculo, diácono de Pozzuoli, y los laicos Euticio y Acucio fueron detenidos en Pozzuoli por orden del gobernador de Campania, ante el cual habían confesado su fe. Por su sabiduría y sus virtudes, Sosso había conquistado la amistad de San Genaro y, en cuanto éste tuvo noticias de que aquel siervo de Dios y otros compañeros habían caído en manos de los perseguidores, decidió ir a visitarlos y a darles consuelo y aliento en la prisión. Como era de esperarse, sus visitas no pasaron inadvertidas para los carceleros, quienes dieron cuenta a sus superiores de que un hombre de Benevento iba con frecuencia a hablar con los cristianos. El gobernador mandó que aprehendieran al imprudente desconocido y lo llevaran a su presencia. Genaro, el obispo, Festo, su diácono, y Desiderio, un lector de su iglesia, fueron detenidos dos días más tarde y conducidos a Nola, donde se hallaba el gobernador. Ahí, los tres soportaron con entereza los interrogatorios y las torturas a que fueron sometidos. Poco tiempo después, el gobernador debió trasladarse a Pozzuoli y los tres confesores, cargados con pesadas cadenas, tuvieron que caminar delante de su carro hasta aquella ciudad, donde fueron arrojados a la misma prisión en que se hallaban los otros cuatro mártires antes mencionados. A todos se les condeno a ser despedazados por las fieras y sólo aguardaban, hacinados en la inmunda celda, a que se cumpliera lasentencia. Un día antes de la llegada de San Genaro y sus dos compañeros, los otros cuatro confesores fueron expuestos a las bestias que no hicieron otra cosa más que rondar en torno suyo, sin atacarlos. Algunos días más tarde, los siete condenados fueron conducidos a la arena del anfiteatro y, para decepción del público, las fieras hambrientas y provocadas no hicieron otra cosa que rugir mansamente, sin acercarse siquiera a sus presuntas víctimas. El pueblo, irritado y sorprendido, imputó a la magia la salvación de los cristianos y vociferó para pedir que los mataran, de suerte que ahí mismo los siete confesores fueron condenados a morir decapitados. La sentencia se ejecutó cerca de Pozzuoli, y en el mismo sitio fueron enterrados los restos de los mártires.



Con el correr del tiempo, la ciudad de Nápoles entró en posesión de las reliquias de San Genaro que, en el siglo quinto, fueron trasladadas desde la pequeña iglesia de San Genaro, vecina a la Solfatara, donde se hallaban sepultadas. Durante las guerras de los normandos, los restos del santo fueron llevados a Benevento y, poco después, al monasterio de Monte Vergine, pero en 1497, se trasladaron con toda solemnidad a Nápoles que, desde entonces, honra y venera a San Genaro como su patrono principal.

Ninguna investigación puede correr el riesgo de depender de los datos sobre el martirio de San Genaro que mencionamos arriba; los que figuran en sus "actas" son de fecha muy posterior y enteramente indignos de confianza. En realidad, no se sabe nada con certeza de él ni de los otros que fueron también martirizados. Toda la fama del santo radica en ese "milagro permanente" (como lo llama Baronio) que es la licuefacción de la supuesta reliquia de la sangre del santo que se conserva en la capilla del tesoro de la iglesia catedral de Nápoles, un suceso maravilloso que se reproduce periódicamente desde hace cuatrocientos años. La reliquia consiste en una masa sólida, oscura y opaca, que llena hasta la mitad una redoma de cristal sostenida por un relicario de metal. En dieciocho ocasiones durante el año, relacionadas con la traslación de los restos a Nápoles (el sábado anterior al primer domingo de Mayo), con la fiesta del santo (19 de septiembre) y el aniversario de la salvadora intervención del mismo para evitar los catastróficos efectos de una erupción del Vesubio en 1631 (16 de diciembre), un sacerdote expone la famosa reliquia sobre el altar, frente a una urna que contiene la supuesta cabeza de San Genaro. Los fieles que llenan la iglesia en esas fechas, especialmente representados por un grupo de mujeres pobres conocidas con el nombre de zie di San Gennaro (tías de San Genaro) y que ocupan un lugar de privilegio junto al altar, entonan plegarias y cánticos. Al cabo de un lapso de tiempo que varía entre los dos minutos y una hora por regla general, el sacerdote agita el relicario con la redoma, lo vuelve cabeza abajo y la masa que era negra y sólida y permanecía seca, adherida al fondo del frasco, se desprende y se mueve, se torna líquida y adquiere un color rojizo, a veces burbujea y siempre aumenta de volumen. No sólo se realiza todo eso a la vista de las personas que estén en la nave del templo, sino de aquéllas que tienen el privilegio de ser admitidas en el santuario y que pueden ver el prodigio a menos de un metrode distancia. Y en aquel momento, el sacerdote anuncia con toda solemnidad: "¡Ha ocurrido el milagro!", se canta el Te Deum y la reliquia es venerada por la congregación y por el clero. Ninguno de los milagros o hechos sobrenaturales comprobados ha sido estudiado con mayor detenimiento, ni examinado por gentes de opiniones más opuestas, que este caso de la licuefacción de la sangre de San Genaro, y se puede afirmar, sin temor a equívocos, que ningún investigador o perito con experiencia, por racionalista que sea, se atreve a decir ahora que no sucede lo que se asegura que ocurre. No hay ningún truco posible y tampoco hay, hasta ahora, alguna explicación satisfactoria (aunque se han ofrecido muchas por parte de los católicos y de los que no lo son), a no ser la de que se trata de un auténtico milagro. Sin embargo, antes de que un milagro sea reconocido con absoluta certeza, deben agotarse todas las explicaciones naturales, y todas las interrogantes deben tener su respuesta.

Entre los elementos positivamente ciertos en relación con esta reliquia, figuran los siguientes:
1. — La substancia oscura que se dice ser la sangre de San Genaro (la que, desde hace más de 300 años permanece herméticamente encerrada dentro de la redoma de cristal que está sujeta y sellada por el armazón metálico del relicario) no ocupa siempre el mismo volumen dentro del recipiente que la contiene. Algunas veces, la masa dura y negra ha llenado casi por completo la redoma y, en otras ocasiones, ha dejado vacío un espacio equivalente a más de una tercera parte de su tamaño.
2. — Al mismo tiempo que se produce esta variación en el volumen, se registra una variante en el peso que, en los últimos años, ha sido verificada en una balanza rigurosamente precisa. Entre el peso máximo y el mínimo se ha llegado a registrar una diferencia de hasta 27 gramos.
3. — El tiempo más o menos rápido en que se produce la licuefacción, no parece estar vinculado con la temperatura ambiente. Hubo ocasiones en que la atmósfera tenía una temperatura media de más de 30° centígrados y transcurrieron dos horas antes de que se observaran signos de licuefacción. Por otra parte, en temperaturas de 5° a 8° centígrados más bajas, la completa licuefacción se produjo en un lapso de 10 a 15 minutos.
4. — No siempre tiene lugar la licuefacción de la misma manera. Se han registrado casos en que el contenido líquido de la redoma, burbujea, se agita y adquiere un color carmesí muy vivo, mientras que, en otras oportunidades, su color es opaco y su consistencia pastosa.

Entre las dificultades que surgen para aceptar el fenómeno como un milagro, cabe señalar las siguientes: el hecho de que en la enorme mayoría de los casos de otras reliquias de la sangre de los mártires que se encuentran en Nápoles y en las que se observa más o menos el mismo fenómeno, como la sangre de San Juan Bautista, la de San Esteban y la de Santa Úrsula, son reliquias positivamente espurias. Por siete veces, la sangre de San Genaro se tornó líquida mientras un joyero hacía reparaciones en el relicario, pero a menudo, durante las exhibiciones del mes de diciembre, no se produjo la licuefacción. La autenticidad de la misma reliquia es muy problemática, puesto que no contamos con registros sobre el culto a San Genaro, anteriores al siglo quinto. Además, existe una consideración de mayor peso: si la reliquia no es auténtica, ¿por qué ocurre con ella tan grande maravilla? ¿Qué propósitos tendría el milagro en una reliquia falsa? A esto se podría responder de la misma manera que a las interrogantes sobre otros muchos milagros: no tratemos de entender los infinitos caminos de Dios. Y si bien es verdad que durante siglos la licuefacción de la sangre de San Genaro ha sido una manifestación permanente de la omnipotencia de Dios para cientos de miles de napolitanos, es necesario tener en cuenta que los prodigios de esta naturaleza son, definitivamente, un obstáculo para la fe de otras gentes, de distinto temperamento, pero que también deben ser salvadas.

Los milagros que registran las Sagradas Escrituras son hechos revelados y objetos de fe. Hay otros milagros que no se consideran bajo el mismo punto de vista, y nuestra fe no los tiene como sustento, a diferencia de los anteriores, a pesar de que confirman e ilustran esa misma fe; tampoco exigen o admiten esos prodigios un asentimiento mayor que el indicado por la prudencia y que proviene de las pruebas obtenidas por las autoridades humanas en la materia, de las cuales dependen. No porque se confirme la realización de tales milagros, se deben admitir a ojos cerrados; las pruebas del hecho y de las circunstancias en que se produjo tienen que ser examinadas a fondo y debidamente pesadas y, cuando eso falla, es la prudencia la que rechaza o admite nuestro asentimiento. Si las evidencias humanas establecen la certeza de un milagro fuera de toda duda posible, mayores motivos habrá para alentarnos a elevar nuestros espíritus hacia Dios en humilde adoración, en amorosa alabanza, para honrarle en sus santos ya que, por medios tan maravillosos, nos da pruebas tangibles de la gloria a la que los ha exaltado.


Las poco satisfactorias actas de San Genaro y sus compañeros han llegado hasta nosotros en diversas formas. Los textos impresos en el Acta Sanctorum, sept. vol. VI (aunque fuera de lugar, al fin del volumen), ponen de manifiesto esta diversidad. Por otra parte, no puede haber dudas de que un obispo llamado Genaro fue martirizado en las vecindades de Nápoles, ni de que fue venerado desde época muy antigua. Alrededor del año 431, el sacerdote Uranio, hacía alusiones al obispo en términos que indican claramente que le consideraba como a un santo de los cielos, comparable al famoso San Martín de Tours; los frescos pintados en el siglo quinto en la llamada "catacumba de San Genaro", en Nápoles, lo representan con una aureola. En los calendarios más antiguos del oriente y el occidente figura su nombre en la fecha de hoy. Ver el Acta Sanctorum, noviembre, vol. II, parte 2, p. 517; al Studi e Testi, vol. XXIV (1912), pp. 79-114, de Pió Franchi de Cavalieri. Naturalmente, el caso de la licuefacción de la sangre ha sido estudiado y comentado una y otra vez. Reivindica el carácter sobrenatural del prodigio, Tagliatela, en Memorie Storico-critiche del culto e del sangue di S. Gennaro (1893); a Cavéne, en Le célebre Miracle de S. Janvier a Naples et a Pouzzoles (1909); a Alfano e Amitrano, en Il Miracolo di S. Gennaro (1924) —esta última obra contiene una bibliografía con 1346 menciones de otras tantas obras— y la obra en inglés del obispo E. P. Graham, The Mistery of Naples (1909), así como The Testimony of Blood (1929) de lan Grant. El punto de vista de los que ponen en tela de juicio el carácter milagroso de la licuefacción, se expone en Neapolitanische Blulwunder (1912) de Isenkrahe y en The Month de enero, febrero y marzo de 1927 y febrero de 1930, en los artículos de Fr. Thurston, quien también contribuye con otro artículo sobre el tema en The Catholic Encyclopaedia, vol. VIII, pp. 295-297. El Kircheliches Handlexikon declara (vol. II, col. 25) que "no se puede hacer un juicio concluyente sobre el asunto, en vista de que, pese a todos los esfuerzos, no se ha podido encontrar ninguna explicación natural."

domingo, 17 de septiembre de 2017

18 de Septiembre: SAN METODIO DE OLIMPO, OBISPO Y MÁRTIR Vidas de los Santos de A. Butler

(c. 311 d.C.). San Jerónimo declara que Metodio fue, primero, obispo de Olimpo, en Licia, y después, en la sede de Tiro, y afirma que recibió la corona del martirio en la ciudad griega de Khalkis, al finalizar la última persecución. Esas declaraciones fueron reproducidas en el Martirologio Romano, pero existe prácticamente la certeza de que Metodio nunca fue obispo de Tiro; los escritores griegos se refieren a él como obispo de Patara, en Licia. Carecemos de detalles sobre su vida y su martirio, y todo lo que se sabe de él radica en sus escritos. Fue el autor de un diálogo que tituló "Sobre la Resurrección" para contradecirlas enseñanzas de Orígenes en el sentido de que el cuerpo resucitado del hombre no es el mismo que su cuerpo terrenal. Escribió sobre el libre albedrío en contra de los valentinianos y fue el autor de otras obras que impresionaron a San Jerónimo hasta el extremo de que se refiere a él como al "muy elocuente Metodio", en tanto que el Martirologio Romano le llama "el muy renombrado, por la brillantez de sus predicaciones y de su sabiduría." £1 propio Metodio, sin embargo, dio su apoyo a los errores del milenarismo, es decir sobre el reinado temporal de Cristo durante un millar de años antes de la resurrección de los muertos, en la obra que tituló "Symposium." El mejor conocido entre sus trabajos es este "Symposium" o Banquete de las Diez Vírgenes, que fue escrito según el modelo del "Banquete" de Platón. Como imitación, la citada obra es un fracaso (Alban Butler dice que su estilo es "difuso, hinchado y plagado de epítetos"), pero en tiempos remotos tuvo su fama como tratado sobre la virginidad. En el libro se relata cómo una matrona se presenta para decir a su amigo Eubulus (el seudónimo del propio San Metodio) lo que se habló en el curso de la conversación entre diez doncellas durante un banquete en los jardines de Arete (la Virtud). En boca de cada una de las diez doncellas, se pone un discurso de alabanza a la virginidad. La obra termina con un himno al Señor como Esposo de la Iglesia, donde la doncella Tecla canta una serie de estrofas rimadas por orden alfabético, a las que responden las otras con un refrán. Ese es uno de los himnos cristianos más antiguos de los que se conocen.

Los escasos datos en existencia sobre la vida de San Metodio de Olimpo fueron recogidos en el Acta Sanctorum, sept. vol. V. En relación con la obra literaria del santo, las modernas investigaciones han descubierto el texto eslavo de varios de sus escritos, manuscrito éste que aprovechó N. Bonwetsch en su libro Methodius von Olympus (1891). Ver también el Altkirchuche Literatur de Bardenhewer (1913), vol. II, pp. 334 y ss., así como el DTC., vol. X, cc. 1606-1614.