jueves, 2 de febrero de 2017

2 de Febrero: LA PROCESION Y MISA EN EL DÍA DE LA CANDELARIA

Rebosante de alegría, iluminada por esas múltiples antorchas, movida como Simeón por el Espíritu Santo, pónese en marcha la Santa Iglesia para salir al encuentro del Emmanuel. 

La Iglesia Griega celebra este encuentro con el nombre de Hypapante, y así llama a la fiesta de este día. Se trata de representar la Procesión del Templo de Jerusalén, procesión que San Bernardo comenta así, en su Sermón primero para la Fiesta de la Purificación de Nuestra Señora: "En el día de hoy, la Virgen Madre introduce al Señor del Templo en el Templo del Señor; presenta José al Señor, no un hijo propio, sino el Hijo amado del Señor, en el que ha puesto El todas sus complacencias. El justo reconoce al que esperaba; cántale con sus alabanzas la viuda Ana. Por vez primera celebraron estas cuatro personas la Procesión, que en adelante había de ser alegremente festejada en toda la tierra, en todos los lugares y en todas las naciones. No nos extrañe que haya sido tan pequeña esta primera Procesión; porque el que allí era recibido se había hecho también pequeño. No apareció en ella ningún pecador; todos eran justos, santos y perfectos." 

Sigamos, pues, sus pasos. Vayamos al encuentro del Esposo como las Vírgenes prudentes, llevando en nuestras manos las lámparas encendidas con el fuego de la caridad. Acordémonos del consejo que nos da el Salvador: "Estén vuestras caderas ceñidas como las de los caminantes; tened en vuestras manos las antorchas encendidas, y sed semejantes a los que aguardan a su Señor." (S. Lucas, XII, 35.) Guiados por la fe e iluminados por el amor, lograremos encontrarle, le reconoceremos y Él se entregará a nosotros. 

Al terminar la Procesión, el Celebrante y los ministros dejan los ornamentos de color morado y se revisten de los blancos para la Misa solemne de la Purificación de Nuestra Señora. Pero si en este día cayera una de las tres Dominicas de Septuagésima, Sexagésima o Quincuagésima, la Misa de la fiesta se trasladaría, como hemos dicho, al día siguiente. 

MISA

En el Introito, la Iglesia canta la gloria del Templo visitado por el Emmanuel. El Señor es hoy grande en la ciudad de David, en la montaña de Sión. Simeón, figura de la humanidad, recibe en sus brazos al que es la misma misericordia que Dios nos envía.
 
INTROITO 
Hemos recibido, oh Dios, tu misericordia en medio de tu templo: como tu nombre, oh Dios, así ha llegado tu alabanza hasta los confines de la tierra: tu diestra está llena de justicia. Salmo: Grande es el Señor, y muy laudable: en la ciudad de Nuestro Dios, en su santo monte. —-V. Gloria al Padre. 

En la Colecta, pide la Iglesia para sus hijos la gracia de ser presentados ellos mismos al Señor, como lo fué el Emmanuel; pero, para que sean favorablemente recibidos por su Majestad soberana, pide para ellos la pureza de corazón.

ORACION 
Omnipotente y sempiterno Dios, imploramos humildemente tu Majestad, para que hagas que así como tu Hijo unigénito se presentó hoy en el templo en la sustancia de nuestra carne: así también nos presentemos nosotros a ti con almas purificadas. Por el mismo Señor. 

EPISTOLA 

Lección del Profeta Malaquías (III, 1-4.) Esto dice el Señor Dios: He aquí que yo envío a mi Ángel, y preparará el camino delante de mi cara. Y en seguida vendrá a su templo el Dominador, a quien vosotros buscáis, y el Ángel del testamento, a quien vosotros queréis. He aquí que viene, dice el Señor de los Ejércitos: y ¿quién podrá pensar en el día de su llegada, y quién se parará a verlo? Porque será como un fuego inflamado, y como la hierba de los bataneros: y se sentará para derretir y afinar la plata, y purificará a los hijos de Leví, y los colará como al oro y a la plata: y ofrecerán al Señor sacrificios con justicia. Y agradará al Señor el sacrificio de Judá y de Jerusalén, como en los días pasados, y como en los años antiguos: lo dice el Señor omnipotente. Todos los Misterios del Hombre Dios tienden a purificar nuestros corazones. Para que le prepare el camino, envía por delante a su Ángel, a su Precursor; y Juan nos predica desde el fondo del desierto: Humillad los collados, rellenad los valles. Viene, por fin, El mismo, el Ángel, el Enviado por antonomasia, para sellar su alianza con nosotros; se acerca a su templo; este templo es nuestro corazón. Es El semejante a un fuego
ardiente que derrite y purifica los metales. Quiere renovarnos, hacernos puros, para que seamos dignos de serle presentados, de ser ofrecidos con El en perfecto Sacrificio. No debemos, por tanto, contentarnos con la admiración de tan altas maravillas, sino comprender, que si se nos muestran, es únicamente para que obren en nosotros la destrucción del hombre viejo, y la creación del nuevo. Hemos debido nacer con Jesucristo; ese nuevo nacimiento cumple ya su cuadragésimo día. Hoy debemos presentarnos con El por medio de María, nuestra Madre, a la Majestad divina. Se acerca el momento del Sacrificio; preparemos una vez más nuestras almas. 

En el Gradual canta de nuevo la Iglesia la Misericordia que ha aparecido en el Templo de Jerusalén, y que dentro de poco se va a manifestar con más perfección aún en la ofrenda del gran Sacrificio. 

GRADUAL
Hemos recibido, oh Dios, tu misericordia en medio de tu templo: como tu nombre, oh Dios, así ha llegado tu alabanza hasta los confines de la tierra. — V. Como lo oímos, así lo hemos visto en la ciudad de nuestro Dios, en su santo monte.
 

ALELUYA
Aleluya, aleluya. — V. El anciano llevaba al Niño: mas el Niño regía al anciano. Aleluya. 

En Septuagésima canta la Iglesia, en lugar del Aleluya, el Tracto siguiente, compuesto todo él con palabras del anciano Simeón.
 

TRACTO
Ahora llévate a tu siervo, Señor, según tu palabra, en paz.—V. Porque han visto mis ojos tu salud.—V. La que preparaste ante la faz de todos los pueblos. — V. Luz para revelación de las gentes, y para gloria de tu pueblo Israel.
 

EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio, según San Lucas. (II, 22-32.) En aquel tiempo, después que se cumplieron los días de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén, para presentarlo al Señor, como está escrito en la Ley: Todo varón que abriere la matriz, será consagrado al Señor. Y para hacer la ofrenda, conforme a lo que está dicho en la Ley del Señor, de dos tórtolas o dos crias de palomas. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre justo y timorato, llamado Simeón, el cual esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba en él. Y había recibido respuesta del Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y vino inspirado por el Espíritu Santo, al templo. Y, cuando presentaron al Niño sus padres, para hacer con El conforme a la costumbre de la Ley, él lo tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, y dijo: Ahora, llévate a tu siervo. Señor, según tu palabra, en paz: porque han visto mis ojos tu salud: la que preparaste ante la faz de todos los pueblos: luz para revelación de las gentes, y para gloria de tu pueblo Israel. 


El Espíritu Santo nos ha conducido al Templo como a Simeón; en él contemplamos en este instante a la Virgen Madre, que presenta ante el altar al Hijo de Dios e Hijo suyo. Nos causa admiración esta fidelidad del Hijo y de la Madre a la Ley, y en el fondo de nuestros corazones sentimos también el deseo de ser presentados al Señor para que acepte nuestro homenaje como aceptó el de su Hijo. Apresurémonos, pues, a unir nuestros sentimientos a los del Corazón de Jesús y de María. La salvación del mundo ha dado un paso más en este día; avance, pues, también la obra de nuestra santificación. En lo sucesivo no nos va a proponer ya la Iglesia a nuestra adoración el Misterio del Niño Dios de una manera particular como hasta ahora; la dulce cuarentena de Navidad toca ya a su fin; ahora, hemos de seguir al Emmanuel en sus luchas con nuestros enemigos. Sigamos sus pasos; corramos en pos de Él como Simeón, caminando sin desmayos sobre las huellas del que es Luz nuestra; amemos esa Luz, y logremos con nuestra solícita fidelidad que brille siempre sobre nosotros. 


En el Ofertorio, canta la Iglesia la gracia que puso Dios en los labios de María, y los favores dispensados a la que el Ángel llamó "bendita entre todas las mujeres". 
OFERTORIO La gracia está pintada en tus labios: por eso te bendijo el Señor para siempre, y por los siglos de loa siglos.

SECRETA 
Escucha, Señor, nuestras preces: y, para que sean dignos los dones que ofrecemos a los ojos de tu Majestad, danos el auxilio de tu piedad. Por el Señor. Mientras se distribuye el Pan de vida el fruto de Belén que ha sido ofrecido en el altar, y ha redimido todos nuestros pecados, la Santa Iglesia recuerda una vez más a los ñeles los sentimientos del piadoso anciano. En este Misterio de amor, no sólo recibimos en nuestros brazos, como Simeón, al que es consuelo de Israel, sino que Él mismo nos visita en nuestro propio corazón tomando posesión de él.

COMUNION 

Recibió Simeón respuesta del Espíritu Santo, que no vería la muerte hasta que viese al Ungido del Señor. Pidamos con la Iglesia en la Poscomunión, que el celestial remedio de nuestra regeneración no produzca solamente en nuestras almas una ayuda transitoria, sino que, gracias a nuestra fidelidad, se extiendan sus frutos hasta la vida eterna. 

POSCOMUNION 

Suplicámoste, Señor, Dios nuestro, hagas que los sacrosantos Misterios, que nos has dado para defensa de nuestra reparación, nos sirvan, por intercesión de la Bienaventurada siempre Virgen María, de remedio presente y futuro. Por el Señor. 

Oh Emmanuel, recibe el tributo de nuestra adoración y de nuestro agradecimiento, el día de tu entrada en el Templo de tu Majestad, llevado en los brazos de María, tu Madre. Si acudes al Templo, es con el fin de ofrecerte por nosotros; si te dignas pagar el precio del primogénito, es como anticipo de nuestro rescate; si ofreces un sacrificio legal, es para abolir a continuación los sacrificios imperfectos. Apareces hoy en la ciudad que va a ser un día el final de tu carrera y el lugar de tu inmolación. No te has contentado con nacer por nosotros; tu amor nos guarda para el futuro un testimonio más elocuente todavía. ¡Oh consuelo de Israel, a quien miran complacidos los Ángeles! hoy entras en el Templo, y los corazones que te esperaban se abren y dirigen hacia ti. ¡Oh, quién nos diera un poco del amor que sintió el anciano al tomarte en sus brazos, y apretarte contra su corazón! No deseaba más que verte, oh divino Niño, para morir feliz. Poco después de haberte contemplado un momento, expiraba dulcemente. ¿Cómo será, pues, la dicha de poseerte eternamente, cuando unos instantes tan breves bastaron para compensar la espera de una larga vida? 
¡Oh Salvador de nuestras almas! si tan plenamente feliz se siente el anciano por haberte visto sólo una vez ¿qué sentimientos deberán ser los nuestros, después de haber sido testigos de la consumación de tu sacrificio? Día vendrá, para servirnos de la expresión de tu devoto siervo Bernardo, en que serás ofrecido, no ya en el Templo y en brazos de Simeón, sino fuera de la ciudad, en los brazos de la cruz. Entonces, no será ofrecida por ti una sangre ajena, sino que tú mismo ofrecerás la tuya propia. Hoy se realiza el sacrificio matutino: entonces se ofrecerá el vespertino. Hoy eres un niño; entonces tendrás la plenitud de la edad viril; y habiéndonos amado desde el principio, nos amarás hasta el fin. ¿Con qué te pagaremos, oh divino Niño? Desde esta primera ofrenda llevas ya contigo todo el caudal de amor que ha de consumar la segunda. ¿Qué podremos hacer, sino ofrecernos ya a ti desde este día y para siempre? Con mayor plenitud que te diste a Simeón, te das a nosotros en tu Sacramento. ¡Libértanos también a nosotros, oh Emmanuel! rompe nuestras cadenas; dános la Paz de que eres portador; inaugura para nosotros una nueva vida, como lo hiciste para el anciano. Durante esta cuarentena, y para imitar tus ejemplos y unirnos a ti, hemos tratado de crear en nosotros la humildad y la sencillez infantil que nos recomendaste; ayúdanos ahora en el desarrollo de la vida espiritual, para que como tú, crezcamos en edad y en sabiduría, delante de Dios y de los hombres. 

¡Oh María la más pura de las Vírgenes y la más dichosa de las madres! Hija de reyes ¡cuán graciosos son tu pasos y bellos tus andares cuando subes las gradas del Templo, con tu preciosa carga! ¡cuán gozoso llevas tu maternal corazón, y cuán humilde, cuando vas a ofrecer al Eterno a su Hijo que es también tuyo! Y ¡cómo te alegras, a la vista de esas madres israelitas que llevan también ante el Señor a sus hijos, pensando que esa nueva generación ha de ver con sus ojos al Salvador que tú llevas! ¡Qué bendición para aquellos recién nacidos el poder ser ofrecidos al mismo tiempo que Jesús! ¡Qué felicidad la de esas madres, al ser purificadas en tu santa compañía! Y si se estremece el Templo al ver entrar en su recinto al Dios a cuya honra está edificado, su gozo no es menor al sentir dentro de sus muros a la más perfecta de las criaturas, a la única hija de Eva que no conoció el pecado, a la Virgen fecunda, a la Madre de Dios. Pero, mientras guardas fielmente, oh María, los secretos del Eterno, confundida entre la multitud de hijas de Judá, se dirige hacia ti el santo anciano, y tu corazón se da cuenta de que el Espíritu Santo se lo ha revelado todo. ¡Con cuánta emoción depositas un momento entre sus brazos al Dios que sostiene a la naturaleza entera, y que se digna ser el consuelo de Israel! ¡Con qué bondad acoges a la piadosa Ana! Las palabras de los dos ancianos que ensalzan la fidelidad del Señor a sus promesas, la grandeza del que ha nacido de ti, la Luz que va a difundir este Sol divino sobre todas las naciones, hacen que tu corazón se estremezca. La dicha de oír glorificar al Dios, a quien tu llamas Hijo, porque lo es realmente, te emociona de gozo y agradecimiento; pero ¿y las palabras, oh María, que pronunció el anciano al devolverte a tu Hijo? ¡qué súbito y terrible frío viene a helar repentinamente tu corazón! El filo de la espada lo ha atravesado de parte a parte. Ya no podrás contemplar sino a través de las lágrimas, a ese Hijo que ahora miras con tan dulce alegría. Porque será objeto de contradición, y las heridas que Él reciba traspasarán tu alma. Oh María, un día cesará de correr la sangre de las víctimas, que ahora inunda al Templo; pero, será al ser reemplazada por la sangre de ese Niño que tienes entre tus brazos. Pecadores somos ¡oh Madre antes tan feliz, y ahora tan angustiada! Nuestros pecados son los que así han mudado tu alegría en tristeza. Perdónanos ¡oh Madre! permite que te acompañemos mientras bajas las gradas del Templo. Estamos ciertos de que no nos maldices; sabemos que nos amas, porque tu Hijo también nos ama. Ámanos, pues, siempre, oh María, intercede por nosotros junto al Emmanuel. Haz que conservemos los frutos de esta sagrada cuarentena. Haz que no abandonemos nunca al Niño que será pronto un hombre; que seamos dóciles a la voz de este Doctor de nuestras almas, adheridos como verdaderos discípulos a este amante Maestro, fieles como tú en seguirle por todas partes, hasta el pie de esa cruz que ya ves en lontananza. 


Del año Litúrgico de Guéranger






No hay comentarios:

Publicar un comentario