El glorioso apóstol san Andrés, hermano
mayor de san Pedro, natural de Betsaida
en Galilea, y pescador de oficio, fué
el primero de los apóstoles que conoció
y trató a Jesucristo: porque siendo condiscípulo
de san Juan Bautista, un día
viendo san Juan al Señor, dijo: «Este es
el Cordero de Dios»; y luego san Andrés
con otro discípulo suyo, se fué en seguimiento
de Cristo; el cual volviéndose a
ellos y viendo que le seguían, preguntóles a quien buscaban, y ellos respondieron
que querían saber donde posaba. Díjoselo, llevólos consigo, túvolos un día
en su compañía: y de su conversación
entendieron que era el verdadero Mesías.
Dijólo Andrés a su hermano Pedro, y lo
llevó a Cristo. Más adelante hallólos al
Señor pescando en el mar de Galilea, y
los llamó al apostolado. Siguieron los dos
hermanos a Cristo todo el tiempo que
anduvo predicando por Judea y Galilea;
y aunque el primero a quien nombran
los Evangelios al nombrar a los apóstoles
es san Pedro, no obstante, inmediatamente
después de Pedro ponen a san
Andrés. Después ¡de haber recibido el Espíritu
Santo, fué san Andrés a predicar
el Evangelio a los habitantes de la Escitia,
de las regiones del mar Negro, y de
la que ahora llamamos Albania. Pasó finalmente
a Acaya, en donde las numerosas
conversiones que con su apostólica
predicación obtuvo, suscitaron el furor
de los idólatras, los cuales le acusaron
de seductor y le llevaron al tribunal de
Egeas, procónsul de Patras. Mandóle éste
que sacrificase a los dioses del imperio,
si no quería morir entre tormentos: y respondiendo Andrés que cada
día ofrecía en sacrificio al verdadero
y único Dios un Corderoinmaculado,
que se inmola en los
altares de los cristianos; el feroz
procónsul, incapaz de entender
el lenguaje del santo apóstol, condenóle a morir en una cruz y no enclavado en ella, sino atado
con sogas, para que el tormento
fuese más prolijo. Al verle
el pueblo salir para el lugar
de la crucifixión, daba voces diciendo:
«¿Qué ha hecho este justo
y amigo de Dios? ¿Por qué lo
crucifican?» Mas él rogábales
que no le impidiesen aquel bien
tan grande: y al ver la cruz, desde
lejos exclamó: «Yo te adoro,
oh cruz preciosa, que con el cuerpo de
mi Señor fuiste consagrada: yo vengo a
ti regocijado y alegre; recíbeme tú en tus
brazos con alegría y regocijo. ¡Oh buena
cruz tan hermoseada con los miembros
de Cristo! días ha que te deseo: con solicitud
y diligencia te he buscado; ahora
que te hallé, recíbeme en tus brazos y
preséntame a mi Maestro, para que por
ti me reciba el que por ti me redimió».
Dos días estuvo vivo en la cruz con estos
santos afectos, y fervorosas exhortaciones
al numeroso pueblo que le rodeaba,
y así dio su espíritu al Señor.
Reflexión: ¡Cuánta fué aquella dulzura,
dice san Bernardo, que sintió san Andrés
cuando vio la cruz, pues endulzó la
amargura de la misma muerte! ¿Qué cosa
puede haber tan desabrida y llena de
hiél, que no se haga dulce con aquella
dulcedumbre que hizo suave la muerte?
San Andrés, hombre era semejante a nosotros,
y pasible; pero tenía tan ardiente
sed de la cruz, y con un gozo jamás oído
estaba tan regocijado y como fuera de
sí, que pronunció aquellas palabras tan
dulces y amorosas. ¿Y nosotros nos quejaremos
cuando el Señor nos haga participantes
de su cruz?
Oración: Humildemente suplicamos a
tu Majestad, oh Señor, que sea el bienaventurado
san Andrés nuestro continuo
intercesor para contigo, como fué en tu
Iglesia predicador y gobernador Por
nuestro Señor Jesucristo. Amén.
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