Entre las ilustres victorias que
Dios nuestro Señor ha dado a los cristianos contra los infieles y enemigos
suyos, es muy admirable la de las Navas de Tolosa, que alcanzó el rey de
Castilla don Alfonso el VIII, en compañía de los reyes de Aragón y de Navarra,
sobre el rey moro Mahomat y su innumerable ejército. Recabó el arzobispo de
Toledo del papa Inocencio III que concediese cruzada a todos los que viniesen a
aquella guerra, y les otorgase las mismas gracias e indulgencias que se
concedían a los que iban a la conquista de la Tierra Santa; y fué tan grande el
concurso de gentes que acudieron de toda España y aun de Francia e Italia, que
se puso en orden uno de los más lucidos ejércitos que en España se habían
visto. Salieron pues de Toledo los soldados cristianos a los veinte días del
mes de junio; y venciendo las dificultades del camino, ganaron de mano de los
bárbaros algunos pueblos, como Malagón y Calatrava, y llegaron al puerto que
llaman del Muradal, en donde estaba el rey Mahomat con su ejército muy grande y
poderoso. Supo el moro de sus espías que los cruzados extranjeros se habían
retirado, en cierto motín que sucedió en el ejército; y determinó esperar al
rey en campo raso, y así se retiró un poco a los llanos de Baeza, dejando en
las Navas de Tolosa (que es un paso muy estrecho) jarte de su gente para hacer
daño en los cristianos. El camino era muy trabajoso y áspero, y los enemigos
estaban ya a la vista; mas un pastor muy práctico de toda aquella tierra guió a
los cruzados por la ladera del monte, de tal manera, que llegaron al sitio que
deseaban, viéndolos los enemigos sin poderles estorbar el paso. El rey Mahomat
presentó luego batalla a los cristianos, y llegada la noche del domingo, el rey
Alfonso mandó pregonar a sus tropas que se apercibiesen para la batalla con la
confesión y comunión; y levantando las manos al cielo, suplicó al Señor les
diese victoria de sus enemigos. Vinieron pues a las manos los dos ejércitos, y
al principio parecía que llevaban lo mejor los moros, de manera que el rey dijo
al arzobispo don Rodrigo: <Ea, arzobispo; muramos aquí, yo, y vos!» Mas el
arzobispo le respondió:
«No, señor, no moriremos, sino
que venceremos. Y luego se conoció la ventaja de los cristianos y el favor del
cielo; porque la cruz que un canónigo de Toledo llevaba delante del arzobispo,
pasó por todos los escuadrones enemigos sin daño del que la llevaba, con tirarle
de todas partes infinitas saetas, y llegando el estandarte real que llevaba una
imagen de Nuestra Señora a donde estaba la mayor fuerza del ejército moro, lo
desbarató y deshizo como humo. El rey Mahomat, con algunos de su corte, apenas
pudo escapar, quedando muertos en el campo doscientos mil almohades. Esta
insigne victoria llenó de grande alegría y regocijo a toda la cristiandad, y
para memoria de ella se instituyó la fiesta del triunfo de la santa Cruz,
porque la santa Cruz rompió por medio de los escuadrones enemigos y quebrantó
aquel día todo el poder de la soberbia morisma.
Reflexión: Supliquemos al Señor
que por la virtud de la santa Cruz sea también confundida y humillada la
arrogancia de los herejes, sectarios v demás enemigos de Jesucristo, que turban
la paz del pueblo cristiano con tan grande menoscabo de su felicidad temporal y
eterna.
Oración: Oh Dios, que por la
virtud de tu santa Cruz diste a tu pueblo creyente glorioso triunfo de sus
enemigos, rogámoste» que concedas victoria y honra perpetua a los piadosos
adoradores de la santa Cruz. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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