lunes, 1 de enero de 2018

2 de enero OCTAVA DE SAN ESTEBAN PROTOMATIR Dom Próspero Gueranguer


Terminamos ayer la Octava de la Natividad de Nuestro Señor; hoy cerraremos la Octava de San Esteban; pero, no debemos perder de vista ni un solo momento al divino Niño cuya corte _ forman Esteban, el Discípulo Amado y los santos Inocentes. Pronto veremos llegar a los Magos ante la cuna del Rey recién nacido. Glorifiquemos al Emmanuel, en estas horas de espera, proclamando las glorias de sus favoritos predilectos, admirando una vez más a Esteban en este último día de su Octava. Le volveremos a encontrar en otra parte del año; el 2 de agosto aparecerá radiante en la Iglesia, con la milagrosa Invención de sus reliquias, derramando sobre nosotros nuevas gracias. Un antiguo Sermón atribuido durante mucho tiempo a San Agustín, nos enseña que Esteban estaba en la flor de su brillante juventud, cuando fué llamado por los Apóstoles a recibir, por la imposición de manos, el sagrado carácter del Diaconado. Se le dieron seis compañeros; Esteban era el jefe de todos ellos; San Ireneo, en el siglo II le da ya el título de Archidiácono.

LA FIDELIDAD. — Ahora bien, la virtud característica del Diácono es la fidelidad; de ahí que le sean confiados los tesoros de la Iglesia, tesoros consistentes no sólo en el dinero destinado al alivio de los pobres, sino en lo más precioso que existe en el cielo y en la tierra: el mismo Cuerpo del Redentor, cuyo distribuidor es el Diácono, por la Ordenación que ha recibido. Por eso el Apóstol, en su primera Epístola a Timoteo, recomienda a los Diáconos, que guarden el Misterio de la Fe en una conciencia pura. Siendo el Diaconado un ministerio de fidelidad, era conveniente que el primer Mártir perteneciese al Orden del Diaconado, puesto que el martirio es una prueba de fidelidad; declara esta maravilla en la Iglesia universal la gloriosa Pasión de esos tres héroes de Cristo, que revestidos de la triunfal dalmática, acaudillan al ejército de los Mártires: Esteban, gloria de Jerusalén; Lorenzo, prez de Roma, y Vicente, honra de la católica España. Con el fin de honrar el Diaconado en su primer representante, es costumbre en muchas Iglesias, el dejar cumplir a los Diáconos, en la fiesta de San Esteban, todos los cargos que son compatibles con su carácter. Así, en muchas Catedrales, el Chantre cede su báculo a un Diácono, otros diáconos asisten con dalmáticas, como coristas; y un Diácono canta también la Epístola de la Misa, porque contiene el relato del martirio de San Esteban.

ANTIGÜEDAD DE ESTA FIESTA. — La institución de la fiesta del primer Mártir, y su asignación al día siguiente de Navidad, se pierde en la más sagrada y remota antigüedad. Las Constituciones Apostólicas, recopilación siria del siglo iv, nos la dan ya como establecida y fija en ese día. San Gregorio de Nisa y San Asterio de Amasea, anteriores uno y otro a la época del maravilloso hallazgo de las reliquias del santo Diácono (en 415) celebran su fiesta con Homilías especiales, poniento de relieve la circunstancia de ser festejada precisamente el mismo día siguiente a la Natividad de Cristo. Su Octava es ya más reciente; con todo eso, no se puede precisar la fecha de su institución. Amalario, en el siglo ix, la menciona ya como establecida," y el Martirologio de Notker en el siglo x, la trae expresamente. No hay que extrañar que haya recibido tantos honores la fiesta de un simple Diácono, mientras que las de la mayoría de los Apóstoles carecen de Octava. La norma de la Iglesia en la Liturgia es, distinguir con su culto a los Santos, en proporción a los servicios que le han prestado. Así, a San Jerónimo, simple sacerdote, le honra con un culto superior al que otorga a los santos Pontífices. El lugar y grado de superioridad que concede en el ciclo, se halla en relación con su agradecimiento a los amigos de Dios que en él admite; de esta manera es como regula los afectos del pueblo del hacia los celestes bienhechores que habrá de venerar un día en las filas de la Iglesia triunfante. Esteban, al abrir el camino a los Mártires, dió la pauta de ese sublime testimonio de la sangre, que constituye la fortaleza de la Iglesia, cuando confirma las verdades de que es tesorera y las eternas esperanzas que descansan sobre esas verdades. ¡Gloria, pues, y honor a Esteban hasta el fin de los siglos, en esta tierra fecundada con su sangre que él supo unir a la de Cristo!

SAN ESTEBAN Y, SAN PABLO. — Hemos subrayado ya el perdón que este primer Mártir otorgó a sus verdugos, siguiendo el ejemplo de Cristo; y hemos visto cómo la Iglesia sacaba de este gran hecho, la materia de su principal elogio a San Esteban. Hoy, haremos hincapié en una circunstancia del drama tan emotivo que se desarrolló a las puertas de Jerusalén. Entre los cómplices de la muerte sangrienta de Esteban, había un joven llamado Saulo. Fogoso y amenazador, guardaba los vestidos de los que lapidaban al santo Diácono; y como observan los santos Padres, le apedreaba por mano de todos. Poco después, el mismo Saulo era derribado por una fuerza divina en el camino de Damasco, y se levantaba convertido en discípulo de aquel Jesús a quien la voz valerosa de Esteban, había proclamado Hijo del Padre celestial, aun en medio de los golpes de sus verdugos. No había sido estéril la oración de Esteban; semejante conquista anunciaba nada menos que la de la gentilidad, cuando nacía el Apóstol, de la sangre de Esteban. "Sublime cuadro, exclama San Agustín. Veis allí a Esteban lapidado, veis a Saulo guardando los vestidos de los que le lapidan. Pues bien, he aqui que Saulo se hace Apóstol de Cristo, mientras que Esteban es siervo de Cristo. ¡Oh Saulo! fuiste derribado por el suelo y te levantaste predicador de Aquel a quien perseguías. Tus Epístolas se leen por todas partes; por doquier conviertes a Cristo los corazones rebeldes; por doquier formas como buen Pastor, grandes rediles. Ahora reinas con Cristo en compañía de aquel a quien apedreaste. Ambos a dos nos contempláis; ambos a dos oís lo que decimos; rogad los dos por nosotros. Sin duda os atenderá El que os dió la corona. Al principio, uno era cordero y el otro lobo; ahora los dos son corderos. ¡Protegednos, pues, con vuestras miradas, recomendadnos con vuestras oraciones! obtened para la Iglesia una vida pacífica y tranquila." Antes de que termine el tiempo de Navidad volveremos honrar en el culto a Esteban y a Pablo; el 25 de enero celebraremos la Conversión del Apóstol de los Gentiles; pero convenía que su víctima gloriosa le presentase ante la cuna de su común Salvador,

Finalmente, la piedad católica conmovida por la muerte del primer Mártir, muerte que el escritor sagrado califica de sueño, y que tan rudo contraste forma con la dureza de su suplicio, la piedad católica, decimos, señaló a San Esteban como intercesor nuestro para la gracia de una dichosa muerte. Imploremos, pues, la ayuda del santo Diácono para el momento en que tengamos que entregar a nuestro Criador el alma que un día nos confió; preparemos desde ahora nuestro corazón para ofrecerle, cuando el Señor nos lo pida, el sacrificio completo de esta vida frágil, que nos ha sido dada en depósito, para que se la devolvamos en el momento en que lo disponga.

Gracias te sean dadas, oh glorioso Esteban, por la ayuda que nos has prestado en la celebración del Nacimiento de nuestro Salvador. A ti te correspondía iniciarnos en el excelso y conmovedor misterio de un Hombre-Dios. El Niño celestial se nos mostró en tu compañía, y la Iglesia te encargó revelárselo a los fieles, como en otro tiempo lo hiciste a los judíos.


Tu misión ha terminado: nosotros adoramos a ese Niño, como a Verbo divino; le saludamos como a Rey nuestro; nos ofrecemos a El para servirle como tú le serviste, reconociendo que el compromiso debe llegar hasta dar por El la sangre si así lo exige. Haz, pues oh fiel Diácono, que le entreguemos desde hoy todo nuestro corazón, que busquemos todos los medios de complacerle y de poner toda nuestra vida y todos nuestros afectos de acuerdo con su voluntad. Así mereceremos pelear sus batallas, si no. en la sangrienta arena, al menos en la lucha con nuestras pasiones. Somos hijos de Mártires, y los Mártires vencieron al mundo como el Niño de Belén; por consiguiente, el mundo no debe triunfar sobre nosotros. Alcanza para nuestro corazón ese amor fraterno que todo lo perdona, que ruega por los enemigos y obtiene la conversión de las almas más rebeldes. ¡Oh Mártir de Dios! vela por nosotros en la hora de nuestra muerte; asístenos cuando nuestra vida esté para apagarse; muéstranos entonces a ese Jesús que nos has hecho ver de Niño: muéstranosle glorioso, triunfador, y sobre todo misericordioso, llevando en sus manos divinas la corona que para nosotros tienen destinada; en esa hora suprema sean nuestras últimas palabras las mismas que tú pronunciaste: Señor Jesús, recibe mi espíritu.

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