El admirable emperador de
Alemania san Enrique, por sobrenombre «el piadoso, nació en el castillo de
Abaudia, sobre el Danubio, y fué hijo de Enrique, duque de Baviera, y de
Gisela, hija de Conrado, rey de Borgoña. Bautizóle el santo obispo de
Ratisbona, Wolfango, el cual tomó a su cuenta la educación del niño y le hizo
letrado, y aficionado a toda virtud. Habiendo heredado el santo príncipe los
estados de su padre, fué elegido con gran conformidad por emperador de
Alemania, sucediendo en el imperio a Otón III. Consultaba con Dios todo lo que
había de disponer en el gobierno de sus vasallos, orando fervorosamente, dando
largas limosnas, y tomando el parecer de los varones más santos y prudentes.
Estando un día para asistir a unos espectáculos o fiestas públicas que
parecieron mal a san Popón, abad, el critsiano príncipe luego las dejó y mandó
que no se hiciesen. Reparó muchas iglesias que estaban destruidas de los
esclavones y otros bárbaros, y amplificó en todo su imperio la religión
católica y el culto divino. Habiendo vencido a Roberto, rey de Francia, y hecho
paces con él, juntó un buen ejército contra los infieles, especialmente los
polacos, bohemios, moravos y esclavones, y ciñéndose la espada que había sido
de san Adriano mártir, salió a campaña, haciendo voto a san Lorenzo de
reedificar su iglesia de Merseburgo si le alcanzaba victoria. Y cuando le
salieron al encuentro los príncipes enemigos con un formidable ejército de
gente innumerable, mandó que todas sus tropas se confesasen y comulgasen, como
solían hacer, en semejantes ocasiones, y les exhortó a pelear animosamente,
esperando el favor del cielo. Dio el Señor entera victoria de sus enemigos al
santo emperador, el cual hizo tributarias a Polonia, Bohemia y Moravia, y
declaró luego guerra a los borgoñones, que aunque estaban muy poderosos y
armados, se le rindieron sin querer pelear. Pasó más tarde a Italia para
restituir, como lo hizo, a la silla de san Pedro a Benedicto VIII, de la cual
había sido injustamente despojado. Recobró con gran valor la provincia de la
Pulla, que le habían usurpado los griegos, y fué cognado en Roma con gran
solemnidad por el papa Benedicto. Cuando volvió a Alemania, quiso pasar por
Francia y visitar el monasterio cluniacense que florecía con gran fama de
santidad, y estando allí oyendo misa de la Cátedra de san Pedro, llevado de un
gran fervor ofreció en ella su corona de oro llena de preciosísimas piedras.
Finalmente, después de tantas; victorias y obras heroicas de virtud, viendo que
llegaba su última hora, llamó a los príncipes del imperio, y tomando por la
mano a su mujer, santa Cunegunda, se la encomendó encarecidamente,
declarandoque estaba virgen, y que ambos habían, guardado castidad y vivido
como hermanos. Murió el santo emperador a la edad de cincuenta y dos años.
Reflexión: Grande es la obligación que tienen los príncipes y gobernantes
cristianos de amparar nuestra santísima religión. Del cumplimiento de este
sagrado deber depende, como has leído, la prosperidad de los estados, porque la
religión inspira así a los gobernantes como a los pueblos gobernados
sentimientos de toda virtud y justicia que son la mejor garantía de la paz y
felicidad de las naciones. Pero ¿qué ha de suceder si en la corte y en el reino
imperan la irreligión, el egoísmo, la inmoralidad y la falta de toda justicia y
temor de Dios?
Oración: ¡Oh Dios! que en este mismo día trasladaste al
bienaventurado Enrique, tu confesor, desde el trono de la tierra al reino de la
gloria; rogámoste humildemente que nos des tu ayuda para despreciar como él los
halagos de este mundo, y llegar a ti por la inocencia de nuestras costumbres.
Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario