martes, 31 de octubre de 2017

1 de noviembre FIESTA DE TODOS LOS SANTOS Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger

LA FIESTA DE LA IGLESIA TRIUNFANTE. — Vi una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas, que estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos y clamaban con voz poderosa: ¡Salud a nuestro Dios!.

Ha pasado el tiempo; es todo el linaje humano ya redimido el que se presenta ante los ojos del profeta de Patmos. La vida militante y miserable de este mundo tendrá su fin un día. Nuestra raza tanto tiempo perdida reforzará los coros de los espíritus puros que disminuyó antaño la rebelión de Satanás; los ángeles fieles, uniéndose al agradecimiento de los rescatados por el Cordero, exclamarán con nosotros: La acción de gracias, el honor, el poderlo y la fuerza a nuestro Dios por los siglos de los siglos.

Y esto será el fin, como dice el Apóstol: el fin de la muerte y del sufrimiento; el fin de la historia y de sus revoluciones, que en lo sucesivo comprenderemos. El antiguo enemigo, arrojado al abismo con sus partidarios, sólo existirá para ser testigo de su eterna derrota. El Hijo del Hombre, libertador del mundo, habrá entregado el mando a Dios, su Padre, término supremo de toda la creación y de toda redención: Dios será todo en todas las cosas.

Mucho antes que San Juan, cantaba Isaías: He visto al Señor sentado sobre un trono elevado y sublime; las franjas de su vestido llenaban el templo y los Serafines clamaban uno a otro: Santo, Santo, Santo el Señor de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.

Las franjas del vestido divino significan aquí los elegidos, convertidos en ornamento del Verbo, esplendor del Padre, pues, siendo cabeza de todo el género humano desde el momento en que se desposó con nuestra naturaleza, esta esposa es su gloria, como El es la de Dios. Las virtudes de los santos son el único adorno de nuestra naturaleza; ornato maravilloso que, cuando reciba la última mano, será indicio de que llega el fin de los siglos. Esta fiesta es el anuncio más apremiante de las bodas de la eternidad; cada año celebramos en ella el progreso que en sus preparativos hace la esposa.

CONFIANZA. — ¡Dichosos los invitados a las bodas del Cordero! Y ¡felices también nosotros, que recibimos en el bautismo la veste nupcial de la santa caridad como un título para el banquete de los cielos! Preparémonos, con nuestra Madre la Iglesia, al destino inefable que nos reserva el amor. A este fin tienden nuestros afanes de este mundo: trabajos, luchas, padecimientos sufridos por amor de Dios realzan con franjas inestimables el vestido de la gracia que hace a los elegidos. ¡Bienaventurados los que lloran!

Lloraban aquellos a quienes el salmista nos presenta abriendo antes que nosotros el surco de su carrera mortal; su alegría triunfante llega ahora hasta nosotros, lanzando como un rayo de gloria anticipada sobre este valle de lágrimas. Sin esperar a la muerte, la solemnidad que hemos comenzado nos da entrada por medio de una santa esperanza en la mansión de la luz, a donde siguieron a Jesús nuestros padres. ¡Qué pruebas no nos parecerán livianas ante el espectáculo de la eterna felicidad en que terminan las espinas de un día! Lágrimas derramadas sobre los sepulcros recién abiertos, ¿cómo es posible que la felicidad de los seres queridos que desaparecieron no mezcle con vuestra tristeza un placer celestial? Escuchemos los cantos de liberación de aquellos cuya separación momentánea nos hace llorar; pequeños o grandes ésta es su fiesta, como pronto lo será nuestra. En esta estación en que abundan las escarchas y las noches son más largas, la naturaleza, deshaciéndose de sus últimas galas, se diría que prepara al mundo para su éxodo hacia la patria eterna.

Cantemos, pues, nosotros también con el salmo: "Me he alegrado de lo que se me ha dicho: iremos a la casa del Señor. Nuestro pies sólo pisan aún en tus atrios, pero vemos que no cesas en tu crecimiento, Jerusalén, ciudad de paz, que te edificas en la concordia y en el amor. La subida hacia ti de las tribus santas se continúa en la alabanza; los tronos tuyos que aún están vacíos, se llenan. Sean todos los bienes, oh Jerusalén, para los que te aman; el poder y la abundancia reinen en tu afortunado recinto. A causa de mis amigos y de mis hermanos que ya son habitantes tuyos, puse en ti mis complacencias; por el Señor nuestro Dios, cuya mansión eres, coloqué en ti todo mi deseo".

HISTORIA DE LA FIESTA. — En Oriente encontramos los primeros vestigios de una fiesta en honor de los Mártires. San Juan Crisóstomo pronunció una homilía en honra suya en el siglo IV y, en el anterior, celebraba San Gregorio Niseno solemnidades junto a sus sepulcros. En 411, el calendario siríaco nos señala la Conmemoración de los Confesores el sexto día de la semana de Pascua, y en 359, el 13 de mayo, en Edesa, se hace "memoria de los mártires de todo el mundo".

En Occidente, los Sacramentarios de los siglos V y Vi contienen muchas misas en honor de los santos mártires que se celebran sin día fijo. El 13 de mayo de 610, el Papa Bonifacio IV dedicó el templo pagano del Panteón, trasladó a él muchas reliquias y quiso se llamase en lo sucesivo Sancta Maria ad Martyres. El aniversario de esta dedicación continuó festejándose con la intención de honrar en él a todos los mártires en general. Gregorio III consagraría en el siglo siguiente un oratorio "al Salvador, a su santa Madre, a todos los apóstoles, mártires, confesores y demás justos fenecidos en el mundo".

En 835 Gregorio IV, deseando que la fiesta romana del 13 de mayo se extendiese a toda la Iglesia, pidió al emperador Ludovico Pío que promulgase un edicto con ese fin y la fijase en el día primero de noviembre. Pronto tuvo su vigilia y Sixto IV, en el siglo XV, la daba también una Octava para toda la Iglesia.



MISA

"En las calendas de noviembre hay el mismo fervor que en Navidad para asistir al Sacrificio en honor de los Santos", dicen los antiguos documentos relativos a este día. Por general que fuese la fiesta y aun por razón de su universalidad, ¿no era ésta motivo de especial alegría para todos y también un honor para las familias cristianas? Santamente orgullosas de aquellos cuyas virtudes se iban transmitiendo de generación en generación, la gloria que estos antepasados, desconocidos del mundo, tenían en el cielo, las daba a su parecer más nobleza que cualquier honra mundana. Pero la fe viva de aquellos tiempos veía además en esta fiesta una ocasión para reparar las negligencias voluntarias o forzosas que se habían tenido durante el año en el culto de los bienaventurados inscritos en el calendario público.

La antífona del Introito canta el triunfo de los Santos y nos invita a la alegría. ¡Alegría, pues, en la tierra, que sigue dando tan magníficamente su fruto! ¡Alegría entre los Angeles, que ven llenarse los vacíos de sus coros! ¡Alegría, dice el versículo, a todos los bienaventurados, a quienes dirigen sus cantos la tierra y el cielo!

INTROITO

Alegrémonos todos en el Señor, al celebrar esta fiesta en honor de todos los Santos: de cuya solemnidad se alegran los Angeles, y alaban juntos al Hijo de Dios. — Salmo: alegraos, justos, en el Señor: a los rectos conviene la alabanza. V. Gloria al Padre.

Los pecadores, los que estamos siempre en el destierro debemos ante todo, en cualquier circunstancia y en todas las fiestas, ser solícitos de la misericordia de Dios. Tengamos hoy una firme esperanza, ya que hoy la piden por nosotros tantos intercesores. Si la oración de un habitante del cielo es poderosa, ¿qué no alcanzará todo el cielo?

COLECTA

Omnipotente y sempiterno Dios, que nos has concedido venerar los méritos de todos tus Santos en una misma festividad: suplicárnoste que, multiplicados los intercesores, nos concedas la ansiada abundancia de tu propiciación. Por Nuestro Señor Jesucristo.

EPÍSTOLA

Lección del Libro del Apocalipsis del Ap. San Juan (Apoc., VH, 2-12).

En aquellos días he aquí que yo, Juan, vi subir del nacimiento del sol a otro Angel, que tenía el sello del Dios vivo: y clamó con gran voz a los cuatro Angeles a quienes se había ordenado dañar a la tierra y al mar, diciendo: No hagáis daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que señalemos a los siervos de Dios en sus frentes. Y oí el número de los señalados: ciento cuarenta y cuatro mil señalados de todas las tribus de los hijos de Israel. De la tribu de Judá, doce mil señalados. De la tribu de Rubén, doce mil señalados. De la tribu de Gad, doce mil señalados, De la tribu de Aser, doce mil señalados. De la tribu Neftalí, doce mil señalados. De la tribu de Manasés, doce mil señalados. De la tribu de Simeón, doce mil señalados, De la tribu de Leví, doce mil señalados. De la tribu de Isacar, doce mil señalados. De la tribu de Zabutón, doce mil señalados. De la tribu de José, doce mil señalados. De la tribu de Benjamín, doce mil señalados. Después de éstos, vi una gran muchedumbre, que nadie podía contar, de todas las gentes y tribus y pueblos y lenguas, que estaban ante el trono y en presencia del Cordero, vestidos con blancas ropas, y con palmas en sus manos: y clamaban con gran voz, diciendo: Salud a nuestro Dios, que se sienta sobre el trono, y al Cordero. Y todos los Angeles estaban en torno del trono y de los ancianos y de los cuatro animales: y cayeron delante del trono sobre sus rostros, y adoraron a Dios, diciendo: Amén. Bendición y claridad y sabiduría y acción de gracias y poder y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén.

LOS DOS EMPADRONAMIENTOS.—El Hombre-Dios, sirviéndose para ello de César Augusto, empadronó al mundo una vez por los días de su primera venida; era conveniente que al principio de la redención se hiciese de modo oficial un recuento del estado del mundo. Ahora ha llegado el tiempo de otro recuento que tiene que hacer constar en el libro de la vida el resultado de las obras ordenadas a la salvación.

San Gregorio se pregunta en una de las homilías de Navidad: "¿Para qué se hace este empadronamiento del mundo cuando nace el Señor, sino para hacernos comprender que venía vestido de la carne el que tenía que empadronar en la eternidad a los elegidos? Pero, al quedar por su culpa muchos fuera del beneficio del primer empadronamiento, que se extendía a todos los hombres por la redención del Salvador, se necesitaba otro definitivo, que separase de la universalidad del precedente a los culpables. Sean borrados del libro de los vivos; su lugar no está entre los justos; así habla el rey profeta y lo recuerda en el mismo lugar el santo papa.

Aunque entregada completamente a la alegría, la Iglesia en este día sólo piensa en los escogidos; y únicamente de ellos se trata en el recuento solemne en el que, según acabamos de ver, irán a parar los anales del linaje humano. De hecho, ante Dios, ellos solos cuentan; los reprobos no son más que el deshecho de un mundo en el que sólo la santidad responde a los designios del Creador, al precio del amor infinito. Aprendamos a adaptar nuestras almas al molde divino que las tiene que hacer conformes a la imagen del Unigénito y sellarnos para el tesoro de Dios. Ninguno que esquive la impronta sagrada, evitará la de la bestia; el día que los Angeles cierren las cuentas eternas, cualquier moneda que no pueda ponerse en el activo divino, irá por sí misma a la hornaza, donde arderán eternamente las escorias.

Vivamos, por consiguiente, en el temor que nos recomienda el Gradual: no el del esclavo que sólo teme el castigo, sino el temor filial que nada teme tanto como desagradar a Aquel de quien nos vienen todos los bienes y que merece por su bondad todo nuestro amor. Sin perder nada de su felicidad, sin menguar su amor, las potestades angélicas y todos los bienaventurados se postran en el cielo con un santo temblor, delante de la augusta y tremenda Majestad.

GRADUAL

Temed al Señor, todos sus Santos: porque nada falta a los que le temen. V. Y a los que busquen al Señor no les faltará ningún bien.

Aleluya, aleluya. V. Venid a mí, todos los que trabajáis y estáis cargados: y yo os aliviaré. Aleluya.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según S. Mateo (Mt„ V, 1-12).

En aquel tiempo, viendo Jesús a las turbas, subió a un monte y, habiéndose sentado, se acercaron a El sus discípulos, y, abriendo su boca, les enseñó, diciendo: Bienaventurados los pobres de espíritu: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos: porque ellos poseerán la tierra. Bienaventurados los que lloran: porque ellos serán consolados. Bienaventurados los que han hambre y sed de justicia: porque ellos serán hartos. Bienaventurados los misericordiosos: porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón: porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos: porque serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia: porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados seréis vosotros, cuando os maldijeren, y os persiguieren, y dijeren contra vosotros todo mal, mintiendo, por mí: alegraos y gózaos, porque vuestra recompensa será muy grande en los cielos.

LAS BIENAVENTURANZAS. —Hoy está tan cerca la tierra del cielo, que un mismo pensamiento de felicidad llena los corazones. El Amigo, el Esposo, viene a sentarse en medio de los suyos y a hablar de su dicha. Venid, a mi todos cuantos andáis fatigados y agobiados, cantaba hace un momento el versículo del Aleluya, eco feliz de la patria, si bien nos recordaba nuestro destierro. E inmediatamente en el Evangelio se muestra la gracia y la benignidad de nuestro Dios y Salvador. Escuchémosle cómo nos enseña los caminos de la santa esperanza, las delicias dignas, garantía y anticipo de la dicha total de los cielos.

Dios, en el Sinaí, manteniendo al judío a distancia, sólo tenía para él preceptos y amenazas de muerte. ¡De qué modo tan distinto se promulga la ley de amor en la cumbre de esa otra montaña, donde se sentó el Hijo de Dios! Las ocho Bienaventuranzas han ocupado al principio del Nuevo Testamento el lugar que ocupaba, como prólogo del Antiguo, el Decálogo grabado en piedra.

No es que las Bienaventuranzas supriman los mandamientos; pero su justicia superabundante va más allá que todas las prescripciones. Las hizo Jesús de su Corazón para imprimirlas en el corazón de su pueblo y no en la roca. Son todo un retrato del Hijo del Hombre, el resumen de su vida redentora. Mira, pues, y obra conforme al modelo que se te ha puesto delante en el monte.

La pobreza fué ciertamente la primera nota del Dios de Belén; y ¿quién se presentó más manso que el Hijo de María? ¿Quién lloró por causas más nobles en el pesebre donde ya expiaba nuestros pecados y aplacaba a su Padre? Los que tienen hambre de la justicia, los misericordiosos, los puros de corazón, los pacíficos ¿dónde encontrarán, sino en El, el ejemplar incomparable, nunca logrado, siempre imitable? Aun la muerte, que hace de El el augusto capitán de los perseguidos por la justicia es en este mundo la bienaventuranza suprema; en ella se complace la Sabiduría encarnada más que en otra ninguna, de ella habla con insistencia, la describe con pormenores, hasta terminar hoy con ella como en un canto de éxtasis.

La Iglesia no tuvo otro ideal; siguiendo al Esposo, su historia en las diversas épocas no fué más que el eco prolongado de las Bienaventuranzas. Entendámoslo también nosotros; para la felicidad de nuestra vida en la tierra esperando la del cielo, sigamos al Señor y a la Iglesia.

Las Bienaventuranzas evangélicas logran que el hombre supere los tormentos y hasta la misma muerte, que no quita la paz a los justos, antes la consuma. Esto precisamente es lo que canta el Ofertorio, sacado del libro de la Sabiduría.

OFERTORIO

Las almas de los justos están en la mano de Dios, y no los tocará el tormento de la malicia: a los ojos de los necios pareció que morían: pero ellos están en la paz, aleluya.

El Sacrificio al que tenemos la dicha de asistir, dice la Secreta que da gloria a Dios, honra a los Santos y nos granjea a nosotros el favor divino.

SECRETA

Ofrecérnoste, Señor, estos dones de nuestra devoción: los cuales te sean gratos a ti en honor de todos los Justos y, por tu misericordia, sean saludables a nosotros. Por Nuestro Señor Jesucristo.

La Antífona de la Comunión es un eco de la lección evangélica, pero, no pudiendo enumerar otra vez la serie completa de las Bienaventuranzas, recuerda las tres últimas y justamente relaciona a todas con el Sacramento divino de que se nutren.

COMUNIÓN

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios: bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios: bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

La Iglesia pide en la Poscomunión que esta fiesta de todos los Santos tenga por resultado hacer que sus hjjos los honren asiduamente, para beneficiarse también siempre de su poder cerca de Dios.

POSCOMUNION

Suplicárnoste, Señor, concedas a tus pueblos fieles la gracia de alegrarse siempre con la veneración de todos los Santos: y la de ser protegidos con su perpetua intercesión. Por Nuestro Señor Jesucristo.

LA TARDE, LAS VÍSPERAS DE LOS DIFUNTOS

De la última Antífona, que cierra la solemnidad de los Santos, se desprende un sentimiento de inefable dulzura y de deseo resignado. Pero el día no ha terminado aún para la Iglesia. Casi no ha despedido a sus hijos gloriosos, que con túnicas blancas van desapareciendo en pos del Cordero y ya la multitud innumerable de las almas pacientes la rodea en las puertas de la gloria; sólo piensa en cederles su voz y su corazón. El aderezo resplandeciente que la recordaba el blanco vestido de los bienaventurados, se ha trocado en los colores de luto; han desaparecido sus ornamentos y las flores de sus altares; el órgano guarda silencio; el toque de las campanas parece lamento de los muertos. A las Vísperas de todos los Santos suceden sin transición las Vísperas de los Difuntos. No hay elocuencia ni ciencia que puedan alcanzar la profundidad de doctrina y la fuerza de súplica que predominan en el oficio de los Difuntos. Sólo la Iglesia conoce en este punto los secretos de la otra vida, los caminos del Corazón de Cristo; sólo la Madre posee ese tino que la permite aliviar la purificación dolorosa de los que han salido ya de este mundo y consolar a la vez a los huérfanos, a los desamparados, a los que dejaron en la tierra envueltos en lágrimas.

PRIMER SALMO. — DILEXI: el primer canto del purgatorio es un canto de amor, como el último del cielo en esta fiesta memorable ha sido el CREDIDI, salmo que recordaba la fe y las pruebas por que pasaron los elegidos. Vínculo común del alma paciente y del alma triunfante, la caridad es para las dos su dignidad y su inamisible tesoro; pero, como la visión que sigue a la fe no deja en la una más que un gozarse en el amor, así este mismo amor se convierte para la otra, en la sombra donde la retienen sus faltas no expiadas todavía, en una fuente inefable de tormentos. Con todo, ya se acabaron las angustias de este mundo, los peligros del infierno; confirmada en gracia, el alma ya no vuelve a pecar; no tiene más que agradecimiento para la misericordia divina que la ha salvado y para la justicia que la purifica y hace digna de Dios. Y; es tal su estado de aquiescencia absoluta, de esperanza resignada, que la Iglesia le llama: "un sueño de paz".

¡Llegar un día a agradar a Dios sin restricción! Separada ya del cuerpo que la distraía y la entorpecía con mil cuidados inútiles, el alma queda absorta en esta única aspiración; a satisfacerla, tienden todas sus energías, todos los tormentos por los cuales da gracias al cielo, que la ayuda en su flaqueza. ¡Bendito crisol en que. se consumen las reliquias del pecado y de modo tan completo se paga toda la deuda! Borradas ya totalmente las antiguas manchas, de sus liamas bienhechoras volará el alma al Esposo, considerándose verdaderamente feliz y segura de que las complacencias del Amado no encontrarán en ella obstáculo alguno.

SEGUNDO SALMO. — Mas su destierro se prolonga harto dolorosamente. Si por la caridad está en comunión con los habitantes del cielo, el fuego que la castiga no difiere en su materialidad del de los infiernos. Su morada está junto a la de los malditos; tiene que aguantar la vecindad del Cedar infernal, de los advesarios de toda paz, de los demonios que la persiguieron en su vida mortal con asaltos y asechanzas y que en el tribunal de Dios seguían acusándola con bocas mentirosas. "De la puerta del infierno, líbrala", va a suplicar pronto la Iglesia.

TERCER SALMO.—El alma, con todo, no desfallece; levantando sus ojos a los montes, sabe que puede contar con el Señor, que no la han desamparado ni el cielo, que la espera, ni la Iglesia, de quien es hija. Por muy cerca que se encuentre de la región de los llantos eternos, no es inaccesible a los Angeles el purgatorio, donde la justicia y la paz se dan el abrazo. A las comunicaciones divinas con que estos mensajeros augustos la llevan un alivio, se junta el eco de la oración de los bienaventurados, de los sufragios de la tierra. El alma está sumamente segura de que el único mal que merece ese nombre, el pecado, no puede hacerla ya daño ninguno.

SALMO CUARTO. — El uso del pueblo cristiano ha hecho del salmo 129 una oración especial por los difuntos; es un grito de angustia, pero también de esperanza. La aflicción de las almas en la mansión de la expiación es a propósito para conmover nuestros corazones. Sin estar en el cielo ni pertenecer a la tierra, perdieron los privilegios que por disposición divina compensan en nosotros los peligros del viaje en este mundo de prueba. Por perfectos que sean todos sus actos de amor, de esperanza y de fe resignada, no pueden merecer ya; y son esas almas tan aceptas a Dios, que sus indecibles tormentos nos merecerían a nosotros la recompensa de millares de mártires; en cambio, tratándose de la eternidad, nada ponen en el activo de esas almas; sólo valen para dejar arreglada una cuenta examinada en otro tiempo por sentencia del Juez.

Ni pueden merecer, ni tampoco pueden satisfacer, como nosotros, a la justicia por actos equivalentes aceptados de Dios. Su impotencia para valerse por sí mismas es más radical aún; que la del paralítico de Betsaida; la piscina de salvación, con el augusto sacrificio, los Sacramentos y el uso de las llaves que se confiaron a la Iglesia, es algo que pertenece a este mundo.; La Iglesia, pues, no tiene ya jurisdicción sobre ellas, las ama, en cambio, con la misma ternura de Madre, y se sirve, en favor de ellas, de su poder de intercesión cerca del Esposo, poder, que es siempre grande. La Iglesia hace suya la oración del Esposo; y, abriendo el tesoro recibido de la copiosa redención del Señor, ofrece al Señor, que lo formó para ella, su fondo dotal, con el fin de obtener la liberación de esas almas o el alivio de sus penas; y así sucede que, sin lesionar otros derechos, la misericordia penetra y se desborda en los abismos en que sólo reinaba la inexorable justicia.

SALMO QUINTO. — Te alabaré porque me has escuchado. La Iglesia nunca ruega en vano. El último salmo canta su agradecimiento y el de las almas que habrán salido de los abismos o se han acercado a los cielos por el oficio que va a terminar. Gracias a él más de una, que esta mañana permanecía aún cautiva, hace su entrada en la luz al crepúsculo de esta fiesta de todos los Santos, cuya gloria y alegría se aumenta de ese modo en el último momento. Sigamos con el corazón y el pensamiento a las nuevas elegidas, las cuales, sonriéndonos y dándonos gracias a nosotros, hermanos suyos o hijos, se levantan radiantes de la región de las sombras y cantan: Señor, te glorificaré en presencia de los Angeles; te adoraré, pues, en tu santo templo. No, el Señor no desprecia las obras de sus manos.

EL MAGNÍFICAT.—Y así como toda gracia de Cristo nos viene en esta vida por María, así también por medio de ella se obra, después de esta vida mortal, toda liberación y se consigue cualquier beneficio. En cualquier parte a donde llegue la redención del Hijo, allí ejerce su imperio la Madre. Por eso, las visiones de los Santos nos la presentan como verdadera Reina del purgatorio, ya se haga representar en él benignamente por los Angeles de su corte, ya, penetrando en aquellas sombrías bóvedas como aurora del día eterno, se digne derramar con abundancia el rocío matutino. ¿Faltará por ventura alguna vez, dice el Espíritu Santo, la nieve del Líbano a la piedra del desierto? Y ¿quién podrá impedir a las aguas frescas caminar al valle? Comprendamos, pues, el cántico del Magníficat en el oficio de Difuntos: es el homenaje de las almas que llegan a los cielos; y es también la dulce esperanza de las que aún permanecen en la mansión de la expiación.

CONCLUSIÓN. — Día grande y bello es en verdad este día. La tierra, colocada entre el purgatorio y el cielo, los ha aproximado a los dos. El augusto misterio de la comunión de los Santos se muestra en toda su amplitud. La inmensa familia de los hijos de Dios se nos ofrece a la vista, una por el amor y distinta en sus tres estados de felicidad, de prueba y de expiación purificadora; la expiación y la prueba durarán sólo algún tiempo; la felicidad no tendrá fin. Es el digno coronamiento de las enseñanzas de la liturgia. Irá creciendo la luz cada día de la octava. Pero en este momento todas las almas se recogen en el culto de sus seres más queridos, de sus recuerdos más nobles. Al dejar la casa de Dios, tengamos piadosamente nuestro pensamiento en el que a ello tiene derecho. Es la fiesta de nuestros carísimos difuntos. Escuchemos atentamente su voz, que de campanario en campanario, a través del mundo cristiano, resuena tan dulce y tan suplicante desde las primeras horas de esta noche de noviembre. Esta tarde o mañana debemos visitar la tumba donde descansan en paz sus restos mortales. Roguemos por ellos y también pidámosles por nosotros; no temamos hablarles continuamente de los intereses que les fueron queridos en la presencia de Dios. Porque Dios los ama y por una especie de satisfacción concedida a su bondad, los escucha mucho más cuando piden para otros, ya que su justicia los mantiene en un estado de la más absoluta impotencia de lo que a ellos se refiere.

31 DE OCTUBRE LA VIGILIA DE TODOS LOS SANTOS. Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger


Preparemos nuestras almas a las gracias que el cielo va a derramar sobre el mundo a cambio, de sus homenajes. Será tal mañana la alegría de la Iglesia, que se creerá vivir ya en la eternidad. Pero hoy se presenta ante nosotros con libreas de penitencia, reconociendo que no pasa de ser una desterrada. Ayunemos y oremos con  ella. ¿Qué somos nosotros también sino caminantes de un mundo en que todo pasa y marcha rápidamente a la muerte? La solemnidad que va a empezar, cuenta de año en año, entre nuestros compañeros de otros tiempos, nuevos elegidos que bendicen nuestro llanto y sonríen a nuestros cantos de esperanza. Cada año nos acercamos al término y también nosotros, admitidos en la fiesta del cielo, recibiremos el homenaje de los que vienen detrás y les tenderemos la mano para ayudarlos a unirse con nosotros en el país de la felicidad que no tiene fin. Sepamos desde ahora libertar nuestras almas, y en medio de los vanos cuidados conservemos nuestros corazones libres de los falsos placeres de una tierra que no es la nuestra: un desterrado no tiene más inquietud que su aislamiento ni otra alegría que la que le procura el gusto anticipado de la patria. Imbuidos en estos pensamientos, digamos con la Iglesia en este día de vigilia: 

ORACIÓN 

Señor, Dios nuestro, multiplica sobre nosotros tu gracia; y haz que consigamos en nuestra santa profesión la alegría de aquellos cuya gloriosa solemnidad prevenimos. Por Nuestro Señor Jesucristo. Y terminamos este mes con un homenaje a María, Reina del Santísimo Rosario y Reina de los Santos, que tomamos de un misal dominicano. 

SECUENCIA

He aquí que en el jardín virginal echan brotones los nuevos vástagos y se forman las flores; apunta la fertilidad de la primavera. 

Han terminado las heladas; se ha ido el invierno y las lluvias y la nieve han desaparecido con él; se han mostrado las rosas en la tierra, como sembradas por los cielos. 

La rosa ha producido al lirio; y luego del jardín de su hijo, mientras duró su destierro, ella ha recogido y cosechado. 

Para los justos la alegría, para los pecadores una nueva inocencia, para los elegidos la gloria, para todos la salvación: 

Dones que Cristo trajo de los cielos, que aseguró con sus padecimientos a la tierra, salvando al mundo que había venido a vencer. 

Descansa entre las hojas del rosal, se hiere en sus espinas, se corona con sus flores: y de ese modo nos llama, nos justifica, nos recompensa. 

Gracias, pues, a la vara bendita, a sus hojas, a sus espinas, a sus rosas, tenemos patria; donde mora el augusto jardinero, allí nos esperan sus delicias. 

La emperatriz que se complace en la compañía de nuestra milicia santa, preside a la triple jerarquía dé los nueve coros. 

Nueva triunfadora que reparas el antiguo desastre, para ti nuestros cantos. Pero otra vez amenaza y ruge el enemigo; si tú no le detienes, acaba con los cristianos. 

Te saludamos, morada del Verbo, santuario del Espíritu Santo, hija del Padre soberano. 

Esté siempre tu ayuda con nosotros en los peligros múltiples de esta vida, en las asechanzas del enemigo

Y después del combate, sea nuestra corona de rosas y de lirios cogidos en los jardines de los cielos^ Amén,

lunes, 30 de octubre de 2017

31 de octubre SAN QUINTÍN, MÁRTIR Vidas de los Santos de A. Butler



(Fecha desconocida)) - San Quintín era romano. Según la leyenda, partió a la Galia en compañía de San Luciano de Beauvais. Ambos predicaron juntos en ese país, y no se separaron sino hasta llegar a Amiens. San Quintín se quedó ahí, para hacer el intento de ganar a Cristo esa región-con el trabajo y la oración. Su premio fue la corona del martirio. El prefecto Ricciovaro, habiendo tenido noticias de los progresos del cristianismo en Amiens, mandó aprehender a San Quintín. Al día siguiente, el santo misionero compareció ante el prefecto, que trató en vano de doblegarle con promesas y amenazas. Como no lo lograse, le mandó azotar y le encerró en una mazmorra, a donde los cristianos no podían ir a visitarle. El relato del martirio de San Quintín está formado por una serie de torturas y milagros inventados. Se cuenta que se le atormentó en el potro hasta descoyuntarle todos los huesos; después se le desgarró con garfios, se le virtió aceite hirviente en la espalda y se le aplicaron a los costados antorchas encendidas. Con la ayuda de un ángel, Quintín escapó de la prisión, pero los guardias le arrestaron nuevamente cuando predicaba en la plaza pública. Al partir de Amiens, Ricciovaro mandó que Quintín fuese conducido a Augusta Veromanduorum (actualmente Saint Quentin) y ahí trató de doblegarle otra vez. Finalmente, avergonzado al verse vencido por el santo, Ricciovaro mandó torturarle de nuevo y degollarle. En el momento de la ejecución, una paloma salió del cuello cercenado y se perdió en el cielo. El cadáver fue arrojado al río Somme, pero los cristianos lo recuperaron y lo sepultaron cerca de la ciudad.

Dado que San Gregorio de Tours habla ya de una iglesia dedicada a San Quintín, no hay tazón para dudar que haya sido un mártir auténtico. Pero su biografía ha sido embellecida con toda clase de agregados legendarios y existen versiones muy diferentes: véase una lista de ellas en BHL., nn. 6999-7021. En el largo artículo consagrado a San Quintín, en Acta Sanctorum, oct., vol. XIII, se citan varios textos de la leyenda y algunos relatos de la translación de las reliquias. De entonces acá, se han descubierto otras versiones, entre las que se cuenta cierto número de poemas carolingios (Analecta Bollandiana, vol. XX, 1901, pp. 1-44). Es interesante notar que Beda conoció la leyenda de San Quintín; véase Martyrologes historiques de Dom Quentin, quien opina que el pasaje de Beda es auténtico.

domingo, 29 de octubre de 2017

30 de Octubre: SAN MARCELO, centurión, mártir. Flos Sanctorvm Santoral


(t 298) El glorioso centurión y mártir  de Cristo san Marcelo fué de nación español y tiénese por tradición que nació en la ciudad de León, que después fué cabeza y corte del reino de su nombre. Floreció en la profesión militar en tiempo del presidente Anastasio Fortunato que gobernaba aquella provincia de España, y celebrándose por este tiempo la  exaltación de Maximiano Hercúleo al imperio, para que la función fuese más solemne, el presidente Anastasio Fortunato publicó un edicto por el que se mandaba que todos los pueblos de la provincia concurriesen a León el día señalado para la festividad y regocijo público. Marcelo, es tando delante de las banderas de su legión, lastimado de ver tanta gente entregada a la idolatría, a vista de todos se quitó el cíngulo o banda militar y dijo: «Yo solo sirvo a Jesucristo, Rey de reyes y Señor de los señores, por lo que desisto de servir más a los emperadores de la tierra, y desprecio sus falsos dioses.» Diciendo esto arrojó también el sarmiento que llevaba en la mano como divisa de su grado de centurión en la milicia. Dio orden el gobernador que luego pusiesen a san Marcelo en la cárcel; y terminadas las fiestas y sacrificios idólatras, preguntóle lleno de ira: «¿Qué causa has tenido para arrojar el cíngulo militar?» «La causa es, respondió Marcelo, que siendo como soy cristiano no puedo conservar estas insignias que parece obligan a prestar sacrificio a vuestras deidades quiméricas.» «Yo no puedo disimular tu temeridad, repuso Fortunato; daré parte de ella al César, enviándote por ahora a Tánger a mi principal Agricolano.» «Haz lo que te parezca, contestó Marcelo; pero entiende que aquí y en todas partes haré la misma confesión de mi Señor Jesucristo.» Envió con efecto Fortunato a Marcelo cargado de prisiones a la metrópoli de la Mauritania, donde a la sazón se hallaba Agricolano, y habiendo llegado el santo a aquella ciudad, después de innumerables trabajos que padeció en el viaje, enterado Agricolano del proceso hecho por Fortunato, mandó a uno de sus oficiales leerlo en alta voz, y preguntó después a Marcelo: «¿Qué furor te ha preocupado para arrojar las t/ insignias militares y blasfemar contra los dioses del imperio?» Respondió el mártir: «No hay furor alguno en los que temen al Señor»: y en habiendo oído la sentencia de muerte, mostrándose agradecido al prefecto, le dijo: «Agricolano, Dios te haga bien y tenga misericordia de ti.» Fué conducido después al lugar del suplicio el mismo día que entró en Tánger, y puesto en oración fué degollado. Los cristianos recogieron el venerable cuerpo del ilustre soldado de Cristo en el silencio de la noche, y habiéndole embalsamado le dieron honrosa sepultura. 

Reflexión: ¡Qué heroico vencedor de los respetos humanos se mostró el cristiano centurión san Marcelo, arrojando el cíngulo militar delante de tan grande muchedumbre y en medio de aquella fiesta tan solemne! ¡Cómo podrán leer este ejemplo tan sublime sin cubrirse de vergüenza las miserables víctimas del qué dirán! Pero ¿no es razón hacer más caso del qué dirá Dios que del qué dirán los hombres? Y si llega la alternativa de haber de perder la amistad de Dios o la del mundo, ¿qué amistad ha de preferirse y conservarse a todo trance? La del mundo que es tan mudable, fementida y transitoria, o la de Dios, que es constante, fidelísima y eterna? Mira cuan necios son los que por no desagradar al mundo por un poco de tiempo, no reparan en perder la eterna amistad de Dios. 

Oración: Rogárnoste, oh Dios omnipotente, que los que veneramos el nacimiento para la gloria de tu bienaventurado Marcelo mártir, por su intercesión crezca en nosotros el amor de tu santo nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.  

29 de Octubre: SAN NARCISO, obispo de Jerusalén. Flos Sanctorvm Santoral

(t 212.) San Narciso, obispo de Jerusalén, nació a fines del siglo I, a lo que se cree en la misma ciudad de Jerusalén, y fué uno de los más santos y admirables prelados de los primitivos tiempos de la cristiandad. Habiendo vacado la silla de aquella metrópoli de Judea por muerte del patriarca Dulciano, fué elegido por voz común de todos los fíeles san Narciso, que era uno de los más ejemplares y sabios sacerdotes, y aunque a la sazóntenía ya ochenta años, hizo grandes cosas en bien del rebaño de Cristo, y lo defendió valerosamente de los herejes. Presidió en el concilio que se reunió en Palestina para decidir la cuestión sobre el día en que debía celebrarse la Pascua: y refiere Éusebio que una víspera de dicha festividad, faltando el aceite de las lámparas al tiempo que los sagrados ministros iban a celebrar la solemnidad de la vigilia, mandó san Narciso que sacasen agua de un pozo y se la trajesen. Hiriéronlo así, y el santo, animado de viva fe hizo oración, y habiendo bendecido aquella agua la convirtió en aceite, con que se llenaron las lámparas: y de la parte que sobró se proveyeron muchos fieles para curar sus enfermedades. En otra ocasión calumniaron al venerable prelado tres hombres malignos confirmando su acusación con juramento. El primero dijo: «quemado muera yo si no es verdad lo que digo»; el segundo: «sea yo cubierto de lepra»; el tercero: «quede yo ciego». Mas no tardó el Señor en volver por la honra de su siervo, castigando a los tres perjuros con los males que habían significado en sus maldiciones, y el tercero confesó delante de todos la conspiración que los tres juntamente habían tramado contra su santo obispo. 



Habíase san Narciso retirado con aquella ocasión de su iglesia y enterrádose vivo en un espantoso desierto, donde por espacio de algunos años llevó vida más de ángel que de hombre; mas sabiendo que estaba tan probada y reconocida su inocencia, juzgó que debía volver a su iglesia. Así que llegó a Jerusalén fué recibido con tanto alborozo y tanto tropel de gente, como si fuera un santo venido del otro mundo: y apenas llegó cuando murió en aquella ciudad el obispo Gordio, que había ocupado en su ausencia la silla episcopal. Gobernó pues el santo algunos años más aquella cristiandad, hasta que por divina revelación tomó por coadjutor a san Alejandro, obispo de Flaviada en la Capodocia, que había venido a visitar los santos lugares de Jerusalén, con el cual repartió el cargo pastoral, por causa de su edad tan avanzada: y así escribiendo san Alejandro a los antinoítas de Egipto, les dice: Saludóos de parte de Narciso, que gobernó esta iglesia antes de mí, y ahora la gobierna juntamente conmigo, siendo al presente de edad de ciento diez y seis años ya cumplidos. Luego descansó en el Señor, y recibió el premio de sus trabajos. 

Reflexión: Pocos son los hombres que llegan a una edad tan avanzada, y por ventura ni uno solo de los que leen esta vida, alcanzará los años que sirvió a Dios san Narciso. Démonos pues prisa en llevar adelante nuestro único negocio y hacer las prevenciones necesarias para toda la eternidad, procurando que los días que pasan, no sean días inútiles y perdidos, sino días aprovechados y llenos de méritos y virtudes; pues como nos dice el Espíritu Santo, la edad de la senectud, no está en los muchos años que se viven, sino en la vida inmaculada y virtuosa. 

Oración: Concédenos ¡oh Dios omnipotente! que la venerable solemnidad del bienaventurado Narciso, tu confesor y pontífice, acreciente en nosotros la gracia de la devoción y el deseo de nuestra eterna salud. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.  

sábado, 28 de octubre de 2017

FIESTA DE CRISTO REY Año Litúrgico - Dom Prospero Gueranger

DOS FIESTAS DEL REINADO DE CRISTO. — Al principio del Año litúrgico encontramos ya una fiesta del reinado de Cristo: la Epifanía. Jesús acababa de nacer y se manifestaba a los reyes de Oriente y al pueblo de Israel como "el Señor que tiene en su mano el reino, el poder y el imperio". Acogimos a este "Salvador, que venía a reinar sobre nosotros", y con los Magos le ofrecimos nuestros presentes, nuestra fe y nuest ro amor.

Y ¿por qué quiere la Iglesia que, al fin del año, celebremos una nueva fiesta del reinado de Cristo, de su reinado social y universal?

No padecimos engaño en tiempo de la Epifanía sobre la naturaleza de este reinado, como tampoco lo padecimos sobre la dignidad de Dios que poseía el Niño recién nacido. Pero tal vez nos dejamos fascinar por aquella estrella que, al brillar en el cielo de Belén, nos alumbraba con la luz de la fe y nos hacía esperar mayores claridades para la eternidad. Entonces cantamos el acercamiento de la gentilidad a la fe en la persona de los Magos que vinieron allá del Oriente a adorar al Rey de los Judíos

EL LAICISMO. — La Iglesia quiere que pensemos hoy en las consecuencias de este llamamiento Universal a la fe de Cristo. Las naciones, en conjunto, se han convertido al Señor, que las trajo, con los acontecimientos sobrenaturales, los beneficios de una civilización completamente desconocida del mundo antiguo. Pero, desgraciadamente, hace ya dos siglos que un error sumamente pernicioso destroza a todas las naciones, a Francia particularmente: el laicismo. Consiste éste en la negación de los derechos de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo sobre toda la sociedad humana, tanto en la vida privada y familiar, como en la vida social y política. Los propagadores de esta herejía han repetido el grito de ios Judíos deicidas: No queremos que reine sobre nosotros. Y con toda la habilidad, tenacidad y audacia de los hijos de las tinieblas, se han esforzado por echar a Cristo de todas partes. Han declarado inmoral a la vida religiosa y expulsado a los religiosos; han intentado imponer a la Iglesia, aunque inútilmente, una constitución cismática; han decretado la separación de la Iglesia y del Estado y han negado a la sociedad civil la obligación de ayudar a los hombres a conquistar los bienes eternos; han introducido el desorden en la familia con la ley del divorcio, han suprimido los crucifijos en los tribunales, hospitales y escuelas. Y, finalmente, han declarado intangibles sus leyes y han hecho del Estado un Dios.

RAZÓN DE ESTA FIESTA. — Frente "a esta peste de nuestros días" los Papas no han cesado de levantar su voz. Pero, como la plaga iba en aumento, Pío XI quiso aprovechar el año jubilar para recordar solemnemente al mundo por la Encíclica Quas primas del 11 de diciembre de 1925, el completo y absoluto poder de Cristo, Hijo de Dios", Rey inmortal de los siglos, sobre todos los hombres y sobre todos los pueblos de todos los tiempos. Además, para que esta doctrina tan necesaria no se olvidase demasiado pronto, instituyó en honor de su reinado universal una fiesta litúrgica que fuese a la vez memorial solemne y reparación de esa apostasía de las naciones y de los individuos, que se afanan por manifestarse en la doctrina y en los hechos en nombre del laicismo contemporáneo. Finalmente, el Sumo Pontífice prescribió para esta misma solemnidad la renovación de la consagración del género humano al Sagrado Corazón.

Los fieles encontrarán en el Breviario o simplemente en el Misal, la doctrina de la Iglesia sobre el reinado social de Cristo y fórmulas incomparables de oraciones de alabanza, de reparación y de petición que pueden dirigirle en esta fiesta. Pero esta enseñanza en toda su amplitud se halla expuesta en la Encíclica del Papa. Nos contentaremos con dar un resumen, invitando a los lectores que acudan al texto original para que, reconociendo los derechos del Señor, arrojen el veneno del laicismo y se lleguen con confianza al Corazón de Jesús, cuyo reinado es de amor y de misericordia.

TRIPLE REINADO. — En la Encíclica verán en qué sentido Cristo es Rey de las inteligencias, de los corazones y de las voluntades; quiénes son los subditos de este Rey, el triple poder incluido en su dignidad regia y la naturaleza espiritual de su reinado.

"Ya está en uso desde hace mucho tiempo el atribuir a Cristo en un sentido metafórico el título de Rey, por razón de la excelencia y eminencia singulares de sus perfecciones, por las cuales sobrepuja a toda criatura. Y nos expresamos de ese modo para afirmar que es el Rey üe las inteligencias humanas, no tanto por la penetración de su inteligencia humana y la extensión de su ciencia, cuanto porque es la misma Verdad y los mortales necesitan buscar en él la verdad y aceptarla con obediencia. Se le llama Rey de las voluntades, no sólo porque a la santidad absoluta de su voluntad divina corresponden la integridad y la sumisión perfecta de su voluntad humana, sino también porque, mediante el impulso y la inspiración de su gracia, somete a Sí nuestra libre voluntad, con lo que viene nuestro ardor a inflamarse para acciones nobilísimas. A Cristo se le reconoce finalmente como Rey de los corazones, a causa de su caridad, que excede a todo conocimiento y de su mansedumbre y bondad, que atraen a las almas; y en efecto, no ha habido hombre alguno hasta hoy que haya sido amado como Jesucristo por todo el género humano, ni tampoco se verá en lo porvenir.

LA DIGNIDAD REGIA, UNA CONSECUENCIA DE LA UNIÓN HIPOSTÁTICA. — "Pero, avanzando un poco más en nuestro tema, cada cual puede echar de ver que el nombre y poder de Rey convienen a Cristo en el sentido propio de la palabra; se dice de Cristo que recibió de su Padre el poder, el honor y la dignidad regia en cuanto hombre, pues el Verbo de Dios, que con el Padre posee una misma sustancia, no puede menos de poseer todo en común con su Padre y, por consiguiente, el imperio supremo y absoluto sobre todo lo creado. La dignidad regia de Cristo se funda en la unión admirable que llamamos unión hipostática. Por consiguiente: los ángeles y los hombres tienen que adorar a Cristo en cuanto es Dios, pero tienen que obedecer y exteriorizar su sumisión también a sus mandatos en cuanto hombre, es decir que, por el solo título de la unión hipostática, a Jesucristo se le dió poder sobre todas las criaturas...

LA TRIPLE POTESTAD. — "La dignidad regia de Cristo lleva consigo un triple poder: legislativo, judicial y ejecutivo y sin él no se puede concebir aquélla. Los Evangelios no se contentan con afirmarnos que Cristo ratificó algunas leyes, nos le presentan también dictando otras nuevas... Jesús declara además que el Padre le otorgó el poder judicial... Este poder judicial implica el derecho de decretar para los hombres, penas y recompensas, aun en esta vida. Y, por fin, también tenemos que atribuir a Cristo el poder ejecutivo, dado que es de necesidad para todos la obligación de obedecer a sus órdenes, y que ha establecido algunas penas de las que no se librará ningún culpable.

CARÁCTER DEL REINADO DE CRISTO. — " Que el remado de Cristo ha de ser en cierto sentido principalmente espiritual y referirse a las cosas espirituales... Nuestro Señor Jesucristo lo confirmó con su modo de obrar... Ante Pilatos declara que su reino no es de este mundo. En el Evangelio se nos muestra su reino como reino en el que nos preparamos a entrar por la fe y el bautismo... El Salvador no opone su reino más que al reino de Satanás y al poder de las tinieblas. Exige a sus discípulos desasirse de las riquezas y de todos los bienes terrenos, practicar la mansedumbre, tener hambre y sed de la justicia, pero también renunciarse y llevar cada cual su cruz. Como Jesucristo en cuanto Redentor compró a la Iglesia con el precio de su sangre y, en cuanto Sacerdote, se ofrece a sí mismo perpetuamente en sacrificio por los pecados del mundo, ¿quién no echará de ver que su dignidad regia tiene que participar del carácter espiritual de estas dos funciones de Sacerdote y de Redentor?

"Con todo, no se podría negar, sin cometer un grave error, que el reinado de Cristo-hombre se extiende también a las cosas civiles, puesto que recibió de su Padre un dominio absoluto, de tal modo que abarca todas las cosas creadas y todas están sometidas a su imperio..."



M I S A

Mientras en el cielo adoran al Cordero inmolado los Angeles y los Santos proclamándole Rey, nos reunimos nosotros en la casa de Dios para renovar el misterio de la inmolación de este Cordero y proclamar también nosotros su reinado universal, en la vida individual y familiar, en la vida social y política, aquí y en la eternidad.

INTROITO

Digno es el Cordero que fué inmolado, de recibir el poder, la divinidad, la, sabiduría, la fortaleza y el honor. A El la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. —Salmo: Oh Dios, da tu juicio al Rey: y tu justicia al Hijo del Rey. V. Gloria al Padre.

La Colecta pide para la gran familia humana dividida por el pecado, la restauración de la unidad. El único medio de conseguirla, es acatar el reinado de Cristo.

COLECTA

Omnipotente y sempiterno Dios, que quisiste restaurarlo todo en tu amado Hijo, Rey de todos: haz propicio que todas las familias de las gentes, disgregadas por la herida del pecado, se sometan a su suavísimo imperio. El cual vive y reina contigo.

CRISTO.—La Epístola es un verdadero cántico en el que el apóstol San Pablo proclama arrobado lo que es Cristo para Dios, para la creación, para la Iglesia. El Padre es invisible, habita en una luz, en una región inaccesible, pero he aquí que el que es imagen suya, nacido de El, Dios como El, se deja ver entre nosotros, se hace hombre como nosotros, y derrama su sangre por nosotros.

Dios: obra suya es la creación; por El subsiste todo; en El tenemos la vida, el movimiento y el ser y todo lo que existe para El es.

Cabeza de la creación, lo es también de la Iglesia que es su cuerpo, su Esposa. Hay entre ambos unidad de vida. Esta vida la posee El en su plenitud y esta plenitud se comunica sin padecer mengua jamás; toda belleza, toda santidad proviene de El como de su fuente. Así lo quiso el Padre con el propósito de reducir todas las cosas a la unidad primitiva y de pacificar en la sangre de su Hijo todo lo que hay en el cielo y en la tierra.

EPISTOLA

Lección de la Epístola del Ap. S. Pablo a los Colosenses (Col., I, 12-20).

Hermanos: Damos gracias a Dios Padre, que nos hizo dignos de participar de la suerte de los Santos en la luz, que nos arrancó de la potestad de las tinieblas y nos trasladó al reino del Hijo de su amor, en el cual tenemos la redención por su sangre, el perdón de los pecados. El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda criatura: porque en El fueron creadas todas las cosas del cielo y de la tierra, las visibles y las invisibles, sean los Tronos, sean las Dominaciones, sean los Principados, sean las Potestades: todo fué creado por El y en El, y El es antes que todo, y todo existe en El. Y El es la cabeza del cuerpo de la Iglesia, el principio, el primogénito de los muertos, para que sea quien tenga el principado en todo: porque plúgole al Padre hacer que habitara en El toda la plenitud, y conciliario todo en El, pacificando por la sangre de su cruz tanto lo que hay en la tierra como lo que hay en el cielo, en Jesucristo, nuestro Señor.

El Gradual y el Aleluya cantan la universalidad y la eternidad del reino de Cristo.

GRADUAL

Dominará de un mar a otro mar, y desde el río hasta los confines del orbe de las tierras. V. Y le adorarán todos los reyes de la tierra: todas las gentes le servirán.

Aleluya, aleluya. V. Su poder es un poder eterno, que no será quitado: y su reino, un reino que no será destruido. Aleluya.

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio según S. Juan (Jn„ VIII, 33-37).

En aquel tiempo dijo Pilatos a Jesús: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Respondió Jesús: ¿Dices esto por ti mismo, o te lo dijeron de mí otros? Respondió Pilatos: ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los pontífices te han entregado a mí: ¿qué has hecho? Respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, lucharían ciertamente mis ministros, para que no fuera entregado a los judíos: pero ahora mi reino no es de aquí. Dijóle entonces Pilatos: ¿Luego tú eres Rey? Respondió Jesús: Tú dices que yo soy Rey. Yo para esto nací y para esto vine al mundo: Para dar testimonio de la verdad: todo el que es de la verdad oye mi voz.

Este diálogo entre Jesús y Pilatos nos hace conocer el carácter espiritual y universal de la dignidad regia del Mesías, su origen divino y su fin: "Nací y vine al mundo para dar testimonio de la verdad: todo el que es de la verdad, oye mi voz."

San Agustín, comentando este texto, nos habla también del desprendimiento y de la bondad de nuestro Rey: "¿De qué le servía al Señor ser rey de Israel? ¿Era por ventura algo grande para el Rey de los siglos, ser rey de los hombres? Cristo no es rey de Israel para exigir tributos, armar de la espada a los batallones y dominar visiblemente a sus enemigos, sino que es rey de Israel p a r a gobernar las almas, velar por ellas para la eternidad y llevar al reino de los cielos a los que creen, esperan y aman." Probemos, pues, que somos subditos suyos de verdad tributándole el homenaje de nuestra fe, de nuestra confianza y de nuestro amor. El Ofertorio recuerda la promesa, que el Padre hizo al mismo Cristo, de darle como herencia las naciones.

OFERTORIO

Pídemelo y te daré las gentes por herencia tuya, y por posesión tuya hasta los confines de la tierra.

En la Secreta consideramos el reino del Señor en cuanto trae a nuestras almas el don divino de la unidad y de la paz.

SECRETA

Ofrecémoste, Señor, esta hostia de la reconciliación humana: haz, te suplicamos, que Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, a quien inmolamos en el presente sacrificio, conceda El mismo a todas las gentes los dones de la unidad y de la paz. El cual vive y reina contigo.

En el Prefacio, más aún que en las otras oraciones del Santo Sacrificio, se propone explícitamente a la fe y a la piedad de los creyentes la exacta noción teológica del reinado universal de Cristo. Como Hijo único del Padre, con quien es coeterno y consustancial, el Verbo encarnado comunica a su santa Humanidad, en virtud de la unión hipostática, la doble unción divina del sacerdocio y de la majestad real. En virtud de su Sacrificio Redentor sobre el altar de la cruz, como también por su nacimiento eterno, somete a su imperio indestructible a todas las criaturas, en un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.

PREFACIO

Es verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable que siempre y en todas partes te demos gracias a ti, Señor santo, Padre omnipotente, eterno Dios: Que ungiste con óleo de alegría a tu unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Sacerdote eterno y Rey universal: para que, ofreciéndose a sí mismo, en el ara de la cruz, como hostia inmaculada y pacífica, obrase el misterio de la redención humana: y, sometiendo a su imperio todas las criaturas, entregase a tu inmensa Majestad un reino eterno y universal: un reino de verdad y de vida; un reino de santidad y de gracia; un reino de justicia, de amor y de paz. Y, por eso, con los Angeles y los Arcángeles, con los Tronos y las Dominaciones, y con toda la milicia del ejército celestial, cantamos el himno de tu gloria, diciendo sin cesar:

Santo, Santo, Santo, etc.

El Señor concede la paz a los que le reciben:

COMUNIÓN

Se sentará el Señor Rey para siempre: el Señor bendecirá a su pueblo con la paz.

El fruto de la Comunión consistirá en preparar nuestras almas para entrar en el reino celestial.

POSCOMUNION

Habiendo conseguido el alimento de la inmortalidad, suplicámoste, Señor, hagas que, los que nos gloriamos de militar bajo las banderas de Cristo Rey, podamos reinar eternamente con El en el trono celestial. El cual vive y reina contigo.

CONSAGRACIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE JESUS

No debemos terminar el día sin hacer nuestra la fórmula de Consagración que compuso León XIII, cuya recitación pública está prescrita por Pío XI para todos los años en esta fiesta.

"Dulcísimo Jesús, Redentor del género humano, miradnos humildemente postrados delante de vuestro altar : vuestros somos y vuestros queremos ser; y a fin de poder vivir más estrechamente unidos con Vos, todos y cada uno espontáneamente nos consagramos en este día a vuestro Sacratísimo Corazón. Muchos, por desgracia, jamás os han conocido; muchos, despreciando vuestros mandamientos, os han deshechado. ¡Oh Jesús benignísimo, compadeceos de los unos y de los otros, y atraedlos a todos a vuestro Corazón Santísimo! ¡Oh Señor! Sed Rey, no sólo de los hijos fieles que jamás se han alejado de Vos, sino también de los pródigos que os han abandonado, haced que vuelvan pronto a la casa paterna para que no perezcan de hambre y de miseria. Sed Rey de aquellos que por seducción del error o por espíritu de discordia, viven separados de Vos; devolvedlos al puerto de la verdad y a la unidad de la fe, para que en breve se forme un solo rebaño bajo de un solo Pastor. Sed Rey de los que permanecen aún envueltos en las tinieblas de la idolatría o del islamismo; dignaos atraerles a todos a la luz de vuestro reino. Mirad finalmente con ojos de misericordia a los hijos de aquel pueblo que en otro tiempo fué vuestro predilecto; descienda también sobre ellos, como bautismo de redención y de vida, la sangre que un día contra sí reclamaron. Conceded, oh Señor, incolumidad y libertad segura a vuestra Iglesia; otorgad a todos la tranquilidad en el orden; haced que del uno al otro confín de la tierra no resuene sino esta voz: "Alabado sea el Corazón divino, causa de nuestra salud; a El se entonen cánticos de honor y de gloria por los siglos de los siglos. Así sea."


viernes, 27 de octubre de 2017

28 de octubre SANTOS SIMÓN y JUDAS TADEO, APÓSTOLES. Flos Sanctorvm Santoral


Los gloriosísimos apóstoles y mártires de Jesucristo san Simón y san Judas fueron hermanos de Santiago el Menor, hijos de Cleofás y de María, primos de la Virgen santísima, nuestra Señora. Eran llamados hermanos del Señor según las costumbres de los judíos, por ser parientes. Simón se llamaba el Cananeo o Zelotes para distinguirlo de san Pedro que tenía el mismo nombre de Simón: y Judas también tomó sobrenombre de Tadeo o Lebbeo, para distinguirse de Judas Iscariote. Habiéndoles el Señor escogido para su apostolado, recibieron la doctrina de su santo Evangelio, y le siguieron con gran fidelidad, y fueron testigos de sus admirables prodigios y compañeros de sus trabajos y persecuciones. Después de la institución de la sagrada Eucaristía y terminado aquel admirable sermón que hizo el Se- ñor, y se refiere en el capítulo XIV de •san Juan, como san Judas no hubiese comprendido aquellas palabras: El mundo no me verá, pero vosotros me veréis, •porque yo estaré vivo y nosotros lo estaréis también, preguntó al Salvador: «Señor, ¿cómo ha de ser eso que te has de manifestar a nosotros y no al mundo?» A lo que respondió el Señor que era porque ellos le amaban y no le amaba el mundo, pues no guardaba sus mandamientos. Habiendo subido Jesús a los cielos, y después de la venida del Espíritu Santo, padecieron san Simón y san Judas grandes trabajos en la predicación del Evangelio, hicieron muchos milagros, derribaron ídolos y redujeron a la fe innumerables gentes. Se dice que san Simón predicó en Egipto y san Judas o Tadeo en Mesopotamia, y que después entraron juntos en Persia. Entre las conversiones que hicieron, la más ruidosa fué la de toda la familia real y de muchos hombres principales de la corte que recibieron el bautismo. Abrieron iglesias y formaron cristiandades, una de las cuales fué la de Babilonia. Refiérese también que en oyendo el apóstol san Judas el martirio de Santiago el Menor, pasó a Jerusalén y se halló presente en la elección del nuevo obispo de aquella Iglesia: mas que una vez elegido Simón, volvió a Persia, y que los dos apóstoles, coronaron la carrera de su vida apostólica con un glorioso martirio; porqué cayendo sobre ellos una turba de feroces idólatras, san Simón fué aserrado por medio, y a san Judas le cortaron la cabeza. Añade la misma antigua tradición que en el mismo punto en que fueron muertos estos dos sagrados apóstoles delante de unos ídolos del sol y de la luna, se levantó una terrible tempestad que dio en tierra con los templos y estatuas de aquellos falsos dioses, quedando sepultados en las ruinas los que habían dado muerte a los dos sagrados apóstoles. 

Reflexión: La vida de los dos gloriosos apóstoles san Simón y san Judas, es como la de todos los demás apóstoles de Jesucristo. Toda ella consistió en amar con toda su alma a su divino Maestro: en predicarle crucificado, confirmar, con milagros la verdad de su Evangelio, ganarle muchas gentes idólatras, padecer por su amor grandes trabajos y persecuciones, y la misma muerte. No se entiende pues como hay hombres tan ciegos que no se fíen del testimonio de los santos apóstoles: porque aunque sea verdad que eran los más íntimos amigos del Salvador del mundo, también lo es que fueron sus más abonados testigos, y los más desinteresados confesores de su divinidad. 

Oración: ¡Oh Dios! que nos hiciste merced de venir al conocimiento de tu nombre por medio de los bienaventurados apóstoles Simón y Judas, concédenos la gracia de aprovechar en virtud al celebrar su gloria sempiterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.