(+ 253) Imperando Decio, levantóse una terrible persecución que
hizo grandes estragos en la cristiandad, y señaladamente en la iglesia de
Egipto, a la sazón harto floreciente: y como al paso que iba multiplicándose la
muchedumbre de los fieles, y creciendo en fervor, se encendiese también la saña
de los gentiles, que .por sus vicios y liviandades se hacían indignos de la luz
de la fe; no podían sufrir los buenos ejemplos de los cristianos, y se
aprovechaban de la licencia que los edictos de los tiranos les concedían, no
sólo para delatarlos ante los tribunales, mas también para maltratarlos con
grande inhumanidad. Servía por este tiempo en la casa de un magistrado gentil,
el siervo de Cristo, Isquirión, el cual cumplía con gran diligencia cuanto su
amo le mandaba, y por esta causa era de él muy estimado y tenido como criado de
su confianza. Guardábase de los vicios que solían acompañar a los criados de
otros señores; era sufrido y respetuoso, y tan inclinado a la caridad y misericordia,
que de su mismo salario, socorría las necesidades de los pobres, y consolaba
con gran caridad y gracia a los afligidos. Estas virtudes parecían bien a su.
amo, aunque idólatra y de malas costumbres; lo que no podía ver con buenos
ojos, era que se apartase Isquirión de todas las fiestas y sacrificios que se
hacían en honra de los dioses, y nunca quisiese asistir a los regocijos de
tales ¡días; negábase también a comer carnes sacrificadas a los ídolos, por los
cual sospechó el amo que Isquirión era cristiano. Comenzó pues a amonestarle
que se sacrificase y se conformase con los demás criados de su condición, que
en todo obedecían a la voluntad de sus dueños; a lo cual respondió Isquirión
que la ley que profesaba, le obligaba a dar a los hombres lo que se debe a los
hombres, y a Dios lo que es de Dios. «¿Eres por ventura cristiano?», le
preguntó el amo lleno de cólera. «Sí, cristiano soy». A lo que replicó el amo:
«Yo te arrancaré de las entrañas esa superstición cristiana, que te obliga a
quebrantar las órdenes del César, a blasfemar de los dioses inmortales, y a
faltar a la obediencia que me debes». Así amenazaba el amo muchas veces al
siervo fidelísimo de Cristo, hasta que viéndole tan constante, que no hacía
caso de ninguna clase de promesas y amenazas, tomó un día un palo agudo que
halló a la mano, y se lo metió en el vientre. Hincóse de rodillas Isquirión, y
rogando a Jesucristo que perdonase a su inhumano señor, recibió en aquel
suplicio la corona de los mártires.
Reflexión: Hasta a los mandatos de los gentiles e idólatras debe
extenderse nuestra obediencia, cuando legítimamente constituidos, nos exigen
actos conformes a la ley divina. Sólo a Dios se le debe incondicional
obediencia. A todas las demás autoridades, por respetables que sean, condicional;
en cuanto no ordenan algo contrario a la ley de Dios. Esto muchas veces nos
acarreará disgustos, privaciones', suma necesidad como a los mártires: pero se
trata de perder a Dios o a los hombres, y ningún cristiano debe vacilar en
perder antes todo el mundo por conservar la gracia de su Creador. Los amos y
superiores jamás deben constituirse en tiranos del gentilismo, exigiendo de sus
subditos actos que sin pecado no los pueden practicar. Pero si alguno tuviese
la desgracia de caer debajo de alguno de éstos, debe decirle resueltamente que
entre Dios y el César escoge a Dios, y no dude de su especialísima ayuda en la
lucha.
Oración: Rogámoste, oh Dios todopoderoso, que por la intercesión
de tu bienaventurado mártir Isquirión, nos libres de las aflicciones del cuerpo
y de los malos pensamientos del alma. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
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