El humildísimo siervo de Cristo
san Alejo, nació en la ciudad de Roma y fué hijo de un gran caballero rico y
poderoso que se llamaba Eufemiano. Por obedecer a sus padres, se desposó con
una doncella de esclarecido linaje: mas inspiróle Dios que hiciese un perfecto
holocausto de sí mismo y de todos los deleites del mundo. Obedeció Alejo; entró
en el aposento donde estaba su esposa, y dióle un anillo de oro y una cinta muy
rica envuelta en un velo colorado de seda, y dijóle que guardase aquellas joyas
en prenda de su amor hasta que Dios otra cosa ordenase; y tomando luego algunos
dineros, mudó el traje y partió a Laodicea, y de allí a Edesa, en la
Mesopotamia, donde se vistió de pobre y comenzó a mendigar. Lo más del tiempo
vivía debajo de un portal de una iglesia de Nuestra Señora. Quedaron atónitos
los padres de Alejo, sabiendo que no se hallaba en casa, la madre en un
perpetuo llanto, la esposa deshaciéndose en lágrimas, y el padre, enviando por
todas partes criados que le descubriesen a su hijo. Por señas que algunos de
ellos tuvieron, llegaron a Edesa, donde Alejo estaba; pero le hallaron tan trocado,
que le dieron limosna y no le conocieron. Diez y siete años estuvo en Edesa, y
haciéndose después a la vela hacia Tarso de Cilicia para visitar el templo del
apóstol san Pablo, una brava tempestad lo llevó a Italia, y viéndose ya en el
puerto de Ostia, determinó entrar en Roma, y para triunfar más gloriosamente de
sí mismo, irse a la casa de sus mismos padres, donde entendía que no sería
conocido. Acogióle en efecto su padre, que era muy caritativo y amigo de
socorrer a los pobres, y el santo se aposentó en una camarilla estrecha y
oscura en el portal de la casa, donde padeció grandes molestias de los criados:
porque como si fuera un simple e insensato, le daban bofetadas, le echaban
cosas inmundas y Te hacían otras muchas befas y agravios. Diez y siete años
pasó el santo en esta vida tan abatida y admirable, hasta que teniendo
revelación del día de su muerte, escribió en un papel su nombre y el de sus
padres y de su esposa, y el viernes siguiente entregó su espíritu al Creador.
Estaba a la sazón el papa diciendo misa delante del emperador, y oyóse una voz
del cielo que decía: «Buscad al siexvo de Dios en casa de Eufemiano», y
halláronle tendido en el suelo, cercado de gran resplandor y hermoso como un
ángel. Ecio, cancelario, por mandato del pontífice y del emperador, leyó la
carta que el santo tenía apretada en sus manos, en ella halló los nombres de
sus padres y de su esposa, la cual derribándose sobre el sagrado cadáver, dijo
tales cosas que ablandaran corazones de piedra. Fué sepultado el día siguiente con
grandísima pompa en la iglesia de san Bonifacio, y el Señor le glorificó con
grandes prodigios.
Reflexión: Es Dios (coma dice el
real profeta) admirable en sus santos: pero lo es muy particularmente en su
humildísimo siervo san Alejo. ¡Qué castidad tan entera y pura infundió en su
alma! ¡qué obediencia para menospreciar los regalos de su casa y dejar a sus
padres, esposa, deudos y amigos! ¡qué pobreza de espíritu para vivir tantos
años como mendigo! y sobre todo esto ¡qué fortaleza y sufrimiento para triunfar
de sí y del mundo con un género de victoria tan nuevo y glorioso! Sea el Señor
bendito y glorificado para siempre en sus santos y a nosotros nos dé gracia
para hacer por su amor, siquiera los pequeños sacrificios que nos pide.
Oración: Oh Dios que cada año
nos alegras con la solemnidad del bienaventurado Alejo tu confesor, concédenos
que imitemos las acciones de aquel, cuyo nacimiento al cielo celebramos. Por
Jesi cristo, nuestro Señor. Amén.
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