En el mes de agosto hemos celebrado la Dedicación
de la Basílica de Santa María la Mayor
y últimamente la del Salvador de Letrán;
y ahora nos invita la Iglesia a celebrar en un
mismo día las dos basílicas de San Pedro y
San Pablo, en Roma. Estas son las cuatro basílicas que los peregrinos deben visitar en los años jubilares para ganar la gran indulgencia que los
Papas suelen conceder cada 25 años.
Si no podemos ir a Roma y orar en estos
templos augustos, la Liturgia, al menos, nos
ayuda a participar de las gracias que piden los
peregrinos en las tumbas de los Apóstoles y que
la Iglesia imploró para todos los fieles en el día
de la Dedicación.
LA BASÍLICA DE SAN PEDRO. — Después de sufrir
el martirio que según todas las probabilidades
tuvo lugar en el circo mismo de Nerón, los
restos de San Pedro fueron enterrados al otro
lado de la Vía Cornelia; más tarde fueron expuestos
a la veneración de los fieles en una capilla
pequeña que edificó el Papa Anacleto y que
hasta el siglo tercero fué el lugar de las sepulturas
papales.
A continuación de la paz de la Iglesia, Constantino
mandó erigir sobre la tumba del príncipe
de los apóstoles una basílica que terminó
Constantino II y en 806 destruyeron los sarracenos.
Esta basílica sirvió de teatro a solemnidades
grandiosas: en su recinto se celebraba
al fin de las cuatro témporas la Vigilia de las ordenaciones
en ella se terminaba la magna "Letanía"
del 25 de abril y en ella fué consagrado y
coronado el emperador Carlomagno.
Restaurada, aunque modificada totalmente de
aspecto, la basílica existía aún en el siglo xv. pero con la ausencia de los Papas, durante su
estancia en Avignon, se deterioró tanto, que Nicolás
V decidió derribarla y reconstruirla en el
mismo lugar. Su sucesor Julio II confió la obra
en 1505 a Bramante. Al morir éste la continuó
Miguel Angel, que fué también el que levantó la
grandiosa cúpula que domina a la basílica siendo
su mayor ornamento, realmente fascinador.
Por fln, el 18 de noviembre de 1626, terminada
ya la basílica, Urbano VIII la consagró.
A partir del fin de la edad media, los Papas
dejaron su palacio de Letrán por el del Vaticano,
trasladando a San Pedro, por el hecho mismo,
muchas solemnidades. El concilio ecuménico
de 1870 consagró este cambio, y poco después, la
basílica Vaticana se convertía, por la fuerza de
las cosas, en la catedral efectiva de los Papas.
En sus criptas descansan los restos de muchos
de ellos, desde Inocencio XI (1676-1689) hasta
San Pío X y sus sucesores, sin contar los Pontífices
de la Edad Media cuyos restos se trasladaron
a las mismas.
LA BASÍLICA DE SAN PABLO. •— Desde el lugar de
su martirio "ad Aquas Salvias", el cuerpo del
apóstol San Pablo fué llevado a dos millas próximamente de Roma y enterrado en la Vía de
Ostia. Allí se construyó un oratorio, muy parecido
al de San Pedro del Vaticano, atribuido
comúnmente al Papa Anacleto.
Constantino levantó encima de esta tumba'
una basílica cuyas dimensiones le parecieron demasiado modestas al emperador Valentiniano,
el cual, en el 368, dispuso reemplazarla por una
amplia basílica de cinco naves. Teodosio continuó
la obra comenzada y su hijo Honorio la terminó.
Los estragos cometidos por los Sarracenos
siendo Papa San León IV (847-855), determinaron
a Juan VIII (872-882) a rodear la basílica'
y el monasterio ya existente con una muralla
y fundar de ese modo una ciudad fortificada que
tomó el nombre de Johannópolis. La Basílica"
conservó su antiguo aspecto hasta el incendio:
que la destruyó la noche del 15 al 16 de julio1
de 1823.
A las llamadas de los Papas respondieron al
punto los donativos de toda la cristiandad y aun
de los disidentes e infieles, y el 5 de octubre1
de 1840, Gregorio XVI pudo consagrar el transepto
y el altar mayor, debajo del cual quedó oculta la tumba del Apóstol. Catorce años después, la definición de la Inmaculada Concepción*
(8 de diciembre de 1854), daba la oportunidad
de asistir el 10 de diciembre a 185 cardenales,
arzobispos y obispos a la dedicación que Pío IX
hacía del nuevo San Pablo. El Papa quiso con-!
servar la conmemoración de la Dedicación en
la fecha tradicional del 18 de noviembre, y León
XIII el 27 de agosto de 1893 elevó la fiesta
al rito de doble mayor para toda la Iglesia.
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