El venerable fundador de la
orden de Valleumbrosa, san Juan Gualberto, nació en Florencia, y se convirtió
de la vanidad del siglo a la perfección evangélica por un caso notable que le
sucedió, y fué de esta manera. Tenía Juan un padre que se llamaba como él
Gualberto y era valiente y bravo soldado, el cual traía enemistad con un hombre
que injustamente había muerto a un pariente suyo, y para vengarse, le pretendía
matar: y Juan acudía a la voluntad de su padre y andaba en los mismos pasos y
cuidados. Un día, yendo a Florencia él y otro criado bien armados, topó acaso a
aquel su enemigo, desarmado, y en un paso tan estrecho que no se podía huir ni
escapar. Turbóse aquel pobre hombre, y echándose a los pies de Juan con grande
humildad, le pidió por amor de Jesucristo crucificado que le perdonase y le
diese la vida. Fué tanto lo que se enterneció Juan oyendo el nombre de
Jesucristo crucificado, que luego levantó del suelo a su enemigo, le abrazó, le
perdonó y dijo que estuviese seguro. Partióse pues aquel pobre hombre
consolado, y Juan siguió su camino, y entró en una iglesia, donde poniéndose a
hacer oración delante de un crucifijo que allí estaba, vio claramente que el
crucifijo le inclinó la cabeza como quien le hacía gracias por su caridad.
Quedó Juan confuso por este regalo del Señor, y determinó abrazarse con Cristo
crucificado. Para esto pidió al abad de san Miniato de Florencia el hábito de
san Benito, y fué tal el ejemplo de santidad que dio a los monjes, que
fallecido el abad, todos pusieron los ojos en Juan para hacerle su prelado: más
él no lo consintió por su humildad, y como se alzase con el gobierno un monje
que turbaba la paz del monasterio, el santo se partió con un compañero para
buscar otro lugar donde con más quietud pudiese servir a Dios. Vino pues a un
valle que por la espesura de los árboles se llama Valleumbrosa, y está en la
provincia de Toscana, y allí por inspiración del Señor hizo su morada, y en
aquel sitio se formó un grande y numeroso monasterio, debajo de la regla de san
Benito, aunque con algunas constituciones propias y particulares de nuestro
santo. Favorecióle, el Señor con su gracia y con dones de milagros y profecías,
y después de haber edificado otros monasterios y resucitado en ellos el
primitivo espíritu de san Benito, gobernándolos santísimamente por espacio de
veintidós años, a los setenta -y cuatro de su edad, dio su espíritu al Señor.
Reflexión: Después de haber
leído la caridad que usó san Gualberto con su enemigo mortal, no quisiera,
amado lector) que conservases en tu corazón algún maligno rencor y deseo de
venganza. No trates acaso de manchar tus manos con la sangre del que te ofendió
y perjudicó, ni aun tal vez de delatarle a un tribunal en demanda de justicia.
Pues ¿qué provecho sacarías de maldecirle y desearle la muerte o alguna
desgracia? ¿Podrías con este odio acarrearle algún grave mal? No: el mal
recaería sobre de ti, porque con esos malditos rencores no harías más que
llenar tu conciencia de pecados. Sacrifica pues generosamente por amor de
Cristo crucificado todos tus odios y resentimientos y dile con todo el corazón
(y no solamente con los labios) aquellas palabras del Padre nuestro: Perdónanos
nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.
Oración: Suplicámoste, Señor,
que nos haga recomendables ante tu divino acatamiento la intercesión del
bienaventurado Gualberto, abad, para que consigamos por su protección lo que no
podemos alcanzar por nuestros méritos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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