EL RESCATE DE ESCLAVOS. — No ha mucho celebramos la memoria de S. Pedro Nolasco, llamado por la madre de Dios a fundar una orden destinada a rescatar a los cautivos cristianos del poder de los infieles; hoy, honramos al hombre que fue el primero favorecido con este pensamiento.
Con el nombre de la Santísima Trinidad, estableció una sociedad religiosa cuyos miembros no tuvieron otro fin que poner sus fuerzas, sus privaciones, su libertad, su vida al servicio de los pobres esclavos que gemían bajo el yugo de los sarracenos. La Orden de los Trinitarios y la de la Merced, aunque distintas, son hermanas por el fin que se proponen y por la intención que las ha producido sus resultados; en seis siglos de duración han sido la restitución a su familia y a su patria de más de un millón de hombres, a los que al mismo tiempo preservaban del peligro de la apostasía.
En Meaux, Francia, fue donde Juan de Mata, ayudado de su fiel cooperador Félix de Valois estableció el centro de su obra. En estos días de preparación para la Cuaresma, en que tenemos necesidad de reavivar en nosotros la llama de la caridad hacia los que sufren, ¿qué mejor admirable ejemplo que Juan de Mata y su Orden? Su existencia no tuvo otra finalidad que el deseo de ir a arrancar de los horrores de la esclavitud a hermanos desconocidos que languidecían en poder de los bárbaros.
¿Hay limosna, por generosa que sea, que no sea eclipsada cuando se la compara con el desprendimiento de estos hombres que se obligan por sus reglas, no sólo a recorrer la cristiandad para recoger los dineros con el fin de dar la libertad a los esclavos, sino aún a tomar a veces ellos mismos los hierros de algunos de estos infortunados, a fin de aumentar el número de rescatados? ¿No es esto imitar, a la letra, tanto cuanto la fragilidad humana lo permite, el ejemplo del Hijo de Dios que bajó a la tierra para ser nuestro Redentor?
Animados por tales modelos, entraremos con mayores ánimos aún en las intenciones de la Iglesia que nos recomienda con tanta insistencia las obras de misericordia, como uno de los elementos esenciales de la penitencia cuaresmal.
Vida. — Juan de Mata nació en Provenza en 1160. Fue estudiante en París donde se ordenó de sacerdote. Una visión que tuvo celebrando su primera Misa le dio a conocer que estaba destinado a libertar los cautivos de las manos de los infieles. Retiróse a la soledad con Félix de Valois durante tres años, y después ambos fueron a pedir al Papa la institución de una nueva Orden para redimir a los cautivos.
Inocencio tercero aprobó el nuevo instituto el dos de Febrero de 1198. De vuelta a Francia, los fundadores levantaron su primer monasterio en Cerfroide, diócesis de Meaux, donde S. Félix permaneció como superior. S. Juan levantó dos hospicios y rescató numerosos cautivos. Agobiado por las fatigas e inflamado de un grande amor a Dios y al prójimo murió en Roma, el 8 de Enero de 1213.
CARIDAD.— ¡Oh bienaventurado Juan de Mata!, regocíjate ahora con el fruto de tus sacrificios para con tus hermanos. El Redentor del mundo ve en ti una de sus más fieles imágenes, y se complace en; honrar a los ojos de toda la corte celestial los rasgos de semejanza que tienes con Él. A nosotros nos toca seguir en esta tierra tus huellas ya que esperamos llegar un día al mismo término.
La caridad fraterna nos conducirá; pues, sabemos que las obras que ella nos inspira, tienen la virtud de arrancar al alma de las garras del pecado. Tú la has comprendido tal como ella radica en el corazón de Dios, que ama nuestras almas más que nuestros cuerpos y que, a pesar de todo, no se desdeña en ayudar a las necesidades de esta. Consternado por los peligros que corrían tantas almas expuestas al peligro de la apostasía, acudiste en su ayuda y las hiciste comprender el precio de una religión que suscita tales abnegaciones. Tuviste compasión de sus cuerpos, y tus manos quebraron las cadenas tan penosas. Enséñanos a imitar tales ejemplos.
CELO.— Que los peligros a los cuales las almas de nuestros hermanos se hallan expuestos no nos hallen insensibles. Haznos comprender aquella palabra del Apóstol: "Aquel que aparte a un pecador de los peligros de su vida, al mismo tiempo que salva el alma de este, cubre las muchedumbres de sus propios pecados". Concédenos participar también de esa ternura compasiva que nos hará generosos y decididos a aliviar los males que nuestros hermanos sufren en sus cuerpos y que frecuentemente son para ellos causa de blasfemar contra Dios y su Providencia.
Fuiste libertador de los hombres, acuérdate en estos días de todos aquellos que por el pecado gimen bajo la cautividad de Satanás, y sobre todo de aquellos que, en la embriaguez de las ilusiones mundanas no sienten el peso de sus cadenas y duermen tranquilamente en su esclavitud. Conviérteles al Señor, su Dios, a fin de que recobren la verdadera libertad. Protege a la Orden que fundastes a fin de que el objeto de su antigua abnegación pueda aún servir a las necesidades de la sociedad cristiana.
Del año Litúrgico de Guéranger
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