Nada sabemos de cierto sobre la madre de Nuestra Señora. Sólo conocemos su nombre y el de su esposo, Joaquín, por el testimonio del protoevangelio apócrifo de Santiago. Aunque la primera redacción es muy antigua, no se trata de un documento fidedigno. El protoevangelio de Santiago cuenta que los vecinos de Joaquín se burlaban de él porque no tenía hijos. Entonces, el santo se retiró cuarenta días al desierto a orar y ayunar, en tanto que Ana (cuyo nombre significa Gracia) "se quejaba en dos quejas y se lamentaba en dos lamentaciones." Cuando Ana se hallaba sentada orando bajo un laurel, un ángel se le apareció y le dijo: "Ana, el Señor ha escuchado tu oración: concebirás y darás a luz. Del fruto de tu vientre se hablará en todo el mundo." Ana respondió: "Vive Dios que consagraré el fruto de mi vientre, hombre o mujer, a Dios mi Señor y que le servirá todos los días de su vida." El ángel se apareció también a San Joaquín. A su debido tiempo, nació María, quien sería un día la Madre de Dios. Hagamos notar que esta narración se parece mucho a la de la concepción y el nacimiento de Samuel, cuya madre se llamaba también Ana (I Reyes 1). Los primeros Padres de la Iglesia oriental veían en ello un paralelismo. En realidad, se puede hablar de paralelismo entre la narración de la concepción de Samuel y la de San Juan Bautista, pero en el caso presente la semejanza es tal, que se trata claramente de una imitación.
La mejor prueba de la antigüedad del culto a Santa Ana en Constantinopla es que, a mediados del siglo VI, el emperador Justiniano le dedicó un santuario. En Santa María la Antigua hay dos frescos que representan a Santa Ana y datan del siglo VIII. Su nombre aparece también destacadamente en una lista de reliquias que pertenecían a San Ángel de Pescheria y sabemos que el Papa San León III (795-816), regaló a la iglesia de Santa María la Mayor un ornamento en el que estaban bordadas la escena de la Anunciación y las figuras de San Joaquín y Santa Ana. Las pruebas históricas en favor de la autenticidad de les reliquias de Santa Ana, que se encuentran en Apt, de la Provenza, y en Duren, carecen absolutamente de valor. La verdad es que antes de mediar el siglo XIV, el culto de Santa Ana no era muy popular, pero un siglo más tarde se popularizó enormemente y Lulero, el reformador, lo ridiculizó con acritud y atacó en particular la costumbre de representar juntos a Jesús, María y Ana, como una especie de trinidad. En 1382, Urbano VI publicó el primer decreto pontificio referente a Santa Ana; por él concedía la celebración de la fiesta de la santa a los obispos de Inglaterra exclusivamente, como se lo habían pedido algunos ingleses. Muy probablemente la ocasión de dicho decreto fue el matrimonio del rey Ricardo II con Ana de Bohemia, que tuvo lugar en ese año. La fiesta fue extendida a toda la Iglesia de occidente en 1584.
El Protoevangelio de Santiago es conocido con diversos nombres. Los diferentes textos de dicho documento pueden verse en la traducción inglesa de B. H. Cowper, Apocryphal Gospels (1874). Dicho autor llama al texto en que nos hemos basado el Protoevangelio de San Mateo. J. Orr reproduce la traducción de Cowper en N. T. Apocryphal Writings (1909). El texto griego puede verse en el vol. I de Evangiles Apocryphes(1911, ed. H. Hemmer y P. Lejay). Ver también E. Amann, Le protoévangile de Jacques et ses remaniements (1910). La obra más completa sobre Santa Ana y su devoción es indudablemente la del P. B. Kleinschmidt, Die hl. Anna (1930). Cf. igualmente H. M. Bannister, en English Historical Review, 1903, pp. 107-112; H. Leclercq, en DAC., vol. I, cc. 2162-2174; y V. P. Charland, Ste. Anne et son culte (3 vols.). M. V. Ronan, Ste. Anne: her Cult and her Shrines (1927), es una obra poco crítica.
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