Los años en que el número de Domingos después de Pentecostés no pasa de veintitrés, se toma hoy la Misa del veinticuatro y último Domingo, y la señalada para el veintitrés se dice el Sábado de la semana anterior o el día más próximo que se halla impedido por alguna fiesta doble o semidoble.
Pero, en todo caso, el Antifonario se termina hoy; el Introito, el Gradual, el Ofertorio y la Comunión que van a continuación, se deberán repetir todos los Domingos sucesivos, más o menos numerosos, según los años, hasta Adviento. En tiempo de San Gregorio el Adviento era más largo que hoy y, por eso, sus semanas se anticipaban a parte del Ciclo ocupada ahora por los últimos Domingos después de Pentecostés. Así se explica la penuria de formularios para las misas dominicales después del Domingo vigésimotercero.
LA ANTIGUA MISA DEL DOMINGO VEINTITRÉS.—La Iglesia, sin perder de vista antiguamente, aun en este Domingo, el desenlace final de la historia del mundo, volvía su pensamiento hacia la llegada ya próxima del tiempo consagrado a preparar a sus hijos a la gran fiesta de Navidad. Para Epístola, se leía el pasaje siguiente de Jeremías, que más tarde sirvió en diversos lugares para la Misa del primer Domingo de Adviento: "He aquí que el día llega, dice el Señor, y suscitaré a David una raza justa. Reinará un Rey que será sabio y hará justicia y juicio en la tierra. En estos días Judá será salvo e Israel habitará en paz; el nombre que darán a este Rey será: Señor, nuestra justicia. Por lo cual llega el tiempo, dice el Señor, en que ya no se dirá: Vive el Señor, que sacó de la tierra de Egipto a los Hijos de Israel, sino: Vive el Señor, que sacó y llevó al linaje de Israel de la tierra del aquilón y de todas las otras a que los arrojó y los hizo habitar en su propia tierra.
LA CONVERSIÓN DE LOS JUDÍOS. — Este pasaje, como se ve, se aplica muy bien y por igual a la conversión de los Judíos y a la restauración de Israel anunciada para los últimos tiempos. A su luz explican toda la Misa del Domingo vigésimotercero después de Pentecostés los liturgistas más ilustres de la Edad Media. Mas, para comprenderlos bien, hay que considerar que el Evangelio del Domingo vigésimotercero fué primitivamente el de la multiplicación de los cinco panes. Cedamos la palabra al piadoso y profundo Abad Ruperto, quien nos enseñará mejor que nadie el misterio de este día, en que terminan los acentos, tan variados hasta ahora, de las melodías gregorianas.
"La santa Iglesia, dice, pone tanto celo en hacer súplicas, oraciones y acciones de gracias por todos los hombres, como pide el Apóstol, que se la ve dar gracias también por la salvación futura de los hijos de Israel, los cuales sabe ella tendrán un día que unirse a su cuerpo. Y, en efecto, como al fin del mundo se salvará el resto de ese pueblo, la Iglesia se felicita de ello como de futuros miembros. Recordando las profecías que a ellos se refieren, canta en el Introito todos los años: El Señor dice: Mis pensamientos son pensamientos de paz y no de aflicción. Y, en efecto, todos sus pensamientos son pensamientos de paz, puesto que promete admitir al banquete de su gracia a los Judíos hermanos suyos según la carne, realizando lo que había sido figura en la historia del patriarca José. Los hermanos de éste, que le habían vendido, vinieron a él, acosados por el hambre, cuando ya sus dominios se extendían por toda la tierra de Egipto; los reconoció y recibió e hizo con ellos un gran banquete: del mismo modo Nuestro Señor, al reinar sobre todo el mundo y alimentar con abundancia del pan de vida a los Egipcios, es decir, a los Gentiles, verá que los que quedan de los hijos de Israel vuelven a El; recibidos en la gracia de Aquel a quien ellos negaron y dieron muerte, los sentará a su mesa, y el verdadero José beberá en abundancia y con gozo entre sus hermanos.
"El beneficio de esta mesa divina se significa en el Evangelio del Oficio del Domingo, en aquel paso que cuenta cómo el Señor alimentó a la multitud con cinco panes. Entonces, en efecto, abrirá Jesús para los Judíos los cinco libros de Moisés, llevados ahora como panes enteros y aún no partidos, por un niño, es decir, por este mismo pueblo que continúa todavía en la pobreza de espíritu de la infancia.
"Entonces se cumplirá el oráculo de Jeremías, tan a propósito puesto antes de este Evangelio; ya no se dirá más: Vive el Señor, que ha sacado a los hijos de Israel de la tierra de Egipto, sino: Vive el Señor, que los ha traído de la tierra del aquilón y de todas en las que estaban dispersos.
"Libertados, pues, de la cautividad espiritual en que ahora yacen, del fondo del alma cantarán la acción de gracias señalada en el Gradual: Tú, oh Señor, nos has libertado de los que los que nos perseguían.
"La súplica del Ofertorio en la que decimos: Del fondo del abismo he clamado a Ti, Señor, responde manifiestamente también a las mismas circunstancias. Pues, en ese día, sus hermanos dirán al grande y verdadero José: Te conjuramos que olvides el crimen de tus hermanos.
"La Comunión: En verdad, os lo digo, todo cuanto pidiereis en vuestras oraciones, y lo demás que sigue, que es la respuesta de este mismo José, que decía, como antiguamente el primero =: "No temáis. Vosotros habíais pensado hacerme daño, pero Dios lo convirtió en bien, a fln de encumbrarme como lo estáis viendo y salvar a muchos pueblos. No temáis, pues: yo os alimentaré a vosotros y a vuestros hijos".
MISA
El Abad Ruperto nos acaba de explicar el Introito. Está tomado de Jeremías como la antigua Epístola de este Domingo.
INTROITO
Dice el Señor: Yo pienso pensamientos de paz y no de añicción: me invocaréis, y yo os escucharé: y os haré volver de vuestra cautividad en todos los lugares.— Salmo: Bendijiste, Señor, tu tierra: redimiste la cautividad de Jacob. V. Gloria al Padre.
La petición del perdón se repite de continuo en la boca del pueblo cristiano, porque la fragilidad de la naturaleza hasta tal justo le arrastra continuamente en este mundo. Dios conoce nuestra miseria; su perdón no tiene fin, pero a condición de la humilde confesión de nuestras faltas y de la confianza en su bondad. Tales son los sentimientos que expresa la Iglesia en la Colecta del día.
COLECTA
Suplicárnoste, Señor, perdones los delitos de tus pueblos: para que, por tu benignidad, nos libremos de los lazos de los pecados, que hemos contraído por nuestra fragilidad. Por Nuestro Señor Jesucristo.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Ap. San Pablo a los Filipenses (Flp., III, 17-21; IV, 1-3).
Hermanos: Sed imitadores míos, y contemplad a los que caminan conforme al modelo que tenéis de mí. Porque hay muchos, de quienes os hablé muchas veces (y ahora lo repito llorando), que caminan como enemigos de la cruz de Cristo: cuyo fin será la muerte: cuyo Dios es el vientre: y su gloria será su confusión, porque sólo aman lo terreno. En cambio, nuestra conversación está en los cielos: de donde esperamos al Salvador, a Nuestro Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro humilde cuerpo, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, por el poder que tiene de someter a sí todas las cosas. Por tanto, hermanos míos carísimos y deseadísimos, gozo mío, y corona mía: permaneced así en el Señor, carísimos. Ruego a Evodia y suplico a Síntique que sientan lo mismo en el Señor. También te ruego a ti, fiel hermano, las ayudes a ellas, pues trabajaron conmigo en el Evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida.
EL BUEN EJEMPLO.— La Iglesia es un templo admirable que se levanta a gloria del Altísimo con el concurso de las piedras vivas que han de entrar en sus muros. La construcción de estas murallas sagradas según un plan preconcebido por el Hombre-Dios, es obra de todos. Lo que uno hace por medio de la palabra, otro lo hace con el ejemplo; pero los dos construyen, los dos edifican la ciudad santa; y del mismo modo que en tiempo de los Apóstoles, la edificación por el ejemplo gana a la otra en eficacia si la palabra no se apoya en la autoridad de una vida conforme al Evangelio. Pero, como el edificar a los que le rodean es para el cristiano una obligación que se funda a la vez en la caridad hacia el prójimo y en el celo de la casa de Dios, así tiene que buscar en otro, si no quiere pecar de presumido, la edificación para sí mismo. La lectura de libros buenos, el estudio de la vida de los santos, la observación, según la expresión de nuestra Epístola, la observación respetuosa de los buenos cristianos que viven a su lado, le servirán de mucha ayuda en la obra de la santificación personal y en el cumplimiento de los designios que Dios tiene sobre él.
Esta relación de pensamientos con los elegidos de la tierra y del cielo nos apartará de los malos que rechazan la cruz de Jesucristo y sólo piensan en las satisfacciones vergonzosas de los sentidos. Ella, en verdad, centrará nuestra conversación en los cielos. Y esperando el día, que ya está próximo, de la venida del Señor, "permaneceremos firmes en él, a pesar del mal ejemplo de tantos desgraciados arrastrados por la corriente que lleva al mundo a su perdición. La angustia y los padecimientos de los últimos tiempos sólo conseguirán aumentar en nosotros la santa esperanza; pues despertarán cada vez más en nosotros el deseo del momento solemne en que el Señor se aparecerá para terminar la obra de la salvación de los suyos, revistiendo también nuestra carne del resplandor de su cuerpo divino. Estemos unidos, como lo pide el Apóstol, y en lo demás: Regocijaos siempre en el Señor, escribe a sus queridos Filipenses; "otra vez os lo digo, regocijaos: el Señor está cerca"'.
GRADUAL
Nos libraste, Señor, de los que nos afligían: y confundiste a los que nos odiaron. V. Nos gloriaremos en Dios todo el día, y alabaremos tu nombre por los siglos.
Aleluya, aleluya. V. Desde lo profundo clamo a ti, Señor: Señor, escucha mi oración, Aleluya.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según San Mateo <Mt„ IX, 18-26).
En aquel tiempo, hablando Jesús a las turbas, he aquí que se acercó un príncipe, y le adoró, diciendo: Señor, mi hija acaba de morir: pero ven, pon sobre ella tu mano, y vivirá. Y, levantándose Jesús, le siguió, y también sus discípulos. Y he aquí que una mujer, que padecía flujo de sangre desde hacía doce años, se acercó por detrás, y tocó la orla de su vestido. Porque decía dentro de sí: Si tocare solamente su vestidura, sanaré. Pero Jesús, volviéndose, y viéndola, dijo: Confía, hija, tu fe te ha salvado. Y sanó la mujer desde aquel instante. Y, habiendo llegado Jesús a la casa del príncipe, cuando vió a los flautistas, y a la multitud agrupada, dijo: Apartaos: porque la niña no esta muerta, sino que duerme. Y se burlaron de El. Y, arrojada la muchedumbre, entró, y tomó su mano. Y resucitó la niña. Y se divulgó la nueva por toda aquella región.
Aunque la elección de este Evangelio para hoy no remonta en todas partes a gran antigüedad, cuadra bien con la economía general de la santa Liturgia y confirma lo que dijimos del carácter de esta parte del año. San Jerónimo nos enseña, en la Homilía del día, que la hemorroísa que curó el Salvador figuró a la gentilidad, y que la nación judía está representada en la hija del príncipe de la sinagoga. Esta no debía volver a la vida hasta el restablecimiento de la primera; y tal es precisamente el misterio que celebramos estos días, en que la totalidad de las naciones reconocen al médico celestial, y la ceguera que padeció Israel cesa también al fin.
LOS CAMINOS DE DIOS. — Qué misteriosos y a la vez qué suaves y fuertes se nos presentan los designios de la Sabiduría Eterna, desde esta altura en que nos hallamos, desde este punto en que el mundo, llegado al término de su destino, parece que sólo va a zozobrar un instante para desprenderse de los impíos y desplegarse de nuevo transformado en luz y amor. El pecado, desde un principio, rompió la armonía del mundo arrojando al hombre fuera de su camino. Una sola nación había atraído sobre sí la misericordia, mas, al aparecer sobre ella como sobre una privilegiada la luz, se advirtió mejor la oscuridad de la noche en que el género humano se hallaba. Las naciones, abandonadas a su agotadora miseria, veían que las atenciones divinas eran para Israel, a la vez que sentían sobre sí cada vez más gravoso el olvido. Al cumplirse los tiempos en que el pecado original iba a ser reparado, pareció que también entonces se iba a consumar la reprobación de los gentiles; pues se vió a la salvación, bajada del cielo en la persona del Hombre-Dios, dirigirse exclusivamente hacia los Judíos y las ovejas perdidas de la casa de Israel.
LA SALVACIÓN DE LOS GENTILES. — Con todo, la raza generosamente afortunada, cuyos padres y príncipes primeros con tanto ardor habían solicitado la llegada del Mesías, no se encontraba ya a la altura en que la habían colocado los patriarcas y santos profetas. Su religión tan bella, fundada en el deseo y la esperanza, ya no era más que una expectación estéril que la incapacitaba para dar un paso adelante en busca del Salvador; su ley muy incomprendida, después de tenerla inmovilizada, terminaba por asfixiarla con las ataduras de un formalismo sectario. Ahora bien, mientras ella, a pesar de su culpable indolencia, se figuraba en su orgullo celoso conservar la herencia exclusiva de los favores de lo alto, la gentilidad, cuyo mal siempre en aumento la inducía a buscar un libertador, la gentilidad, digo, reconoció en Jesús al Salvador del mundo, y la confianza con que se adelantó la valió ser curada la primera. El desprecio aparente del Señor sólo sirvió para fortalecerla en la humildad, cuyo poder penetra los cielos
LA SALVACIÓN DE LOS JUDÍOS. — Israel tenía también que esperar. Como lo cantaba en el Salmo: Etiopía se había adelantado a tender sus manos la primera hacía Dios En los padecimientos de un abandono prolongado, tuvo Israel que volver a encontrar la humildad, gracias a la cual merecieron sus padres las promesas divinas y podía él mismo merecer su cumplimiento. Pero hoy, la palabra de salvación ha resonado por todas las naciones, salvando a cuantos debían serlo. Jesús, retrasado en su camino, llega al fln a la casa a la que se dirigen sus pasos, a esta casa de Judá, donde perdura aún la apatía de la hija de Sión. Su omnipotencia misericordiosa aparta de la pobre abandonada a aquella turba confusa de los falsos doctores y a los profetas de la mentira que la tenían adormecida con los acentos de sus palabras vanas; arroja lejos de ella para siempre a esos insultadores de Cristo que pretendían retenerla muerta. Tomando la mano de la enferma, la devuelve a la vida con todo el esplendor de su primera juventud; así prueba de modo bien claro que su muerte aparente sólo era un sueño, y que la sucesión de los siglos no podía prevalecer contra la palabra dada por Dios a Abraham, su servidor.
OFERTORIO
Desde lo profundo clamo a ti, Señor: Señor, escucha mi oración: desde lo profundo clamo a ti. Señor.
El cumplimiento del servicio que debemos a Dios es, en sí, muy inferior a la Majestad soberana; pero el Sacrificio que diariamente forma parte de él, le ennoblece hasta el infinito y suple a los méritos que nos faltan, como lo expresa la Secreta de este Domingo.
SECRETA
Ofrecérnoste, Señor, este sacrificio de alabanza para corroborar nuestra servidumbre: a fln de que, lo que has concedido a los indignos, lo completes propicio. Por Nuestro Señor Jesucristo.
COMUNIÓN
En verdad os digo: Todo lo que pidiereis en la oración, creed que lo recibiréis, y se os concederá. Admitidos a participar de la vida divina en los Misterios sagrados, pedimos al Señor que no nos veamos expuestos a los peligros de este mundo. Digamos con la Iglesia:
POSCOMUNION
Suplicámoste, oh Dios omnipotente, no permitas que sigan expuestos a los peligros humanos aquellos a quienes haces gozar de tu divina participación. Por Nuestro Señor Jesucristo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario