Desde los primeros tiempos de la ley de Moisés, fué religiosa
costumbre entre los hebreos^ ofrecerse
a sí mismos, y también sus
hijos, al Señor: unas veces, irrevocablemente
y para siempre;
otras, reservándose la facultad
de rescatarlos con dones y sacrificios.
A este fin había alrededor
del templo varios edificios,
con sus estancias y aposentos,
destinados unos para hombres, y
otros para mujeres: unos para
niños, y otros para niñas, donde
ignoraban todos hasta cumplir el
voto que ellos, o sus padres por
ellos, habían hecho. Ocupábanse
allí en servir a los ministros
sagrados y en labrar los ornamentos
y en otros muchos oficios necesarios
para el servicio de Dios en el templo.
Así leemos en Ana, mujer de Elcana,
que ofreció a su hijo Samuel; y en
el segundo libro de los Macabeos se hace
mención de las doncellas que se criaban
en el templo: y san Lucas dice que Ana
profetisa, desde que enviudó, no salía
del templo. A ejemplo de aquella Ana,
madre de Samuel, santa Ana, madre de
nuestra Señora, y san Joaquín, hicieron
voto al Señor, que si les daba algún fruto
de bendición, librándolos de la nota de
esterilidad, lo consagrarían a su servicio
en el templo: y el Señor, que quería fuese
todo milagroso en aquella santa Niña,
a quien desde la eternidad había destinado para Madre de su unigénito_Hijo,
oyó benignamente sus oraciones, y los hizo
padres de aquella bienaventurada
criatura. Llegando la bendita Niña a la
edad de tres años, cumplieron religiosamente
su voto san Joaquín y santa Ana,
llevándola ellos mismos para presentarla,
y dejarla para el servicio de Dios en
el templo. Después que quedó la bendita
Niña entre las sagradas vírgenes, ¿qué
lengua podrá declarar el buen olor de
santidad que allí derramó, y la excelencia
de sus virtudes? De las cuales hablando
san Jerónimo, dice así: «Procuraba
la Virgen ser en las vigilias de la
noche, la primera; en la ley de Dios, la
más enseñada; en la humildad, la más
humilde; en los cantares de David, la
más elegante; en la caridad, la más ferviente;
en la pureza, la más pura; y en
toda virtud, la más perfecta. Todas sus
palabras eran llenas de gracia, porque
siempre en su boca estaba Dios: continuamente
oraba; y, como dice el profeta,
meditaba en la ley del Señor, día y noche.
Tenía también cuidado de sus compañeros,
que ninguna hablase palabra mal
hablada; que no levantase su voz en la
risa; que no dijese palabra injuriosa ni
soberbia a su compañera.» Y san Ambrosio
añade: «No deseaba que otras doncellas
le diesen conversación, la que te -
nía buena compañía de santos pensamientos:
antes entonces estaba menos
sola, cuando estaba sola, porque ¿cómo
se puede decir que estaba sola, la que
tenía consigo tantos libros devotos, tantos
arcángeles y tantos profetas?»
Reflexión: La vida de la Virgen en el
templo es dechado y modelo perfecto de
la vida de todas las doncellas; las cuales
deben imitarla en todas las virtudes que
son propias de las doncellas, y ornamento
de su estado. Pero especialmente las
vírgenes, que, consagraron su virginidad
a Jesucristo, o que, al conocer la vanidad
del mundo, se acogen en la soledad de la
religión, deben tener por su reina y princesa
a esta Niña, y pedirle devotamente
su favor para imitarla en la guarda del
,voto que hicieron, como la imitaron en hacerlo,
y seguir en todas las cosas su glorioso
ejemplo.
Oración: Oh Dios, que quisiste que la
bienaventurada María, siempre virgen, en
la cual habitaba el Espíritu Santo, fuese
hoy presentada en el templo; concédenos
que, por su intercesión, merezcamos
nosotros ser presentados en el templo de
tu gloria. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
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