Los nobilísimos y portentosos
mártires de Cristo Abdón y Senén fueron persas de nación, y caballeros
principales y muy ricos en su patria; los cuales siendo cristianos y viendo
padecer a los que lo eran graves tormén- • tos y muertes atroces, imperando
Decio y persiguiendo crudamente a la Iglesia, se ocupaban en consolar las almas
de los que padecían por Cristo, y en dar sepultura a los cuerpos de los que con
muerte habían alcanzado la vida. Supo esto Decio: madóle prender y traer a su
presencia, habiéndolos oído, y sabiendo por su misma confesión que eran
cristianos, les mandó echar cadenas y prisiones, y guardar con otros cautivos
de su misma nación que tenía presos, porque quería volver a Roma y entrar
triunfando, y acompañado de todos estos presos y cautivos para que su triunfo
fuese más ilustre y glorioso. Hízose así: entró en Roma el emperador con gran
pompa acompañado de gran multitud de persas cautivos, entre los cuales iban los
santos mártires Abdón y Señen ricamente vestidos, como nobles que eran, y como
presos, cargados de cadenas y grillos. Después mandó Decio a Claudio, pontífice
del Capitolio, que trajese un ídolo y le pusiese en un altar, y exhortándoles
que le adorasen, porque así gozarían de su libertad, nobleza y riquezas. Mas
los santos, con gran constancia y firmeza, le respondieron que ellos a solo
Jesucristo adoraban y reconocían por Dios, y a El le habían ofrecido sacrificio
de sí mismos. Amenazólos con las fieras, y ellos se rieron. Sacáronlos al
anfiteatro, y quisieron por fuerza hacerlos arrodillar delante de una estatua
del sol, que allí estaba; pero los mártires la escupieron, y fueron azotados y
atormentados cruelmente con plomos en los azotes, y estando desnudos y
llagados, aunque vestidos de Cristo y hermoseados de su divina gracia, soltaron
contra ellos dos leones ferocísimos y cuatro osos terribles, los cuales, en
lugar de devorar a los santos, se echaron a sus pies y los reverenciaron, sin
hacerles ningún "mal. El juez Valeriano, atribuyendo este milagro a arte
mágica, mandó que los matasen; y allí los despedazaron con muchos y despiadados
golpes y heridas que les dieron, y sus almas hermosas y resplandecientes
subieron al cielo a gozar de Dios, dejando sus cuerpos feos y revueltos en su
sangre. Los cuales estuvieron tres días sin sepultura, para escarmiento y
terror de los cristianos; pero después vino Quirino, subdiácono (que se dice
escribió la vida de estos santos), y de noche recogió sus sagrados cadáveres y
los puso en un arca de plomo, y los guardó en su casa con gran devoción. E
imperando el gran Constantino, por revelación celestial fueron descubiertos y
trasladados al cementerio de Ponciano.
Reflexión: Decía Marco Tulio,
adulando al emperador Cayo César que acababa de perdonar generosamente a Marco
Marcelo: «Has rendido muchas naciones y domado gentes bárbaras y triunfado de
todos tus enemigos; pero hoy has alcanzado la más ilustre victoria, porque
perdonando a tu enemigo te has vencido a ti mismo». ¿Pues quién duda que según
esta filosofía, mayor victoria alcanzaron los santos Abdón y Senén atados al
carro triunfal de Decio, que el otro emperador que acababa de sujetar a los
Persas? ¡Oh! ¡Cuán grande gloria es padecer afrentas por Cristo! «Más gloriosa,
dice san Crisóstomo, es esa igonominia que la honra de un trono real, y del
imperio del mundo».
Oración: Oh Dios, que concediste
a tus bienaventurados mártires Abdón y Senén un don copioso de tu gracia, para
llegar a tan grande gloria; otórganos a rastros, siervos tuyos, el perdón de
nuestros pecados, para que por sus méritos nos veamos libres de todas las
adversidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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