domingo, 2 de julio de 2017

3 de Julio: SAN LEÓN II, PAPA Y CONFESOR. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

EL HONOR DE LA SANTA SEDE. — El Papa San León II tuvo un gobierno muy corto: de 682 a 683; pero la Providencia le había cargado con la tremenda responsabilidad de aprobar las Actas del Concilio VI Ecuménico, que condenaba la memoria del Papa Honorio, uno de sus predecesores, fallecido próximamente hacía medio siglo. Se comprende que no se llevó a cabo esto sin motivos gravísimos: y como los había, en efecto, el Santo Papa no dio un paso atrás ante su doloroso deber. Iba en ello el honor mismo de la Santa Sede, y acerca de un punto sobre el cual es particularmente sensible: su infalibilidad doctrinal. San León II aprobó el Concilio que había censurado en Honorio, su gran debilidad en la vigilancia, y le condenó por dar paso libre a una herejía sutil y capciosa que se había librado de su censura. 


LA HEREJÍA MONOTELITA. — Esta herejía nació del celo mal entendido de Sergio, patriarca de Constantinopla. Quiso ganar otra vez para la verdadera fe a los monofisitas, numerosísimos en Oriente, que no querían reconocer en el Verbo Encarnado más que una sola naturaleza, negando de ese modo que fuese verdadero hombre a la vez que verdadero Dios. Hacia 620 pensó Sergio obligarlos a suscribir una fórmula que afirmaba las dos naturalezas, pero que autorizaba creer en la unidad de voluntad en Nuestro Señor. Así se presentaba esta nueva herejía, el monotelismo, o doctrina de la única voluntad, que, al negar la existencia de una voluntad humana en Cristo, echaba por tierra la integridad de su naturaleza humana, y, por consiguiente, caía otra vez en el monofisismo, al que se quería combatir. 

LA INADVERTENCIA DE HONORIO. — Esta herejía encontró al momento adversarios perspicaces en dos monjes: San Máximo de Constantinopla, que murió mártir con el Papa San Martín I en defensa de la fe, y San Sofronio, que pronto llegará a ser Patriarca de Jerusalén. Por desgracia los patriarcas de Antioquía y de Alejandría apoyaban a Sergio; y sólo la autoridad de Roma podía detener los progresos de la herejía. Pero en esta lucha, en que debería haberse hallado el Sumo Pontífice en primera fila, el Papa Honorio falló. Sergio le supo engañar con habilidad. Le presentó su fórmula como muy conforme a la doctrina de las dos naturalezas y además muy a propósito para reconciliar a los monofisitas. Honorio, ajeno hasta entonces a las discusiones que dividían a los orientales, estaba mal preparado para tratar esta cuestión desde el punto de vista doctrinal. No tuvo en cuenta más que el fin a que había que llegar: la vuelta de los disidentes. Mostró confianza a Sergio, le animó en su tentativa y le envió una carta de aprobación, que redactó su secretario Juan, carta llena de equívocos. En ella se afirmaba claramente que el Verbo encarnado obra divinamente las obras divinas, y de modo humano las cosas humanas; pero se afirmaba también que en Cristo no podía haber voluntades de sentido diverso o contrario. El papa ciertamente no se ponía en el punto de vista de la composición de las dos naturalezas en Cristo, sino tan sólo de sus virtudes morales, y de ese modo creía el manifestar su perfecta obediencia. Sin embargo, al conservar ciertas expresiones reprensibles de Sergio, se diría que las aprobaba. Poco después, San Sofronio, publicó sobre esta materia su primera carta sinodal. Este tratado magnífico de teología dio luces a Honorio, el cual se apresuró a escribir por sí mismo a Sergio una segunda carta, en la que, sin retirar sus alientos para trabajar en la reconciliación de los herejes, fijaba de un modo neto el límite de lo permitido por las concesiones. Pero el mal estaba hecho, y Sergio, apoyado por el mismo emperador, había ya abusado de la libertad concedida por la primera carta del Papa. 

LA CONDENACIÓN DE HONORIO. — Además, cincuenta años más tarde, cuando triunfó la ortodoxia, el VI Concilio Ecuménico, que tuvo lugar en Constantinopla en 680-681, después de condenar la herejía monotelita, anatematizó a Sergio y a sus partidarios, entre los cuales juzgó que podía citar a Honorio. Eso era ir demasiado lejos; se imponía una distinción. Y el Papa San León II, al recibir las actas del Concilio, no las sancionó hasta haber especificado la falta de Honorio, al que no hay que confundir con los herejes. "En vez de purificar a esta Iglesia apostólica, escribe, ha permitido que la Inmaculada fuese manchada por una traición profana" (
Héfèle Leclercq, Hist. des Conc., in, 514). Este juicio severo nunca lo revocó Papa alguno. Por lo demás, desde el principio, el error de Honorio fue considerado como una falta personal, sin comprometer en lo más mínimo la autoridad de la Santa Sede (L. Bréhler, en l'Hist. de l'Eglise de Fliche et Martin, V, 190). Pero un Papa, aún cuando no enseñe ex cátedra y como doctor infalible, tiene, a pesar de ello, responsabilidades inmensas en su enseñanza ordinaria. Honorio no fue hereje. Los Papas San Martín y San Agatón, le tuvieron incluso en gran veneración. La Iglesia de Occidente fue sabiamente gobernada por él. Pero el VI Concilio Ecuménico hizo ver que en Oriente había faltado a su deber. Y San León II hizo justicia. 

Vida. — San León II, siciliano de origen, fue elegido Papa el 681, pero no fue consagrado hasta que el emperador expresó su aceptación en agosto de 682. Tuvo fin su pontificado algo antes de hacer el año, pues murió en Julio del 683. Era muy letrado y gustaba de la música. Reedificó la iglesia de San Jorge in Velabro y dedicó a San Pablo una iglesia que enriqueció con reliquias sacadas de las Catacumbas. Era doctor, predicador, amigo de la pobreza y de los pobres. Defendió los derechos de la Silla de Roma contra las pretensiones del obispo de Rávena, ciudad donde residía el emperador. Finalmente, sancionó las Actas del VI Concilio Ecuménico. Fue sepultado en San Pedro del Vaticano.
 
CRISTO, VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE. Glorioso Pontífice, tuyo fue el privilegio de completar la confesión apostólica, dando su última ampliación al testimonio que Pedro tributó a ese Hijo del Dios vivo, que a la vez era hijo del hombre. Fuiste digno de terminar la obra de los Concilios de Nicea, de Efeso y de Calcedonia, que habían defendido en el Emmanuel su divinidad consustancial al Padre, y la unidad de persona que hacía de María su verdadera Madre, y esta dualidad de naturaleza sin la cual no hubiera sido nuestro hermano. Ahora bien, Satanás, que se había dejado vencer más fácilmente en los dos puntos primeros, atacaba con rabia al tercero: es que su insubordinación el día de la gran batalla que le arrojó de los cielos, consistió en negarse a adorar a Dios bajo semejanzas humanas; la Iglesia le obligó a doblegarse, pero su envidia quería al menos que este Dios no hubiese tomado del hombre más que una naturaleza mutilada. Que el Verbo se haga hombre, pero que no tenga en esta carne otros impulsos ni otras energías que las de la misma divinidad; y esta naturaleza inerte, sin la corona de la voluntad, ya no será la humanidad, aunque conserve todo lo demás; y así Lucifer será menos humillado en su orgullo. Pues el hombre, objeto de su envidia infernal, no tendrá nada más de común con el Verbo divino qúe una vana apariencia. Gracias te sean dadas, San León II, gracias en nombre de toda la humanidad. Ante el cielo, la tierra y el infierno promulgaste auténticamente el título que, sin restricción alguna, sienta a nuestra naturaleza a la derecha del Padre, en lo más alto del cielo; por ti, nuestra Señora termina de aplastar la cabeza de la odiosa serpiente. 

PLEGARIA POR LOS SUMOS PONTÍFICES. — ¡Pero qué habilidad hubo en esta campaña del diablo! Y en los abismos ¡qué aplausos el día en que el representante del que es la luz, se creyó que estaba complicado con los poderes de las tinieblas para introducir la oscuridad y la confusión! Evita, oh León, que se repitan situaciones tan dolorosas. Mantén al pastor por encima de la región de las nieblas traidoras que suben de la tierra; conserva en el rebaño esta oración de la Iglesia que debe hacerse continuamente a Dios por él (
Act., XII, 5)  y Pedro, aunque haya sido enterrado en el fondo de las cárceles más oscuras, no cesará de contemplar el brillo claro del Sol de justicia; y todo el cuerpo de la Santa Iglesia estará en la luz. Porque dice Cristo: el ojo ilumina el cuerpo; si el ojo es sencillo, todo el cuerpo resplandecerá (8. Mat., VI, 22)

EL MAGISTERIO INFALIBLE. — Aleccionados por ti sobre el valor del beneficio que el Señor confirió al mundo al apoyarle en la enseñanza infalible de los sucesores de Pedro, estaremos mejor preparados para celebrar mañana la solemnidad que se anuncia. Ahora ya conocemos la consistencia de la roca que sostiene a la Iglesia; sabemos que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (S. Mat., XVI, 18). Porque jamás el esfuerzo de estos poderes del abismo llegó tan allá como en la triste crisis a la cual tú pusiste fin; ahora bien, su éxito, por doloroso que fuese, no estaba en contra de las promesas divinas: la asistencia infalible del Espíritu de verdad no se prometió al silencio de Pedro, sino a su enseñanza. Pontífice bondadosísimo, consigúenos con la rectitud de la fe el celestial entusiasmo que necesitamos para cantar a Pedro y al Hombre-Dios en la unidad que el mismo Jesús estableció entre ambos. Mucho te debe la Sagrada Liturgia; haz que saboreemos cada vez más el maná que contiene; y ¡ojalá que nuestros corazones y nuestras voces interpreten de modo digno las melodías sagradas! 


Año Litúrgico de Guéranger

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