(t 212.) San Narciso, obispo de Jerusalén, nació
a fines del siglo I, a lo que se cree
en la misma ciudad de Jerusalén, y fué
uno de los más santos y admirables prelados
de los primitivos tiempos de la cristiandad.
Habiendo vacado la silla de
aquella metrópoli de Judea por muerte
del patriarca Dulciano, fué elegido por
voz común de todos los fíeles san Narciso,
que era uno de los más ejemplares
y sabios sacerdotes, y aunque a la sazóntenía
ya ochenta años, hizo grandes cosas
en bien del rebaño de Cristo, y lo
defendió valerosamente de los herejes.
Presidió en el concilio que se reunió en
Palestina para decidir la cuestión sobre
el día en que debía celebrarse la Pascua:
y refiere Éusebio que una víspera de dicha
festividad, faltando el aceite de las
lámparas al tiempo que los sagrados ministros
iban a celebrar la solemnidad de
la vigilia, mandó san Narciso que sacasen
agua de un pozo y se la trajesen. Hiriéronlo así, y el santo, animado de viva
fe hizo oración, y habiendo bendecido
aquella agua la convirtió en aceite, con
que se llenaron las lámparas: y de la
parte que sobró se proveyeron muchos
fieles para curar sus enfermedades. En
otra ocasión calumniaron al venerable
prelado tres hombres malignos confirmando
su acusación con juramento. El
primero dijo: «quemado muera yo si no
es verdad lo que digo»; el segundo: «sea
yo cubierto de lepra»; el tercero: «quede
yo ciego». Mas no tardó el Señor en volver
por la honra de su siervo, castigando
a los tres perjuros con los males que habían significado en sus maldiciones, y el
tercero confesó delante de todos
la conspiración que los tres
juntamente habían tramado
contra su santo obispo.
Habíase
san Narciso retirado con
aquella ocasión de su iglesia y
enterrádose vivo en un espantoso
desierto, donde por espacio
de algunos años llevó vida más
de ángel que de hombre; mas
sabiendo que estaba tan probada
y reconocida su inocencia,
juzgó que debía volver a su
iglesia. Así que llegó a Jerusalén
fué recibido con tanto alborozo
y tanto tropel de gente,
como si fuera un santo venido
del otro mundo: y apenas llegó
cuando murió en aquella ciudad
el obispo Gordio, que había ocupado en
su ausencia la silla episcopal. Gobernó
pues el santo algunos años más aquella
cristiandad, hasta que por divina revelación
tomó por coadjutor a san Alejandro,
obispo de Flaviada en la Capodocia, que
había venido a visitar los santos lugares
de Jerusalén, con el cual repartió el cargo
pastoral, por causa de su edad tan
avanzada: y así escribiendo san Alejandro
a los antinoítas de Egipto, les dice:
Saludóos de parte de Narciso, que gobernó
esta iglesia antes de mí, y ahora la
gobierna juntamente conmigo, siendo al
presente de edad de ciento diez y seis
años ya cumplidos. Luego descansó en el
Señor, y recibió el premio de sus trabajos.
Reflexión: Pocos son los hombres que
llegan a una edad tan avanzada, y por
ventura ni uno solo de los que leen esta
vida, alcanzará los años que sirvió a Dios
san Narciso. Démonos pues prisa en llevar
adelante nuestro único negocio y
hacer las prevenciones necesarias para
toda la eternidad, procurando que los
días que pasan, no sean días inútiles y
perdidos, sino días aprovechados y llenos
de méritos y virtudes; pues como nos
dice el Espíritu Santo, la edad de la senectud,
no está en los muchos años que
se viven, sino en la vida inmaculada y virtuosa.
Oración: Concédenos ¡oh Dios omnipotente!
que la venerable solemnidad del
bienaventurado Narciso, tu confesor y
pontífice, acreciente en nosotros la gracia
de la devoción y el deseo de nuestra
eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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