Mateo X. 34-42 “No creáis que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la espada, porque yo he venido a separar al hombre de su padre, y a la hija de su madre, y la nuera de su suegra, y serán enemigos del hombre sus mismos domésticos”. (vv. 34-36)
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,1
Dijo esto como consolando a los discípulos, lo cual es como si les hubiera dicho: “No os turbéis”, como si estas cosas sucedieran fuera de lo que esperábais, porque yo he venido a dar principio al combate. Y no dijo el combate, sino lo que es más difícil, “la espada”. Porque quiso El, por la aspereza de las palabras, excitar más su atención, a fin de que no desmayasen después en las dificultades que se les presentarían y para que nadie pudiera decir que había ocultado con expresiones suaves las cosas difíciles. Porque vale más la dulzura en las cosas que en las palabras. No se detuvo El en estas amenazas, sino que les expuso desde luego la clase de combate que habían de sostener y les manifestó que el combate era más terrible que toda una guerra civil, diciendo: “Porque he venido a separar al hombre de su padre y a la hija de su madre”; en cuyas palabras hace ver que, no solamente será el combate en el hogar de la familia, sino hasta entre aquellos que estén más estrechamente unidos por los lazos del corazón o la naturaleza de las cosas: la prueba más evidente del poder de Cristo consiste en que los Apóstoles que escuchaban estas palabras las tomaran para sí y las inculcaran a otros.
San Agustín, quaestiones evangeliorum, 3
O de otra manera: “He venido a separar al hombre de su padre”, significa aquel que renuncia al diablo, de quien él era hijo: “Y el hijo de su madre”, es decir, al pueblo de Dios de la ciudad mundana, esto es, de la perniciosa sociedad humana, significada en la Escritura, ya por Babilonia, ya por el Egipto, ya por Sodoma y ya por una multitud de otras denominaciones. “A la nuera de su suegra”, es decir, a la Iglesia de la Sinagoga, que produjo, según la carne, a Cristo, Esposo de la Iglesia. Y son ellos divididos por la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios: “Y los enemigos del hombre son sus domésticos”, con quienes, por costumbre, antes había estado unido.
San Gregorio Magno, Moralia, 3
Porque el astuto enemigo, cuando se ve rechazado del corazón de los buenos, busca a aquellos a quienes él ama mucho, a fin de que, penetrado el corazón por la fuerza del amor, deje fácil paso a la espada de la persuasión y llegue hasta los últimos atrincheramientos de la rectitud.
“El que ama al padre o a la madre más que a mí, no es digno de mí: y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí; el que halla a su alma, la perderá; y el que perdiere su alma por mí, la hallará”. (vv. 37-39)
San Hilario, in Matthaeum, 10
Porque aquellos que hayan preferido sus afectos familiares a su amor, serán indignos de la herencia de los bienes futuros.
Glosa
Acontece con mucha frecuencia que los padres amen más a sus hijos, que éstos a sus padres. Por eso nos enseñó el orden gradual del amor: primero a El, después a los padres y y y después a los hijos. Así lo dice expresamente: “El que ama al hijo o a la hija más que a Mí, no es digno de Mí”.
Rábano
Con estas palabras nos da a entender que no es digno de unirse con Dios el que prefiere el amor carnal al amor espiritual de Dios.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,2
En seguida, con el objeto de que no tuvieran pena alguna aquellos a quienes debe ser preferido el amor de Dios, los eleva El a pensamientos más sublimes. Nada verdaderamente hay más querido en el hombre que su vida y sin embargo, si no la abandonáis, tendréis adversidades. Y no sólo mandó simplemente el abandonarla, sino hasta entregarla a la muerte y a los tormentos sangrientos, enseñándonos que no sólo debemos estar preparados a morir, esto es, a sufrir cualquier clase de muerte, sino hasta la muerte más violenta y deshonrosa, es decir, hasta la muerte de cruz. Por eso dice: “Y el que no toma su cruz, etc”. Aun no les había hablado acerca de su pasión, pero los va preparando entretanto, a fin de que acepten mejor sus palabras cuando trate de ella.
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 57
La palabra cruz viene de cruciatu (tormento o mortificación). Nosotros podemos cargar con la cruz de dos maneras: o bien dominando nuestra carne por medio de la abstinencia o bien haciendo nuestras por compasión las neecesidades del prójimo. Pero es preciso tener presente, que hay algunos que hacen alarde de la mortificación, no por Dios, sino por una gloria vana y hay también algunos que se entregan por compasión al servicio del prójimo de una manera carnal y no espiritual, de suerte que le conducen como con cierta compasión, no a la virtud sino al pecado. Y así parece que ellos llevan la cruz, pero no siguen al Señor y. Por esto dice: “Y me sigue”.
Remigio
Aquí se entiende por alma aquí, no la sustancia alma, sino la vida presente. Tiene el siguiente sentido: Aquel que ha hallado su alma, o sea esta vida presente, es decir, el que desea esta luz y su amor y sus placeres, con el objeto de poder tener siempre la vida que siempre deseó conservar, la perderá, esto es, se prepara para su condenación eterna.
Rábano
O de otro modo. No duda perder su vida, esto es, entregarla a la muerte, aquel que busca su salvación eterna. Ambas interpretaciones están conformes con lo que sigue: “Y el que perdiere su alma por causa mía, la encontrará”.
San Hilario, in Matthaeum, 10
De esta manera la ganancia del alma conduce a la muerte y el perjuicio del alma a la salud; porque con el detrimento de esta vida rápida, se gana la inmortalidad.
San Hilario, in Matthaeum, 10
Porque aquellos que hayan preferido sus afectos familiares a su amor, serán indignos de la herencia de los bienes futuros.
Glosa
Acontece con mucha frecuencia que los padres amen más a sus hijos, que éstos a sus padres. Por eso nos enseñó el orden gradual del amor: primero a El, después a los padres y y y después a los hijos. Así lo dice expresamente: “El que ama al hijo o a la hija más que a Mí, no es digno de Mí”.
Rábano
Con estas palabras nos da a entender que no es digno de unirse con Dios el que prefiere el amor carnal al amor espiritual de Dios.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,2
En seguida, con el objeto de que no tuvieran pena alguna aquellos a quienes debe ser preferido el amor de Dios, los eleva El a pensamientos más sublimes. Nada verdaderamente hay más querido en el hombre que su vida y sin embargo, si no la abandonáis, tendréis adversidades. Y no sólo mandó simplemente el abandonarla, sino hasta entregarla a la muerte y a los tormentos sangrientos, enseñándonos que no sólo debemos estar preparados a morir, esto es, a sufrir cualquier clase de muerte, sino hasta la muerte más violenta y deshonrosa, es decir, hasta la muerte de cruz. Por eso dice: “Y el que no toma su cruz, etc”. Aun no les había hablado acerca de su pasión, pero los va preparando entretanto, a fin de que acepten mejor sus palabras cuando trate de ella.
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 57
La palabra cruz viene de cruciatu (tormento o mortificación). Nosotros podemos cargar con la cruz de dos maneras: o bien dominando nuestra carne por medio de la abstinencia o bien haciendo nuestras por compasión las neecesidades del prójimo. Pero es preciso tener presente, que hay algunos que hacen alarde de la mortificación, no por Dios, sino por una gloria vana y hay también algunos que se entregan por compasión al servicio del prójimo de una manera carnal y no espiritual, de suerte que le conducen como con cierta compasión, no a la virtud sino al pecado. Y así parece que ellos llevan la cruz, pero no siguen al Señor y. Por esto dice: “Y me sigue”.
Remigio
Aquí se entiende por alma aquí, no la sustancia alma, sino la vida presente. Tiene el siguiente sentido: Aquel que ha hallado su alma, o sea esta vida presente, es decir, el que desea esta luz y su amor y sus placeres, con el objeto de poder tener siempre la vida que siempre deseó conservar, la perderá, esto es, se prepara para su condenación eterna.
Rábano
O de otro modo. No duda perder su vida, esto es, entregarla a la muerte, aquel que busca su salvación eterna. Ambas interpretaciones están conformes con lo que sigue: “Y el que perdiere su alma por causa mía, la encontrará”.
San Hilario, in Matthaeum, 10
De esta manera la ganancia del alma conduce a la muerte y el perjuicio del alma a la salud; porque con el detrimento de esta vida rápida, se gana la inmortalidad.
“El que os recibe a vosotros, a mí me recibe; y el que me recibe a mí, recibe a aquél que me envió. El que recibe al profeta en nombre de profeta, recibirá la recompensa de profeta; y el que recibe al justo en el nombre de justo, recibirá la recompensa de justo. Y cualquiera que diere a beber un vaso de agua fría a uno de estos pequeñitos, tan sólo en nombre de discípulo, os digo en verdad, no perderá su recompensa”. (vv. 40-42)
San Jerónimo
Al mandar el Señor a sus discípulos a predicar, les enseña a no temer los peligros y a sujetar sus afectos a la fe. Y les había mandado no tener oro, ni llevar dinero en sus cintos, dura posición para los evangelistas. Porque ¿de dónde habían de sacar para sus gastos? ¿De dónde para su sustento? ¿De dónde para cubrir todas las demás necesidades? Por eso El suaviza la dureza de estos mandatos con la esperanza de las promesas, diciéndoles: “El que os recibe a vosotros, a Mí me recibe”, a fin de que todo fiel crea que al recibiros a vosotros ha recibido al mismo Cristo.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,2
Verdaderamente son suficientes estas promesas para persuadir a todos los que recibieran a los apóstoles. Porque ¿quién no recibiría con el mejor deseo a unos hombres que de esta manera estaban fortalecidos, que despreciaban todas las cosas y no tenían más objeto que la salvación de otros? Ya más arriba amenazó castigar a todos los que no los quisieran recibir y ahora promete recompensar a los que los reciben y. Primero les promete tener la gran honra de recibir a Cristo y aun al Padre. Por eso dice: “Y el que me recibe, recibe a Aquel que me envió”. ¿Y qué cosa puede igualarse a este grande honor de recibir al Padre y al Hijo?
San Jerónimo
O de otro modo. Puesto que el Señor había alentado a los discípulos a recibir a los maestros, podían los fieles responderle desde el fondo de su corazón: Luego debemos recibir a los falsos profetas y y a Judas, el traidor. Para evitar esta interpretación, les dice el Señor que no miren a las personas sino al nombre y que no pierde la recompensa aquel que recibe, aun cuando el recibido haya sido indigno.
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 20,12
Porque no dice: es del profeta o del justo la recompensa que ellos recibieron, sino la recompensa de profeta o de justo: puede ser justo este último y cuanto más despojado esté de este mundo, con tanta más confianza hablará en favor de la justicia. Aquel que posee alguna cosa en este mundo y con ella sostiene el justo, participará del mérito de la libertad de ese justo y dividirá el premio de la justicia con aquel a cuyas necesidades atendió. Ese hombre está lleno de espíritu de profecía, pero, sin embargo, necesita del alimento corporal y es cierto, que si no está alimentado su cuerpo, le faltará hasta la voz. Por consiguiente, el que alimenta al profeta, le da fuerzas para hablar; recibirá, pues, la recompensa del profeta aquel, que puso delante de los ojos de Dios los socorros con que ayudó al profeta.
San Jerónimo
Podría alguno excusarse diciendo: yo soy pobre y mi pobreza me impide dar hospitalidad, excusa que desvanece el Señor con el ejemplo de una cosa tan insignificante como es el de dar de todo corazón un vaso de agua fría a uno de estos pequeñuelos. Dice de agua fría y no caliente, a fin de que la pobreza no careciese de mérito en la imposibilidad de calentar el agua por no tener combustible para ello.
Glosa
Notad cómo Dios atiende más al piadoso afecto del que da, que a la cantidad de la cosa que se da. O también: son pequeñitos aquellos que nada poseen en este mundo y serán jueces con Cristo.
San Jerónimo
Al mandar el Señor a sus discípulos a predicar, les enseña a no temer los peligros y a sujetar sus afectos a la fe. Y les había mandado no tener oro, ni llevar dinero en sus cintos, dura posición para los evangelistas. Porque ¿de dónde habían de sacar para sus gastos? ¿De dónde para su sustento? ¿De dónde para cubrir todas las demás necesidades? Por eso El suaviza la dureza de estos mandatos con la esperanza de las promesas, diciéndoles: “El que os recibe a vosotros, a Mí me recibe”, a fin de que todo fiel crea que al recibiros a vosotros ha recibido al mismo Cristo.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 35,2
Verdaderamente son suficientes estas promesas para persuadir a todos los que recibieran a los apóstoles. Porque ¿quién no recibiría con el mejor deseo a unos hombres que de esta manera estaban fortalecidos, que despreciaban todas las cosas y no tenían más objeto que la salvación de otros? Ya más arriba amenazó castigar a todos los que no los quisieran recibir y ahora promete recompensar a los que los reciben y. Primero les promete tener la gran honra de recibir a Cristo y aun al Padre. Por eso dice: “Y el que me recibe, recibe a Aquel que me envió”. ¿Y qué cosa puede igualarse a este grande honor de recibir al Padre y al Hijo?
San Jerónimo
O de otro modo. Puesto que el Señor había alentado a los discípulos a recibir a los maestros, podían los fieles responderle desde el fondo de su corazón: Luego debemos recibir a los falsos profetas y y a Judas, el traidor. Para evitar esta interpretación, les dice el Señor que no miren a las personas sino al nombre y que no pierde la recompensa aquel que recibe, aun cuando el recibido haya sido indigno.
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia, 20,12
Porque no dice: es del profeta o del justo la recompensa que ellos recibieron, sino la recompensa de profeta o de justo: puede ser justo este último y cuanto más despojado esté de este mundo, con tanta más confianza hablará en favor de la justicia. Aquel que posee alguna cosa en este mundo y con ella sostiene el justo, participará del mérito de la libertad de ese justo y dividirá el premio de la justicia con aquel a cuyas necesidades atendió. Ese hombre está lleno de espíritu de profecía, pero, sin embargo, necesita del alimento corporal y es cierto, que si no está alimentado su cuerpo, le faltará hasta la voz. Por consiguiente, el que alimenta al profeta, le da fuerzas para hablar; recibirá, pues, la recompensa del profeta aquel, que puso delante de los ojos de Dios los socorros con que ayudó al profeta.
San Jerónimo
Podría alguno excusarse diciendo: yo soy pobre y mi pobreza me impide dar hospitalidad, excusa que desvanece el Señor con el ejemplo de una cosa tan insignificante como es el de dar de todo corazón un vaso de agua fría a uno de estos pequeñuelos. Dice de agua fría y no caliente, a fin de que la pobreza no careciese de mérito en la imposibilidad de calentar el agua por no tener combustible para ello.
Glosa
Notad cómo Dios atiende más al piadoso afecto del que da, que a la cantidad de la cosa que se da. O también: son pequeñitos aquellos que nada poseen en este mundo y serán jueces con Cristo.
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