viernes, 23 de junio de 2017

24 de Junio: SÁBADO DE LA INFRAOCTAVA DEL SGDO. CORAZÓN. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

Si el Sagrado Corazón merece por Sí mismo nuestros homenajes, es todavía más digno de nuestro culto como símbolo vivo del inmenso amor que lo llena por completo. 


AMOR HUMANO DE JESÚS. — Es primeramente símbolo del amor hacia su Padre Celestial: "Las principales virtudes que se pretenden honrar en él, escribía el Bienaventurado Claudio de la Colombière, son: en primer término, el ardentísimo amor hacia Dios, su Padre, unido al más profundo respeto y a la mayor intimidad que ha existido; en segundo lugar, una paciencia infinita en soportar los males, una contrición y un extremado dolor de los pecados que ha cargado sobre sus hombros; la confianza de un hijo tiernísimo, frente a la confusión de un gran pecador" (Retraite Spirituelle, Lyon,  p. 262). 

Basta hojear los evangelios para encontrar la expresión de este amor, de esta intimidad, de esta confianza del Corazón de Jesús en su Padre. "¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre...? Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre que me envió..." (Luc., II, 49; Juan, IV, 34) ¡Qué efusión en las palabras: "Padre, te doy gracias porque te has revelado a los pequefluelos" (Luc., .X, 21) ¡Qué autoridad en estas otras: "Mi Padre y yo somos uno!" (Juan, X, 30) ¡Qué confianza cuando le dice en el Cenáculo "¡Padre, glorifica a tu Hijo!" (Juan, XVII, 1) y en el Calvario: "¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!" (Luc., XXIII, 46). Estas citas, que pudieran multiplicarse, nos revelan aun más el amor del Corazón del Verbo Encarnado hacia su Padre, y son modelo del que debemos tenerle nosotros. 

El Corazón de Jesús es también el símbolo de su amor a los hombres. "Las virtudes que se pretende honrar en Él, prosigue el Bienaventurado Claudio de la Colombière, son, en tercer lugar, una compasión sensible de nuestras miserias; un inmenso amor, a pesar de estas mismas miserias. Y este Corazón abriga todavía en cuanto es posible, los mismos sentimientos y, sobre todo, se abrasa de amor por los hombres, siempre abierto y dispuesto a derramar todo género de gracias y de bendiciones sobre ellos, cargando siempre con nuestros males." 

EL AMOR DIVINO DE JESÚS. — Como símbolo vivo de la caridad, podemos preguntarnos con los teólogos, si el Corazón de Jesús nos recuerda su amor creado, o su amor eterno e increado. Nos lo dice la Iglesia en el Decreto del 4 de abril de 1900: "La fiesta del Sagrado Corazón es una solemnidad que no sólo tiene por objeto la adoración y glorificación del Hijo de Dios hecho hombre, sino la de renovar también simbólicamente la memoria del amor divino que ha compelido al Hijo de Dios a tomar la naturaleza humana". Si, pues, honramos al Sagrado Corazón como órgano principal de los afectos sensibles de Nuestro Señor Jesucristo, como principio y sede de estos mismos sentimientos y de todas las virtudes, "como su órgano vital, que ha vivido y sigue viviendo la vida de Jesús, que ha amado y ama todavía como hace diez y nueve siglos...", le honramos también como símbolo del amor que Él nos tiene desde la eternidad. El antiguo Testamento nos había ya informado de este amor divino: "In caritate perpetua dilexi te: ideo attraxi te miserans tui." Te amé con un amor eterno, y por eso te he atraído, compadecido de ti (Jeremías, XXXI, 3). Y en los días del Evangelio Jesús subrayó: "Tanto amó Dios al mundo que le dió a su Hijo único" y que Él, "vino al mundo a traer a la tierra el fuego" de la divina caridad. Esta caridad, dice muy bien el Cardenal. Billot, "es la caridad increada que le hizo descender a la tierra, y es también la caridad creada, que resplandeciendo desde los primeros instantes de su concepción, le condujo a la cruz". Este es también el pensamiento del R. P. Vermeersch, cuando nos invita a incorporar el amor increado a la devoción al Sagrado Corazón. "Por: su Corazón y por el amor humano de su Corazón, nuestro Señor nos revela con el mayor esplendor el amor infinito de Dios hacia los hombres. Por su corazón y por el amor humano de su Corazón nuestro Señor nos obliga del modo más persuasivo a pagar amor con amor. Por el Corazón de Jesús y por el amor humano de su Corazón recibimos más abundantes las divinas influencias, del amor increado. La vida divina resulta en nosotros de la unión del Espíritu Santo con el alma, y la donación de este Espíritu divino se nos da únicamente por la comunicación del Corazón de Jesús".

Al repetir en esta Octava las palabras del Señor a Santa Margarita María, la Iglesia nos dice a todos: "¡He aquí este Corazón que tanto os ha amado... y que en recompensa no recibe de la mayor parte de los hombres, sino ingratitud!" En el himno de Laudes de la fiesta nos pregunta a cada uno de nosotros: "¿Quién no amará a quien tanto nos ama? ¿Qué rescatado no amará a su Redentor? ¿Quién rehusará establecer en este Corazón su perpetua morada?" No podemos menos de exclamar con el Apóstol San Pablo, después de cerciorarnos de tanto amor: "¡Sí, verdaderamente, la caridad de Cristo nos apremia!", y que nuestros corazones, que tanto tiempo han permanecido fríos e indiferentes, pecadores e ingratos, se decidan finalmente a dar a Cristo la respuesta que espera de ellos: la de su agradecimiento y amor. 

Tomemos para esto las mismas palabras de la Santa Iglesia en el Himno de Laudes:

Corazón, arca donde se encierra la Ley,
No de la vieja servidumbre,
Sino de la gracia y del perdón,
Y de la dulce compasión.
Corazón, santuario inmaculado
Del nuevo y gratoTestamento,
Templo más santo que el viejo
Y velo más útil que el roto.
Herido con rudo golpe
Te quiso la caridad,
Para que tu invisible amor
Honrásemos las heridas.
Bajo este amoroso símbolo
Cruenta y místicamente
Cristo Sacerdote padeció,
Ofreciendo un doble sacrificio.
¿Quién no amará a este tan fino amador?
¿Qué redimido no elegirá
Este sagrado Corazón
Para su eterna morada?
Gloria sea a ti, Señor,
Que por tu corazón viertes la gracia,
Con el Padre y el Espíritu Santo,
Por los siglos infinitos. Amén. 
 
Año Litúrgico de Guéranger
   

jueves, 22 de junio de 2017

FIESTA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS. Del Año Litúrgico de Guéranger.

Ayer tarde se terminó, con la procesión triunfal, la Octava de plegarias y adoraciones a nuestro Señor Jesucristo, presente en la Eucaristía. Hoy la Iglesia nos exhorta a honrar de una manera especial, durante toda una nueva Octava, a su Corazón Sagrado, cuya inmensa ternura nos ha revelado ya el Sacramento. Y para animarnos a honrar a este divino Corazón con mayor devoción, Pío XI elevó esta fiesta al rito de doble de primera clase e igualó su Octava a las de Navidad y la Ascensión. 



El culto del Sagrado Corazón, escribió el Cardenal Pie, es la quintaesencia del cristianismo; el compendio y sumario de toda la religión. El cristianismo, obra de amor en su principio, en su progreso y consumación, con ninguna otra devoción se identificará tan absolutamente como con la del Sagrado Corazón.


OBJETO DE LA DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN. — El objeto de la devoción al Sagrado Corazón, es este mismo Corazón, abrasado en amor hacia Dios y los hombres. Desde la Encarnación, efectivamente, Nuestro Señor Jesucristo es el objeto de la adoración y amor de toda creatura, no sólo como Dios, sino también como Hombre-Dios. Hallándose unidas la divinidad y la humanidad en la única persona del Verbo divino, merece todos los honores de nuestro culto, tanto en cuanto hombre, como en cuanto Dios; y así como en Dios son adorables todas las perfecciones, todo es adorable también en Cristo: su Cuerpo, su Sangre, sus Llagas, su Corazón; y por esto ha querido la Iglesia exponer a nuestra adoración, estos objetos sagrados. 


EL CORAZÓN DE CARNE DEL HOMBRE-DIOS. — El día de hoy nos muestra de una manera especial el Corazón del Salvador y quiere que le honremos, ya lo consideremos en Sí mismo, o como el símbolo vivo de la caridad. 


Es digno de nuestro culto por Sí mismo este Corazón de Jesús, aunque no sea nada más que un poco de carne. ¿No es el corazón en la vida natural del cuerpo humano, el órgano más noble y más necesario, el encargado de distribuir a todos los miembros, la sangre que los vivifica, que alimenta, regula y purifica? Adorar el Corazón de Jesús, es adorar, por decirlo así, en su principio, en su misma fuente, la vida de sacrificio y de inmolación de nuestro Salvador. Es adorar el precioso receptáculo donde quedaban las últimas gotas de sangre, esperando que llegara la lanzada de Longinos, para derramarse. Este Corazón traspasado, permanecerá así eternamente, testigo de una vida que se ha entregado toda entera por la salvación del mundo. 


El corazón de carne ocupa también un lugar preferente en el orden moral. Siempre se le ha considerado como sede de la vida afectiva del hombre, porque es el órgano en que repercuten, de modo más perfecto todos los altos y bajos de la vida. Las pulsaciones laten en ritmo armonioso con nuestros sentimientos, emociones y pasiones. El lenguaje ha admitido esta manera de ver; el corazón es quien ama, quien se compadece, sufre, quien se consagra y se da. Y así como la bajeza del corazón es origen de todos los vicios, el corazón noble y distinguido, es fuente de donde fluyen con el amor, todas las demás virtudes. Jesús, verdadero hombre, habló así de sí mismo. Ha ofrecido su corazón humano a nuestra consideración, mostrándolo aureolado de llamas ardientes y diciendo: "¡He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres!", que; le ha llevado a soportar todos los sufrimientos y miserias de la humanidad, que se ha compadecido de la inmensa multitud de las almas, que le ha inspirado la idea de multiplicar los milagros, y la de instituir la sagrada Eucaristía y fundar la Iglesia, de padecer y morir para rescatarnos. 


Si el corazón es para nosotros el centro donde están reunidas, el foco de donde irradian las cualidades y virtudes, si acostumbramos a venerar los corazones especialmente bienhechores, ¡cuánto más debemos honrar el Corazón de Jesús, santuario y tabernáculo de todas las virtudes! Los Himnos y Letanías del Oficio las recuerdan con numerosas invocaciones que ponderaremos y meditaremos durante estos días. Y para persuadirnos más aún de la importancia y utilidad de la devoción al Sagrado Corazón, oigamos lo que decía un piadoso cartujo de Tréveris, muerto en 1461. Sus palabras nos indicarán todo lo que debemos hacer para penetrar y vivir conforme a las intenciones de la Iglesia, que son las mismas de su celestial Esposo: 


"Si queréis purificaros de vuestros pecados fácil y perfectamente, libraros de vuestras pasiones y enriqueceros de todos los bienes, ingresad en la escuela de la caridad eterna... Volved de nuevo, sumergios en espíritu..., todo vuestro , corazón y alma, en el dulcísimo Corazón de Nuestro Señor Jesucristo clavado en la cruz. Este Corazón rebosa de amor... Por su mediación tenemos acceso ante el Padre, en unidad de espíritu; abraza en su inmenso amor a todos los elegidos... En este dulcísimo Corazón hállase toda virtud, la fuente de la vida, la consolación perfecta, la verdadera luz que ilumina a todo hombre, pero de una manera especial a aquel que acude a Él devotamente en las necesidades y aflicciones de la vida. Todo bien deseable se encuentra en él en abundancia; toda salvación y gracia nos llega de ese Corazón dulcísimo, no de otra parte. Es el foco del amor divino, siempre encendido en el fuego vivo del Espíritu Santo, que purifica, consume y transforma en su propio ser a todos aquellos que se unen y desean juntarse a Él. Así pues, como todo bien nos llega de este dulcísimo Corazón de Jesús, debéis también referirlo todo a Él, sin apropiaros nada... Confesaréis vuestros pecados en este mismo Corazón, pediréis perdón y gracia, Le alabaréis y agradeceréis... Por esto mismo, besaréis frecuentemente, con reconocimiento, este piadosísimo Corazón de Jesús inseparablemente unido al Corazón divino donde están todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios, quiero decir una imagen de este Corazón, o el Crucifijo. Aspiraréis continuamente a contemplarlo frente a frente, confiándole vuestras penas; así atraeréis a vuestro corazón, su espíritu y su amor, sus gracias y sus virtudes; a Él deberéis acudir en los bienes y en los males, pondréis en Él vuestra confianza, os acercaréis a Él, habitaréis en su intimidad, a fin de que Él, en cambio, se digne hacer su morada en vuestro corazón; allí descansaréis dulcemente y reposaréis en paz. Pues, aunque os abandonen los corazones de todos los mortales, este Corazón fidelísimo jamás os engañará, ni os abandonará. No descuidaréis tampoco honrar devotamente, e invocar a la gloriosa Madre de Dios y dulce Virgen María, para que ella se digne obteneros del dulcísimo Corazón de su Hijo todo lo que necesitéis. Como correspondencia, ofreceréis todo al Corazón de Jesús por sus manos benditas" (Cf. Études, t. CXXVII, p. 605). 


MISA 


El Introito canta los designios eternos de Dios con sus creaturas; designios llenos de bondad y de misericordia, de libertad y de vida; quiere librarlas de la muerte y las alimenta en tiempo de escasez. El Calvario y la Eucaristía, he ahí la manifestación del amor de Cristo hacia nosotros. 


INTROITO 


Los designios de su Corazón permanecen de generación en generación: para librar de la muerte sus almas y alimentarlas en el hambre. — Salmo: Alegraos, justos en el Señor: a los rectos conviene la alabanza. V. Gloria al Padre. 


La Colecta resume de un modo maravilloso, el objeto de la presente fiesta. En el Corazón de su Hijo, en ese Corazón que nuestros pecados han hollado y herido, Dios nos dispensa misericordiosamente los tesoros infinitos de su amor. Nuestro culto al Sagrado Corazón no debe ser pues solamente un culto de reconocimiento por todos los beneficios divinos de amor y piedad; debe ser también un culto de expiación, de satisfacción por nuestras ofensas, por las ingratitudes y crímenes de todo el género humano; hacia esta obligación reparatoria enfoca la Iglesia nuestra devoción y nuestra plegaria. 


COLECTA 


Oh Dios, que, en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, te dignas darnos misericordiosamente los infinitos tesoros de tu amor: haz, te suplicamos, que, al presentarle el devoto obsequio de nuestra piedad, le ofrezcamos también el homenaje de una digna satisfacción. Por el mismo Señor. 


EPÍSTOLA 


Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Efesios. (in, 8-19).

Hermanos: A mí, el más pequeño de todos los santos, se me ha concedido esta gracia: la de anunciar a las gentes las inescrutables riquezas de Cristo: y la de revelar a todos cuál es la dispensación del misterio escondido desde los siglos en el Dios que creó todas las cosas: para que la multiforme sabiduría de Dios sea notificada ahora por la Iglesia a los principados y potestades en los cielos, conforme a la determinación eterna que hizo en Nuestro Señor Jesucristo, en el cual tenemos confianza y entrada segura por medio de su fe. Por esta causa, doblo mis rodillas ante el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, del cual procede toda paternidad en los cielos, y en la tierra, para que, conforme a las riquezas de su gloria, haga que seáis corroborados con vigor por su Espíritu en el hombre interior: que Cristo habite, por la fe, en vuestros corazones: que estéis enraizados y cimentados en la caridad, para que podáis comprender con todos los santos cuál sea la anchura, y la largura, y la sublimidad, y la hondura: que conozcáis también la caridad de Cristo, que sobrepuja toda ciencia, para que seáis henchidos de toda la plenitud de Dios. 


EL MISTERIO DE CRISTO. — Conviene retener en la memoria este pasaje luminoso en que San Pablo nos descubre en términos sublimes, el amor infinito de Dios hacia las criaturas. Eternamente, Dios tiene concebido su plan que es como la razón, la explicación, el motivo de la creación; y este plan es el de llamar a la humanidad entera a participar de la vida de Cristo. Tanto amó Dios a los hombres, que les entregó a su único Hijo, para que por él y en él fueran también los hombres, a su vez, hijos suyos para la eternidad. Cristo y sus tesoros de sabiduría y ciencia, Cristo, en quien todas las naciones son benditas y todos los hombres se salvan, identificados con él en la unidad del cuerpo místico; Cristo, que mora en nosotros y que nos hace vivir de la fe y del amor, ¡he aquí el misterio que apenas vislumbraron los Patriarcas y Profetas, y que se nos revela, en el Nuevo Testamento, con una claridad incomparable! Mas el Misterio de Cristo no se completa verdaderamente sino en nosotros y con nuestra cooperación. Todas las riquezas puestas tan liberalmente por Dios a nuestra disposición, cuya fuente es Cristo: la Iglesia, los Sacramentos, la Eucaristía, tienen como único fin la santificación individual de cada una de nuestras almas. Por eso el Apóstol eleva a Dios una oración apremiante, rogándole que sus ansias de misericordia y de amor, no queden fallidas ante nuestra obstinada rebelión, que no se vean frustrados los esfuerzos realizados en el Calvario. Le hace una súplica solemne para que reine por completo en nosotros ese ser interior que se nos infundió en el bautismo, el hombre nuevo, el cristiano, el hijo de Dios, mediante la ruina del hombre viejo por una constante adhesión a Cristo, una real comunión de vida, que someta a Él toda nuestra actividad. Entonces la caridad resplandecerá soberana en nosotros y la realización completa del plan divino será coronada por la felicidad eterna. 


En el Gradual y Verso aleluyático, se ponen a nuestra consideración e imitación, el inmenso amor que llena el Corazón del Hombre-Dios y le ha llevado a abrazar dolores increíbles para salvarnos, la dulzura y humildad de ese Corazón divino, síntesis que caracteriza toda la vida del Salvador. 


GRADUAL 


Dulce y recto es el Señor, por eso aplicará la ley a los que se aparten del camino. V. Guiará con juicio a los pacíficos, enseñará a los mansos sus caminos. 


Aleluya, aleluya. V. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, porque soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Aleluya. 


EVANGELIO 


Continuación del santo Evangelio según S. Juan. (XIX, 31-37)



En aquel tiempo, los judíos, porque era la Parasceve, para que no permanecieran los cuerpos en la cruz el sábado, porque era un gran día aquel sábado, rogaron a Pilatos que fueran quebradas sus piernas y se quitasen. Fueron, pues, los soldados: y quebraron las piernas del primero y las del otro que habían sido crucificado con él. Mas, cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no quebraron sus piernas: sino que uno de los soldados abrió con la lanza su costado, y al punto brotó sangre, y agua. Y, el que lo vió, da testimonio de ello: y su testimonio es verdadero. Y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Porque sucedió esto para que se cumpliera la Escritura: No le quebraréis un hueso. Y de nuevo otra Escritura dice: Verán al que traspasaron. 


"¡Verán al que traspasaron!" Escuchemos este texto misterioso con el recogimiento emocionado de nuestra Madre la Iglesia. Veamos el origen de su nacimiento, Ha nacido ciertamente del Corazón del Hombre-Dios. No puede tener otro origen, porque es la obra, por excelencia, de su amor, y todas las demás obras las ha hecho con miras a esta Esposa. Eva fue extraída del costado de Adán de un modo figurativo; pero la huella no debía permanecer allí, por temor de que no pareciese que la mujer había sido extraída del hombre sino sólo por un gran misterio, y para que no se quisiera ver en ello inferioridad de naturaleza para ella. Mas era conveniente que en el Salvador perdurasen las huellas gloriosas de esta procedencia, porque Él verifica la realidad. Es necesario, que su Esposa, fundada en este origen, pueda tener acceso a su amor, y que los caminos se abran siempre ante su presencia, para que logre conquistar pronto y con seguridad su Corazón en todas las cosas. 


El Domingo de Ramos, escuchamos ya en la antífona del Ofertorio, el llanto doloroso del Señor, al verse abandonado de todos sus amigos durante su Pasión. Al repetirla aquí, la Iglesia nos exhorta a consolar a este Corazón Sagrado tan frecuentemente vulnerado por los pecados de los ingratos, uniendo para esto nuestra oblación a la de Cristo. Mas, aunque el valor del sacrificio de Cristo es universal e inagotable, sin embargo de eso, la admirable disposición de la divina Sabiduría exige que la aplicación de sus frutos se halle en relación con nuestra colaboración, y que, según las palabras del Apóstol completemos en nuestra carne lo que falta a la Pasión de Cristo en favor de su cuerpo místico. Para recibir los frutos de salvación, ministros y fieles deben unir su inmolación a la del Salvador, para que también ellos se muestren hostias vivas, santas y agradables a Dios. 


OFERTORIO


Improperio y miseria soportó mi Corazón, y esperé a que alguien se contristara conmigo, y no lo hubo; busqué quien me consolara, y no lo hallé. 


Tanto la Secreta como el Prefacio que la sigue, rememoran las ideas expresadas por la Colecta: gracia y misericordia, amor y reparación, son los grandes pensamientos que la Iglesia nos sugiere durante este día. 


SECRETA 


Suplicámoste, Señor, mires a la inefable caridad del Corazón de tu amado Hijo: para que, lo que te ofrecemos, sea un don que te agrade a ti y sirva de expiación de nuestros pecados. Por el mismo Señor. 


PREFACIO 


Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que, siempre y en todo lugar te demos gracias a ti, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios: Que quisiste que tu Unigénito, pendiente de la cruz fuera traspasado por la lanza de un soldado; para que el corazón abierto, sagrario de la divina largueza, derramase sobre nosotros torrentes de misericordia y de gracia, y, el que nunca cesó de arder en amor por nosotros, fuese descanso para los piadosos y para los penitentes patente asilo de salud. Y, por eso con los Ángeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, con toda la milicia del ejército celeste, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo, etc. 


Al repetir la Comunión las palabras del Evangelio, nos invita a considerar el Corazón de Cristo, abierto, herido por nuestros pecados, de donde brotan torrentes de gracia vivificante. 


COMUNIÓN 


Uno de los soldados abrió con la lanza su costado, y al punto salió sangre y agua. 


POSCOMUNIÓN 


Dennos, Señor Jesús, tus santos Misterios un fervor divino con el que, experimentada la suavidad de tu dulcísimo Corazón, aprendamos a despreciar las cosas terrenas y a amar las celestiales. Tú que vives. 


ACTO DE DESAGRAVIO
AL SAGRADO CORAZON DE JESUS
(Ordenado por el Papa Pío XI


¡Oh dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en pago de los ingratos más que olvido, negligencia y menosprecio! Vednos postrados ante vuestro altar, para reparar con especiales homenajes de honor, la frialdad indigna de los hombres y las injurias con que, en todas partes, hieren vuestro amantísimo Corazón. 


Mas, recordando que también nosotros alguna vez nos hemos manchado con tal indignidad, de la cual nos dolemos ahora vivamente, deseamos, ante todo, obtener para nuestras almas vuestra divina misericordia, dispuestos a reparar, con voluntaria expiación, no sólo nuestros propios pecados, sino también los de aquellos que, alejados del camino de la salvación y obstinados en: su infidelidad, o no quieren seguiros como a Pastor y Guía, o, conculcando las promesas del Bautismo, han sacudido el suavísimo yugo de vuestra ley. 


Nosotros queremos expiar tan abominables pecados, especialmente la inmodestia y la deshonestidad de la vida y de los vestidos, las innumerables asechanzas tendidas contra las almas inocentes, la profanación de los días festivos, las execrables injurias proferidas contra Vos y contra vuestros Santos, los insultos dirigidos a vuestro Vicario y al orden Sacerdotal, las negligencias y horribles sacrilegios con que es profanado el mismo Sacramento del Amor y, en fin, los públicos pecados de las naciones que oponen resistencia a los derechos y al magisterio de la Iglesia por Vos fundada. 


¡Ojalá nos fuese dado lavar tantos crímenes con nuestra propia sangre! Mas, entretanto, como reparación del honor divino conculcado, uniéndola con la expiación de la Virgen, vuestra Madre, con la de los Santos y la de las almas buenas, os ofrecemos la satisfacción que Vos mismo ofrecisteis un día sobre la cruz al Padre Eterno, y que diariamente se renueva en nuestros altares, prometiendo de todo corazón que, en cuanto nos sea posible y mediante el auxilio de vuestra gracia, repararemos los pecados propios y ajenos y la indiferencia de las almas hacia vuestro amor, oponiendo la firmeza en la fe, la inocencia de la vida y la observancia perfecta de la ley evangélica, sobre todo de la caridad, mientras nos esforzamos además por impedir que seáis injuriado y por atraer a cuantos podamos, para que vayan en vuestro seguimiento. 


¡Oh benignísimo Jesús! Por intercesión de la Santísima Virgen María Reparadora, os suplicamos que recibáis este voluntario acto de reparación. Concedednos la gracia de ser fieles a vuestros mandamientos y a vuestro servicio hasta la muerte, y otorgadnos el don de la perseverancia, con el cual llegemos felizmente a la gloria, donde, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, vivís y reináis. Dios, por los siglos de los siglos. Amén.


Año Litúrgico de Guéranger


 

miércoles, 21 de junio de 2017

22 de Junio: JUEVES DE LA INFRAOCTAVA DEL CORPUS. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

EL MISTERIO DE LA PRESENCIA REAL
 
¡Gloria al Cordero cuya inmolación triunfante plasmó esta presencia maravillosa en el Santísimo Sacramento! ¡A El la virtud, la divinidad, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la bendición por los siglos! (Apoc., V 12). Por Él descendió a nosotros la Sabiduría eterna, y por Él habita ella con nosotros (Ibíd., XXI, 23). A su suave resplandor, al cerrar hoy esta Octava, contemplemos con el mayor respeto la naturaleza de la inefable permanencia, que nos conserva de este modo en su integridad el Misterio de la fe hasta el fin del mundo. 


SECUENCIA DE LA MISA. — Del sur al septentrión, del levante al poniente, en todas partes, en este día, los hijos de la Iglesia repiten, en sus cantos, estas palabras que no son otra cosa que el eco rimado de la voz del Apóstol: "La carne de Cristo es comida, y su sangre es bebida; no obstante eso, permanece entero en cada una de las especies. Sin quebrarle, romperle o dividirle, le recibe entero aquel que le recibe. Si le recibe uno sólo o si mil, lo mismo reciben éstos que aquel; se da sin consumirse. Cuando se divide la forma misteriosa, no dudes un momento, sino ten presente que permanece tan entero en el fragmento, como en la forma completa. La sustancia no se divide de ningún modo, solamente se parte el signo; pero no disminuye por  eso ni el estado ni la extensión de lo que ese signo encubre." 

La Iglesia, en efecto, nos enseña, "que en cada una de las especies y en cada una de sus partes, se halla contenido verdadera, real y sustancialmente, el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y por consiguiente, Cristo entero" (Concilio de Trento. Ses., XIII, c. 1-3). Es verdad que las palabras del Sacrificio por sí mismas, no obrando sino lo que significan, producen única y exclusivamente bajo la doble especie el Cuerpo y Sangre del Señor; pero Cristo, resucitado e inmortal, permanece indivisible. "Cristo salido del sepulcro, no morirá más, dice el Apóstol; muriendo por el pecado, ha muerto una vez por todas; viviendo ahora, vive para Dios". En todas partes, pues, donde se halla, en virtud de la Consagración, el santísimo Cuerpo o Sangre redentora, allí mismo, por vía de consecuencia natural y de necesaria concomitancia, reside en su totalidad la sagrada humanidad, unida al Verbo. 

LA TRANSUBSTANCIACIÓN. — Temerosa la Liturgia de no poder manifestar de otro modo un misterio tan profundo con la suficiente precisión y exactitud, se vale hoy de la terminología de la Escolástica. Ella misma nos enseña que la conversión del pan en Cuerpo y del vino en Sangre, se hace de sustancia a sustancia, sin que en este cambio maravilloso, llamado por esto transubstanciación, se afecten, alteren o destruyan los accidentes o modos de los dos términos de la conversión. Así es como, privados de su sujeto o sostén natural, las especies o apariencias de pan y vino, se hallan sustentadas inmediatamente por la virtud divina; produciendo y recibiendo las mismas impresiones que hubiera recibido y producido su propia sustancia, son el signo sacramental que sin informar el cuerpo de Cristo, ni  prestarle sus cualidades y dimensiones, determina y mantiene su presencia mientras estas especies no son esencialmente modificadas. Por su parte, el Cuerpo de Cristo, habiendo sustituido directamente con su propia sustancia a la sola sustancia de pan y vino, se halla fuera, por la fórmula sagrada, de las leyes misteriosas de la  extensión, cuyos secretos no ha podido penetrar todavía la ciencia humana; todo entero en toda la especie, y todo entero también en cada parte sensible, se asemeja en esto a las sustancias espirituales: de este modo también el alma humana se halla del mismo modo en todo el cuerpo  y entera también en todos los miembros. Tal es, en fin, el misterio del estado sacramental, que presente a nosotros en las dimensiones de la hostia y no más allá, por su sustancia, de este modo sustraída a las leyes de la extensión, Cristo permanece en Sí mismo, tal cual se halla en el cielo, "El Cuerpo de Cristo en el Sacramento, dice Santo Tomás, conserva todos sus accidentes, por consecuencia necesaria; y sus partes permanecen ordenadas entre sí del mismo modo que lo son en la naturaleza de las cosas, aunque ellas no se hallen en relación y no se puedan comparar según este orden, con el espacio externo" (III" p. qu, LXXVI, art. 4).

JESÚS PRESENTE EN LA HOSTIA. — La noción de Sacrificio exigía en la Eucaristía esta apariencia pasiva de la víctima, así como la condición del banquete en que se consuma, determinaba la naturaleza especial de los elementos sacramentales elegidos por Cristo Jesús. Mas lejos de nosotros, en presencia de la sagrada Hostia, toda idea de penosa cautividad, de padecimiento actual, de virtud laboriosa para el huésped divino de las especies sagradas; a pesar de esta muerte exterior, allí palpitan la vida, el amor y la hermosura triunfal del Cordero, vencedor de la muerte, rey inmortal de los siglos. Permanece en la hostia inmaculada con toda su virtud y esplendor, el más bello de los hijos de los hombres ( Salm., XLIV, 3), con la admirable proporción, la disposición armoniosa de sus miembros divinos, formados de una carne virginal en el seno de María Inmaculada. 

¡Sangre divina, precio de nuestro rescate, entrada para siempre en esas venas que te derramaron por el mundo! como en otro tiempo, llevas la vida en esos miembros gloriosos, bajo el impulso del Corazón sagrado a quien mañana rendiremos especial homenaje. ¡Alma santísima del Salvador, presente en el Sacramento como forma sustancial de este cuerpo perfectísimo que es por ti el verdadero cuerpo del Hombre-Dios inmortal! En tus profundidades encierras todos los tesoros de Sabiduría eterna. Recibisteis, como especial misión, plasmar en una vida humana, en un lenguaje múltiple y sensible, la inefable hermosura de la Sabiduría del Padre, enamorada de los hijos de los hombres, y quisiste conquistar su amor mediante una manifestación puesta a su alcance. Cada una de las palabras y de los pasos dados por Jesús, cada uno de los misterios de su vida pública o privada, nos revela por grados este divino esplendor. Verdaderamente delante de esos hombres que ella amaba, la Sabiduría y la gracia crecían en Él juntamente con la edad; hasta que, por fin, todas estas enseñanzas, ejemplos y misterios, maravillosas manifestaciones de sus hechizos íntimos, esa misma Sabiduría los dejó fijos para el porvenir, en el Sacramento divino, monumento perenne, luz de las almas, memorial vivo, desde donde el amor vela calladamente por nosotros, "La carne, la sangre de Cristo, es el Verbo manifestado, dice San Basilio; es la Sabiduría, hecha sensible por la Encarnación, y todo ese modo misterioso de vida en la carne que nos revela la perfección moral, la belleza natural y divina. Allí se encuentra el alimento del alma y, por tanto, desde ahora la prepara para la contemplación de las divinas realidades. 

PROCESIÓN DE LA OCTAVA. — La Octava durante la cual el Sacramento divino ha recibido los homenajes solícitos de nuestra adoración, termina como comenzó: por la procesión triunfal. Después de Vísperas, el Diácono baja la custodia del templete en que él mismo la colocó, y la deposita en manos del sacerdote. La sagrada Hostia atraviesa de nuevo los umbrales del templo, rodeada por la majestad de los mismos ritos, aclamada por los mismos cantos de alegría, acogida por las demostraciones entusiastas del pueblo fiel. Nuevamente ve postrada la naturaleza a sus pies, embalsama el ambiente a su paso, aleja los poderes enemigos (Efes., II, 2; VII, 12), bendice el campo y el pueblo y esparce entre las mieses, que ondean ya en sazón, sus fecundos rayos. De nuevo en su templo, ya no volverá a salir más, sino para fortificar a los moribundos en su viaje a la eternidad, o para darse misericordiosamente a los enfermos que no pueden llegarse a su Dios por sus propias fuerzas. En este momento bendice por última vez al pueblo prosternado a sus pies y entra en el tabernáculo. 

Abismados en profunda adoración, testimoniemos nuestros sentimientos a Dios, oculto entre los velos sacramentales, repitiendo el himno  celestial, muestra fiel de la ciencia del Doctor Angélico, sobrepasada por el humilde y ferviente amor que desbordan cada una de sus estrofas.

Una vez cerrada la puerta del tabernáculo, tras el Dios de la Hostia, nuestros corazones no abandonarán el augusto Misterio. Mejor comprendido por las gracias y luces que han descendido sobre nosotros durante esta Octava, será más amado de nuestras almas divinizadas, conquistadas por Él con los sublimes atractivos de la Sabiduría eterna. 

HIMNO 

Adorote devotamente, oh Deidad oculta,
que yaces escondida bajo estos accidentes:
a ti se entrega todo mi corazón,
porque, al contemplarte, todo desfallece.

En ti se equivocan vista, tacto y gusto
sólo al oído se cree con seguridad:
creo cuanto dijo el Hijo de Dios,
nada más veraz que la palabra de la Verdad.

En la cruz estaba oculta sola la Deidad,
aquí, en cambio, yace escondida también la humanidad:
sin embargo, creo y confieso ambas a dos,
y pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

No contemplo, como Tomás, las llagas;
sin embargo, Te confieso por mi Dios:
haz que cada vez crea más en Ti,
en Ti espere y a Ti ame. 

¡Oh memorial de la muerte del Señor!
Pan vivo, que al hombre da la vida:
haz que mi alma viva siempre de Ti,
y goce de tu dulce sabor.

Piadoso pelícano, Señor, Jesús,
a mí, inmundo, límpiame con tu sangre,
de la que una sola gota es suficiente
para salvar al mundo de todo crimen.

¡Oh Jesús! a quien miro ahora velado:
suplícote se haga lo que tanto ansio:
para que, viéndote a cara descubierta,
sea feliz con la visión de tu gloria. Amén.


Año Litúrgico de Guéranger


 

martes, 20 de junio de 2017

21 de Junio: MIÉRCOLES DE LA INFRAOCTAVA DEL CORPUS. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA SAGRADA COMUNIÓN 
 
UNIÓN CON LA VÍCTIMA INMOLADA. — ¡Gloria a Cristo Salvador, que nos da en su carne inmolada el pan de vida y entendimiento! ¡Cuerpo de Jesús, templo augusto edificado por la eterna Sabiduría! De su costado, abierto violentamente, sale el río sagrado cuyas olas traen el Verbo a nuestras bocas sedientas. Visitando Jesús la tierra, la embriaga; prepara su alimento a los hijos de los hombres. Mas la copa que presenta, es la del Sacrificio; la mesa que prepara, es un altar; porque tal es la preparación de este alimento: una victima es la que nos da su carne a comer y su sangre a beber; la inmolación es, pues, la preparación directa y necesaria del banquete en que se entrega a los convidados. 


Pero ¿no son ellos mismos la comida de Cristo en esta sagrada mesa? Si da Él todo lo que es, ¿no es para tomarlo todo a su vez? ¿Cuáles serán, pues, nuestros preparativos del festín, sino aquellos mismos por donde Él pasa? No es una víctima, sino victimas, las que inmola la Sabiduría, para el banquete misterioso de pan y vino que prepara en su casa. 

¿No se nos quiere decir con esto que, para los miembros de Cristo, la verdadera preparación inmediata al banquete sagrado, no es otra que el mismo Sacrificio, la Misa, celebrada u oída en la unión más perfecta y posible con la máxima y principal Víctima? 

LA LITURGIA EUCARÍSTICA. — ¿Podría hacer cosa mejor el cristiano en este momento, que dejarse conducir dócilmente por la Iglesia en su Liturgia? ¿Podrá temer abandonarse sin reserva a aquella a quien Cristo se confió enteramente, para la determinación de las reglas que deben presidir la administración del Sacramento de su amor, para la disposición, solemnidad, preparativos, y lo que acompaña al Sacrificio, del que la Comunión es a la vez el complemento y término glorioso? 

La Comunión no es obra de devoción privada; la devoción privada no puede disponer al hombre convenientemente para esta visita del Señor, cuyo fin es estrechar cada vez más los lazos con Cristo y todos sus miembros, unificados ya en la inmolación del único y universal Sacrificio para la gloria del Padre. El acto sagrado bien comprendido y atentamente seguido, el desarrollo progresivo de las ceremonias y fórmulas santificadas, por sí solo es capaz de poner completamente al alma que siente el atractivo de Dios, en el grandioso punto de vista católico, que es el mismo del Señor. No tema el alma que ha de disminuir de este modo su recogimiento, o que se ha de entibiar el amor que con razón desea llevar a la sagrada mesa; se presentará a ella tanto más agradable y mejor adornada a las miradas del Esposo, cuanto el egoísmo inconsciente o el individualismo estrecho, frutos frecuentes de métodos particulares, queden más seguramente desterrados de su corazón en la gran escuela de la Iglesia y bajo la poderosa acción de la Liturgia. 

Así lo comprendieron los Apóstoles y sus discípulos inmediatos, fundadores autorizados de la Liturgia de los primeros tiempos; no pensaron que exponían la piedad de los nuevos convertidos a una peligrosa tibieza, con todo el aparato de pompas exteriores que desde el principio tendieron a hacerle como inseparable de la participación de los sagrados Misterios. Así lo practicaron nuestros abuelos los mártires en el glorioso seguro de las catacumbas, desarrollándose en estos estrechos subterráneos esplendores que nunca conoceremos; como Sixto II, inmolado en la cátedra en que presidía con majestad apostólica, rodeado de los numerosos ministros de las funciones sagradas, no temieron desafiar la cólera imperial bajo el fuego de la persecución, para salvaguardar la solemnidad de las asambleas cristianas, donde se estrechaba el vínculo de las almas y se animaba su valor con el banquete común del Pan de los fuertes. Así continuó haciendo, y todavía lo hizo con mayor solemnidad la Iglesia libre de las persecuciones, en el oro y esplendor de las basílicas que reemplazaron a las criptas de los cementerios en el siglo de triunfo. Los Padres y Doctores de la Iglesia, los santos de los tiempos antiguos, no conocieron otra preparación habitual para el Santísimo Sacramento que las magnificencias de la Liturgia, las solemnidades del Sacrificio ofrecido con el concurso de todos y la participación activa del pueblo cristiano. 

UNA DESVIACIÓN DE LA PIEDAD. — Muchos fieles de nuestros días han perdido el sentido de la Liturgia no teniendo ni la noción del Sacrificio. El augusto misterio eucarístico se resume para éstos en la presencia real del Señor, que quiere permanecer en medio de los suyos para recibir sus homenajes particulares. El toque de la campanilla que anuncia la elevación, no es para ellos más que la señal de la simple llegada del Señor: adoran, mas sin pensar unirse a la Víctima, sin inmolarse con la Iglesia en las grandes intenciones católicas, cuya fiel expresión rememora cada año la Liturgia. Si por casualidad van a comulgar ese día, tal vez dejen entonces a un lado el libro piadoso que los tenía santamente ocupados en su interior, para pasar el tiempo dulcemente en emociones más o menos estudiadas que sacaron de él: hasta el momento en que, admitidos a la sagrada mesa, Cristo deberá buscar en la gracia lejana de su bautismo, más bien que en sus afectos o pensamientos del presente, esta indispensable cualidad de miembro de la Iglesia, que la Comunión requiere sobre todos las otras y que principalmente viene a confirmar. 

¿Es, pues, de admirar que en gran número de almas la Religión, cuyo fundamento verdadero es el Sacrificio, descanse más bien sobre un sentimentalismo vago, con cuya influencia se obscurecen siempre las nociones fundamentales del dominio divino, de la justicia suprema, del culto propiamente dicho mediante la reparación, el servicio y el homenaje, que son nuestros deberes primeros para con la suprema Majestad? ¿De donde resulta en tantos cristianos que se confiesan y comulgan, esta debilidad en la fe, esta ignorancia total de la noción práctica de la Iglesia, sino de que, habiendo perdido el culto para ellos, con las pompas de la Liturgia, que desconocen ya, su carácter social, la Comunión ha perdido también su verdadero sentido y deja en su aislamiento tranquilo a esos hombres para quienes no es ella el lazo de unidad, mediante Cristo-Cabeza, con todo el cuerpo cuyos miembros fueron hechos por el bautismo? Aún fuera de esos católicos de nombre, para quienes la Iglesia no parece otra cosa que un término de historia incomprendido, ¿cuántas almas hay de las admitidas a la Comunión frecuente o diaria, que comprendan hoy este axioma de San Agustín: La Eucaristía es nuestro pan cotidiano, porque la virtud que significa, es la UNIDAD, salud del cuerpo y de los miembros?(S. Agustín, Sermón 57, 037).

DOCTRINA DEL CONCILIO DE TRENTO. — Resumiendo esta enseñanza tradicional, mejor que nosotros pudiéramos hacerlo y con la autoridad del Espíritu Santo, los Padres de Trento se expresan así en la sesión XIII: "El Santo Concilio, con todo afecto paternal, advierte, exhorta, ruega y conjura por las entrañas misericordiosas de nuestro Dios a todos los que llevan el nombre de cristianos y a cada uno de ellos, que se reúnan unánimemente en este signo de la unidad, en este lazo de la caridad, en este símbolo de la concordia. Que se acuerden de la suprema majestad, del inefable amor de Jesucristo nuestro Señor, que entregando su preciosa vida en precio de nuestra salvación, nos dio su carne por alimento. Que crean y confiesen con tal constancia y firmeza estos sagrados Misterios de su Cuerpo y Sangre, que los honren y reverencien con tanta devoción y amor que puedan recibir con frecuencia este pan superior a toda sustancia. ¡Ojalá sea para ellos la verdadera vida, la salud perpetua del alma! Confortados por su fuerza, pasen de la peregrinación de esta tierra miserable a la patria celestial, para comer allí al descubierto ese pan de los ángeles que los alimenta aquí abajo oculto en los velos de las sagradas especies" ( Sesión XIII de la Eucaristía, c. VIII)


Año Litúrgico de Guéranger


 

lunes, 19 de junio de 2017

20 de Junio: MARTES DE LA INFRAOCTAVA DEL CORPUS. Del Año Litúrgico de Guéranger.

LA EUCARISTÍA Y LA UNIDAD DEL CUERPO MÍSTICO
 
DOCTRINA DE DIONISIO EL AREOPAGITA. — "Sacramento de los sacramentos (Dionisio, La Jerarquía ecles., c. III, 1) ¡oh Santísimo! levantando los velos que te rodean de sus significados misteriosos, muéstrate de lejos en tu esplendor y llena nuestras almas de tu directa y purísima luz." Así exclama en su lenguaje incomparable el revelador de las divinas jerarquías. 


El sacerdote acaba de realizar los sagrados Misterios; los pone ante los ojos bajo el velo de las especies. Este pan, oculto hasta ahora y que no formaba más que un todo, lo descubre, lo divide en muchas partes; da a todos del mismo cáliz: multiplica simbólicamente y distribuye la UNIDAD, consumando así el Sacrificio. Porque la unidad simple y oculta del Verbo que se desposa con la humanidad entera, ha penetrado desde las profundidades de Dios hasta el mundo visible y múltiple de los sentidos; y adaptándose al número sin cambiar de naturaleza, uniendo nuestra bajeza a sus grandezas, nuestra vida y su vida, su sustancia y nuestros miembros, no quiere hacer de todos sino un todo con ella: del mismo modo el Sacramento divino, uno, simple, indivisible en su esencia, se multiplica amorosamente bajo el signo exterior de las especies, a fin de que, recogiéndose en su principio y volviendo a entrar de lo múltiple en su propia unidad, lleve consigo allí a los que han venido a él en la santidad. 

Por eso el nombre que más le conviene, es EUCARISTÍA, acción de gracias, ya que contiene el objeto de toda alabanza y de todos los dones celestiales llegados a nosotros. Maravilloso sumario de las operaciones divinizantes, sostiene nuestra vida y restaura la semejanza divina de nuestras almas en el prototipo supremo de la eterna belleza; nos conduce en excelsas ascensiones por un camino sobrehumano; por él se reparan las ruinas del primer pecado; él pone fin a nuestra indigencia; y, tomando todo en nosotros, dándose por entero, nos hace participantes de Dios y de sus bienes. 

DOCTRINA DE SAN AGUSTÍN. — "¡Oh Sacramento de amor! ¡Oh signo de la unidad! ¡Oh lazo de caridad" (Sobre S. Juan, Tratado XXVI, 13), prosigue a su vez San Agustín. Mas esta fuerza unitiva de la Eucaristía, magníficamente elogiada por el Areopagita en el acercamiento que obra entre Dios y su criatura, el obispo de Hipona se complace en verla edificando, en la paz, el cuerpo místico del Señor, y disponiéndole para el eterno Sacrificio y la comunión universal y perfecta de los cielos. Tal es la idea madre que le inspira acentos sublimes sobre el Santísimo Sacramento: 

Yo Soy el pan vivo bajado del cielo, había dicho el Salvador; sí alguien comiere de este pan, vivirá eternamente, y el pan que yo le daré, es mi carne para vida del mundo porque mi carne es verdaderamente comida y mi sangre verdaderamente bebida (Ibíd., 50). Esta comida y esta bebida que promete a los hombres, explica San Agustín, es sin duda y directamente su verdadera carne y la sangre de sus venas; es la misma hostia inmolada en la Cruz. Por consiguiente, establecida en su propia y real sustancia, inmolada con Él como una sola hostia, en un mismo Sacrificio, "es la Iglesia con todos sus miembros, predestinados, llamados, justificados, glorificados, o también viadores." Solamente en el cielo se declarará en su plenitud y estabilidad el misterio eucarístico, inefable saciedad de las almas, que consistirá en la unión permanente y perfecta de todos en todos y en Dios por Jesucristo. "Como, en efecto, prosigue San Agustín, lo que los hombres desean al comer y beber, es saciar el hambre y apagar la sed, este resultado no se alcanza verdaderamente sino por la comida y bebida, que hace a los que la toman, inmortales e incorruptibles, a saber, la sociedad de los santos, donde reinará la paz con plena y perfecta unidad" (Sobre S. Juan, Tratado XXVI, 15-17). ¡Festín único digno de los cielos! ¡Banquete espléndido, donde cada elegido, participando del cuerpo entero, le da a su vez crecimiento y plenitud! 

Esta es la Pascua de la eternidad que anunciaba el Señor cuando, al fin de su vida, queriendo poner término a la Pascua de las figuras con la realidad aún velada del Sacramento, convida a los suyos a un festín nuevo en la patria sin figuras y sombras. No comeré en adelante de esta Pascua, hasta su consumación en el reino de Dios dijo a los depositarios de la alianza; no gustaré tampoco de este fruto de la vid hasta el día que le beba con vosotros, vino nuevo, en el reino de mi Padre. Día sin fin, día de luz resplandeciente, cantado por David: donde la Sabiduría, libre de velos, embriagada ella misma la primera de amor en su divino banquete, apretando para siempre en un solo abrazo a la Cabeza y a los miembros, inebriará al hombre con el torrente de sus divinos deleites y de la vida que ella bebe en el seno del Padre! ¿Mas Cristo, nuestro Cabeza, ha penetrado ya las nubes; inundada de delicias, apoyada en su Amado, la Iglesia sube incesantemente del desierto ( Cant., VII, 1-5), el número de sus miembros, hermanos nuestros, admitidos al festín sagrado de los cielos, se completa cada día. Con razón exclama Cristo: Ahora esto es hueso de mis huesos y carne de mi carne (Gen., II, 23); se le adhieren como la esposa al esposo, no formando más que un mismo cuerpo. La Eucaristía ha producido esta adaptación maravillosa, que no se se revelará sino en el día de la gloria; mas aquí abajo es adonde, a la sombra de la fe, transforma ella de este modo a los predestinados en Cristo. 

EL CUERPO DE CRISTO. — Dios es amor, dijimos anteriormente; el amor exige unión y la unión exige semejantes. Ahora bien esta asemejanza del hombre a Dios, que no podía realizarse sino por el llamamiento del hombre a la participación de la naturaleza divina, es obra especial del Espíritu Santo, mediante la gracia; es el resultado de su permanencia personal en el alma santificada, cuyas potencias y la misma sustancia penetra íntimamente. Así hizo en Cristo, al inundar el ser humano con su plenitud en el seno de la Virgen María, al mismo tiempo que la eterna Sabiduría se unió a esta naturaleza inferior y creada, pero desde entonces santa y perfecta por siempre en el Espíritu santificador. Así hace también al preparar a la Iglesia, la Ciudad Santa, al banquete de las bodas del Cordero. Así los hijos y miembros de la Esposa, identificados con Cristo, formando un solo cuerpo con Él, quedan hechos participantes de sus bodas divinas con la Sabiduría eterna.


Año Litúrgico de Guéranger


 

domingo, 18 de junio de 2017

19 de Junio: LUNES DE LA INFRAOCTAVA DEL CORPUS. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA CENA, EL CALVARIO, Y LA MISA EL SACRIFICIO PERMANENTE. — El Sacrificio de la cruz domina los siglos y llena la eternidad. Un solo día, no obstante eso, le vio ofrecer en la sucesión de los tiempos, como un solo lugar en el espacio. Y, a pesar de eso, en ningún lugar, en ningún tiempo, el hombre no puede pasarse sin Sacrificio efectuado sin cesar, renovado continuamente ante sus ojos; porque, como hemos visto, el Sacrificio es el centro necesario de toda religión, y el hombre no puede pasarse sin la religión, que le une a Dios y forma el primero de los lazos sociales. Pues así como para corresponder a esta imperiosa necesidad, la Sabiduría estableció desde el principio esas ofrendas simbólicas que anunciaban el único Sacrificio y tomaban de él su valor, del mismo modo, la oblación de la gran víctima, una vez efectuada, debe también procurar socorrer las necesidades de las naciones y proveer al mundo de un Sacrificio permanente: memorial y no ya figura, verdadero Sacrificio, que, sin destruir la unidad del de la Cruz, aplica sus frutos cada día a los nuevos miembros de las generaciones venideras. 


INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA. — No relataremos aquí la cena del Señor ni la institución del nuevo sacerdocio. En el Jueves Santo se describió detalladamente. Entonces la Sabiduría, en el término de sus aspiraciones eternas, quum facta esset hora (S. Luc., XXII, 14) en esta hora tan diferida, se sienta al banquete de la alianza con aquellos doce hombres representantes de la humanidad entera. Cerrando el ciclo de las figuras en lá última inmolación del Cordero pascual: "Deseé con ansias comer esta Pascua con vosotros" (Ibíd., 15), exclama como queriendo, en este momento supremo, aliviar su corazón de las largas vicisitudes que ha sufrido su amor. Y de pronto, anticipándose a los judíos, inmola su víctima, el Cordero divino significado por Abél, predicho por Isaías, señalado por Juan el Precursor (S. Gregorio; Morales, XXIX, 31). Y, por una anticipación maravillosa, el cáliz sagrado contiene ya su Sangre que correrá mañana sobre el Calvario; y su divina mano presenta ya a sus discípulos el pan cambiado en su Cuerpo, convertido en rescate del mundo: "Comed, bebed todos; y del mismo modo que, en este momento, he anticipado para vosotros mi muerte, cuando haya desaparecido de este mundo, haced esto en memoria mía" (I Cor., XI, 24-25). La alianza en adelante está hecha. Sellado con la sangre, como el antiguo, el nuevo Testamento queda proclamado; y, si solamente tiene valor en previsión de la muerte real del testador (Hebr., IX, 16-18), es porque Cristo, víctima entregada por todos a la suprema venganza, convino en un pacto sublime con el Padre (Ibíd., XII, 2) de no asociar la redención universal sino al drama del día siguiente. Cabeza de la humanidad pecadora, y responsable de los crímenes de su raza, quiere, para destruir el pecado, someterse a las leyes severas de la expiación, y manifestar en sus tormentos a la faz del mundo los derechos de la eterna justicia (Rom., III, 25-26). Mas la tierra ya está en posesión del cáliz que debe proclamar la muerte del Señor hasta que venga, comunicando a cada miembro del género humano la verdadera sangre de Cristo derramada por sus pecados. 

Y ciertamente convenía que nuestro Pontífice, lejos del aparato de violencia exterior, que pronto iba a desilusionar a sus discípulos, se ofreciese por sí mismo al Padre en verdadero sacrificio, con el fin de manifestar claramente la espontaneidad de su muerte y descartar el pensamiento de que la traición, la violencia o la iniquidad de algunos hombres pudiese ser el principio y causa de la salvación común. 

Por esto, elevando los ojos hacia su Padre y dando gracias, dijo en presente, según la fuerza del texto griego: "Este es mi Cuerpo entregado por vosotros; ésta es mi Sangre derramada por vosotros" (S. Luc., XXII, 19-20). Estas palabras, que transmite con supoder a los depositarios de su sacerdocio, obran ,1o que significan. 

Cada vez, pues, que sobre el pan de trigo y el vino de vid caigan de la boca de un sacerdote estas palabras, comparables a aquellas que sacaron de la nada el universo, cualquiera que sea en el espacio o el tiempo la distancia que separa al mundo de la Cruz, la tierra poseerá la augusta Victima. Una en la Cena y sobre la Cruz, permanece una en la oblación hecha al Padre en todos los lugares, por el único Pontífice que toma y hace suyas las manos y la voz de los sacerdotes escogidos por el Espíritu Santo para este sublime ministerio. 

EL NUEVO SACERDOCIO. — ¡Cuán excelsos han de ser estos hombres, escogidos por la imposición de las manos de entre sus hermanos! Nuevos Cristos identificados con el Hijo de la Virgen purísima, serán los privilegiados de la divina Sabiduría, estrechamente unidos por el amor a su poder, asociados, como el mismo Jesús, a la gran obra que persigue durante los siglos: la inmolación de la víctima y la mezcla del cáliz donde la humanidad, unida con su Cabeza en un mismo sacrificio, viene al mismo tiempo a beber y unirse íntimamente a su divinidad. Cristo confía la oblación que debe ampliar su Sacrificio inmortalizándole, a las manos aún débiles de los que se digna llamar sus amigos y hermanos. Su noble mano se ha tendido ofreciendo en libación sangre de uvas; la derrama en la base del altar que ya se eleva, y el olor sube desde allí hasta el Altísimo. En este momento y desde el mismo Cenáculo, oyó los futuros cantos de triunfo que ensalzarían el divino memorial y la salmodia sagrada que llenaría a la Iglesia de incesante y suave armonía; vio a los pueblos postrados adorando al Señor su Dios en su presencia y rindiendo al Omnipotente un homenaje en adelante ya perfecto. Entonces se levantó de la mesa del festín; salió y renovó su oblación, consumado su Sacrificio con la sangre, queriendo manifestar por la Cruz la virtud de Dios.

EL SACRIFICIO DE LA IGLESIA.— ¡Bendita hora la del Sacrificio, cuando el destierro parece menos pesado a la Esposa de Cristo! Todavía sobre la tierra, ya honra a Dios con digno homenaje, y ve afluir en su seno los tesoros del cielo. Porque la Misa es su bien, su dote de Esposa; a ella le toca regular la oblación, precisar las fórmulas y ritos y recibir sus frutos. El Sacerdote es su ministro; ella ruega; él inmola la Víctima y da a su oración un poder infinito. El carácter eterno del sacerdocio, impreso por Dios en la frente del sacerdote, le hace depositario del poder divino, y coloca por encima de toda fuerza humana la validez del Sacrificio ofrecido por sus manos; mas no puede cumplir legítimamente esta oblación sino en la Iglesia y con ella. 

¡Con qué fidelidad la Iglesia guarda el testamento que la legó en el Sacrificio la eterna y viva memoria de la muerte de Cristo en la última Cena! Si se da a ella todo entero en el misterio del amor, el estado de inmolación en que se presenta a sus ojos, la advierte que debe pensar menos en regocijarse de su dulce presencia, que en perfeccionar y continuar su obra inmolándose con él. La Iglesia coloca a los Mártires debajo del altar, porque sabe que la Pasión de Cristo pide un complemento en sus miembros. Nacida en la Cruz de su costado abierto, la desposó en la muerte; y este primer abrazo que, desde su nacimiento, puso en sus brazos el Cuerpo ensangrentado de su Esposo, ha hecho pasar al alma de la nueva Eva el amor, en cuyo seno se durmió el Adán celestial en el Calvario. 

Madre de los vivientes, la gran familia humana acude a ella con toda clase de miserias y sin número de necesidades. La Iglesia sabrá valorizar el talento que le ha sido confiado: la Misa cumple todas las necesidades; la Iglesia satisface por ella sus deberes de Esposa y de Madre. Identificándose cada día más con la Víctima universal, que la reviste de su infinita dignidad, adora a la Majestad suprema y la da gracias, implora el perdón de las faltas antiguas y nuevas de sus hijos, y pide para ellos bienes temporales y espirituales. La sangre divina salta de su altar sobre las almas pacientes, templa la llama expiadora y las conduce al lugar de refrigerio, luz y paz. 

EL CALVARIO Y LA MISA. — Es tal la maravillosa virtud del sacrificio ofrecido en la Iglesia, que los cuatros fines en que se resume la religión entera, de adoración, acción de gracias, propiciación, impetración, los consigue, independientemente de las disposiciones del Sacerdote o de aquellos que le rodean. Porque la hostia es la que da el valor; y la hostia del altar es la misma que la del Calvario, hostia divina igual al Padre, que se ofrece ella misma como en la Cruz en una sola oblación por los mismos fines. 

El Creador del espacio y del tiempo no es su esclavo; lo muestra en este misterio: "Del mismo modo que ofrece el Sacrificio en muchos lugares, y es un mismo Cuerpo y no muchos, dice San Juan Crisóstomo, así sucede con la unidad del Sacrificio en las diversas edades". Solo el modo es distinto en la Cruz y en el altar. Cruento en la Cruz, incruento en el altar, la oblación permanece una en la aplicación, no obstante esta diversidad. La inmolación de la augusta Víctima apareció en la Cruz en su sublime horror; mas la violencia de los verdugos ocultaba a las miradas el Sacrificio ofrecido a Dios por el Verbo encarnado en la espontaneidad de su amor. La inmolación se oculta a los ojos en el altar; mas la religión del Sacrificio aquí se manifiesta y se desarrolla en todo su esplendor. La Sangre divina dejó sobre la tierra que la bebió, la maldición del deicidio; el cáliz de salvación que la Iglesia tiene entre sus manos, lleva consigo la bendición del mundo. ¿Por qué el mundo, que antiguamente se levantaba después de las tempestades, se lamenta ahora de una decadencia universal, donde la fuerza no existe sino en los castigos de Dios? Se agita en vano, sintiendo ceder con él, a cada paso, el brazo de carne que se ofrece a llevar su decrepitud. La Sangre del Cordero, su fortaleza antigua, no corre ya sobre la tierra con la misma abundancia. Y sin embargo de eso, el mundo permanece en pie todavía, y lo está gracias a este Sacrificio, que aunque despreciado y empequeñecido, se ofrece continuamente en muchísimos lugares; y subsistirá hasta que en un acceso de demencia furiosa haga cesar aquí en la tierra el Sacrificio eterno.


Año Litúrgico de Guéranger


 

sábado, 17 de junio de 2017

DOMINGO DE LA INFRAOCTAVA DEL CORPUS - SEGUNDO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

LA EUCARISTIA SACRIFICIO PERFECTO 

NOCIÓN DEL SACRIFICIO. — La Eucaristía tiene por objeto principal la aplicación incesante del Sacrificio del Calvario; es, pues, necesario considerar este sacrificio del Hombre-Dios en si mismo, a fin de admirar mejor la maravillosa continuación que se hace en la Iglesia. Conviene para esto precisar primeramente la noción general de Sacrificio


Dios tiene derecho al homenaje de su criatura. Si los reyes y señores de la tierra tienen derecho a exigir de sus vasallos el reconocimiento solemne de su soberanía, el dominio supremo del primer Ser, causa primera y fin último de todas las cosas, lo impone con más justo título a los seres llamados de la nada por su omnipotente bondad. Y, del mismo modo que por el censo que le acompañaba, el homenaje de siervos y vasallos llevaba, con la confesión de su sujección, la declaración efectiva de bienes y derechos que reconocían tener de su Señor; del mismo modo, el acto por el que la criatura se humilla ante su criador, deberá manifestar suficientemente, por sí mismo, que le reconoce como Señor de todas las cosas y autor de la vida

Mas puede suceder que la criatura, por su propia acción, tenga dada contra ella, a la justicia de Dios, derechos de otro modo temibles que los de su omnipotencia y bondad. La misericordia divina puede entonces, es cierto, suspender o conmutar la ejecución de las venganzas del supremo Señor; pero el homenaje del ser creado, hecho pecador, no será ya completo sino con la condición de expresar en adelante, con su dependencia de criatura, la confesión de su falta y de la justicia del castigo incurrido por la transgresión de los preceptos divinos; la oblación suplicante del esclavo rebelado deberá mostrar, por su naturaleza, que Dios no es solamente el autor de la vida sino el Árbitro de la muerte

Esta es la verdadera noción del Sacrificio, así llamado porque separa de la multitud de seres de igual naturaleza y hace sagrada la ofrenda por la que se expresa: oblación interior y puramente espiritual en los espíritus libres de lo material; oblación espiritual y sensible a la vez para el hombre, que, compuesto de alma y cuerpo, debe homenaje a Dios por uno y otro. El sacrificio no puede ofrecerse más que a Dios solo; y la religión, que tiene por objeto el culto debido al Señor, no encuentra más que en él su expresión última. 

UNIDAD DE LA CREACIÓN EN DIOS. — Por el sacrificio Dios alcanza el fin que se propuso en la creación: su propia gloria (Prov., XVI, 4). Mas para que se elevase del mundo hacia su Creador un homenaje que representase la medida de sus dones, hacía falta un jefe que representase al mundo entero en su persona, y que, disponiendo de él como de bien propio, le ofreciese al Señor en toda su plenitud consigo mismo. Pero Dios dispone las cosas de modo más admirable aún: dándole por jefe a su Hijo revestido de nuestra naturaleza, hace que el homenaje de esta naturaleza inferior, revistiendo la dignidad de la persona, el honor rendido sea verdaderamente digno de la Majestad suprema. 

¡Maravillosa coronación de la obra creadora! La gloria inmensa que rinde al Padre el Verbo encarnado, ha unido a Dios y a la criatura, tan distantes uno de otro; y rebosa sobre el mundo en abundante gracia que acaba por llenar el abismo. El Sacrificio del Hijo del Hombre llega a ser la base y razón del orden sobrenatural, en el cielo y en la tierra. Como objeto primero y principal del decreto de la creación, salieron de la nada para Cristo, a la voz del Padre, los diversos grados del ser espiritual y material, llamados a formar su palacio y corte: así también en el orden de la gracia, él es verdaderamente el hombre, el Predilecto. El espíritu de amor se esparcirá de este único predilecto, de la Cabeza, sobre todos sus miembros, comunicando sin medida la verdadera vida y el ser sobrenatural a aquellos que Cristo llama a participar de su divina sustancia en el banquete del amor. Porque a continuación de la Cabeza vendrán los miembros, uniendo al suyo su homenaje; y este homenaje, que de por sí hubiera permanecido por debajo de la Majestad infinita, recibirá, por su incorporación al Verbo encarnado en el acto de su Sacrificio, la dignidad de Cristo mismo. 

Asimismo, y no nos cansaremos de repetirlo contra el individualismo estrecho que tiende a dar a las prácticas de devoción privada la preponderancia sobre la solemnidad de los grandes actos litúrgicos, que forman la esencia de la religión: mediante el Sacrificio la creación entera se consuma en la unidad; y la verdadera vida social se funda en Dios por el Sacrificio. Sean uno en nosotros como nosotros mismos tal es la última intención del Creador, revelada al mundo por el Ángel del gran Consejo, venido a la tierra para realizar este programa divino. Ahora bien, la religión es la que reúne ante Dios los distintos elementos del cuerpo social; y el Sacrificio, que es el acto fundamental de ella, es a la vez medio y fin de esta grandiosa unificación en Cristo, cuya terminación indicará la consumación del reino eterno del Padre, que por él habrá llegado a ser todo en todos. 

CRISTO, SACERDOTE Y VÍCTIMA. — Mas este reinado de la eternidad, que prepara al Padre el reino terreno de Cristo tiene enemigos que es necesario reducir. Los Principados, las Potestades y Virtudes del infierno se han coaligado contra ella. La envidia, al atacar al hombre, imagen de Dios, introdujo en el mundo la desobediencia y la muerte; por el hombre hecho su esclavo, el pecado se sirve, como de un arma, de todos los preceptos divinos contra su Autor. Por eso, antes de ser agradables al Padre, los futuros miembros de Cristo anhelan un sacrificio de propiciación y de redención. Es necesario que Cristo mismo viva la vida de expiación del pecador, padezca sus dolores y muera de muerte. Pues tal era la pena impuesta como sanción desde el principio al precepto divino; pena suprema para el transgresor, que no puede sufrirla, mayor, pero sin proporción con la ofensa de la infinita majestad, a menos que una persona divina, tomando la espantosa responsabilidad de esta deuda infinita, padezca la pena del hombre y le devuelva a la inocencia. 

¡Venga, pues, nuestro Pontífice, aparezca el divino Caudillo de nuestra raza y de todo el mundo! Porque amó la justicia y odió la iniquidad, Dios le ungió con el aceite de alegría entre todos sus hermanos (Sal., XLIV, 8). Era Cristo por el sacerdocio destinado para Él desde el seno del Padre; es Jesús, porque el Sacrificio que acaba de ofrecer, salvará a su pueblo del pecado: JESU-CRISTO: tal debe ser el nombre del Pontífice eterno

¡Qué poder y amor en su sacrificio! Sacerdote y víctima a la vez, para destruirla triunfa de la muerte y al mismo tiempo abate el pecado en su carne inocente; satisface hasta el último óbolo,.y mucho más, a la justicia del Padre; arranca el decreto que nos era contrario a nosotros y le clava en la cruz, le borra con su sangre, y, despojando a los Principados enemigos de su tiránico imperio, los encadena a su carro triunfal (Col., II, 15). Crucificado con él, nuestro hombre viejo perdió su cuerpo de pecado; renovado con la sangre redentora, sale con él de la tumba a una vida nueva. "Vosotros estáis muertos, dice el Apóstol, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios; cuando aparezca Cristo vuestra vida, también apareceréis con él en la gloria." Cristo, en efecto, padeció, como Cabeza; su Sacrificio abarca todo el cuerpo cuya cabeza es, y le transforma con él para el holocausto eterno cuyo suave olor embalsamará los cielos. 

Penetrémonos, oh Cristianos, de estas grandes enseñanzas. Cuanto más comprendamos el Sacrificio del Hombre-Dios en su inconmensurable grandeza, más fácilmente dejaremos a la Iglesia, por medio de su Liturgia, levantar nuestras almas de las egoístas y mezquinas preocupaciones de una piedad frecuentemente replegada sobre sí misma. Miembros de Cristo-Pontífice, ensanchemos nuestros corazones y abrámoslos a los torrentes de luz y amor que brotan del Calvario. 

MISA

(En algunas Iglesias, menos afortunadas que en España, solamente hoy celebran la Solemnidad del Corpus. En ellas se canta la Misa de la fiesta misma con la conmemoración ordinaria del domingo. Pero donde la solemnidad se celebró el Jueves, sólo se hace su conmemoración en la Misa de este domingo, que es el segundo después de Pentecostés. Hoy muy generalmente se hace la gran Procesión del Corpus, y en las Iglesias de España suele celebrarse otra segunda casi tan solemne como la del mismo día).

El Introito está sacado de los Salmos. Canta los beneficios con que el Señor protege a su pueblo y le liberta de sus enemigos. Celebremos con amor a nuestro Dios, seguro refugio y firme apoyo nuestro. 

INTROITO 

El Señor se hizo protector mío, y me sacó a la llanura: me salvó porque me quiso. — Salmo: Ámete yo, Señor, fortaleza mía: el Señor es mi sostén, y mi refugio, y mi libertador. V. Gloria al Padre. 

La Iglesia, pide en la Colecta, el temor y amor del nombre sagrado del Señor. El temor, en efecto, de que aquí se trata, es el temor del hijo a su padre; no excluye el amor, le asegura, al contrario, preservándole de la negligencia y extravíos a los que una falsa familiaridad arrastra frecuentemente a ciertas almas. 

COLECTA 

Haz, Señor, que tengamos a la Vez el perpetuo temor y amor.de tu nombre: porque nunca privas de tu gobierno a los que educas en la firmeza de tu dilección. Por nuestro Señor. 

EPÍSTOLA 

Lección de la Epístola del Ap. S. Juan. (III, 13-18).

Carísimos: No os admiréis si os odia el mundo. Nosotros sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. El que no ama, permanece en la muerte: todo el que odia a su hermano, es homicida. Y sabéis que ningún homicida tiene en sí la vida eterna. En esto conocemos la caridad de Dios, en que Él dio su vida por nosotros: y nosotros debemos darla por los hermanos. El que tuviere las riquezas de este mundo, y viere a su hermano padecer necesidad, y cerrare sus entrañas a él: ¿cómo permanecerá en él la caridad de Dios? Hijitos míos, no amemos de palabra ni con la lengua, sino de obra, y de verdad. 

MEMORIAL DEL AMOR DIVINO. — Estas palabras del discípulo amado no podían recordarse mejor al pueblo fiel que en la Octava que prosigue su curso. El amor de Dios para nosotros es el modelo como la razón del que debemos a nuestros semejantes; la caridad divina es el tipo de la nuestra. "Os he dado ejemplo, dice el Salvador, para que como yo he hecho con vosotros, lo hagáis vosotros mismos" (S. Juan, XIII, 15). Si pues Él dio hasta su vida, es necesario saber dar la nuestra, cuando se presentare ocasión, para salvar a nuestros hermanos. Con mayor razón debemos socorrerlos, según nuestros medios, en sus necesidades, amarlos no de palabra o con la lengua, sino efectiva y verdaderamente. 

Ahora bien, ¿qué es el memorial divino sino la elocuente demostración del amor infinito, el monumento real y la representación permanente de esa muerte de un Dios, a la que se refiere el Apóstol? 

Por eso el Señor, para promulgar la ley del amor fraterno que venía a traer al mundo, aguarda a la institución del Sacramento, que debía dar a esta ley su sólido apoyo. Mas, apenas creó el augusto misterio, apenas se dió bajo las especies sagradas, dijo: "Os doy un mandamiento nuevo; mi mandamiento es que os améis los unos a los otros, como yo os he amado" (S. Juan,, XIII, 34; XV, 12). Precepto nuevo, en efecto, para un pueblo en que el egoísmo era la única ley; signo distintivo que iba a hacer reconocer entre todos a los discípulos de Cristo (S. Juan, XIII, 35), y destinarlos a la vez al odio del género humano (Tácito, Ann, XV) rebelde a esta ley del amor. Las palabras puestas por San Juan en su Epístola: "Carísimos, no os extrañéis de que os odie el mundo; porque sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida si amamos a nuestros hermanos; el que no ama permanece en la muerte", se refieren a la acogida hostil que el mundo de entonces dispensó al nuevo pueblo. 

El cristianismo existe, si existe la unión de los miembros entre sí mediante su divina Cabeza; la Eucaristía es el alimento sustancial de esta unión, el lazo poderoso del cuerpo místico del Salvador, que por él crece cada día en la caridad. La caridad, la paz, la concordia, es, pues, con el amor de Dios, la más indispensable y mejor preparación para los sagrados misterios. Es lo que nos explica la recomendación del Señor en el Evangelio: "Cuando presentes tu ofrenda en el altar, si te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna cosa contra ti, deja tu ofrenda cabe el altar y ve antes a reconciliarte con tu hermano, y vuelve en seguida a presentar tu ofrenda".(S. Mateo, V, 23-24)

El Gradual, sacado de los Salmos, da gracias al Señor por su protección en el pasado, e implora contra los enemigos siempre implacables, la continuación de su poderoso socorro. 

GRADUAL 

En mi tribulación clamé al Señor, y me escuchó. V. Señor, libra mi alma de los labios inicuos, y de la lengua engañosa. 

Aleluya, aleluya. V. Señor, Dios mío, en ti he esperado : sálvame de todos los que me persiguen y líbrame. Aleluya. 

EVANGELIO 

Continuación del santo Evangelio según S. Lucas. (XIV, 16-24)


En aquel tiempo dijo Jesús a los fariseos esta parábola: Un hombre hizo una gran cena, y llamó a muchos. Y, a la hora de la cena, envió a su siervo a decir a los invitados que vinieran, porque ya estaba preparado todo. Y comenzaron a excusarse todos a la vez. El primero le dijo: He comprado una granja, y necesito salir y verla: ruégote me excuses. Y otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlas: ruégote me excuses. Y otro dijo: He tomado esposa: y, por ello no puedo ir. Y, vuelto el siervo, anunció esto a su señor. Entonces el padre de familias, airado, dijo a su siervo: Sal pronto por las plazas y barrios de la ciudad: e introduce aquí a los pobres, y débiles, y ciegos, y cojos. Y dijo el siervo: Señor, se ha hecho como mandaste, y todavía hay sitio. Y dijo el señor al siervo: Sal por los caminos y cercados: y fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. Pues os digo que ninguno de aquellos hombres que fueron llamados, gustará mi cena. 

EL FESTÍN DE LAS BODAS DEL CORDERO. — Cuando aún no se había establecido la fiesta del Corpus Christi, este evangelio estaba señalado ya para este Domingo. El Espíritu divino que asiste a la Iglesia en la ordenación de su Liturgia, preparaba de este modo anticipadamente el complemento de las enseñanzas de esta gran solemnidad. La parábola que propone aquí el Señor, sentado a la mesa de un jefe de los fariseos, volverá a repetirla en el templo, en los días que precedieron a su Pasión y Muerte Esta insistencia es significativa y nos revela suficientemente la importancia de la alegoría. ¿Cuál es, en efecto, este convite de numerosos invitados, este festín de las bodas, sino aquel mismo de quien hizo los preparativos la Sabiduría eterna desde el principio del mundo? Nada faltó a las magnificencias de estos divinos preparativos. Con todo eso, el pueblo amado, enriquecido con tantos beneficios, hizo muecas de desagrado al amor; por sus abandonos despectivos se propuso provocar la cólera del Dios su Salvador. 

Mas, a pesar de ello, la Sabiduría eterna ofrece todavía a los hijos ingratos de Abraham, Isaac y Jacob, en recuerdo de su padres, el primer lugar en el banquete; a las ovejas perdidas de la casa de Israel fue a las que fueron enviados primeramente los Apóstoles (S. Mat., X, 6; Act., XIII, 46). "¡Inefables miramientos! exclama San Juan Crisóstomo. Cristo llama a los judíos antes de la cruz; lo hace también después de su inmolación y continúa llamándolos. Cuando debía, a nuestro juicio, aplastarlos con fuerte castigo, los invita a su alianza y los llena de honores. Mas los que asesinaron a sus profetas y Le mataron a Él mismo, solicitados por el Esposo y convidados a las bodas por su propia víctima, no hacen ningún caso y ponen como pretexto sus parejas de bueyes, sus mujeres o sus campos". Pronto estos pontífices, escribas y fariseos hipócritas perseguirán y matarán a los apóstoles unos tras otros; y el servidor de la parábola no llevará de Jerusalén al banquete del Padre de familias más que los pobres, humildes y enfermos de las calles y plazas de la ciudad, en los que la ambición, la avaricia o los placeres no encontraron obstáculo al advenimiento del reino de Dios. 

Entonces se consumará la vocación de los gentiles y el gran misterio de la sustitución del nuevo pueblo por el antiguo en la alianza divina. "Las bodas de mi Hijo estaban preparadas, dirá Dios Padre a sus servidores; pero los que estaban invitados, no han sido dignos. Id, pues, dejad la ciudad maldita que desconoció el tiempo de su visita (Luc., XIX, 44); salid a las encrucijadas, recorred las calles, buscad en los campos de los gentiles y llamad a las bodas a todos los que encontréis". 

Gentiles, glorificad a Dios por su misericordia (Rom., XV, 9). Invitados, sin méritos por vuestra parte, al festín preparado para otros, temed incurrir en los reproches que los excluyeron de los favores prometidos a sus padres. Ciego y cojo llamado de la encrucijada, ven presto a la mesa sagrada. Piensa también, por el honor de Aquel que te llama, dejar los vestidos sucios del mendigo del camino. Vístete con diligencia el vestido nupcial (Hom., 69 sobre S. Mat.). Tu alma, en adelante, por el llamamiento a estas bodas sublimes, es reina: "Adórnala con púrpura, dice San Juan Crisóstomo; pónla la diadema y colócala sobre un trono, ¡Piensa en las bodas que te esperan, en las bodas del Señor! ¿De qué tisú de oro y variedad de ornamentos no debe resplandecer al alma llamada al franquear el umbral de la sala del festín y de esta cámara nupcial?" 

El Ofertorio, como el gradual, es una apremiante demanda de socorro fundada en la divina misericordia. 

OFERTORIO 

Señor, vuélvete, y libra mi alma: sálvame por tu misericordia. La Iglesia implora en la Secreta el doble efecto del divino Sacramento en la transformación de las almas: la purificación de los restos del pecado, y el progreso en las obras de la vida celestial. 

SECRETA 

Purifíquenos, Señor, la oblación que va a ser dedicada a tu nombre: y llévenos de día en día a la práctica de la vida celestial. Por nuestro Señor. 

Durante la Comunión, la Iglesia, inundada de los favores del cielo, manifiesta su agradecimiento a Aquel que, siendo Señor Altísimo, es también su Esposo y la colma de estos bienes excelentes. 

COMUNIÓN 

Cantaré al Señor, que me dió bienes: y salmearé al nombre del Altísimo. 

En la Poscomunión pidamos con la Iglesia que la frecuentación del misterio sagrado no sea infructuoso en nuestras almas, sino que produzca frutos de Salvación cada vez más abundantes. 

POSCOMUNIÓN 

Recibidos los sagrados dones, suplicámoste, Señor, hagas que, con la frecuentación del Misterio, crezca el efecto de nuestra salvación. Por nuestro Señor.


Año Litúrgico de Guéranger