martes, 7 de noviembre de 2017

8 de noviembre OCTAVA DE TODOS LOS SANTOS. Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger


CONCLUSIÓN PARA LA OCTAVA. — Para terminar la octava de todos los Santos y permanecer en los sentimientos que la Iglesia desea que tengamos todo el mes de noviembre y aun todos los días de nuestra vida, bien será recordar hoy la doctrina que San Pablo exponía en otro tiempo a los fieles de Corinto sobre la resurrección de los muertos, la incomparable ceremonia litúrgica que la seguirá y, por fin, sobre la visión beatífica que será nuestra herencia eternamente.

NUESTRA RESURRECCIÓN.—"Resucitaremos porque Cristo resucitó. Esta doctrina resume en cierto modo todo el cristianismo. El bautismo nos injerta realmente a cada uno de nosotros en Nuestro Señor Jesucristo. Participando de la unidad de su vida y formando con él un solo cuerpo, místico y real a la vez, hacemos con él causa común; nuestra condición está hermanada a la suya; lo que le pasó a él nos ha de pasar a nosotros: muerte, sepultura, resurrección, ascensión, vida eterna cerca de Dios. Los miembros han de recibir igual trato que la cabeza: propiamente hablando, hemos resucitado ya en Jesucristo, porque su Resurrección es al mismo tiempo causa, razón, ejemplar y prenda segura de la nuestra.

 "Cristo resucitó no sólo para él y para provecho suyo, sino para todos nosotros. En la antigua ley se ofrecían a Dios las espigas maduras en representación de toda la cosecha. Jesucristo es un ser personal, pero también el segundo Adán, es decir, un viviente que encierra en su vida a la multitud de seres que nacieron de él. Luego, si resucitó él, todos son resucitados en él; pero cada uno a su tiempo: el primero Cristo; luego los de Cristo, cuando él venga; después será el fin. 

EL PRINCIPIO DE LA VIDA ETERNA. — "El fin: el fin de este período de trabajos en que escoge el Señor el número de sus elegidos, establece su reino y deshace a sus adversarios. Se le podría llamar también, con razón, el verdadero principio de la vida nueva que Dios planeó para hacer volver a sí al que quiera pertenecer a su Ungido. Nuestro Señor Jesucristo, logrado el triunfo de todas las potestades enemigas, vencida toda influencia, destruido todo poder hostil al suyo, llevará hasta Dios Padre a todo el género humano, cuyo rey es, y, como Hijo que sólo trabajó para su Padre, le devolverá el cetro sobre todo lo que haya conquistado. Sí, lo sabemos, en el cielo todo se inclinará ante Dios y también en la tierra y en los infiernos; todo le estará sometido, menos Aquel que le sujetó todas las cosas. 

"La eternidad dará comienzo con una ceremonia litúrgica de una grandeza infinita. El Verbo Encarnado, Nuestro Señor Jesucristo, el rey predestinado, rodeado de sus ángeles, de los hombres que nacieron de su gracia y viven de su vida, se pondrá al frente de la falange de todos los que su Padre le dió, y los guiará y dirigirá hacia el santuario eterno. Comparecerá con ellos delante de su Padre, le presentará y le ofrecerá la inmensa cosecha de los elegidos que brotaron de su sangre; con ellos se colocará en el dominio paterno del que le dió y le sometió todas las cosas, y él le devolverá el cetro y el poder real sobre la creación conquistada, la cual entrará con él en el seno de la Trinidad. Entonces la familia divina estará completa y Dios será todas las cosas en todos. 

DIOS ES TODAS LAS COSAS EN TODOS. — "DIOS ES todas las cosas en todos: la expresión tiene algo de prodigioso y asusta al pensamiento... Dios no es hoy todas las cosas en mí. No es con él con quien estoy directamente en relación. Siempre ante mí la creación importuna. Llego a Dios a costa de un rodeo lento y trabajoso, y siempre envuelto en las tinieblas. Mi inteligencia no ve a Dios y mi fe me le oculta. No soy un ser inteligente y no lo seré hasta el día en que Dios mismo se ofrezca como objeto a mi inteligencia despierta; día en que, para mostrárseme, se unirá Dios mismo a mi inteligencia para que yo le pueda conocer. ¿Cómo expresarlo? Estará en el fondo mismo de mis pensamientos para que yo le vea, en la raíz de mi voluntad para que yo le posea, en el principio y en el centro de mi corazón para que yo le ame. El será a la vez la belleza que yo ame y el corazón con que la ame. Será el término y el objeto de mis actos y será, dentro de mí, el principio de mis actos. 

"Y esta gloriosa dependencia de mi alma respecto de Dios se prepara en este mundo mediante la unión con Cristo. Todos, en la eternidad participaremos de la vida de Dios, si es que en este mundo vivimos todos y del todo la vida de Jesucristo. Tal es la idea fundamental del cristianismo: ser de Jesucristo en el tiempo para ser de Dios en la eternidad".

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