ESTÍMULO EN LA PRÁCTICA DE LAS VIRTUDES. —
La Iglesia nos manifestaba hace dos días la alegría
y la belleza del cielo. Después de su exposición
halagüeña de la eternidad, nos podía
haber interrogado lo que San Benito al postúlate que llama a la puerta del monasterio:
"¿Quieres la vida? ¿Deseas ver días felices"1
? y
al instante habríamos contestado también nosotros
que sí. Diríase que, en efecto, nos ha hecho
callandito esas interrogaciones y que ella
ha oído lo que hemos contestado, puesto que
prosigue exponiéndonos ahora las condiciones son necesarias para entrar en el reino de los cielos-
"Deléitenos y nos atraiga la esperanza de llegar a la recompensa de la salvación; luchemos
en el estadio de la justicia con gusto y generosidad,
mientras nos miran Dios y su Ungido.
Y, ya que hemos comenzado a elevarnos
por encima del mundo y del tiempo presente,
vigilemos para que no nos entorpezca ningún
deseo de las cosas de la tierra. Si el último día
nos encuentra desasidos de todo y corriendo con
soltura por la carrera de las buenas obras, el
Señor no podrá menos de recompensar nuestros méritos.
"El mismo será quien dé a los que hubieren
triunfado de la persecución, una corona purpúrea en premio del sufrimiento, y a los que hubieren vencido en la paz, una corona Cándida en
premio a las obras de justicia. Aunque Abraham,
Isaac y Jacob no padecieron martirio, no por eso
fueron menos dignos de ocupar el primer puesto
entre los Patriarcas, pues se ganaron este honor con los méritos de su fe y de su justicia; así,
también tendrá asiento en el banquete de estos
grandes justos cualquiera que sea hallado fiel,
justo y digno de alabanza. Pero tenemos que tener
cuenta con que estamos obligados a hacer la
voluntad de Dios y no la nuestra; que "el que
hace la voluntad de Dios permanece eternamente"
como Dios mismo eternamente permanece.
"Es menester, pues, que estemos prestos a
cumplir en todas las cosas la voluntad de Dios
con espíritu puro, fe firme, virtud robusta, y caridad
perfecta, guardando los mandamientos
del. Señor con decidida fidelidad; la inocencia
con sencillez, la unión con la caridad, la modestia
en la humildad, la exactitud en el cumplimiento de los cargos, la delicadeza en la asistencia
a los afligidos, la misericordia en socorrer
a los pobres, la constancia en defender la
verdad, la discreción en el rigor de la disciplina;
y así no dejaremos de seguir o dar el ejemplo
l de las buenas obras. Estas son las huellas que
! nos dejaron todos los santos al volver a la patria,
y si las seguimos, podremos acompañarlos
¡ y participar de sus alegrías".
LA FIESTA DE LAS SAGRADAS RELIQUIAS
LA MUERTE PREPARA LA COSECHA PARA EL CIELO.
Si tuviésemos la vista de los Angeles, la tierra
nos parecería un campo grande, sembrado para
la resurrección. La muerte de Abel abrió el primer
surco; después continúa sin cesar la siembra
en todos los lugares. ¡Qué tesoros contiene
ya en su seno esta tierra de trabajo y de flaquezas!
¡Qué mies promete al cielo cuando el
Sol de justicia haga brotar de ella las espigas
de la salvación, maduras para la gloria! Por eso
no es de admirar que la Iglesia bendiga y dirija
por sí misma la siembra del trigo precioso.
GLORIFICACIÓN DE LOS SANTOS. — Pero la Iglesia
no se contenta con estar sembrando continuamente.
A veces, como cansada de esperar,
recoge el grano selecto que ella misma había
allí depositado; su tino infalible la preserva del
error, y, desprendiendo de la tierra el germen
inmortal, le anuncia las magnificencias futuras: ya le envuelva entre el oro y las telas preciosas, le lleve en triunfo y convoqué a las multitudes
para honrarle; ya, bautizando a templos
nuevos con su nombre, le conceda el supremo
honor de descansar debajo del altar en que se
ofrece a Dios el santo Sacrificio:
"Compréndalo así tu caridad, dice San Agustín; se sirva comprenderlo: no levantamos en
este lugar un altar a Esteban, sino que de las
reliquias de Esteban hacemos un altar a Dios, Dios ama estos altares; y si me preguntas por
qué, te diré: es que "la muerte de los santos es
preciosa ante El".
Por obedecer a Dios, "el alma
invisible dejó su casa visible; pero a esta casa
Dios la custodia: Dios recibe gloria de los honores
que tributamos nosotros a esta carne inanimada;
y concediéndola la virtud de los milagros,
la reviste del poder de su divinidad". De
aquí vienen las peregrinaciones a los sepulcros
de los Santos.
"Pueblo cristiano, dice San Gregorio Niseno,
¿quién te junta aquí? Un sepulcro no tiene
atractivo; la vista de lo que encierra causa repugnancia.
Y aquí tienes que se ambiciona como
una bendición el acercarse a éste. Objeto de ambición,
se estima como regalo de gran valor
hasta el polvo que se recoge en las partes próximas a este sepulcro. Porque llegar hasta las
cenizas que conserva, es rarísimo favor, pero
¡qué deseable! Lo saben los privilegiados: como
si estuviese vivo este cuerpo, le abrazan, le besan,
fijan sus ojos en él, derramando lágrimas
de devoción y de amor. ¿Qué emperador fué
honrado jamás de modo semejante"?
"¡Los emperadores!, continúa San Juan Crisóstomo;
lo que fueron los porteros de sus palacios,
eso son ellos hoy con unos pescadores;
el hijo del gran Constantino pensó que no podía
honrarle de manera más digna, que procurándose
un lugar para su sepultura en el vestíbulo
del pescador de Galilea"
Y en otra parte, al terminar de explicar la
admirable carta a los Romanos del Doctor de
las naciones, exclama: "¿Quién me diese ahora
postrarme ante el sepulcro de Pablo, contemplar
las cenizas de aquel cuerpo que completaba,
padeciendo por nosotros, lo que faltaba a los
padecimientos de Cristo2
?, ¿contemplar el polvo
de aquella lengua que hablaba ante los reyes
sin rubor y, mostrándonos lo que era Pablo, nos
daba a conocer al Señor de Pablo? ¿Contemplar
también el polvo de aquel corazón, verdaderamente
corazón del mundo, más alto que los cielos,
más vasto que el universo, corazón de Cristo
tanto como de Pablo, en el que se leía, grabado
por el Espíritu Santo, el libro de la gracia? Querría
ver el polvo de las manos que escribieron
estas epístolas; los ojos que, ciegos en un principio,
recobraron la vista para nuestra salud;
los pies que recorrieron el mundo. Si; querría
yo contemplar la tumba donde descansan aquel
instrumento de la justicia, de la luz, aquellos
miembros de Cristo, aquel templo del Espíritu Santo. Cuerpo venerado, que con el de Pedro,
protege a Roma de modo más seguro que todas
las fortificaciones"
DOCTRINA DE LA IGLESIA SOBRE LAS RELIQUIAS.'—
A pesar de estos textos y otros muchos, la herejía,
profanando en el siglo xvi las tumbas
santas, no pretendió con ello precisamente hacernos
volver a las costumbres de nuestros padres.
Mas contra estos extraños reformadores,
el Concilio de Trento se contentaba con expresar
el testimonio unánime de la Tradición en
la siguiente definición dogmática, en que se encuentran
resumidas las razones teológicas del
culto que la Iglesia tributa a las reliquias de los
Santos:
"Los fieles deben venerar los cuerpos de los
Mártires y demás Santos que viven en Cristo.
Fueron efectivamente sus miembros vivos y templo
del Espíritu Santo; él los ha de resucitar
para la vida eterna y para la gloria; Dios, por
medio de ellos, concede a los hombres muchos
beneficios. Por tanto, los que dicen que las reliquias
de los Santos no merecen venerarse, y que
es inútil que los fieles las honren, y vano que
se hagan visitas a las memorias o monumentos
de los Santos para conseguir su ayuda: a estos
tales se les debe condenar de modo absoluto; y,
en la forma que desde hace ya mucho tiempo los
condenó la Iglesia, así ahora otra vez los condena".
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