jueves, 10 de mayo de 2018

10 de mayo. San Antonino, arzobispo de Florencia. — (t 1459) Flos Sanctorvm Santoral




El santísimo prelado san Antonio, o Antonino, que así le llamaban por ser pequeño de cuerpo, nació de honrados padres en Florencia, y desde niño mostró que era escogido de Dios. A la edad de trece años había ya estudiado y decorado todo el Derecho Canónico, y luego pidió y alcanzó el hábito de santo Domingo. Nunca comía carne sino estando enfermo, traía una cadena de hierro y dormía en el suelo sobre las tablas. Ordenado de sacerdote, vino a ser prior de los principales conventos de su orden en Italia, y siendo ya Vicario general de Roma, y Napóles, lavaba los platos y escudillas de sus hermanos, y barría la casa como el menor de todos. Obligóle el papa Eugenio IV a aceptar el obispado de Florencia, bajo pena de excomunión; y él vino a pie y descalzo a su Iglesia, con tanta amargura de su corazón, como regocijo de toda la ciudad que salió a recibirle como a santo pastor venido del cielo. Muy presto resonó en toda Italia la fama de sus virtudes. En la oración quedaba arrebatado y suspenso en el aire, resplandeciendo su rostro con maravillosa claridad. Desentrañábase por los pobres y dábales cuanto tenía; reprimía a los insolentes y poderosos, mandándoles hacer penitencias públicas, y echaba con gran severidad de las iglesias, a las mujeres que venían a ellas para enlazar las almas. Quejábanse algunos de él porque no excomulgaba por ciertos pecados a sus subditos; y él, para no declararles la razón que tenía para no hacerlo, por el daño que recibe el alma con la excomunión, mandó traer un pan blanco, y dijo sobre él las palabras que se suelen decir en la excomunión, y luego delante de todos el pan se convirtió en carbón, y pronunciando después las palabras de la absolución, el pan negro se tornó a su primera blancura; y con esto entendieron los efectos que hace la excomunión en el alma, y que no se debe usar de ella sino a más no poder. Autorizaba su celestial doctrina con muchos, prodigios, y le estimaba tanto el papa, que, en su última enfermedad, quiso recibir los sacramentos de su mano, y que asistiese a su cabecera: y Nicolao V cuando puso en el catálogo de los santos a san Bernardino de Sena, dijo que tan bien podía canonizar a san Bernardino muerto, como a san Antonino vivo. Finalmente a los setenta años de su edad expiró pronunciando estas palabras: «Servir a Dios es reinar.» Y fué tanto el concurso que acudió al entierro, que no le pudieron dar sepultura hasta pasados ocho días, en los cuales estuvo el santo cuerpo en la iglesia, fresco, hermoso el rostro, como si fuera ya cuerpo glorioso.

Reflexión: Presentó un pobre hombre una cestilla de fruta a san Antonino pensando que se la había de pagar bien; el santo conociendo sus miras interesadas, no le dio nada, sino con rostro alegre alabó su fruta, y dijóle: «Dios os lo pague, hermano.» Parecióle al hombre que había empleado mal su fruta, e íbase quejando del arzobispo. Mandóle este llamar, y escribió en un papel aquellas palabras: «Dios os lo pague»: y poniendo el papel en una balanza, y en la otra la cesta de fruta, la balanza que tenía el papel bajó hasta el suelo, y la otra subió todo lo que pudo con la fruta. Entonces, volviéndose al hombre, le dijo: «Mirad como yo no os hice agravio; que más os di que recibí.» Y mira tú como Dios mostró con este milagro cuánto gana el que hace limosna, aunque a veces no parezca a los ojos humanos el fruto de la caridad.

Oración: Ayúdennos, Señor, los merecimientos del santo confesor y pontífice Antonino, para que así como te ensalzamos admirable en sus virtudes, así también te experimentemos misericordioso, en nuestras necesidades. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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