HISTORIA DE LA FIESTA. — En los días que precedieron al nacimiento del Salvador, la visita de María a su prima Isabel fue ya objeto de nuestras meditaciones. Pero convenía volver sobre una circunstancia tan importante de la vida de Nuestra Señora, para hacer resaltar lo que este misterio contiene de enseñanza profunda y de alegría santa. La sagrada Liturgia completándose con los años, explotará esta mina preciosa en honor de la Virgen-Madre. La Orden de San Francisco y algunas iglesias particulares, como la de Reims y París, ya se habían adelantado, cuando Urbano VI, en el año 1389 instituyó la solemnidad de este día. El Papa aconsejaba el ayuno en la vigilia de la fiesta, y que además tuviese Octava; concedió en su celebración las mismas indulgencias que había otorgado Urbano VI, en el siglo anterior a la fiesta del Corpus Christi. La bula de promulgación, retrasada por la muerte del Pontífice, fue publicada por Bonifacio IX que le sucedió en la Silla de S. Pedro. Por las lecciones del Oficio primitivamente compuesto para esta fiesta, sabemos que el fin de su institución fue, según el pensamiento de Urbano, obtener que cesase el cisma que dividía a la Iglesia. Nunca se había visto la Esposa del Hijo de Dios en situación tan dolorosa. Pero Nuestra Señora, a quien se había dirigido el verdadero Pontífice al comienzo de la tormenta, no dejó fallida la esperanza de la Iglesia. Durante los años que la insondable justicia del Altísimo dejó obrar a los poderes del infierno, vino en su defensa, sujetando tan fuertemente bajo su pie vencedor la cabeza de la serpiente antigua, que a pesar de la espantosa confusión que había levantado, su baba ponzoñosa no pudo manchar la fe de los pueblos, que permaneció firmemente adherida a la unidad de la Cátedra romana, cualquiera que en esta incertidumbre fuese su ocupante verdadero. Así, el Occidente separado de hecho, pero unido en sus principios, se volvía a unir en el tiempo escogido por Dios para devolver la luz.
MARÍA, ARCA DE ALIANZA. — Si se pregunta por qué quiso Dios que el Misterio de la Visitación y no otro, fuese al establecerse esta solemnidad, el trofeo de la paz reconquistada, es fácil hallar la razón en la naturaleza misma de este misterio y en las circunstancias en que se realizó. En él especialmente aparece María como verdadera arca de Alianza: llevando al Emmanuel, testimonio vivo de una reconciliación definitiva entre la tierra y el cielo. Por ella, mejor que en Adán, todos los hombres han de ser hermanos; porque el que lleva escondido en su seno, será el primogénito de la gran familia de los hijos de Dios. Apenas concebido, comienza para Él la obra de la propiciación universal. ¡Dichosa la casa del sacerdote Zacarías, que durante tres meses acogió a la Sabiduría eterna, bajada recientemente al seno purísimo en que se acaba de consumar la unión que ambicionaba su amor! Por el pecado original, el enemigo de Dios y de los hombres tenía cautivo, en esta bendita casa a aquel que sería el hornato en los siglos infinitos; la embajada del ángel que anunció el nacimiento de Juan, su concepción milagrosa, no habían eximido al hijo de la estéril del tributo vergonzoso que todos los hijos de Adán tienen que pagar al príncipe de la muerte, a su entrada en la vida. Pero apareció María, y Satanás vencido sufrió en el alma de Juan su más completa derrota, que no será la última; porque el arca de alianza no detendrá sus triunfos hasta reconciliar al último de los elegidos.
ALEGRÍA DE LA IGLESIA. — Celebremos este día con cantos de alegría; porque en este misterio están, como en germen, todas las victorias que alcanzarán la Iglesia y sus hijos; desde hoy el Arca santa preside los combates del nuevo Israel. Basta ya de división entre el hombre y Dios, el cristiano y sus hermanos; si la antigua arca no logró impedir la escisión de las tribus, el cisma y la herejía conseguirán hacer frente a María unos cuantos años o algunos siglos, pero al fin resplandecerá más su gloria. De ella, como en este día glorioso y a la vista del enemigo humillado, brotarán siempre la alegría de los pequeños, la perfección de los pontífices (Ps., CXXXI, 8-9; 14-18), y la bendición de todos. Unamos el tributo de nuestras voces a los saltos gozosos de Juan, a la repentina exclamación de Isabel, al cántico de Zacarías; todo el mundo lo repita. Así se saludaba antiguamente la llegada del arca al campamento de los Hebreos; los Filisteos, al oírlo, por ahí comprendían que había bajado el auxilio del Señor; y sobrecogidos de espanto, gemían, diciendo: "¡Desgraciados de nosotros! no reinaba aquí ayer una alegría tan grande; ¡desgraciados de nosotros " (I Rey, IV, 5, 8). Por cierto que hoy el género humano salta de gozo y canta con Juan; y hoy también, y con razón, se lamenta el enemigo; hoy la mujer (Gén., III, 15) descarga el primer golpe del calcañal en su cabeza altanera, y Juan, ya librado, es en esto precursor de todos nosotros. El nuevo Israel, más afortunado que el viejo, tiene seguridad de que no le arrebatarán ya su gloria nunca jamás; nunca le quitarán el Arca santa que le permite pasar las aguas (Jos., III, IV), y derrumba ante él las fortalezas
EL CANTO DE MARÍA. — ¿No es, pues, muy justo que este día, en que termina la serie de las derrotas que comenzaron en el Paraíso, sea también el día de los cánticos nuevos del nuevo pueblo? Pero ¿a quién toca entonar el himno del triunfo, sino al que gana la victoria? Por eso canta María en este día de triunfo, recordando todos los cantos de victoria que, a lo largo de los siglos de espera, fueron como preludios, a su divino Cántico. Pero las victorias pasadas del pueblo elegido no eran más que la figura de la que consigue ella, en esta fiesta de su manifestación, como soberana gloriosa, que, mejor que Débora, Judit o Ester, ha comenzado a libertar a su pueblo; en su boca los acentos de sus ilustres predecesoras han evolucionado de la aspiración inflamada de los tiempos de la profecía, al éxtasis sereno, que denota la posesión del Dios que por tanto tiempo esperado. Una era nueva comienza parar los cantos sagrados: la alabanza divina toma de María el carácter que no perderá en este mundo y que subsistirá aún en la eternidad. Y en este día también, inagurando su ministerio de Corredentora y de Mediadora, recibió María por vez primera en la tierra, de boca de Santa Isabel, la alabanza que sin fin merece la Madre de Dios y de los hombres. El motivo especial que tuvo la Iglesia, en el siglo XIV, para instituir esta fiesta, nos ha inspirado las anteriores consideraciones. María ha demostrado otra vez, al devolver a Roma al desterrado Pío IX, el 2 de Julio de 1849, que consideraba esta fecha como un día de victoria.
Año Litúrgico de Guéranger
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