(+311) El valeroso defensor de la fe católica y de la unidad de la Iglesia, san Pedro, fué natural de Alejandría y patriarca de la misma ciudad. Levantóse en su tiempo la persecución atrocísima de los emperadores Diocleciano y Maximiniano, en la cual el buen prelado no dejó cosa por hacer para consuelo de los fieles en aquella gravísima tempestad. Para poder atenderlos mejor, recogióse a lugares ásperos y apartados, huyendo de las manos de los emperadores, que le buscaban: y desde allí escribía a más de seiscientos cristianos, presos en la cárcel, exhortándolos a la paciencia y perseverancia: y al saber que habían alcanzado la corona del martirio, se regocijó por extremo. Vuelto el santo a Alejandría, tuvo grandes encuentros con los cismáticos, herejes y gentiles; porque Melecio, obispo de Egipto, fué depuesto de su silla por el santo, después que le hubo convencido de haber perpetrado graves delitos y sacrificado a los dioses. Corrido y afrentado Melecio, como era hombre docto y astuto, comenzó a turbar la Iglesia y a causar cisma en ella, contando muchos secuaces, entre ellos al infame Arrio, hombre inquieto y furioso, a quien también por esta causa san Pedro excomulgó y apartó de la Iglesia. Vino a tener el cetro de Oriente el emperador Maximino, no menos cruel perseguidor de cristianos que sus antecesores, y mandó prender a Pedro y darle la muerte. Cuando se supo en la ciudad que su santo pastor estaba preso en la cárcel, todos a porfía acudieron a ella para librarle y poner su vida, si fuese menester, en su defensa. En esta ocasión, el perverso Arrio procuró que algunos sacerdotes fuesen al obispo y le suplicasen que le perdonara y admitiese a la comunión de la Iglesia, pensando que por este camino ganaría las voluntades del clero y del pueblo, y que le harían obispo una vez martirizado san Pedro. Fueron con esta embajada dos sacerdotes, propusieron a Pedro a lo que venían, diciéndole que Arrio se sujetaba a su parecer y corrección. El santo pontífice, dando un gran suspiro, díjoles que Arrio era astuto y engañador encubierto, que en maldad excedía a todas las maldades, que había de rasgar la túnica de Cristo, que es la Iglesia, promoviendo un cisma muy desastroso; y mandóles que no fuese admitido en la Iglesia: y que todo esto no lo decía de su cabeza, sino que lo había entendido por luz superior. Y todo sucedió después, de la misma manera que él lo dijo. Entretanto permanecía el pueblo junto a la cárcel deseando librar a su pastor; mas el santo, deseoso del martirio y temeroso de algún disturbio, rogó al tribuno encargado de ejecutar la sentencia, que le sacase secretamente de la cárcel, y le llevasen a otro lugar, como se hizo, y allí le cortaron la cabeza.
Reflexión: De este prelado y defensor
insigne de la ortodoxia cristiana bien se
puede decir lo que se dijo de Cristo: que
siendo luz de las naciones y gloria del
pueblo de Dios, estaba puesto para caída
y levantamiento de muchos en Israel.
Elevado Pedro de Alejandría a la eminente
dignidad patriarcal, quiso salvar
a los que le habían sido confiados. Mas
como esto no era posible sin imitar sus
virtuosos ejemplos, los cuales la mayor
parte rechazaban, por eso fué causa de la
ruina de muchos: no por sí mismo, sino
por culpa de los que quisieron perecer
voluntariamente. ¡Oh espantosa verdad!
También el Hijo de Dios está en la cruz
para salvar a todos los hombres: y no
obstante, esta cruz será la causa de la
condenación de los que no viven debidamente.
Oración: Vuelve, Señor, los ojos a
nuestra flaqueza; y pues nos oprime el
peso de nuestros pecados, protéjanos la
gloriosa intercesión de tu bienaventurado
mártir y pontífice san Pedro. Por Jesucristo,
nuestro Señor. Amén.
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