FIESTA DE LA CÁTEDRA EN ANTIOQUÍA
Por segunda vez la Iglesia festeja la cátedra de San Pedro; hoy no se celebra su pontificado en Roma, sino su episcopado en Antioquía. La estancia que el Príncipe de los Apóstoles hizo en esta última ciudad, fué para ella la mayor gloria que tuvo desde su fundación; este período ocupa gran parte de la vida de San Pedro, por eso merere que los cristianos la celebren.
EL CRISTIANISMO EN ANTIOQUÍA
Cornelio había recibido el bautismo en Cesárea de manos de San Pedro; y la entrada de este romano en la Iglesia anunciaba que había llegado el momento en que el cristianismo iba a extenderse fuera del pueblo judío. Algunos discípulos de los que San Lucas nos ha conservado los nombres, intentaron un ensayo de predicación en Antioquía y el éxito que obtuvieron inclinó a los Apóstoles a enviar a Bernabé de Jerusalén a esta ciudad.
Al llegar, éste no tardó en unírsele un judío convertido hacía pocos años y conocido aún con el nombre de Saulo, que más tarde cambió por el de Pablo y le hizo tan famoso en toda la Iglesia. La palabra de estos dos hombres apostólicos suscitó en el seno de los gentiles nuevas conversiones y se pudo prever que pronto el centro de la religión no sería Jerusalén sino Antioquía.
El Evangelio se propagaba entre los Gentiles e iba avanzando la ciudad ingrata que no había conocido el tiempo de su visita.
SAN PEDRO EN ANTIOQUÍA
Toda la tradición concorde nos transmitió como cierto, que San Pedro tuvo su residencia en esta tercera ciudad del Imperio Romano, cuando la fe de Cristo tomó gran incremento en ella como hemos dicho al principio. Este cambio de lugar, este desplazamiento de la cátedra primada mostraron, que la Iglesia avanzaba en sus destinos y abandonando el estrecho recinto de Sión, se dirigía hacia la humanidad entera.
Sabemos por el Papa Inocencio I que en Antioquía tuvo lugar una reunión de Apóstoles. En adelante sería hacia la gentilidad hacia donde el espíritu Santo dirigiría su soplo divino empujando aquellas nubes simbólicas en las cuales Isaías vió la figura de los Santos Apóstoles San Inocencio, a cuyo testimonio se une el de Vigila, Obispo de Thapso, nos dice que hay que aplicar al testimonio de la reunión de San Pedro y de los Apóstoles en Antioquía, lo que dice San Lucas en los Hechos: que después de estas conversiones en masa de los gentiles, los discípulos de Cristo comenzaron a llamarse cristianos.
LAS TRES CÁTEDRAS DE SAN PEDRO
Antioquía llegó a ser la sede de San Pedro. Allí residerá en adelante, desde allí irá a evangelizar diversas provincias de Asia; y allí volverá para acabar la fundación de esta noble Iglesia. Alejandría la segunda ciudad del Imperio, también reclama a su vez el honor de poseer la sede primada, cuando humilló su cerviz al yugo de Cristo; pero Roma, preparada, por Dios, para ser la emperatriz del mundo, tiene más derechos todavía.
Pedro se puso en camino, llevando consigo los destinos de la Iglesia; donde se detenga, donde muera, allí dejará su sucesión. En un momento dado se marchó de Antioquía y dejó como Obispo a Evodio. Evodio será el sucesor de San Pedro y a la vez Obispo de Antioquía; pero su Iglesia no heredará la primacía que Pedro lleva consigo. El príncipe de los Apóstoles designa a Marcos, su discípulo, para que tome posesión de Alejandría en su nombre; y esta Iglesia será la segunda del universo, elevada un grado más que la de Antioquía, por la voluntad de Pedro, que, con todo eso, no dará su sede a nadie.
Irá a Roma, fijará allí su cátedra, y vivirá, enseñará y regirá perpetuamente a sus sucesores. Tal es el origen de las tres grandes cátedras patriarcales, tan veneradas en la antigüedad; la primera, Roma, investida de la plenitud de los derechos del príncipe de los apóstoles, que les ha transmitido al morir. La segunda, Alejandría, que debe su preeminencia a la distinción que Pedro, se ha dignado hacer de ella adoptándola por la segunda; la tercera, Antioquía, él mismo se sentó en persona, cuando al renunciar a Jerusalén, concedió a la gentilidad la gracia de la adopción. Si pues Antioquía cede en rango a Alejandría, esta última la es inferior, en cuanto que tuvo el honor de haber poseído la persona a quien Cristo había investido con el cargo del pastor supremo. Era, pues, justo que la Iglesia honrase a Antioquía por la gloria que tuvo de ser temporalmente el centro de la sociedad; y tal es la intención de la fiesta que celebramos hoy.
NUESTRAS OBLIGACIONES CON LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO
Las solemnidades dedicadas a San Pedro deben interesar de modo particular a los hijos de la Iglesia; la fiesta del padre es siempre también de la familia; pues de él depende su vida y su existencia. Si no hay más que un rebaño, es porque no hay más que un pastor; honremos pues, las prerrogativas divinas de San Pedro, a las cuales debe el cristianismo su conversión, y amemos y recibamos con interés las obligaciones que tenemos con la sede apostólica.
Cuando celebramos la cátedra romana, reconocemos cómo se enseña la fe, se conserva y se propaga por la Iglesia-Madre en la cual residen las promesas hechas a Pedro. Honremos hoy a la Sede Apostólica, como fuente única del poder legítimo por el que los pueblos son regidos y gobernados para su salvación eterna.
PODERES DE PEDRO. — El Salvador dijo a Pedro: "Te daré las llaves del reino de los cielos es decir, de la Iglesia." También le dijo: "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas". Pedro es pues, el príncipe; porque las llaves, en la escritura significan primacía; es pues, el pastor, y pastor universal: porque en el rebaño no hay más que ovejas y corderos. Pero, por voluntad de Dios, encontramos otros pastores en todas partes: Son los Obispos, "sobre quienes se ha posado el Espíritu Santo para que gobierne la Iglesia de Dios", gobiernan en nombre del pastor común a la cristiandad y son también Pastores. Pero ¿cómo las llaves, que son patrimonio de Pedro, pueden encontrarse en manos distintas de las suyas? La Iglesia Católica nos explica este misterio en los monumentos de su Tradición. Nos dice por Tertuliano que "que el Señor ha dado las Llave a Pedro, y por él a la Iglesia'"; por S. Optato de Mileve que, "por el bien de la unidad, Pedro ha sido preferido a los demás Apóstoles, y ha recibido solo las Llaves del Reino de los cielos, para comunicárselas a los otros"; por S. Gregorio de Niza, "que Cristo ha dado por Pedro a los Obispos las Llaves de su celeste prerrogativa'"; por S. León Magno que, "el Salvador ha dado por Pedro a los demás príncipes de la Iglesia todo lo que le ha parecido conveniente".
PODERES DE LOS OBISPOS. — El Episcopado es siempre sagrado; se remonta a Cristo por Pedro y sus sucesores; por eso la tradición católica nos lo atestigua de una manera sorprendente, al aplaudir el lenguaje de los Pontífices Romanos que no han cesado de declarar, desde los primeros siglos que la dignidad de los Obispos estaba llamada a compartir su propia solicitud, in partern sollicitudinis vocatos. Por eso S. Cipriano no duda en decir "que el Señor, queriendo establecer la dignidad episcopal y constituir la Iglesia, dice a Pedro: Te daré las Llaves del Reino de los cielos; de aquí nace la institución de los Obispos y la disposición de la Iglesia". Esto es lo que repite, a coro con el Obispo de Cartago, S. Cesáreo de Arlés en las Gaules, en el siglo v, cuando escribe al santo papa Símaco: "Fíjate que el episcopado tiene su fuente en la persona del bienaventurado Apóstol Pedro, y nace de allí, por una consecuencia necesaria, que toca a su Santidad, señalar a las diversas iglesias las reglas a las cuales deben conformarse'". Esa doctrina fundamental, que S. León Magno ha formulado con tanta autoridad y elocuencia y que es en otros términos la misma que venimos mostrando continuamente por la tradición, se encuentra mandada a las iglesias antes de S. León en las magníficas Cartas de S. Inocencio I, que ha llegado hasta nosotros. Por eso escribe en el Concilio de Cartago que, "el Episcopado y toda su autoridad emanan del Colegio Apostólico"; en el Concilio de Mileve "que los Obispos deben considerar a Pedro como fuente de su nombre y de Su dignidad"; a S. Victricio, Obispo de Rouen, que "el Apostolado y el Episcopado tienen su origen en Pedro". No vamos a componer aquí un tratado polémico; nuestro objeto, alegando estos títulos magníficos de la Cátedra de S. Pedro, no es otro que avivar en el corazón de los fieles la veneración y acatamiento de que deben estar animados hacia ella. Pero es necesario que conozcan la fuente de la autoridad espiritual que, en sus diversos grados, les rige y les santifica. Todo dimana de Pedro, todo procede del Pontífice Romano en el cual Pedro se continuará hasta el fin de los siglos. Jesucristo es el príncipe del Episcopado, el Espíritu Santo establece los Obispos; pero la misión, la institución que señala al Pastor su rebaño y al rebaño su Pastor, la dan Jesucristo y el Espíritu Santo por el ministerio de Pedro y de sus sucesores.
TRASMISIÓN DEL PODER DE LAS LLAVES. — ¡Qué divina y sagrada es la autoridad de las Llaves, pues descendiendo del cielo al Pontífice Romano, se deriva de él por los Prelados de las Iglesias sobre toda la sociedad cristiana que ella debe regir y santificar! El modo de transmitirse por el Colegio Apostólico ha podido variar según los siglos; pero todo poder emana de la Cátedra de Pedro. Al principio había tres Cátedras: Roma, Alejandría y Antioquía; las tres, fuentes de la institución canónica para los Obispos de su dependencia; mas las tres tenidas como otras tantas Cátedras de Pedro fundadas por él para presidir como dice S. León, S. Gelasio, y S. Gregorio. Pero entre estas tres Cátedras, el Pontífice que se sentaba en la primera era quien recibía del cielo su institución, mientras que los otros dos Patriarcas ejercían sus derechos después de haber sido reconocidos y confirmados por el que ocupaba en Roma el lugar de Pedro. Más tarde se quiso añadir dos nuevas cátedras a las tres primeras pero Constantinopla y Jerusalén no llegaron a tal honor sino con el asentimiento del Pontífice Romano. Con el fin de que los hombres no confundiesen las distinciones accidentales con las cuales habían sido decoradas estas diversas iglesias, con la prerrogativa de la Iglesia Romana, Dios permitió que las Sedes de Alejandría, de Antioquía, de Constantinopla, de Jerusalén fuesen mancilladas con la herejía; y que llegando a ser cátedras de error, dejasen de trasmitir la misión legítima desde el momento en que alteraron la fe que Roma las había trasmitido con la vida. Nuestros Padres han visto caer sucesivamente estas columnas antiguas que la mano paternal de Pedro había erigido; pero sus ruinas atestiguan más claramente, cuán sólido es el edificio que la mano de Cristo ha levantado sobre Pedro. El misterio de la unidad es revelado con mayor claridad y Roma reservándose para sí los favores que ella había concedido a las iglesias que la habían tenido por madre común, no ha hecho sino darnos con más claridad el principio único del poder pastoral.
DEBERES DE RESPETO Y DE SUMISIÓN. — A nosotros, sacerdotes y fieles, nos toca informarnos de la fuente en que nuestros pastores han tomado su poder, de la mano que les ha trasmitido las Llaves. Su misión ¿emana de la Sede Apostólica? Si fuere así, vienen de parte de Cristo que les ha confiado por Pedro su autoridad; honrémosles, estémosles sumisos. Si se presentan sin ser enviados por el Pontífice Romano no nos juntemos a ellos; porque Cristo no los conoce. Aunque estén revestidos del carácter sagrado que confiere la unción episcopal, no son nada en el orden pastoral; las ovejas fieles deben alejarse de ellos. Por eso el divino fundador de la Iglesia no se contentó con determinar la visibilidad como carácter esencial, a fin de que ella fuese la Ciudad edificada sobre la montaña y que atrae todas las miradas; quiso también que el poder celestial que ejercen los pastores se derivase de una fuente visible; para que cada fiel pudiese comprobar los títulos de los que se presentan a él para reclamar su alma en nombre de Cristo. El Señor no podía hacer menos por nosotros puesto que por otra parte exigirá de nosotros en el último día que seamos miembros de su Iglesia y que hayamos vivido en unión con El por el ministerio de Pastores legítimos. ¡Honor, pues, y sumisión a Cristo en su Vicario!; ¡honor y sumisión al Vicario de Cristo en los pastores que envía!
ALABANZA. — Gloria a ti príncipe de los Apóstoles y a tu Cátedra de Antioquía desde la cual presidiste los destinos de la Iglesia universal. ¡Qué magníficas son las estaciones de tu Apostolado! ¡Jerusalén, Antioquía, Alejandría, por tu discípulo Marcos y Roma en fin, por ti mismo; he aquí las ciudades que honras con tu Sede augusta. Después de Roma, ninguna te poseyó tan largo tiempo como Antioquía; es, pues, justo que honremos a esta Iglesia que fué un tiempo para ti la madre de las otras. ¡Ay! hoy ha perdido su hermosura, la fe ha desaparecido de su seno y el yugo del musulmán pesa sobre ella. Sálvala, Pedro, sométela a la Silla Romana, sobre la que te has sentado, no por un número limitado de años sino hasta la consumación de los siglos. Inmutable roca de la Iglesia, las tempestades se han desencadenado contra ti y nuestros ojos han visto más de una vez la Cátedra inmortal trasladada lejos de Roma. Entonces nos hemos acordado de las hermosas palabras de S. Ambrosio: "Donde está Pedro, allí está tu Iglesia", y nuestros corazones no se han turbado, pues sabemos que Pedro ha escogido a Roma por divina inspiración, por el suelo donde repose su Silla para siempre. Ninguna voluntad humana podrá separar lo que Dios ha unido; el Obispo de Roma será siempre el Vicario de Jesucristo, y el Vicario de Cristo aunque le desterrase la violencia sacrilega de los perseguidores, será siempre el Obispo de Roma.
SÚPLICA. — Calma las tempestades, ¡oh Pedro! para que los débiles no vacilen; ruega al Señor que la residencia de tu sucesor no salga de esta ciudad que tú escogiste y elevaste a tantos honores. Si los habitantes de esta ciudad reina han merecido ser castigados por olvidar sus deberes, perdónalos en consideración al universo católico, que su fe, como en los días en que Pablo tu hermano, les enviaba su Epístola, llegue a ser célebre en el mundo entero.
Por segunda vez la Iglesia festeja la cátedra de San Pedro; hoy no se celebra su pontificado en Roma, sino su episcopado en Antioquía. La estancia que el Príncipe de los Apóstoles hizo en esta última ciudad, fué para ella la mayor gloria que tuvo desde su fundación; este período ocupa gran parte de la vida de San Pedro, por eso merere que los cristianos la celebren.
EL CRISTIANISMO EN ANTIOQUÍA
Cornelio había recibido el bautismo en Cesárea de manos de San Pedro; y la entrada de este romano en la Iglesia anunciaba que había llegado el momento en que el cristianismo iba a extenderse fuera del pueblo judío. Algunos discípulos de los que San Lucas nos ha conservado los nombres, intentaron un ensayo de predicación en Antioquía y el éxito que obtuvieron inclinó a los Apóstoles a enviar a Bernabé de Jerusalén a esta ciudad.
Al llegar, éste no tardó en unírsele un judío convertido hacía pocos años y conocido aún con el nombre de Saulo, que más tarde cambió por el de Pablo y le hizo tan famoso en toda la Iglesia. La palabra de estos dos hombres apostólicos suscitó en el seno de los gentiles nuevas conversiones y se pudo prever que pronto el centro de la religión no sería Jerusalén sino Antioquía.
El Evangelio se propagaba entre los Gentiles e iba avanzando la ciudad ingrata que no había conocido el tiempo de su visita.
SAN PEDRO EN ANTIOQUÍA
Toda la tradición concorde nos transmitió como cierto, que San Pedro tuvo su residencia en esta tercera ciudad del Imperio Romano, cuando la fe de Cristo tomó gran incremento en ella como hemos dicho al principio. Este cambio de lugar, este desplazamiento de la cátedra primada mostraron, que la Iglesia avanzaba en sus destinos y abandonando el estrecho recinto de Sión, se dirigía hacia la humanidad entera.
Sabemos por el Papa Inocencio I que en Antioquía tuvo lugar una reunión de Apóstoles. En adelante sería hacia la gentilidad hacia donde el espíritu Santo dirigiría su soplo divino empujando aquellas nubes simbólicas en las cuales Isaías vió la figura de los Santos Apóstoles San Inocencio, a cuyo testimonio se une el de Vigila, Obispo de Thapso, nos dice que hay que aplicar al testimonio de la reunión de San Pedro y de los Apóstoles en Antioquía, lo que dice San Lucas en los Hechos: que después de estas conversiones en masa de los gentiles, los discípulos de Cristo comenzaron a llamarse cristianos.
LAS TRES CÁTEDRAS DE SAN PEDRO
Antioquía llegó a ser la sede de San Pedro. Allí residerá en adelante, desde allí irá a evangelizar diversas provincias de Asia; y allí volverá para acabar la fundación de esta noble Iglesia. Alejandría la segunda ciudad del Imperio, también reclama a su vez el honor de poseer la sede primada, cuando humilló su cerviz al yugo de Cristo; pero Roma, preparada, por Dios, para ser la emperatriz del mundo, tiene más derechos todavía.
Pedro se puso en camino, llevando consigo los destinos de la Iglesia; donde se detenga, donde muera, allí dejará su sucesión. En un momento dado se marchó de Antioquía y dejó como Obispo a Evodio. Evodio será el sucesor de San Pedro y a la vez Obispo de Antioquía; pero su Iglesia no heredará la primacía que Pedro lleva consigo. El príncipe de los Apóstoles designa a Marcos, su discípulo, para que tome posesión de Alejandría en su nombre; y esta Iglesia será la segunda del universo, elevada un grado más que la de Antioquía, por la voluntad de Pedro, que, con todo eso, no dará su sede a nadie.
Irá a Roma, fijará allí su cátedra, y vivirá, enseñará y regirá perpetuamente a sus sucesores. Tal es el origen de las tres grandes cátedras patriarcales, tan veneradas en la antigüedad; la primera, Roma, investida de la plenitud de los derechos del príncipe de los apóstoles, que les ha transmitido al morir. La segunda, Alejandría, que debe su preeminencia a la distinción que Pedro, se ha dignado hacer de ella adoptándola por la segunda; la tercera, Antioquía, él mismo se sentó en persona, cuando al renunciar a Jerusalén, concedió a la gentilidad la gracia de la adopción. Si pues Antioquía cede en rango a Alejandría, esta última la es inferior, en cuanto que tuvo el honor de haber poseído la persona a quien Cristo había investido con el cargo del pastor supremo. Era, pues, justo que la Iglesia honrase a Antioquía por la gloria que tuvo de ser temporalmente el centro de la sociedad; y tal es la intención de la fiesta que celebramos hoy.
NUESTRAS OBLIGACIONES CON LA CÁTEDRA DE SAN PEDRO
Las solemnidades dedicadas a San Pedro deben interesar de modo particular a los hijos de la Iglesia; la fiesta del padre es siempre también de la familia; pues de él depende su vida y su existencia. Si no hay más que un rebaño, es porque no hay más que un pastor; honremos pues, las prerrogativas divinas de San Pedro, a las cuales debe el cristianismo su conversión, y amemos y recibamos con interés las obligaciones que tenemos con la sede apostólica.
Cuando celebramos la cátedra romana, reconocemos cómo se enseña la fe, se conserva y se propaga por la Iglesia-Madre en la cual residen las promesas hechas a Pedro. Honremos hoy a la Sede Apostólica, como fuente única del poder legítimo por el que los pueblos son regidos y gobernados para su salvación eterna.
PODERES DE PEDRO. — El Salvador dijo a Pedro: "Te daré las llaves del reino de los cielos es decir, de la Iglesia." También le dijo: "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas". Pedro es pues, el príncipe; porque las llaves, en la escritura significan primacía; es pues, el pastor, y pastor universal: porque en el rebaño no hay más que ovejas y corderos. Pero, por voluntad de Dios, encontramos otros pastores en todas partes: Son los Obispos, "sobre quienes se ha posado el Espíritu Santo para que gobierne la Iglesia de Dios", gobiernan en nombre del pastor común a la cristiandad y son también Pastores. Pero ¿cómo las llaves, que son patrimonio de Pedro, pueden encontrarse en manos distintas de las suyas? La Iglesia Católica nos explica este misterio en los monumentos de su Tradición. Nos dice por Tertuliano que "que el Señor ha dado las Llave a Pedro, y por él a la Iglesia'"; por S. Optato de Mileve que, "por el bien de la unidad, Pedro ha sido preferido a los demás Apóstoles, y ha recibido solo las Llaves del Reino de los cielos, para comunicárselas a los otros"; por S. Gregorio de Niza, "que Cristo ha dado por Pedro a los Obispos las Llaves de su celeste prerrogativa'"; por S. León Magno que, "el Salvador ha dado por Pedro a los demás príncipes de la Iglesia todo lo que le ha parecido conveniente".
PODERES DE LOS OBISPOS. — El Episcopado es siempre sagrado; se remonta a Cristo por Pedro y sus sucesores; por eso la tradición católica nos lo atestigua de una manera sorprendente, al aplaudir el lenguaje de los Pontífices Romanos que no han cesado de declarar, desde los primeros siglos que la dignidad de los Obispos estaba llamada a compartir su propia solicitud, in partern sollicitudinis vocatos. Por eso S. Cipriano no duda en decir "que el Señor, queriendo establecer la dignidad episcopal y constituir la Iglesia, dice a Pedro: Te daré las Llaves del Reino de los cielos; de aquí nace la institución de los Obispos y la disposición de la Iglesia". Esto es lo que repite, a coro con el Obispo de Cartago, S. Cesáreo de Arlés en las Gaules, en el siglo v, cuando escribe al santo papa Símaco: "Fíjate que el episcopado tiene su fuente en la persona del bienaventurado Apóstol Pedro, y nace de allí, por una consecuencia necesaria, que toca a su Santidad, señalar a las diversas iglesias las reglas a las cuales deben conformarse'". Esa doctrina fundamental, que S. León Magno ha formulado con tanta autoridad y elocuencia y que es en otros términos la misma que venimos mostrando continuamente por la tradición, se encuentra mandada a las iglesias antes de S. León en las magníficas Cartas de S. Inocencio I, que ha llegado hasta nosotros. Por eso escribe en el Concilio de Cartago que, "el Episcopado y toda su autoridad emanan del Colegio Apostólico"; en el Concilio de Mileve "que los Obispos deben considerar a Pedro como fuente de su nombre y de Su dignidad"; a S. Victricio, Obispo de Rouen, que "el Apostolado y el Episcopado tienen su origen en Pedro". No vamos a componer aquí un tratado polémico; nuestro objeto, alegando estos títulos magníficos de la Cátedra de S. Pedro, no es otro que avivar en el corazón de los fieles la veneración y acatamiento de que deben estar animados hacia ella. Pero es necesario que conozcan la fuente de la autoridad espiritual que, en sus diversos grados, les rige y les santifica. Todo dimana de Pedro, todo procede del Pontífice Romano en el cual Pedro se continuará hasta el fin de los siglos. Jesucristo es el príncipe del Episcopado, el Espíritu Santo establece los Obispos; pero la misión, la institución que señala al Pastor su rebaño y al rebaño su Pastor, la dan Jesucristo y el Espíritu Santo por el ministerio de Pedro y de sus sucesores.
TRASMISIÓN DEL PODER DE LAS LLAVES. — ¡Qué divina y sagrada es la autoridad de las Llaves, pues descendiendo del cielo al Pontífice Romano, se deriva de él por los Prelados de las Iglesias sobre toda la sociedad cristiana que ella debe regir y santificar! El modo de transmitirse por el Colegio Apostólico ha podido variar según los siglos; pero todo poder emana de la Cátedra de Pedro. Al principio había tres Cátedras: Roma, Alejandría y Antioquía; las tres, fuentes de la institución canónica para los Obispos de su dependencia; mas las tres tenidas como otras tantas Cátedras de Pedro fundadas por él para presidir como dice S. León, S. Gelasio, y S. Gregorio. Pero entre estas tres Cátedras, el Pontífice que se sentaba en la primera era quien recibía del cielo su institución, mientras que los otros dos Patriarcas ejercían sus derechos después de haber sido reconocidos y confirmados por el que ocupaba en Roma el lugar de Pedro. Más tarde se quiso añadir dos nuevas cátedras a las tres primeras pero Constantinopla y Jerusalén no llegaron a tal honor sino con el asentimiento del Pontífice Romano. Con el fin de que los hombres no confundiesen las distinciones accidentales con las cuales habían sido decoradas estas diversas iglesias, con la prerrogativa de la Iglesia Romana, Dios permitió que las Sedes de Alejandría, de Antioquía, de Constantinopla, de Jerusalén fuesen mancilladas con la herejía; y que llegando a ser cátedras de error, dejasen de trasmitir la misión legítima desde el momento en que alteraron la fe que Roma las había trasmitido con la vida. Nuestros Padres han visto caer sucesivamente estas columnas antiguas que la mano paternal de Pedro había erigido; pero sus ruinas atestiguan más claramente, cuán sólido es el edificio que la mano de Cristo ha levantado sobre Pedro. El misterio de la unidad es revelado con mayor claridad y Roma reservándose para sí los favores que ella había concedido a las iglesias que la habían tenido por madre común, no ha hecho sino darnos con más claridad el principio único del poder pastoral.
DEBERES DE RESPETO Y DE SUMISIÓN. — A nosotros, sacerdotes y fieles, nos toca informarnos de la fuente en que nuestros pastores han tomado su poder, de la mano que les ha trasmitido las Llaves. Su misión ¿emana de la Sede Apostólica? Si fuere así, vienen de parte de Cristo que les ha confiado por Pedro su autoridad; honrémosles, estémosles sumisos. Si se presentan sin ser enviados por el Pontífice Romano no nos juntemos a ellos; porque Cristo no los conoce. Aunque estén revestidos del carácter sagrado que confiere la unción episcopal, no son nada en el orden pastoral; las ovejas fieles deben alejarse de ellos. Por eso el divino fundador de la Iglesia no se contentó con determinar la visibilidad como carácter esencial, a fin de que ella fuese la Ciudad edificada sobre la montaña y que atrae todas las miradas; quiso también que el poder celestial que ejercen los pastores se derivase de una fuente visible; para que cada fiel pudiese comprobar los títulos de los que se presentan a él para reclamar su alma en nombre de Cristo. El Señor no podía hacer menos por nosotros puesto que por otra parte exigirá de nosotros en el último día que seamos miembros de su Iglesia y que hayamos vivido en unión con El por el ministerio de Pastores legítimos. ¡Honor, pues, y sumisión a Cristo en su Vicario!; ¡honor y sumisión al Vicario de Cristo en los pastores que envía!
ALABANZA. — Gloria a ti príncipe de los Apóstoles y a tu Cátedra de Antioquía desde la cual presidiste los destinos de la Iglesia universal. ¡Qué magníficas son las estaciones de tu Apostolado! ¡Jerusalén, Antioquía, Alejandría, por tu discípulo Marcos y Roma en fin, por ti mismo; he aquí las ciudades que honras con tu Sede augusta. Después de Roma, ninguna te poseyó tan largo tiempo como Antioquía; es, pues, justo que honremos a esta Iglesia que fué un tiempo para ti la madre de las otras. ¡Ay! hoy ha perdido su hermosura, la fe ha desaparecido de su seno y el yugo del musulmán pesa sobre ella. Sálvala, Pedro, sométela a la Silla Romana, sobre la que te has sentado, no por un número limitado de años sino hasta la consumación de los siglos. Inmutable roca de la Iglesia, las tempestades se han desencadenado contra ti y nuestros ojos han visto más de una vez la Cátedra inmortal trasladada lejos de Roma. Entonces nos hemos acordado de las hermosas palabras de S. Ambrosio: "Donde está Pedro, allí está tu Iglesia", y nuestros corazones no se han turbado, pues sabemos que Pedro ha escogido a Roma por divina inspiración, por el suelo donde repose su Silla para siempre. Ninguna voluntad humana podrá separar lo que Dios ha unido; el Obispo de Roma será siempre el Vicario de Jesucristo, y el Vicario de Cristo aunque le desterrase la violencia sacrilega de los perseguidores, será siempre el Obispo de Roma.
SÚPLICA. — Calma las tempestades, ¡oh Pedro! para que los débiles no vacilen; ruega al Señor que la residencia de tu sucesor no salga de esta ciudad que tú escogiste y elevaste a tantos honores. Si los habitantes de esta ciudad reina han merecido ser castigados por olvidar sus deberes, perdónalos en consideración al universo católico, que su fe, como en los días en que Pablo tu hermano, les enviaba su Epístola, llegue a ser célebre en el mundo entero.
Año Litúrgico (Dom Guéranger)
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