INTENCIÓN DE LA OCTAVA. — Al hacernos celebrar
durante ocho días la fiesta de todos los
Santos, quiere la Iglesia que, animados con su
ejemplo y dirigiendo nuestra mirada a la patria
celestial, lleguemos también nosotros a ser
santos y deseemos el cielo. Bastará leer las enseñanzas que nos da en el oficio de Maitines durante
estos días, para siquiera formarnos alguna idea de la alegría, de la paz, de la concordia, de
la luz y de la gloria del paraíso:
SERMÓN DE SAN BEDA [1] . — "En el cielo nunca
habrá la menor discordia, sino acuerdo en todo,
en todo plena conformidad, porque la concordia
será siempre la misma entre los Santos; en el
cielo todo es paz y alegría, todo está tranquilo
y en reposo; allí luce una luz perpetua, muy distinta
de la de aquí, tanto más clara, cuanto es
más excelente. Aquella ciudad, leemos en la Escritura,
no necesitará de la luz del sol, porque
"el Señor todopoderoso la iluminará y su lumbrera
es el Cordero" [2] . "Los santos brillarán allí
por siempre, eternamente, como las estrellas, y
quienes enseñan a muchos resplandecerán con
esplendor de cielo" [3] .
"Allí, pues, no se conocerán la noche ni las
tinieblas, ni aglomeración alguna de nubes;
ni rigor de frío, ni excesivo calor, sino más bien
un estado de cosas tan equilibrado que, "ni el
ojo vió, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre
pudo nunca comprender" [4] nada que con ello
se pueda comparar. Lo conocen los que han sido
hallados dignos de gozarlo, "cuyos nombres están
escritos en el libro de la vida"[5] , los cuales "lavaron sus vestidos en la sangre del Cordero"
y "están ante el trono de Dios y le sirven noche
y día"[6] . "Allí no hay vejez ni las miserias de
la vejez, ya que todos han llegado al estado
del hombre perfecto, a medida de la edad de
Cristo"[7] .
"Pero es más todavía el estar asociado a los
coros de los Ángeles y de los Arcángeles, de los
Tronos y de las Dominaciones, de los Principados
y de las Potestades; gozar de la compañía de
todas las Virtudes de la corte celestial; contemplar
los diversos órdenes de los Santos más esplendorosos
que los astros; contemplar a los
Patriarcas iluminados por su fe; a los Profetas,
rutilantes de esperanza y de alegría; a los Apóstoles
dispuestos a juzgar a las tribus de Israel
y a todo el mundo; a los Mártires, coronados
con diadema resplandeciente por la púrpura de
su victoria; en fin, a las Vírgenes, rodeada su
frente con blancas flores"[8].
1 Este sermón y el de los días siguientes atribuidos a
San Beda son en realidad o de Walafrid o Estrabón, o más
bien, de Helisacar de Tréveris. Revue Bénédictine, 1891,
P- 278.
2 Apoc.j XXI , 23.
3 Dan., XII , 3.
4. I Cor., II, 9.
5 Flp., IV , 3.
6 Apoc., VII, 14.
7 Ef., IV, 13.
8 Sermó n d e los Santos.
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