El prudentísimo y pacientísimo
san Eugenio, obispo de Cartago, era un caballero seglar de esta ciudad muy
estimado por su celo, discreción y piedad cristiana, cuando por voz común de
todos sus conciudadanos, fué elegido y ordenado sacerdote y obispo de aquella
iglesia en tiempo del cruel Hunerico, rey de los Vándalos, los cuales se habían
hecho dueños y señores del África. Y aunque el santo prelado gozó de paz en los
primeros tiempos de su gobierno, y era respetado de los herejes, y tan amado de
los católicos, que dieran por él la hacienda y la vida, no tardó el rey
Hunerico, que profesaba la secta de los arríanos, en perseguir de muerte a los
fieles, y a sus venerables pastores. Y para dar algún color a su perfidia,
obligó a todos los obispos a jurar que deseaban que después de su muerte le
sucediese su hijo en el trono. No dudaron algunos en jurarlo, juzgando que
podían con ello contentar al rey, y otros no prestaron aquel juramento,
pensando que era contrario a la ley de justicia; pero el bárbaro monarca los
condenó a todos, alegando que los primeros habían sido infieles a Dios, que
manda no jurar; y los segundos se habían mostrado rebeldes a su príncipe. Poco
después dio orden para que la persecución se hiciese general. Los sacerdotes de
Cartago fueron azotados con látigos y varas, las vírgenes consagradas a Dios
cruelmente atormentadas, muriendo muchas de ellas en el potro, y los obispos, y
todo el clero, y muchos seglares y señores católicos fueron desterrados sn
número de unas cinco mil personas. Cuando el pueblo vio tan maltratados a
aquellos venerables sacerdotes y al santísimo obispo Eugenio, que con ellos iba
desterrado, les seguía con los ojos llenos de lágrimas, diciendo: ¿Cómo nos
dejáis así desamparados para ir vosotros al martirio?^ ¿quién bautizará a
nuestros hijos?, ¿quién nos administrará la penitencia y la comunión?, ¿quién
nos enterrará después de muertos y ofrecerá por nosotros el divino sacrificio?
Habiendo fallecido ya aquel cruel rey de los Vándalos, tornó el varón de Dios a
su diócesis, pero fué desterrado de nuevo por Trasimundo a las Galias, y
haciendo vida solitaria cerca de Albi escribió algunos libros contra los
errores de los herejes, hasta que consumido de trabajos descansó en el Señor.
También murió en el destierro todo el clero de Cartago, compuesto de unos
quinientos sacerdotes y diáconos y de muchos niños que eran cantores de aquella
iglesia, y con ellos el santo arcediano llamado Salutario, y Murita, que era el
segundo de aquellos sagrados ministros, los cuales habiendo sido puestos por
los herejes tres veces en el tormento, perseveraron constantes en la verdadera
fe de la iglesia católica y merecieron la corona inmortal de confesores de
Jesucristo.
Reflexión: ¿Has reparado sin
duda en el castigo que dio el bárbaro Hunerico así a los que trataron de
contentarle a él, como a los que sólo quisieron contentar y estar bien con
Dios? Cumplamos pues las obligaciones de conciencia sin respetos humanos, porque
hasta los malos echan a mala parte lo que se hace por complacerles contra la
conciencia, y violando la ley del retorno vuelven mal por bien. Mas Dios, es
fidelísimo, y si hacemos su santidad voluntad, aun a costa de las persecuciones
de los malvados, no seremos confundidos, sino más dignos del respeto y
admiración de los hombres, y de la alabanza y gran recompensa de Dios.
«Bienaventurados, dice Jesucristo, los que padecen por la justicia, porque es
grande su galardón en el reino de los cielos.
Oración: Dígnate, Señor, oír nuestras oraciones
en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice Eugenio, y perdona
nuestros pecados, por los méritos e intercesión de este santo que te sirvió tan
dignamente. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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