(+304) La rabia y
crueldad de los gentiles contra los fieles habían llegado a tal extremo en
tiempo de Diocleciano y Maximiano, que por edicto imperial se habían puesto
ídolos en todos los mercados, en los molinos públicos, en los hornos, en los
caminos, en los mesones, en las fuentes públicas, en los pozos y en los ríos,
para que nadie pudiese tomar agua, moler trigo ni comprar cosa alguna sin que
hubiese adorado antes a los simulacros de los falsos dioses. Pero el Señor
suscitaba ilustres héroes que con su celo apostólico, su ejemplo y sus
prodigios, alentaban a los fieles a menospreciar todos los artificios de
aquella tiranía infernal: y uno de estos héroes cristianos fué el admirable san
Sabino, obispo de Espoleto en Umbría: el cual, cuando más arreciaba la
persecución, y se veían en todas partes horcas levantadas, hogueras encendidas,
potros, calderas de aceite hirviendo, uñas de hierro y otras invenciones de
torturas, recorrió todas las ciudades y pueblos de la provincia, consolando y
esforzando a los fieles, con sus exhortaciones y con los santos sacramentos.
Noticioso al fin el gobernador de Toscana, llamado Venustiano, de que el obispo
Sabino estaba en Asís y que no cesaba día y noche de alentar a los cristianos y
visitar aun a los que estaban escondidos en cuevas subterráneas, pasó a Asís y
le hizo buscar y prender juntamente con Exuperancio y Marcelo, sus diáconos, y
cargado de cadenas los encerró en una horrorosa cárcel. Pocos días después los
hizo presentar a su tribunal, y les mandó adorar una pequeña estatua de
Júpiter, hecha de coral y de oro: y el santo, tomando el ídolo €n sus manos, lo
arrojó al suelo, y lo hizo pedazos. Ordenó el presidente que allí mismo le
cortasen las manos al santo obispo, y extendiesen en el potro a Exuperancio y a
Marcelo y los moliesen a palos hasta matarlos, a los cuales no cesó de animar
Sabino hasta que murieron. Serena, dama cristiana y riquísima, visitó al santo
en la cárcel, y le rogó que curase a un sobrino que estaba ciego, y el mártir
le alcanzó luego la vista. Con este milagro se convirtieron quince presos.
También el gobernador Venustiano fué atormentado con grandes dolores en los
ojos, por espacio de un mes, y por esta causa no pasó adelante en el suplicio
del santo obispo, y como el dolor creciese cada día, y le dijesen que Sabino
acababa de dar la vista a un ciego, fué a la cárcel con su mujer y dos hijos y
rogó al santo que le perdonase los tormentos que le había hecho sufrir, y le
aliviase los que él padecía en los ojos. Respondióle el santo que alcanzaría
esta gracia si quería creer en Jesucristo y se bautizaba. Aceptó el gobernador
el partido, y arrojando al río los pedazos del ídolo de coral, pidió al santo
que le instruyese en la fe, y al instante se halló curado, y recibió el
bautismo con toda su familia: lo que habiendo llegado a oídos del emperador,
mandó que les cortasen la cabeza. Finalmente, Lucio, sucesor de Venustiano,
hizo conducir a Espoleto a san Sabino, donde le mandó azotar con látigos
forrados de plomo, hasta que expiró.
Reflexión: ¡Cuánta verdad es que jamás Dios se deja
vencer en generosidad de sus siervos! Si como san Sabino resiste denodado y
confiesa su fe, parece que pone a su disposición toda su omnipotencia, según,
son los milagros y conversiones que obra. Por muchos sacrificios que hagas por
El, siempre serán mayores las gracias que te conceda.
Oración: ¡Oh Dios omnipotente! Vuelve tus ojos
compasivos sobre nuestra debilidad, y pues nos agrava el peso de nuestras
miserias, concédenos la protección del bienaventurado Sabino, tu mártir y
pontífice. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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