El principio fundamental de la vida cristiana, estriba, según el Evangelio, en vivir fuera del mundo, separarse de él, romper con él.
El mundo, es esta tierra infiel de la que Abrahán, nuestro modelo, se alejó por orden de Dios; es esta Babilonia que nos ha aherrojado y cuya convivencia está henchida de peligros para nosotros. El discípulo amado nos da voces diciendo: "No améis al mundo y cuanto hay en el mundo, el amor del Padre no está en él" (I S. Juan., II, 15). El Salvador, abismo de misericordia, al ofrecer su Sacrificio por todos, dejó oír esta terrible palabra: "No ruego por el mundo" (8. Juan, XVII, 6). Nosotros mismos no fuimos señalados con el sello glorioso e imborrable del cristiano, sino después de haber renunciado a las obras y pompas del mundo, y más de una vez renovamos este solemne compromiso.
El mundo, es esta tierra infiel de la que Abrahán, nuestro modelo, se alejó por orden de Dios; es esta Babilonia que nos ha aherrojado y cuya convivencia está henchida de peligros para nosotros. El discípulo amado nos da voces diciendo: "No améis al mundo y cuanto hay en el mundo, el amor del Padre no está en él" (I S. Juan., II, 15). El Salvador, abismo de misericordia, al ofrecer su Sacrificio por todos, dejó oír esta terrible palabra: "No ruego por el mundo" (8. Juan, XVII, 6). Nosotros mismos no fuimos señalados con el sello glorioso e imborrable del cristiano, sino después de haber renunciado a las obras y pompas del mundo, y más de una vez renovamos este solemne compromiso.
USO LEGÍTIMO DEL MUNDO. — ¿Qué significa lo antedicho? ¿Hemos, acaso, para ser cristianos de retirarnos a un desierto, y alejarnos del consorcio de nuestros semejantes? No puede ser tal la intención de Dios, por cuanto en el libro mismo donde nos ordena huyamos del mundo, que no amemos al mundo, nos impone deberes para con los hombres, sanciona y bendice los lazos que la disposición de su providencia ha sellado entre ellos y nosotros. Su Apóstol nos advierte: "Usemos de este mundo como si no le usáramos" (I Cor., VII, 31). No nos está vedado, el uso de este mundo. Una vez más, ¿qué significa todo esto? ¿Habrá contradición en la doctrina celestial y estamos, por ventura, condenados a palpar entre tinieblas? No hay nada de eso, y resulta todo claro al resolvernos a considerar con atención lo que nos rodea. El mundo, entendiendo por mundo los objetos que Dios ha creado en su poder y bondad, este mundo visible que hizo a gloria suya y provecho nuestro, no es indigno de su autor; y, si somos fieles, no es en verdad más que una serie de grados o escalones para remontarnos hasta Dios. Usemos de todo esto agradecidos; atravesemos por todo ello sin fijar nuestra esperanza, no le consagremos un amor a solo Dios debido, no olvidemos nuestros destinos inmortales, que no han de verse aquí cumplidos.
EL MUNDO PERVERSO. — Pero la mayoría de los hombres no tienen esa prudencia; su corazón se pega al suelo en vez de remontarse a lo alto, de manera que, dignándose el autor del mundo visitarle para hacerle salvo, el mundo no quiso conocerle (I S. JuanI, 10). Entonces el Señor afrentó a los hombres ingratos con el apelativo de mundo, aplicándoles el nombre del objeto de su codicia, porque cerraron sus ojos a la luz y se trocaron en tinieblas. El mundo en este sentido malvado, es, por tanto, todo lo que se opone a Jesucristo, cuanto se niega a reconocerle y dejarse guiar por El. El mundo es el conjunto de máximas que pugnan por apagar o menguar el empuje de las almas a Dios, a recomendar como provechoso cuanto cautiva nuestro corazón, con lazos de esta vida deleznable, a censurar o repeler cuanto eleva al hombre por encima de un imperfecto o natural vicioso, a encontrar o seducir nuestra imprudencia con el señuelo de solaces peligrosos que, lejos de allegarnos a nuestro fin eterno, nos dejan extraviados y desorientados del sendero recto.
LUCHA NECESARIA. — Y este mundo maldito está en todo lugar y tiene sus conciertos sinuosos en nuestros corazones. Por el pecado, ha embebido totalmente este mundo exterior por Dios creado; menester nos es vencerle y sojuzgarle a nuestros pies, si no queremos perecer con él. Necesariamente hemos de ser sus enemigos o esclavos. En los días que atravesamos triunfa, y ve consolidado su imperio sobre aquellos que un día le anatematizaron, el día en que se alistaron en la milicia de Cristo. Lastimémonos de ellos, roguemos por ellos, temblemos por nosotros, y para que no se amilane nuestro corazón, meditemos en estos días las consoladoras palabras del Salvador tocante a sus discípulos, después de la última Cena: "Padre mío, les he dado tu palabra y el mundo los aborreció porque no son del mundo, como yo mismo no soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del mal" (I Juan., XVII, 14).
Año Litúrgico de Dom Guéranger
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