(+270) El gloriosísimo san Gregorio,
obispo de Neocesarea, llamado
Taumaturgo, que quiere decir
obrador de milagros, nació en
Neocesarea, en el Ponto Euxino,
de padres nobles y ricos, aunque
gentiles. Habiendo aprendido las
primeras letras, fué enviado a
Alejandría: y en el estudio de
las ciencias filosóficas, le alumbró
el Señor el alma, y viendo
la verdad de nuestra santa fe,
la abrazó y se hizo cristiano.
Aplicóse después a las letras divinas,
oyendo por espacio de cinco
años las lecciones de Orígenes.
Volviendo luego a su patria, por
muerte de su padre quedó heredero
de toda su grande hacienda;
la cual 'vendió, y repartió el precio a
los pobres, y se apartó a una soledad. Pe -
ro extendiéndose por todas partes la fama
de su sabiduría y de sus virtudes,
le buscaron con gran trabajo, para hacerle
obispo de Neocesarea. Estaba toda
aquella tierra llena de templos dedicados
a los demonios: y en los bosques, alamedas
y montes se les ofrecían abominables
sacrificios; mas el santo, con la
grande virtud que tenía de hacer milagros,
redujo tantos gentiles a la fe,-que
al poco tiempo trataron de labrar un templo
al Dios verdadero. Pero como el lugar
donde habían de edificarlo, de una
parte quedase estrechado por el río y de
la otra por un monte, hizo el santo, con
la virtud de su» oración, que el monte se
retirase cuanto era menester. Lamentábase también el pueblo, de las enfermedades
que causaban las aguas insalubres
de una laguna que allí había; y una noche
fué el santo para hacer oración sobre
esto, en la ribera; y, venida la mañana, no pareció más la laguna, porque
toda se había convertido en tierra fértil
y fructuosa. Bañaba aquella comarca el
río Lico llamado hoy Casalmac, muy caudaloso,
que saliendo de madre, arrebataba
árboles, ganados y casas con los moradores;
y acudiendo aquellos al santo
para que los socorriese en tan extremada
necesidad, se encaminó hacia el río, y
fijó en la ribera el báculo que llevaba
en la mano, y suplicó al Señor, que aquel
báculo fuese el límite del río; y así sucedió,
porque aquel báculo se convirtió en un árbol; y cuando más furioso venía el río, en llegando con sus aguas al árbol, se detenía y volvía atrás. Levantóse
en su tiempo la cruel y fiera persecución
de Decio contra la Iglesia católica; y juzgó
san Gregorio, que lo que más convenía
a la gente era retirarse por entonces;
y para poderlos ayudar más, él mismo huyó
y se fué con ellos a un monte, hasta
que, pasada aquella tormenta, volvieron
a la ciudad. Supo poco después por
revelación la hora de su muerte: y preguntó a su diácono ¿cuántos gentiles quedaban
en Neocesarea? Respondióle que
había sólo diez y siete. Y alabando Gregorio
a Dios, dijo: «Diez y siete eran Ios cristianos
que hallé en ella cuando vine»,
y dichas estas palabras dio su espíritu al Señor.
Reflexión: Bondadosísimo y misericordiosísimo
se mostró Dios en los numerosos
y estupendos milagros, obrados a petición
de su fidelísimo siervo san Gregorio.
Pero no menos lleno de bondad y
misericordia se nos muestra el Señor,
cuando aflige a sus siervos, y los visita,
por medio de la tribulación. Es cierto que
no siempre vemos los paternales designios
del Altísimo en nuestras tribulaciones:
pero día vendrá en que podamos decir
con el profeta: «Pasamos por el fuego
y por el agua, y nos sacaste al refrigerio.»
Oración: Rogárnoste, oh Dios todopoderoso,
que en la venerable solemnidad de
tu bienaventurado pontífice y confesor
Gregorio, aumentes en nosotros el espíritu de piedad, y el deseo de nuestra eterna
salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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