(1373 p.c.)
SANTA BRÍGIDA era hija de Birgerio, gobernador de Uplandia, la principal
provincia de Suecia. La madre de Brígida, Ingerborg, era hija del gobernador
de Gotlandia oriental. Ingerborg murió hacia 1315 y dejó varios hijos.
Brígida, que tenía entonces doce años aproximadamente, fue educada por una tía
suya en Aspenás. A los tres años, había empezado a hablar con perfecta claridad,
como si fuese una persona mayor, y su bondad y devoción fueron tan precoces como
su lenguaje. Sin embargo, la santa confesaba que de joven había sido inclinada
al orgullo y la presunción. A los siete años tuvo una visión de la Reina de los
cielos. A los diez, a raíz de un sermón sobre la Pasión de Cristo que la impresionó
mucho, soñó que veía al Señor clavado en la cruz y oyó estas palabras:
"Mira en qué estado estoy, hija mía." "¿Quién os ha hecho eso, Señor?", preguntó
la niña. Y Cristo respondió: "Los que me desprecian y se burlan de mi
amor." Esa visión dejó una huella imborrable en Brígida y, desde entonces, la
Pasión del Señor se convirtió en el centro de su vida espiritual.
Antes de cumplir
catorce años, la joven contrajo matrimonio con Ulf Gudmarsson, quien era cuatro
años mayor que ella. Dios les concedió veintiocho años de felicidad matrimonial.
Tuvieron cuatro hijos y cuatro hijas, una de las cuales es venerada con el nombre
de Santa Catalina de Suecia. Durante algunos años, Brígida llevó la vida de
una señora feudal en las posesiones de su esposo en Ulfassa, con la única diferencia
de que cultivaba la amistad de los hombres sabios y virtuosos.
Hacia el año 1335, la santa fue llamada a la corte del joven rey Magno II
para ser la principal dama de honor de la reina Blanca de Namur. Pronto comprendió
Brígida que sus responsabilidades en la corte no se limitaban al estricto
cumplimiento de su oficio. Magno era un hombre débil que se dejaba fácilmente
arrastrar al vicio; Blanca tenía buena voluntad, pero era irreflexiva y amante
del lujo. La santa hizo cuanto pudo por cultivar las cualidades de la reina y por
rodear a ambos soberanos de buenas influencias. Pero, como sucede con frecuencia,
aunque Santa Brígida se ganó el cariño de los reyes, no consiguió
mejorar su conducta, pues no la tomaban en serio. La santa empezó a disfrutar
por entonces de las visiones que habían de hacerla famosa. Estas versaban sobre
las más diversas materias, desde la necesidad de lavarse, hasta los términos del
tratado de paz entre Francia e Inglaterra. "Si el rey de Inglaterra no firma la
paz —decía— no tendrá éxito en ninguna de sus empresas y acabará por salir
del reino y dejar a sus hijos en la tribulación y la angustia." Pero tales visiones
no impresionaban gran cosa a los cortesanos suecos, quienes solían preguntar con
cierta ironía: "¿Qué soñó Doña Brígida anoche?" Por otra parte, la santa tenía
dificultades con su propia familia. Su hija mayor se había casado con un noble
muy revoltoso, a quien Brígida llamaba "el Bandolero" y, hacia 1340, murió
Gudmaro, su hijo menor. Por esa pérdida la santa hizo una peregrinación al
santuario de San Olaf de Noruega, en Trondhjem. A su regreso, fortalecida por
las oraciones, intentó con más ahinco que nunca volver al buen camino a sus
soberanos. Como no lo lograse, les pidió permiso de ausentarse de la corte e
hizo una peregrinación a Compostela con su esposo. A la vuelta del viaje, Ulf
cayó gravemente enfermo en Arras y recibió los últimos sacramentos ya que la
muerta parecía inminente. Pero Santa Brígida, que oraba fervorosamente por el restablecimiento de su esposo, tuvo un sueño en el que San Dionisio le reveló
que no moriría. A raíz de la curación de Ulf, ambos esposos prometieron consagrarse
a Dios en la vida religiosa. Según parece, Ulf murió en 1344 en el
monasterio cisterciense de Alvastra, antes de poner por obra su propósito.
Santa Brígida se quedó en Alvastra cuatro años dedicada a la penitencia
y completamente olvidada del mundo. Desde entonces, abandonó los vestidos
preciosos: sólo usaba lino para el velo y vestía una burda túnica ceñida con una
cuerda anudada. Las visiones y revelaciones se hicieron tan insistentes, que la
santa se alarmó, temiendo ser víctima de las ilusiones del demonio o de su propia
imaginación. Pero en una visión que se repitió tres veces, se le ordenó que se
pusiese bajo la dirección del maestre Matías, un canónigo muy sabio y experimentado
de Linkoping, quien le declaró que sus visiones procedían de Dios.
Desde entonces hasta su muerte, Santa Brígida comunicó todas sus visiones al
prior de Alvastra, llamado Pedro, quien las consignó por escrito en latín.
Ese
período culminó con una visión en la que el Señor ordenó a la santa que fuese
a la corte para amenazar al rey Magno con el juicio divino; así lo hizo Brígida,
sin excluir de las amenazas a la reina y a los nobles. Magno se enmendó algún
tiempo y dotó liberalmente el monasterio que la santa había fundado en Vadstena,
impulsada por otra visión.
En dicho monasterio había sesenta religiosas. En un edificio contiguo habitaban
trece sacerdotes (en honor de los doce apóstoles y de San Pablo), cuatro
diáconos (que representaban a los doctores de la Iglesia) y ocho hermanos legos.
En conjunto había ochenta y cinco personas, que era el número de los discípulos
del Señor. Santa Brígida redactó las constituciones; según se dice, se las dictó el
Salvador en una visión. Pero ni Bonifacio IX en la bula de canonización, ni
Martín V, que ratificó los privilegios de la abadía de Sión y confirmó la canonización,
mencionan ese hecho y sólo hablan de la aprobación de la regla por
la Santa Sede, sin hacer referencia a ninguna revelación privada. En la fundación
de Santa Brígida, lo mismo que en la orden de Fontevrault, los hombres
estaban sujetos a la abadesa en lo temporal, pero en lo espiritual, las mujeres
estaban sujetas al superior de los monjes. La razón de ello es que la orden
había sido fundada principalmente para las mujeres y los hombres sólo eran
admitidos en ella para asegurar los ministerios espirituales. Los conventos de
hombres y mujeres estaban separados por una clausura inviolable; tanto unos
como las otras, asistían á los oficios en la misma iglesia, pero las religiosas se
hallaban en una galería superior, de suerte que ni siquiera podían verse unos
a otros. Actualmente ya no hay hombres en la orden del Santísimo Salvador,
que llegó a tener unos setenta conventos y actualmente no pasa de doce. El
monasterio de Vadstena fue el principal centro literario de Suecia en el siglo XV.
A raíz de una visión, Santa Brígida escribió una carta muy enérgica a
Clemente VI, urgiéndole a partir de Aviñón a Roma y establecer la paz
<»Entre Eduardo III de Inglaterra y Felipe IV de Francia. El Papa se negó a partir
de Aviñón pero, en cambio envió a Hemming, obispo de Abo, a la corte del
rey Felipe, aunque la misión no tuvo éxito. Entre tanto, el rey Magno, que
apreciaba más las oraciones que los consejos de Santa Brígida, trató de hacerla
intervenir en una cruzada contra los paganos letones y estonios. En realidad
se trataba de una expedición de pillaje.
La santa no se dejó engañar y trató de
disuadir al monarca. Con ello, perdió el favor de la corte, pero estaba compensada
ron el amor del pueblo, por cuyo bienestar se preocupaba sinceramente durante sus múltiples viajes por Suecia. Había todavía en el país muchos paganos,
y Santa Brígida ilustraba con milagros la predicación de sus capellanes.
En 1349, a pesar de que la "muerte negra" hacía estragos en toda Europa, Brígida
decidió ir a Roma con motivo del jubileo de 1350. Acompañada de su confesor,
Pedro de Skeninge, y otros personajes, se embarcó en Stralsund, en medio de
las lágrimas del pueblo, que no había de volver a verla. En efecto, la santa se
estableció en Roma, donde se ocupó de los pobres de la ciudad, en espera de la
vuelta del Pontífice a la Ciudad Eterna. Asistía diariamente a misa a las cinco
de la mañana; se confesaba todos los días y comulgaba varias veces por semana.
El brillo de su virtud contrastaba con la corrupción de costumbres que reinaba
entonces en Roma: el robo y la violencia hacían estragos, el vicio era cosa
normal, las iglesias estaban en ruinas y lo único que interesaba al pueblo era
escapar de sus opresores. La austeridad de la santa, su devoción a los santuarios,
su severidad consigo misma y su bondad con el prójimo, su entrega total al
cuidado de los pobres y los enfermos le ganaron el cariño de todos aquéllos
en quienes todavía quedaba algo de cristianismo. Santa Brígida atendía con
particular esmero a sus compatriotas y cada día daba de comer a los peregrinos
suecos en su casa, que estaba situada en las cercanías de San Lorenzo in Dámaso.
Pero su ministerio apostólico no se reducía a la práctica de las buenas obras
ni a exhortar a los pobres y a los humildes. En cierta ocasión, fue al gran monasterio
de Farfa para reprender al abad, "un hombre mundano que no se
preocupaba absolutamente por las almas". Hay que decir que, probablemente,
la reprensión de la santa no produjo efecto alguno. Más éxito tuvo su celo en la
reforma de otro convento de Bolonia. Ahí se hallaba Brígida cuando fue a
reunirse con ella su hija, Santa Catalina, quien se quedó a su lado y fue su
fiel colaboradora hasta el fin de su vida. Dos de las iglesias romanas más relacionadas
con nuestra santa son la de San Pablo Extramuros y la de San Francisco
de Ripa. En la primera se conserva todavía el bellísimo crucifijo, obra de Cavallini,
ante el que Brígida acostumbraba orar y que le respondió más de una
vez; en la segunda iglesia se le apareció San Francisco y le dijo: "Ven a beber
conmigo en mi celda". La santa interpretó aquellas palabras como una invitación
para ir a Asís. Visitó la ciudad y, de ahí partió en peregrinación por los principales
santuarios de Italia, durante dos años.
Las profecías y revelaciones de Santa Brígida se referían a las cuestiones más
candentes de su época. Predijo, por ejemplo, que el Papa y el emperador se reunirían
amistosamente en Roma al poco tiempo (así lo hicieron el Beato Urbano
V y Carlos IV, en 1368). La profecía de que los partidos en que estaba dividida
la Ciudad Eterna recibirían el castigo que merecían por sus crímenes, disminuyeron
un tanto la popularidad de la santa y aun le atrajeron persecuciones. Por
otra parte, ni siquiera el Papa escapaba a sus críticas. En una ocasión le llamó
"asesino de almas, más injusto que Pilato y más cruel que Judas". Nada tiene
de extraño que Brígida haya sido arrojada de su casa y aun haya tenido que ir,
con su hija, a pedir limosna al convento de las Clarisas Pobres. El gozo que
experimentó la santa con la llegada de Urbano V a Roma fue de corta duración,
pues el Pontífice se retiró poco después a Viterbo, luego a Montesfiascone y aun
se rumoró que se disponía a volver a Aviñón. Al regresar de una peregrinación
a Amalfi, Brígida tuvo una visión en la que Nuestro Señor la envió a
avisar al Papa que se acercaba la hora de su muerte, a fin de que diese su
aprobación a la regla del convento de Vadstena. Brígida había ya sometido la regla a la aprobación de Urbano V, en Roma, pero el Pontífice no había dado
respuesta alguna. Así pues, se dirigió a Montefiascone montada en su muía blanca.
Urbano aprobó, en general, la fundación y la regla de Santa Brígida, que completó
con la regla de San Agustín. Cuatro meses más tarde, murió el Pontífice.
Santa Brígida escribió tres veces a su sucesor, Gregorio XI, que estaba en
Aviñón, conminándole a trasladarse a Roma. Así lo hizo el Pontífice cuatro
años después de la muerte de la santa.
En 1371, a raíz de otra visión, Santa Brígida emprendió una peregrinación
a los Santos Lugares, acompañada de su hija Catalina, de sus hijos Carlos y
Bingerio, de Alfonso de Vadaterra y otros personajes. Ese fue el último de sus
viajes. La expedición comenzó mal, ya que en Ñapóles, Carlos se enamoró de
la reina Juana I, cuya reputación era muy dudosa. Aunque la esposa de Carlos
vivía aún en Suecia y el marido de Juana estaba en España, ésta quería contraer
matrimonio con él y la perspectiva no desagradaba a Carlos. Su madre, horrorizada
ante tal posibilidad, intensificó sus oraciones. Dios resolvió la dificultad
del modo más inesperado y trágico, pues Carlos enfermó de una fiebre maligna
y murió dos semanas después en brazos de su madre. Carlos y Catalina eran
los hijos predilectos de la santa. Esta prosiguió su viaje a Palestina embargada
por la más profunda pena. En Jaffa estuvo a punto de perecer ahogada durante
un naufragio. Sin embargo durante la accidentada peregrinación la santa disfrutó
de grandes consolaciones espirituales y de visiones sobre la vida del Señor.
A su vuelta de Tierra Santa, en el otoño de 1372, se detuvo en Chipre, donde
clamó contra la corrupción de la familia real y de los habitantes de Famagusta,
quienes se habían burlado de ella cuando se dirigía a Palestina. Después pasó
a Ñapóles, donde el clero de la ciudad leyó desde el pulpito las profecías de
Santa Brígida, aunque no produjeron mayor efecto entre el pueblo. La comitiva
llegó a Roma en marzo de 1373. Brígida, que estaba enferma desde hacía algún
tiempo, empezó a debilitarse rápidamente, y falleció el 23 de julio de ese año,
después de recibir los últimos sacramentos de manos de su fiel amigo, Pedro de
Alvastra. Tenía entonces setenta y un años. Su cuerpo fue sepultado provisionalmente
en la iglesia de San Lorenzo in Panisperna. Cuatro meses después,
Santa Catalina y Pedro de Alvastra condujeron triunfalmente las reliquias a
Vadstena, pasando por Dalmacia, Austria, Polonia y el puerto de Danzig. Santa
Brígida, cuyas reliquias reposan todavía en la abadía por ella fundada, fue
canonizada en 1391 y es la patrona de Suecia.
Uno de los aspectos más conocidos en la vida de Santa Brígida, es el de
las múltiples visiones con que la favoreció el Señor, especialmente las que se
refieren a los sufrimientos de la Pasión y a ciertos acontecimientos de su época.
Por orden del Concilio de Basilea, el sabio Juan de Torquemada, quien fue más
tarde cardenal, examinó el libro de las revelaciones de la santa y declaró que
podía ser muy útil para la instrucción de los fieles; pero tal aprobación encontró
muchos opositores. Por lo demás, la declaración de Torquemada significa únicamente
que la doctrina del libro es ortodoxa y que las revelaciones no carecen
de probabilidad histórica. El Papa Benedicto XIV, entre otros, se refirió a las
revelaciones de Santa Brígida en los siguientes términos: "Aunque muchas de
esas revelaciones han sido aprobadas, no se les debe el asentimiento de fe divina;
el crédito que merecen es puramente humano, sujeto al juicio de la prudencia,
que es la que debe dictarnos el grado de probabilidad de que gozan para que
oreamos píamente en ellas." Santa Brígida, con gran sencillez de corazón, sometió siempre sus revelaciones al juicio de las autoridades eclesiásticas y, lejos de
gloriarse por gozar de gracias tan extraordinarias, que nunca había deseado,
las aprovechó como una ocasión para manifestar su obediencia y crecer en amor
y humildad. Si sus revelaciones la han hecho famosa, ello se debe en gran
parte a la virtud heroica de la santa, consagrada por el juicio de la Iglesia.
Vivir el espíritu de los misterios de nuestra religión vale más a los ojos de
Dios que las visiones más extraordinarias y el conocimiento de las cosas ocultas.
Quien posee la inteligencia de un ángel pero no tiene caridad es como un címbalo
hueco. Santa Brígida supo reunir el lenguaje de los ángeles con la verdadera
caridad. El libro de sus revelaciones fue publicado por primera vez en 1492
y ha sido traducido a muchos idiomas. Las revelaciones de la santa se divulgaron
en Inglaterra poco después de su muerte, y el brigidino Ricardo Whytford tradujo
una parte del libro en 1531. Las lecciones de maitines del oficio de las
brigidinas están tomadas de sus revelaciones sobre las glorias de María, conocidas
con el nombre de "Sermo Angelicus", en recuerdo de las palabras del
Señor a la santa: "Mi ángel te comunicará las lecciones que las religiosas de
tus monasterios deben leer en maitines, y tú las escribirás tal como él te las
dicte." Alban Butler hace notar con agudeza que si tuviésemos las revelaciones
de la santa tal como ella las escribió, en vez de la traducción de Pedro de Alvastra,
retocada en parte por Alfonso de Vadaterra, "estarían redactadas en
forma más sencilla, con mayor frescura y tendrían mayores visos de veracidad."
Debido al interés extraordinario de los historiadores escandinavos de todos los credos,
el material de las viejas ediciones de las Revelationes Sntae Birgittae y de Acta Sanctorum
(oct., vol. iv), resulta anticuado. La biografía más antigua, escrita inmediatamente
después de la muerte de Santa Brígida por Pedro de Alvastra y Pedro de Skeninge, no
fue publicada sino hasta 1871, en la colección Scriptores rerum suecicarum, vol. ni, pte.
2, pp. 185-206. Otras biografías, como la del arzobispo de Upsala, Birgerio, pueden verse
en Acta Sanctorum y en las publicaciones de las sociedades suecas. Isak Collijn publicó
una edición crítica de los documentos de la canonización, con el título de Acta et Processus
canonizationis Beatae Birgittae (1924-1931). Existen numerosas biografías y estudios
sobre la santa, particularmente en sueco, sobre todo por lo que se refiere a los personajes
que estuvieron relacionados con ella en Suecia y en Roma. Sobre este punto hay
que citar la obra de Collijn, Birgittinska Gestalter (1929). La excelente biografía sueca
de E. Fagelklou fue traducida al alemán por M. Loehr (1929). La obra de la condesa de
Flavigny, Sainte Brigitte de Suéde supone un conocimiento profundo de las fuentes suecas.
Es muy difícil demostrar que las Revelaciones no están retocadas por los confesores
de Brígida, que las copiaron o las tradujeron al latín. El mejor texto es probablemente
el del sueco G. E. Klemming (1857-1874); R. Steffen publicó una selección moderna
(1900). F. Partridge escribió en inglés una biografía de Santa Brígida, en la Quarterly
Series (1888). Véase también el breve estudio del canónigo J. R. Fletcher, The Story
oj the English Bridgettines (1933) ; y la admirable biografía de Helen Radpath, popular
a la vez que científica, God's Ambassadors. Cf. E. Graf, Revelations and Prayers of St
Bridget (1928), que no contiene más que el "Sermo Angelicus'"; y The Book of
Margery Kempe (1936), pp. 140-141. La obra de J. Jórgensen, St. Bridget of Sweden
(2 vols.), fue traducida al inglés en 1954.
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