Ya están preparadas nuestras almas; puede la Iglesia dar principio a la Cuaresma. Durante las tres semanas trascurridas, aprendimos a conocer la miseria del hombre caído, la necesidad inmensa de ser salvado por su autor divino; la eterna justicia contra quien osó rebelarse el linaje humano, y el castigo terrible que fue el fruto de tan gran osadía; por fin, la alianza del Señor en la persona de Abrahán con los dóciles a su voz rehuyen las máximas de un mundo fementido y condenado.
Vamos a ver ahora cumplirse los misterios con que ha sido cicatrizada la herida de nuestra lamentable caída, desarmada la justicia divina, la gracia que nos redime del yugo de Satanás y del mundo, superabundantemente derramada sobre nosotros.
El Hombre-Dios, cuyas huellas dejamos de seguir por breve espacio, va a ofrendarse de nuevo a nuestra vista abrumado bajo el peso de su Cruz y luego inmolado por nuestra Redención. La Pasión dolorosa que nuestros pecados le han impuesto, va a renovarse a nuestros ojos en el aniversario más solemne.
Alerta, pues, y purifiquémonos. Corramos valientes por el sendero de la penitencia; y que cada día aligere más y más la carga con que nuestros pecados nos abruman y, cuando hayamos participado del cáliz del Redentor por sentida compasión de sus dolores, nuestros labios, largo tiempo cerrados a los cantos de alegría, serán abiertos por la Iglesia, y nuestros corazones, súbitamente trasportados de júbilo inefable, para entonar el cántico pascual.
Año Litúrgico Dom Guéranger
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