Llámase esta fiesta Nuestra Señora de la O, porque
desde las vísperas de ella se comienzan en el oficio divino á decir unas
antífonas en el Magníficat, que empiezan por O, y se continúan hasta la víspera
de Navidad. Llamóse en un principio fiesta de la Anunciación: y con este nombre
se celebró en algunas iglesias de España y se mandó celebrar en toda ella en el
concilio Décimo de Toledo en que presidió san Eugenio, arzobispo de aquella
ciudad; hasta que san Ildefonso, sucesor suyo, ordenó que se celebrase con el
título de la Expectación del Parto. El fin de esta denominación fué recordarlos
ardientes deseos con que los santos suspiraron por verle nacido y hecho
redentor del mundo. Porque ya nuestros primeros padres Adán y Eva con esta
esperanza aliviaron las penas, a que por su transgresión y desobediencia se
vieron sujetados. El mismo Señor confesaba que Abraham había deseado ver su
día, esto es, su venida a este mundo; y a los judíos decíales: «Bienaventurados
son los ojos que ven lo que vosotros veis; porque muchos reyes y profetas
desearon verlo, y no lo alcanzaron.» En efecto: el patriarca Jacob le llamaba
«el que ha de ser enviado y será la espectación de las gentes», y añadía:
«Señor, yo esperaré a vuestra salud y a vuestro Salvador.» Moisés rogaba a Dios
que enviase al que había de enviar. David exclamaba: «Excitad, Señor, vuestra
potencia, y venid a salvarnos.» Pero el que con mayor fuerza de razones expresó
los deseos de su corazón fué el profeta Isaías: así dice: «Enviad, Señor, aquel
Cordero, que ha de señorear todo el mundo». «Ea, cielos, enviad vuestro rocío
de allá de lo alto, y las nubes lluevan al Justo: ábrase la tierra y brote y
produzca al Salvador». En otra parte: «¡Oh, si ya rompieses, Señor, esos
cielos, y descendieses y acabases de venir!» Pero si todos los santos y
profetas por el extremado deseo de la venida del Salvador daban tantas voces y
clamores al cielo, ¿qué haría la que era más santa que todos, y tenía más
lumbre I del cielo para conocer y estimar ¡este soberano beneficio, y más
caridad para desear el remedio de todas nuestras pérdidas y calamidades? Ella
sabía que el que traía en su seno virginal era verdadero hijo suyo y juntamente
unigénito del ¡eterno Padre, y que se acercaba ya aquel bienaventurado día, en
que ella había de dar al mundo su Redentor, su Salvador, su vida, su gloria y
toda su bienaventuranza. ¡Cómo se desharía de júbilo y gozo su espíritu, viendo
que ya eran oídas las súplicas y oraciones de tantos justos, los gemidos de
todos los tiempos y naciones, y los continuos ruegos y lágrimas, con que ella
humildísimamente había suplicado al Señor que no tardase en venir, y
manifestarse vestido de su carne para dar espíritu a los hombres carnales y
hacerlos hijos de Dios! Deseaba con un increíble deseo verle ya nacido para
adorarle como a su Dios, reverenciarle como a su Señor, y abrazarle y besarle
como a su dulcísimo Hijo.
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