viernes, 9 de marzo de 2018

10 de marzo LOS CUARENTA MÁRTIRES DE SEBASTE. (+ 320.) Flos Sanctorvm Santoral



Estando el bárbaro emperador Licinio en Capadocia con un poderoso ejército, hizo publicar un edicto en que se mandaba a todos los cristianos, so pena de la vida, que dejasen la fe de Cristo. Había pues en el ejército un escuadrón de cuarenta soldados valerosos y cristianos, y todos de la misma provincia de Capadocia, que escogieron antes morir por la fe, que sacrificar a los falsos dioses. El cruel prefecto, para quebrantar la constancia de aquellos guerreros de Cristo, los hizo llevar a una laguna de agua muy fría cerca de la ciudad de Sebaste. El tiempo era muy riguroso y de grandes hielos, y el sol ya se ponía y venía la noche áspera y cruda, en que aquella laguna se había de helar. En ella mando el impío juez que fuesen echados en carnes los cuarenta cristianos para que traspasados sus cuerpos con el frío de la noche y del hielo, desfalleciesen, y juntamente ordenó que allí cerca de la laguna se pusiese un baño de agua caliente, para que si alguno, vencido de la fuerza del frío, quisiese negar a Cristo, tuviese a la mano el refrigerio; que fué una terrible tentación para los santos, por tener a la vista el remedio de aquel tan crudo tormento. Armados, pues, aquellos mártires, del espíritu de Dios, ellos mismos se desnudaron de sus vestidos, y con grande esfuerzo y alegría se arrojaron en la laguna, no cesando de rogar al Señor que les diese perseverancia hasta el fin. Mas como el frío fuese rigurosísimo, uno de ellos, llamando al guarda, salió de la laguna, y entró en el baño, y poco después expiró. A media noche, apareció sobre los mártires una claridad inmensa, y bajaron del cielo ángeles con treinta y nueve coronas, y las pusieron sobre los treinta y nueve caballeros de Cristo, lo cual viendo uno de los guardas, se despojó de su ropa, y se arrojó denodadamente en la laguna, clamando a grandes voces que quería también ser y morir cristiano; por lo cual, embravecido el juez, a la mañana siguiente los mandó sacar del agua y quebrarles a palos las piernas para que acabasen de expirar. Tomando después los cuerpos para quemarlos, vieron que uno de los mártires, llamado Melitón, que era más mozo y robusto, estaba aún vivo, y como entre otros muchos testigos se  hallase presente a aquel espectáculo su misma madre, tomó ella a cuestas al hijo mártir y le exhortó a morir en las llamas si fuese menester, y viéndole expirar en sus brazos, le puso en el carro donde llevaban los cuerpos de los otros santos, como a compañero de su misma gloria. Fueron echados los santos mártires en una grande hoguera, y aunque el gobernador dio orden para que sus cenizas fuesen arrojadas en el río, los cristianos tuvieron modo para recogerlas, extendiéndose tanto estas preciosas reliquias, dice san Gregorio Niseno, que apenas hay país en la cristiandad que no esté enriquecido con este tesoro.

Reflexión: El gran Basilio exclama en alabanza de estos santos mártires: «¡Oh santo coro! ¡oh orden sagrada! ¡oh escuadra invencible! ¡oh conservadores dél linaje humano, estrellas del mundo y flores de la Iglesia! ¡En la flor de vuestra edad glorificasteis al Señor en vuestros miembros, y fuisteis un maravilloso espectáculo para los ángeles, para los patriarcas, profetas y todos justos! Con vuestro ejemplo esforzasteis a los flacos, y abristeis el camino a los fuertes, dejando acá en la tierra todos juntos un mismo trofeo de vuestra victoria, para ser coronados con una misma corona de gloria en el cielo».

Oración: Rogámoste, Señor Dios omnipotente, que los que honramos a los bienaventurados mártires, que perseveraron tan firmes en la confesión de la fe, experimentemos su piadosa intercesión en el acatamiento de tu soberana Majestad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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