DIGNIDAD DEL CUERPO. — No pensemos que el Espíritu Santo, en su deseo de elevar nuestras almas por encima de la tierra, tenga en poco nuestros cuerpos. Ha recibido la misión de conducir a la eterna bienaventuranza al hombre entero, como el hombre entero es su criatura y su templo (I Cor., VI, 19, 20).
En el orden de la creación material el cuerpo del Hombre-Dios fue su obra maestra y la complacencia divina que tuvo en este cuerpo perfectísimo del jefe de nuestra raza se desborda sobre los nuestros, cuyo mismo cuerpo formado por él en el seno de la Purísima Virgen, sirvió desde el principio de modelo.
En la rehabilitación que sigue a la caída, el cuerpo del Hombre-Dios suministró el rescate del mundo: y tal es la economía de la salvación que el poder de la sangre redentora no obre en nuestras almas sino por medio de nuestros cuerpos con los divinos sacramentos, que se dirigen a los sentidos para pedirles la entrada. Admirable armonía de la naturaleza y de la gracia que hace que éste honre al elemento material de nuestro ser hasta no querer elevar nuestra alma sin él a la gracia y a los cielos. Porque en este admirable misterio de la santificación los sentidos no sólo son un tránsito: ellos mismos experimentan los efectos del sacramento como la facultades superiores cuyos canales son; y el alma santificada ve asociado desde este mundo al humilde compañero de su destierro a esta dignidad de la filiación divina, cuyo resplandor después de la resurrección no será sino su desarrollo.
CUIDADOS PRODIGADOS A LOS ENFERMOS. — Por esta razón eleva a la divina nobleza de la santa caridad los cuidados dados al prójimo en su cuerpo; porque inspirados por este motivo, no son otros que la admisión en la participación del amor que el Padre prodiga a sus miembros, que son para él miembros de otros tantos hijos muy queridos. Estuve enfermo y me visitasteis (S. Mat., XXV, 36) ha de decir el Señor en el último día mostrando que aún en las enfermedades mismas del destierro, participa el cuerpo de los que llama sus hermanos (Hebreos, II, 11-17) de la dignidad del Hijo único engendrado en el seno del Padre antes de todos los tiempos. Por eso el Espíritu, encargado de recordar las palabras del Salvador a la Iglesia (S. Juan, XIV, 26) no ha olvidado esta; caída en la buena tierra de almas escogidas (S. Lucas, VIII, 8, 15) ha producido el ciento por uno en frutos de gracia y de heroicas abnegaciones. Camilo de Lellis la recogió amoroso, y con sus cuidados la semilla divina ha llegado a formar un gran árbol (S. Lucas, XIII, 19). La Orden de los Clérigos regulares Ministros de los enfermos, o del bien morir, merecen el agradecimiento del mundo; desde hace tiempo el aplauso de los cielos le ha sido prodigado y los ángeles se han asociado, como se ha comprobado algunas veces apareciéndose a la cabecera de los moribundos.
Vida. — Camilo de Lellis nació en Bucchiano, en el reino de Nápoles en 1550. Siendo soldado se dejó dominar por el amor al mundo y por la pasión del juego. Comprendió a los 25 años, con las luces de una gracia particular, la vanidad de tal vida y se resolvió a entregarse al servicio divino. Ingresó en la orden de los Frailes Menores, que abandonó muy pronto, para entrar en el hospital de Santiago de los Incurables de Roma, y cuidar los enfermos. Durante 30 años fue su abnegado servidor, curó sus llagas y les ayudó a bien morir. Ordenado de Sacerdote, tuvo la idea de fundar una Congregación de Clérigos Regulares que habían de comprometerse con voto a asistir a los enfermos, aún los apestados. Gregorio XIV la aprobó por bula de 21 de septiembre de 1591. Pero para tener más facilidad de remediar toda clase de miserias, abandonó el gobierno de su Orden. Su caridad para con los enfermos no se detuvo ante ninguna miseria ni trabajo; estuvo dotado del don de hacer milagros y de conocer los secretos de los corazones. Agotado, por fin con tantas fatigas, ayunos y sufrimientos de todo género, se durmió en la paz del Señor el lunes 14 de julio de 1614. Le beatificó Benedicto XI en 1742 y León XIII le nombró patrono de los enfermos y hospitales en todo el mundo.
LA PASIÓN DEL JUEGO. — Ángel de la caridad; ¡cuán grandes fueron tus caminos guiados por el Espíritu Santo! Antes de ponerte la insignia de la Cruz y de reunir compañeros adornados con ella, conociste la tiranía de un amo odioso que quiere esclavos para su bandera y la pasión de juego estuvo a punto de perderte. Oh Camilo, al recordar el peligro que corriste entonces, ten piedad de los desgraciados que son víctimas de esta terrible pasión; apártales de esa furia nefasta que lanza, al caprichoso azar, sus bienes, su honor y su paz de este mundo y del otro. Tu historia es palpable ejemplo de cómo no hay lazos que la gracia no rompa y costumbres inveteradas que no modifiquen. ¡Ojalá puedan como tú volver a Dios su malas inclinaciones y olvidar con los trabajos que lleva consigo la caridad los que conducen al infierno! Porque la caridad tiene también sus riesgos, sus gloriosos peligros que llevan hasta exponer su vida como el Señor ha dado por nosotros la suya: fue este un juego sublime, en el que fuiste campeón y al que aplaudieron con frecuencia los espíritus celestiales. Pero, ¿qué vale la puesta de esta vida terrena comparada con el precio reservado al vencedor?
CARIDAD CON LOS ENFERMOS.— ¡Ojalá lleguemos amar a nuestros semejantes imitando tu ejemplo como Cristo nos amó, según nos lo recomienda el Evangelio que hoy leemos en tu honor! (S. Juan, XV, 12). Muy pocos dice San Agustín tienen este amor que abarca a toda la ley; por que muy pocos se aman para que Dios esté todo en todos (Tratado 83 sobre S. Juan). Oh Camilo, tuviste este amor, que manifestaste con preferencia a los miembros doloridos del cuerpo místico del Hombre-Dios, en los que Cristo se esconde. Por este motivo la Iglesia te ha escogido con San Juan de Dios para velar sobre los Asilos del dolor, que ha fundado con los cuidados, que sólo una madre sabe dar por sus hijos enfermos. Corresponde a su confianza. Protege a los hospitales católicos frente a una laicización total, cuyos únicos propósitos son curar los cuerpos y perder las almas. Aumenta el número de tus hijos para cubrir nuestras necesidades; que sean dignos por su conducta de ser acompañados por los ángeles. En cualquier lugar de este destierro donde viniere a sonar para nosotros la hora del último combate, haz uso de la preciosa prerrogativa que celebra hoy la Liturgia, ayudándonos por el espíritu de la santa dilección a vencer el enemigo y a alcanzar la corona celestial (Colecta del día).
DEFINICIÓN DE LA INFALIBILIDAD PONTIFICIA.— Dios para quien mil años son como un día y que combina los tiempos en su Verbo eterno (Hebreos, XI, 3), destinaba para una gran gloria al 18 de Julio. En este día, en efecto, del año 1870, el Concilio Ecuménico del Vaticano, presidido por Pío IX, definió en su Constitución Pastor aeternus la plena, suprema e inmediata autoridad del Romano Pontífice sobre todas las Iglesias, y pronunciaba por lo mismo el anatema contra quien no reconociese la infalibilidad personal del Pontífice mismo Romano al hablar ex Cathedra, es decir, al definir la doctrina como Pastor universal en materia de fe y costumbres. Débese notar que en estos días, (domingo de mediados de julio) celebran los griegos la memoria conjunta de los seis primeros concilios generales de Nicea, de Constantinopla, Efeso, Calcedonia, segundo y tercero de Constantinopla. Vivimos pues en este período del año litúrgico fiestas esplendorosas.
LOS MÁRTIRES. — En este mundo, no lo olvidemos, el martirio es sobre todo el acto supremo de la fe, que merece y produce la luz. No dudemos de que la Sabiduría divina haya juntado los dos hechos que la Iglesia nos recuerda en este día, ella para quien, desde el trono de su eternidad es como un juego el peso, la medida y los números de este mundo. Estimemos en su justo valor, como hijos de la luz, los rayos que llegan hasta nosotros desde las colinas eternas. Son la gracia excelente que el apóstol Santiago, hermano del Señor, nos muestra que desciende del cielo, a quien llama, en cuanto fuente de todo bien perfecto, Padre de las luces; son el precio de la sangre que nuestros padres han derramado para defender y desembarazar siempre más, en su amplitud divina, la palabra confiada por el Verbo a la Iglesia.
LOS SIETE MÁRTIRES Y SU MADRE.— Hoy Se hace conmemoración de santa Sinforosa y de sus siete hijos mártires. Los historiadores modernos, por ser Sinforosa la traducción griega de Felicidad, se preguntan si no sería este el grupo de mártires celebrados el 10 de julio. Las Actas del martirio casi no merecen crédito, mas con todo ello su culto en Tívoli es bastante antiguo, y son honrados de modo particular en Roma en la diaconía de San Miguel. Unámonos a este culto y a estos honores al repetir la Colecta de Misa; "Oh Dios que nos concedes celebrar el aniversario de tus santos mártires Sinforosa y de sus hijos; concédenos gozar de su compañía en la felicidad eterna." Por Jesucristo Nuestro Señor.
En el orden de la creación material el cuerpo del Hombre-Dios fue su obra maestra y la complacencia divina que tuvo en este cuerpo perfectísimo del jefe de nuestra raza se desborda sobre los nuestros, cuyo mismo cuerpo formado por él en el seno de la Purísima Virgen, sirvió desde el principio de modelo.
En la rehabilitación que sigue a la caída, el cuerpo del Hombre-Dios suministró el rescate del mundo: y tal es la economía de la salvación que el poder de la sangre redentora no obre en nuestras almas sino por medio de nuestros cuerpos con los divinos sacramentos, que se dirigen a los sentidos para pedirles la entrada. Admirable armonía de la naturaleza y de la gracia que hace que éste honre al elemento material de nuestro ser hasta no querer elevar nuestra alma sin él a la gracia y a los cielos. Porque en este admirable misterio de la santificación los sentidos no sólo son un tránsito: ellos mismos experimentan los efectos del sacramento como la facultades superiores cuyos canales son; y el alma santificada ve asociado desde este mundo al humilde compañero de su destierro a esta dignidad de la filiación divina, cuyo resplandor después de la resurrección no será sino su desarrollo.
CUIDADOS PRODIGADOS A LOS ENFERMOS. — Por esta razón eleva a la divina nobleza de la santa caridad los cuidados dados al prójimo en su cuerpo; porque inspirados por este motivo, no son otros que la admisión en la participación del amor que el Padre prodiga a sus miembros, que son para él miembros de otros tantos hijos muy queridos. Estuve enfermo y me visitasteis (S. Mat., XXV, 36) ha de decir el Señor en el último día mostrando que aún en las enfermedades mismas del destierro, participa el cuerpo de los que llama sus hermanos (Hebreos, II, 11-17) de la dignidad del Hijo único engendrado en el seno del Padre antes de todos los tiempos. Por eso el Espíritu, encargado de recordar las palabras del Salvador a la Iglesia (S. Juan, XIV, 26) no ha olvidado esta; caída en la buena tierra de almas escogidas (S. Lucas, VIII, 8, 15) ha producido el ciento por uno en frutos de gracia y de heroicas abnegaciones. Camilo de Lellis la recogió amoroso, y con sus cuidados la semilla divina ha llegado a formar un gran árbol (S. Lucas, XIII, 19). La Orden de los Clérigos regulares Ministros de los enfermos, o del bien morir, merecen el agradecimiento del mundo; desde hace tiempo el aplauso de los cielos le ha sido prodigado y los ángeles se han asociado, como se ha comprobado algunas veces apareciéndose a la cabecera de los moribundos.
Vida. — Camilo de Lellis nació en Bucchiano, en el reino de Nápoles en 1550. Siendo soldado se dejó dominar por el amor al mundo y por la pasión del juego. Comprendió a los 25 años, con las luces de una gracia particular, la vanidad de tal vida y se resolvió a entregarse al servicio divino. Ingresó en la orden de los Frailes Menores, que abandonó muy pronto, para entrar en el hospital de Santiago de los Incurables de Roma, y cuidar los enfermos. Durante 30 años fue su abnegado servidor, curó sus llagas y les ayudó a bien morir. Ordenado de Sacerdote, tuvo la idea de fundar una Congregación de Clérigos Regulares que habían de comprometerse con voto a asistir a los enfermos, aún los apestados. Gregorio XIV la aprobó por bula de 21 de septiembre de 1591. Pero para tener más facilidad de remediar toda clase de miserias, abandonó el gobierno de su Orden. Su caridad para con los enfermos no se detuvo ante ninguna miseria ni trabajo; estuvo dotado del don de hacer milagros y de conocer los secretos de los corazones. Agotado, por fin con tantas fatigas, ayunos y sufrimientos de todo género, se durmió en la paz del Señor el lunes 14 de julio de 1614. Le beatificó Benedicto XI en 1742 y León XIII le nombró patrono de los enfermos y hospitales en todo el mundo.
LA PASIÓN DEL JUEGO. — Ángel de la caridad; ¡cuán grandes fueron tus caminos guiados por el Espíritu Santo! Antes de ponerte la insignia de la Cruz y de reunir compañeros adornados con ella, conociste la tiranía de un amo odioso que quiere esclavos para su bandera y la pasión de juego estuvo a punto de perderte. Oh Camilo, al recordar el peligro que corriste entonces, ten piedad de los desgraciados que son víctimas de esta terrible pasión; apártales de esa furia nefasta que lanza, al caprichoso azar, sus bienes, su honor y su paz de este mundo y del otro. Tu historia es palpable ejemplo de cómo no hay lazos que la gracia no rompa y costumbres inveteradas que no modifiquen. ¡Ojalá puedan como tú volver a Dios su malas inclinaciones y olvidar con los trabajos que lleva consigo la caridad los que conducen al infierno! Porque la caridad tiene también sus riesgos, sus gloriosos peligros que llevan hasta exponer su vida como el Señor ha dado por nosotros la suya: fue este un juego sublime, en el que fuiste campeón y al que aplaudieron con frecuencia los espíritus celestiales. Pero, ¿qué vale la puesta de esta vida terrena comparada con el precio reservado al vencedor?
CARIDAD CON LOS ENFERMOS.— ¡Ojalá lleguemos amar a nuestros semejantes imitando tu ejemplo como Cristo nos amó, según nos lo recomienda el Evangelio que hoy leemos en tu honor! (S. Juan, XV, 12). Muy pocos dice San Agustín tienen este amor que abarca a toda la ley; por que muy pocos se aman para que Dios esté todo en todos (Tratado 83 sobre S. Juan). Oh Camilo, tuviste este amor, que manifestaste con preferencia a los miembros doloridos del cuerpo místico del Hombre-Dios, en los que Cristo se esconde. Por este motivo la Iglesia te ha escogido con San Juan de Dios para velar sobre los Asilos del dolor, que ha fundado con los cuidados, que sólo una madre sabe dar por sus hijos enfermos. Corresponde a su confianza. Protege a los hospitales católicos frente a una laicización total, cuyos únicos propósitos son curar los cuerpos y perder las almas. Aumenta el número de tus hijos para cubrir nuestras necesidades; que sean dignos por su conducta de ser acompañados por los ángeles. En cualquier lugar de este destierro donde viniere a sonar para nosotros la hora del último combate, haz uso de la preciosa prerrogativa que celebra hoy la Liturgia, ayudándonos por el espíritu de la santa dilección a vencer el enemigo y a alcanzar la corona celestial (Colecta del día).
EL MISMO DÍA
MEMORIA DE SANTA SINFOROSA Y DE SUS SIETE HIJOS, MÁRTIRES
DEFINICIÓN DE LA INFALIBILIDAD PONTIFICIA.— Dios para quien mil años son como un día y que combina los tiempos en su Verbo eterno (Hebreos, XI, 3), destinaba para una gran gloria al 18 de Julio. En este día, en efecto, del año 1870, el Concilio Ecuménico del Vaticano, presidido por Pío IX, definió en su Constitución Pastor aeternus la plena, suprema e inmediata autoridad del Romano Pontífice sobre todas las Iglesias, y pronunciaba por lo mismo el anatema contra quien no reconociese la infalibilidad personal del Pontífice mismo Romano al hablar ex Cathedra, es decir, al definir la doctrina como Pastor universal en materia de fe y costumbres. Débese notar que en estos días, (domingo de mediados de julio) celebran los griegos la memoria conjunta de los seis primeros concilios generales de Nicea, de Constantinopla, Efeso, Calcedonia, segundo y tercero de Constantinopla. Vivimos pues en este período del año litúrgico fiestas esplendorosas.
LOS MÁRTIRES. — En este mundo, no lo olvidemos, el martirio es sobre todo el acto supremo de la fe, que merece y produce la luz. No dudemos de que la Sabiduría divina haya juntado los dos hechos que la Iglesia nos recuerda en este día, ella para quien, desde el trono de su eternidad es como un juego el peso, la medida y los números de este mundo. Estimemos en su justo valor, como hijos de la luz, los rayos que llegan hasta nosotros desde las colinas eternas. Son la gracia excelente que el apóstol Santiago, hermano del Señor, nos muestra que desciende del cielo, a quien llama, en cuanto fuente de todo bien perfecto, Padre de las luces; son el precio de la sangre que nuestros padres han derramado para defender y desembarazar siempre más, en su amplitud divina, la palabra confiada por el Verbo a la Iglesia.
LOS SIETE MÁRTIRES Y SU MADRE.— Hoy Se hace conmemoración de santa Sinforosa y de sus siete hijos mártires. Los historiadores modernos, por ser Sinforosa la traducción griega de Felicidad, se preguntan si no sería este el grupo de mártires celebrados el 10 de julio. Las Actas del martirio casi no merecen crédito, mas con todo ello su culto en Tívoli es bastante antiguo, y son honrados de modo particular en Roma en la diaconía de San Miguel. Unámonos a este culto y a estos honores al repetir la Colecta de Misa; "Oh Dios que nos concedes celebrar el aniversario de tus santos mártires Sinforosa y de sus hijos; concédenos gozar de su compañía en la felicidad eterna." Por Jesucristo Nuestro Señor.
Año Litúrgio de Guéranger
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