(+101) El bienaventurado profeta, apóstol, evangelista
y mártir san Juan, el discípulo, amado del Señor, fué natural de Betsaida en
Galilea, pescador de oficio, como su hermano Santiago y su padre Zebedeo.
Llamado por Cristo al apostolado, fuéle mudado su nombre en Boanerges, esto es,
rayo o hijo del trueno. Fué uno de los tres apóstoles más íntimos del Señor.
Con Pedro y con Santiago fué admitido a la resurrección de la hija de Jairo, a
ser testigo de la transfiguración en el monte Tabor y de la agonía de Cristo en
el huerto de Getsemaní, la noche que precedió al día de la pasión; y en la
última cena mereció recostarse en el pecho del Señor. Fué el único apóstol que
tuvo amor y valentía para acompañar al Señor en su crucifixión y muerte,
mereciendo en recompensa que Cristo al morir le dejase por hijo a su Madre
benditísima, y a ella le recomendase a Juan que le tuviese en lugar de hijo: y
Juan cumplió desde entonces con la Virgen Santísima todos los deberes de un
hijo fiel y amante. Resucitado el Señor, fué con san Pedro al sepulcro, y por
respeto a Pedro, no entró hasta que él hubo llegado y entrado primero. Después
de la Ascensión de Cristo al cielo, san Juan predicó el Evangelio en Judea; y
más tarde pasó a Efeso, donde estableció su residencia y formó una comunidad de
fervorosos cristianos, que fué como el alma de las demás comunidades vecinas.
Sabiendo lo cual el cruel emperador Domiciano, mandóle prender, y cargado de
cadenas y de años, fué conducido a Roma, donde le mandó echar en una tina de
aceite hirviendo en presencia del senado y de numeroso pueblo; mas por virtud
de Dios salió san Juan de la tina más puro y resplandeciente y con más vigor
que había entrado. Entonces le desterró Domiciano a la pequeña isla de Patmos,
poblada de infieles, a los cuales predicó el Evangelio y los convirtió a la fe.
Aquí tuvo admirables revelaciones del cielo y escribió el libro de ellas, que
llamamos Apocalipsis. Muerto Domiciano, san Juan volvió a Efeso, y a instancias
de los obispos del Oriente, escribió el J cuarto Evangelio, en cuyo principio,
como águila real, de un vuelo se levanta a la divina generación del Verbo del
Padre y de allí desciende a la creación de todas las cosas del .mundo visible e
invisible por medio del mismo Verbo. Escribió además tres cartas o epístolas
canónicas, en las cuales nos dejó un fiel trasunto de la ardiente caridad y
amor a Dios y a los hombres en que ardía su seráfico pecho. Llegado a la suma
vejez, hacíase trasladar a las reuniones de los fieles y no cesaba de
recomendarles que se amasen unos a otros. Cansados ellos, preguntáronle por qué
les repetía siempre lo mismo. Respondió él: «Este es el mandamiento del Señor,
y quien lo cumple, hace cuánto debe». Llegó a la edad de cien años, y fué el
único apóstol que no perdió la vida en los tormentos. Murió en Efeso entre las
lágrimas y las oraciones de los fieles.
Reflexión: Aprendamos en este glorioso apóstol y
evangelista la liberalidad con que recompensa Dios a los que le siguen y
acompañan en sus trabajos. Por haber estado él al pie de la cruz, mereció oir
del Señor estas palabras: «He ahí a tu Madre»; como si le dijera: Buen galardón
recibes por todo el amor que me has mostrado; dejaste tus padres, yo te dejo mi
Madre; dejaste un barquichuelo, yo te dejo esta arca de salvación. Dichoso
quien tiene a María por madre: dichoso quien es digno hijo de María.
Oración: Derrama, benigno Señor, tu luz sobre la
Iglesia, a fin de que iluminada por la doctrina de tu bienaventurado apóstol y
evangelista san Juan, alcance los dones Sempiternos. Por Jesucristo Señor
nuestro. Amén.
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