martes, 28 de marzo de 2017

29 de Marzo: MIÉRCOLES DE LA CUARTA SEMANA DE CUARESMA. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

MISA 

Después de la lectura del Evangelio en que se narra la curación del ciego de nacimiento, el diácono, según la costumbre, mandaba salir de la Iglesia a todos los Catecúmenos; los mismos padrinos y madrinas eran los que les sacaban fuera y en seguida entraban en la Iglesia para asistir al sacrificio con los demás fieles. Llegado el momento de la Ofrenda venían a presentar en el altar los nombres de sus adoptados espirituales; y el Pontífice recitaba estos nombres juntamente con, los de los padrinos y madrinas, en las oraciones del Canon. Hacia el final de la Misa se mandaba entrar a los Catecúmenos y se les anunciaba el día en que debían presentarse a la Iglesia, para examinarlos acerca del Símbolo y de las demás intrucciones que acababan de recibir. 


COLECTA 

Suplicámoste, oh Dios omnipotente, hagas que, a los que nos castigamos con piadosos ayunos, nos alegre también tu santa devoción: para que, mitigados los afectos terrenos, consigamos más fácilmente los celestes. Por el Señor. 

LECCIÓN 

Lección del Profeta Ezequiel. 
Esto dice el Señor, Dios: Santificaré mi gran nombre, profanado entre las gentes, el que profanasteis vosotros en medio de ellas: y sabrán las gentes que yo soy el Señor, cuando fuere santificado en vosotros delante de ellas. Porque os sacaré de entre las gentes, y os congregaré de todas las tierras, y os llevaré a vuestra tierra. Y derramaré sobre vosotros un agua pura, y os lavaréis de todas vuestras inmundicias, y os limpiaré de todos vuestros ídolos. Y os daré un corazón nuevo, y pondré un nuevo espíritu en medio de vosotros: y arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré mi espíritu en medio de vosotros: y haré que caminéis en mis mandatos y guardéis mis preceptos y les pongáis en práctica. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres y seréis mi pueblo, y seré yo vuestro Dios, dice el Señor Omnipotente.

La imponente ceremonia de la que hemos expuesto algunos rasgos, no tenía lugar hoy sólo; se repetía muchas veces según el número que hubiese de catecúmenos y el más o menos tiempo que se necesitaba para recoger, acerca de la conducta de cada uno, los informes que la Iglesia necesitaba para juzgar de su preparación al Bautismo. En la Iglesia Romana, se tenía, como ya hemos indicado, hasta siete escrutinios; pero el más numeroso y más solemne era el de hoy y todos se concluían con la ceremonia que acabamos de describir. 


LOS CATECÚMENOS. — Estas magníficas promesas que un día se cumplirán en el pueblo judío cuando se satisfaga la justicia de Dios, se realiza primero en nuestros catecúmenos. La gracia divina los ha reunido de todos los pueblos gentiles para llevarlos a su verdadera patria, la Iglesia. Unos días más y se derramará en ellos este agua pura que borrará las manchas de la Idolatría; recibirán un nuevo espíritu, un nuevo corazón y serán para siempre el verdadero pueblo del Señor. 


EPÍSTOLA 

Lección del Profeta Isaías. 
Esto dice el Señor, Dios: Lavaos, estad limpios, apartad de mis ojos el mal de vuestros pensamientos: cesad de obrar perversamente, aprended el bien obrar: buscad lo justo, socorred al oprimido, juzgad al huérfano, defended a la viuda. Y venid, y argüidme, dice el Señor: si fueren vuestros pecados como la escarlata, quedarán blancos como la nieve: y, si fueren como el vermellón, quedarán blancos como la lana. Si quisiereis, y me oyereis, comeréis los bienes de la tierra: lo dice el Señor omnipotente. 
 
LOS PENITENTES. — Ahora la Iglesia dirige a los penitentes este hermoso trozo de Isaías. Para ellos también se ha preparado un baño: baño penoso, más eficaz para lavar todas las lacras de sus almas si se presentan sinceramente arrepentidos y dispuestos a reparar el mal que han cometido. ¿Hay algo más cierto que la promesa del Señor? Los más oscuros y brillantes colores cambiados en un instante por la blancura de la nieve son imagen del cambio que Dios se dispone a obrar en el alma del pecador contrito. El injusto se convierte en justo; las tinieblas en luz; el esclavo de Satanás se hace hijo de Dios. Alegrémonos con nuestra Santa Madre la Iglesia, redoblando nuestro ardor en la oración y en la penitencia obtendremos que el número de los reconciliados en el gran día de la Pascua, sobrepase aún sus esperanzas.


 EVANGELIO 

Continuación del santo Evangelio según S. Juan. (IX, 1-38.) 


En aquel tiempo, al pasar Jesús, vió a un hombre, ciego de nacimiento: y le preguntaron sus discípulos: Rabbí, ¿quién pecó, éste, o sus padres, para que naciese ciego? Respondió Jesús: No pecó éste, ni sus padres: sino que ha sido para que se manifestasen en él las obras de Dios. A mí me conviene ejecutar las obras de Aquel que me ha enviado, mientras es de día: vendrá la noche, y entonces nadie podrá obrar. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo. Y, después de decir esto, escupió en tierra, e hizo lodo con la saliva, y untó sobre sus ojos, y díjole: Vete, lávate en la piscina de Siloé (que quiere decir Enviado). Fué, pues, y se lavó, y volvió viendo. Entonces los vecinos, y los que le vieran antes, porque era un mendigo, decían: ¿No es éste el que se sentaba, y mendigaba? Unos decían: Sí, éste es. Y otros: No, sino que es parecido a él. Pero él decía: Sí, soy yo. Y le preguntaron: ¿Cómo se te han abierto los ojos? Respondió: Aquel hombre, que se llama Jesús, hizo lodo, y untó mis ojos, y me dijo: Vete a la piscina de Siloé, y lávate. Y fui, y me lavé, y veo. Y dijéronle: ¿Dónde está él? Dijo: No sé. Llevaron, al que fuera ciego, a los fariseos. Porque era sábado, cuando hizo Jesús el lodo, y abrió sus ojos. Preguntáronle, pues, otra vez los fariseos cómo había recobrado la vista. Y él les dijo: Me puso lodo sobre los ojos, y me lavé, y veo. Y decían algunos de los fariseos: Este hombre no es de Dios, porque no guarda el sábado. Pero otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer estos prodigios? Y había división entre ellos. Dijeron, pues, otra vez al ciego. ¿Qué dices tú de aquel que te abrió los ojos? Y él dijo: Que es un profeta. Pero no creyeron los judíos que él hubiese sido ciego, y que hubiera recobrado la vista, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron, diciendo: ¿Es éste vuestro hijo, el que vosotros decís que nació ciego? Pues, ¿cómo ve ahora? Respondieron sus padres, y dijeron: Sabernos que éste es nuestro hijo, y que nació ciego; pero el cómo ve ahora, no lo sabemos: preguntádselo a él, ya tiene edad, hable él mismo de sí. Dijeron esto sus padres, porque temían a los judíos, pues ya se habían conjurado los judíos para expulsar de la Sinagoga a todo el que confesara que era Él el Cristo. Por eso, sus padres dijeron: Ya tiene edad, preguntádselo a él mismo. Llamaron, pues, otra vez al hombre que fuera ciego, y dijéronle: Da gloria a Dios. Nosotros sabemos que este hombre es un pecador Díjoles entonces éi: Si es pecador, no lo sé: sólo sé una cosa: que, habiendo estado ciego, ahora veo. Dijéronle. ¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos? Respondióles: Ya os lo he dicho, y lo habéis oído: ¿por qué queréis oírlo otra vez? ¿Acaso también vosotros queréis haceros discípulos suyos? Maldijéronle entonces, y dijeron: Sé tú discípulo de Él, que nosotros somos discípulos de Moisés. Nosotros sabemos que Dios habló a Moisés: pero no sabemos de dónde es éste. Respondió aquel hombre, y díjoles: Eso es lo maravilloso, que vosotros no sabéis de dónde es Él, y Él me ha abierto los ojos: pero sabemos que Dios no oye a los pecadores; mas, si hay uno que honra a Dios, y hace su voluntad, a ése Dios le oye. Jamás se ha oído que alguien haya abierto nunca los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no fuera de Dios, no podría hacer eso. Respondieron, y dijéronle: En pecado naciste todo, ¿y nos enseñas? Y le arrojaron fuera. Oyó Jesús que le habían arrojado fuera, y, habiéndole encontrado, le dijo: ¿Tú crees en el Hijo de Dios? Respondió él, y dijo: ¿Quién es, Señor, para que crea en él? Y díjole Jesús: Ya le has visto, y es el mismo que habla contigo. Dijo él entonces: Creo, Señor. Y, postrándose (aquí se arrodilla), le adoró. 
 
EL BAUTISMO. — La Iglesia de los primeros siglos designaba el Bautismo con el nombre de Iluminación; este sacramento en efecto confiere al hombre la fe sobrenatural mediante la cual se le infunde la luz divina. Por esta razón se leía hoy el relato de la curación del ciego de nacimiento, imagen del hombre iluminado por Jesucristo. Este tema se ve reproducido con frecuencia en las pinturas murales de las catacumbas y en los bajo relieves de los antiguos sarcófagos cristianos. 


Nosotros nacemos todos ciegos; Jesucristo por el misterio de su encarnación, figurada en este barro que representa nuestra carne, nos ha merecido el don de la vista; mas para gozar de él, tenemos que ir a la piscina del divino Enviado y lavarnos en el agua bautismal. Entonces Dios mismo nos iluminará y se disiparán las tinieblas de nuestra razón. La docilidad del ciego de nacimiento que cumplió tan candidamente las órdenes del Salvador, es imagen de la de los Catecúmenos; escuchan dócilmente las enseñanzas de la Iglesia, porque también ellos quieren recobrar la vista. El ciego de nacimiento, curado, demuestra lo que obra en nosotros la gracia de Jesucristo mediante el Bautismo; mas, a fin de que la instrucción fuese completa, reaparece al fin del relato para darnos un modelo de la curación espiritual, herida por la ceguera del pecado. 

LA FE. — El Salvador le pregunta como también a nosotros nos ha preguntado ante la piscina sagrada: ¿Crees en el Hijo de Dios? El ciego deseoso de creer, le responde al punto: ¿Quién es Señor para que yo crea en Él? Así es la fe, que une la débil razón del hombre a la suprema sabiduría de Dios y nos otorga su verdad eterna.

Apenas si Jesús ha manifestado su divinidad ante este hombre y ya se postra en tierra para adorarle: Ahora es verdaderamente cristiano. ¡Cuántas enseñanzas se encierran aquí para los Catecúmenos! Al mismo tiempo, este relato les revela y nos recuerda también a nosotros la maldad de los enemigos de Jesús. Pronto darán muerte al justo por excelencia; el derramamiento de su sangre nos merecerá la curación de la ceguera nativa, aumentada aún más por nuestros pecados personales. Alabemos pues, amemos y reconozcamos a nuestro médico divino; su unión con la naturaleza humana ha preparado el colirio que ha de curar nuestros ojos de su enfermedad y hacerlos capaces de contemplar por siempre los esplendores de la misma divinidad.


ORACIÓN 

Humillad vuestras cabezas a Dios. Ábranse, Señor, los oídos de tu misericordia a las preces de los que te suplican: y, para que puedas acceder a los deseos de los que te ruegan, has que te pidan lo que a ti te agrada. Por el Señor. 


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

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