miércoles, 4 de julio de 2018

5 de julio. San Miguel de los santos. — (t 1625) Flos Sanctorvm Santoral


El seráfico siervo de Cristo crucificado, san Miguel de los santos fué natural de Vich, en Cataluña, a donde poco antes se había trasladado su padre, que ejercía el oficio de escribano en la villa de Centellas. Tenía el asombroso niño Miguel seis años no cumplidos, cuando abrasado del amor de Cristo se encaminó con otro niño hacia Montseny, con propósito de hacer en aquellas asperezas una vida penitente y solitaria. Al hallarle su padre en una cueva, hincado de rodillas y orando con muchas lágrimas, le preguntó por qué lloraba; y el niño respondió: «Lloro por la pasión de nuestro Señor Jesucristo»; y preguntándole también cómo pensaba sustentarse en aquella soledad, respondió que Dios le alimentaría como alimentaba a otros santos. Tomándole el padre de la mano lo volvió a su casa, donde comenzó a ayunar la cuaresma, las vigilias y los miércoles, viernes y sábados de cada semana; ponía los pies desnudos sobre la nieve, disciplinábase todas las noches, y llevaba en el pecho una cruz de madera atravesada con tres clavos, que traía hincados en las carnes. Terminados los primeros estudios de las letras humanas y siendo de doce años fué a Barcelona, donde recibió el hábito de los Trinitarios calzados, con indecible gozo de su alma, mas poco después de sus votos solemnes, pasó a la estrecha observancia de los religiosos trinitarios descalzos, a los cuales espantó con sus extraordinarias penitencias. Porque no comía sino de dos en dos días algunos bocados de pan, y a veces se le pasaban doce, quince y veinte días sin probar agua ni bebida alguna, llegando a pasar un verano entero sin beber. Poníasele la lengua y los labios tan secos como los que padecen ardentísima fiebre y el siervo de Dios para acrecentar aún esta terrible mortificación bajaba a unos sótanos donde había muchas tinajas de agua fresca, para que a la vista del refrigerio fuese mayor el sacrificio. Guárdase hoy todavía una cruz de hierro que tiene una cuarta de largo y está sembrada de ochenta y un clavos que traía hincados en las espaldas. En invierno se aplicaba agua fría al pecho para templar los ardores del amor divino. Uno de los regalos que el Señor le hizo fué trocarle místicamente el corazón, dándole Jesucristo el suyo de una manera inefable. Eran tan frecuentes sus éxtasis seráficos que se arrobaba predicando, diciendo misa, orando, en el templo, en las visitas y en las calles. Viéronle muchas veces elevado todo el cuerpo en el aire, especialmente al celebrar la misa, y teniendo el que se la ayudaba curiosidad de medir la altura, pues los arrobamientos duraban un cuarto de hora, halló que estaba elevado más de media vara del suelo. Finalmente llegado el tiempo en que el Señor quería trasladar este serafín humano al paraíso, después de haber asombrado al mundo con sus extraordinarias virtudes, le llevó para sí el segundo día de Pascua de Resurrección a la edad de treinta y tres años. 

Reflexión: Oye y asienta en tu alma lo que solía decir este mismo santo, maravillándose de que hubiese hombres que no amasen a Dios. «¡Oh, hijos de Adán!,—exclamaba,— ¿Es posible que haya hombres que no quieran amar a Dios? ¡Oh si las almas conocieran aquella suma bondad, cómo no la ofendieran, antes se abrasaran en su amor! ¡Oh! ¡si experimentaran la suavidad de Dios, cómo se murieran todos de amor por El!» Tal es el secreto y verdadera causa de la vida asombrosa de los santos. 

Oración: ¡Oh Dios misericordioso! que te dignaste adornar al bienaventurado Miguel, tu confesor, con maravillosa inocencia y admirable caridad, concédenos por su intercesión, que libres de los vicios, y encendidos en tu amor, merezcamos llegar a gozarte. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario