EL MARTIRIO Y LA VIRGINIDAD. — La hermana del Patriarca de los monjes de Occidente viene a alegrarnos hoy con su agradable presencia; la virgen claustrada aparece al lado de la mártir; ambas esposas de Jesús, ambas coronadas, porque ambas han combatido y alcanzado la palma. La una la ha alcanzado en medio de los rudos asaltos del enemigo, en esas horas en que es preciso morir o vencer; la otra ha debido sostener durante toda su vida entera la lucha de cada día, prolongada por decirlo asi hasta el último momentó.
Apolonia y Escolástica son hermanas; están unidas eternamente en el corazón de su Esposo común.
HERMANA Y DISCÍPULA DE SAN BENITO. — Era necesario que la grande y austera figura de San Benito apareciese suavizada por los rasgos angélicos de esta hermana que la Divina Providencia, con gran sabiduría colocó junto a él, para ser su más fiel cooperadora. La vida de los santos presenta estos contrastes, como si el Señor quisiera darnos a entender que, muy por encima de las regiones de la carne y de la sangre, hay un lugar para las almas que las une, que las hace fecundas, las templa y las perfecciona. Así en la Patria celestial, los ángeles de las diversas jerarquías están unidos por mutuo amor cuyo vínculo es el Señor y gustan eternamente las dulzuras de una tierna fraternidad.
La vida de Santa Escolástica se desliza aquí abajo, sin dejar más huellas de su paso, que el dulce recuerdo de una paloma, que se dirige hacia el cielo vista por San Benito, a quien adelantó algunos días en llegar a la eterna felicidad. Poco es lo que nos queda de esta esposa del Salvador fuera del relato donde San Gregorio el Grande nos ha contado la piadosa disputa que se suscitó entre el hermano y la hermana tres días antes de ser recibida ésta a las nupcias celestiales.
Pero cuantas maravillas nos reveía esta escena incomparable. ¿Quién no comprenderá al instante toda el alma de Escolástica, en la tierna ingenuidad de sus deseos en su tierna y firme confianza en Dios, en la amable felicidad con que triunfa de su hermano, pidiendo su ayuda a Dios mismo?
EL PODER DEL AMOR.— Pero ¿de dónde pudo sacar esa fuerza que la hizo capaz de resistir al deseo de su hermano a quien veneraba como su maestro y su oráculo? ¿Quién la advirtió que su oración no era temeraria? y ¿quién podía en aquel momento imaginar algo mejor que la severa fidelidad de San Benito a la Regla que él había dado y que debía mantener con su ejemplo?
San Gregorio nos responderá: "No nos extrañemos—dice—que una hermana que desea ver más tiempo a su hermano, haya podido tener en ese momento más poder que él sobre el corazón de Dios; porque según la palabra de San Juan, Dios es amor, y era justo que la que amaba más, fuese más poderosa que la que amó menos."
LA CARIDAD FRATERNA. — Santa Escolástica será, pues, en los días en que estamos el apóstol de la caridad fraterna. Ella nos animará al amor de nuestros semejantes, que Dios quiere ver renacer en nosotros a medida que nos acercamos a él. La solemnidad pascual nos convidará a un mismo banquete; y allí nos alimentaremos de la misma víctima de la caridad. Preparemos de antemano nuestro vestido nupcial porque el que nos invita quiere vernos habitar juntos en una misma casa.
SENCILLEZ DE PALOMA.— ¡Qué rápido fue tu vuelo, cuando, al abandonar esta tierra de destierro, desplegastes tus alas hacia Dios! La mirada de tu hermano que te persigue unos instantes, pronto te perdió de vista; pero la corte celestial en pleno se regocija con tu entrada. Ya estás ahora en la fuente de aquel amor, que llenaba tu corazón. Calma eternamente tu sed en esta fuente de vida; y que tu apacible blancura se haga cada día más brillante, en la compañía de las demás vírgenes que forman la corte del Cordero.
Pero acuérdate de esta tierra que ha sido para ti como lo es para nosotros, el lugar de prueba donde mereciste tantos honores. Tímida delante de los hombres, sencilla e inocente, ignoraste hasta qué grado "heriste el corazón del Esposo'". Trátate con él con la humildad y la confianza de un alma jamás agitada por un remordimiento, y él se rinde a tus deseos con amorosa condescendencia; y Benito cargado de años y de méritos, acostumbrado a ver a la naturaleza obedecer a sus órdenes, es vencida por ti en una lucha en que tu sencillez ve mucho más lejos que su profunda sabiduría.
PODER DEL AMOR.— ¿Quién te inspiró ¡oh Escolástica! ese sentir sublime, aquel día, haciéndote parecer más sabia que el gran hombre, elegido por Dios, para ser la regla viva de los perfectos? Fue aquel mismo que había elegido a Benito, como una de las columnas de la religión. Quiso mostrarnos que la caridad pura agrada a sus ojos más que la rigurosa fidelidad a las leyes, que no han sido hechas más que para ayudar a conducir a los hombres al fin que posee ya tu corazón. Benito el amigo de Dios lo comprendió; y en seguida, tomando de nuevo el curso de la conversación celestial se confundieron vuestras almas en la dulzura del amor increado, que acababa de revelarse y glorificarse a sí mismo con tanto esplendor. Pero tú ya estás presta para el cielo; tu amor ya no tiene nada terrestre, te atrae hacia lo alto. Unas horas aún y la voz del Señor te hará oír aquellas palabras del Cantar, que el Espíritu Santo parece haber dictado para ti: "Levántate amada mía, hermosa y ven; paloma mía muéstrame tu rostro; que tu voz resuene en mis oídos, porque tu voz es dulce y tu rostro lleno de atractivos".
SÚPLICA POR TODOS. — ¡No te olvides de nosotros cuando te marches de la tierra! Nuestras almas son llamadas a seguirte, aunque poseen los mismos hechizos que la tuya a los ojos del Salvador. Menos dichosas que la tuya, necesitan purificarse largo tiempo para ser admitidas en la mansión donde contemplarán tu felicidad. Tu oración obligó a las nubes del cielo a enviar su lluvia sobre la tierra; que obtenga para nosotros las lágrimas de la penitencia. Tus delicias fueron las conversaciones sobre la vida eterna; aleja de nosotros las conversaciones fútiles y dañosas; haznos gustar aquellas en que las almas aspiran unirse a Dios.
Encontraste el secreto de esa caridad fraterna, cuya ternura misma es un perfume de virtud que agrada al corazón de Dios. Abre nuestros corazones al amor de nuestros hermanos; aparta de nosotros la frialdad y la indiferencia y haz que nos amemos como Dios quiere que nos amemos.
POR LA ORDEN MONÁSTICA. — Acuérdate del árbol bajo cuyas ramas se cobijó tu vida. El claustro benedictino te considera, no sólo como la hermana, sino también como a la hija de su augusto patriarca. De lo alto del cielo contempla los restos de ese árbol, antes tan vigoroso y tan fecundo, a cuya sombra las naciones de Occidente se cobijaron durante tantos siglos. Por todas partes el hacha devastadora de la impiedad se lanzó a golpear sus ramas y sus raíces. Sus ruinas se esparcen por doquiera y cubren todo el suelo de Europa. Con todo eso sabemos que debe revivir, que retoñará con nuevas ramas y que el Señor se ha dignado encadenar la suerte de este árbol antiguo a los destinos de la Iglesia.
Ruega para que reviva en él la savia primera. Protege con cuidado maternal los débiles retoños que ahora produce, defiéndelos del huracán; bendícelos y hazlos dignos de la confianza que la Iglesia se digna depositar en ellos.
Del Año Litúrgico de Guéranger
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