Parece justo, que los tres últimos días precedentes a
los rigores de la Cuaresma no trascurran sin aportar algún sustancioso
alimento con que saciar el hambre de emociones que espolea a tantas
almas. La Iglesia en su maternal previsión ha pensado en remediar esta
necesidad, no con frívolos pasatiempos y satisfacciones de nuestra
vanidad. A los que todavía alienta el espíritu de fe, tiene aparejada
una gran diversión a la par que medio poderosísimo para aplacar la
cólera de Dios, exacerbada por los desatinos que estos días cometen los
mundanos. Durante estos tres días se manifiesta solemnemente en el altar
el Cordero inocente. De lo alto de ese su trono de misericordia recibe
los honores y sumisión de cuantos quieren rendirle pleitesía; acepta las
demostraciones de sincero arrepentimiento de cuantos se muestran a sus
plantas pesarosos de haber seguido el señuelo del enemigo; y El se
ofrece al Padre Eterno en pro de los pecadores que, no contentos con
olvidar los pasados beneficios, se determinan, al parecer, a ultrajarle
en estos días con más descaro que en el resto de todo el año.
La
feliz idea de ofrecer un homenaje a la Majestad soberana en
satisfacción de las ofensas que los pecadores multiplican estos días de
Carnaval, y la piadosa industria de oponer a la vista del Señor irritado
a su propio Hijo, mediador entre el cielo y la tierra, se le ocurrió
por vez primera en el siglo XVI al cardenal Gabriel Paleotti, Arzobispo
de Bolonia, contemporáneo de S. Carios Borromeo y émulo de su celo
pastoral. Este, a su vez, introdujo en su archidiócesis y provincia tan
saludable costumbre Próspero Lambertini en el siglo XVIII, puso empeño
en hacer revivir la institución de su predecesor Paleotti, y estimuló la
devoción al Santísimo Sacramento en su grey estos días de Carnaval;
sublimado después a la cátedra de S. Pedro, con el nombre de Benedicto
XIV, desparramó a manos llenas los tesoros de indulgencias a favor de
los fieles que en los días susodichos, visiten a Nuestro Señor en el
Sacramento de su amor e imploren el perdón en pro de los pecadores.
Instituida la piadosa práctica comúnmente apellidada "Las cuarenta Horas"
exclusivamente en las iglesias de los Estados Pontificios, extendióla
al orbe entero en 1765 el Papa Clemente XIII, y desde aquel entonces
llegó a ser una de las más espléndidas manifestaciones de la piedad
católica. Asociémonos verdaderamente a tan edificantes homenajes.
Hagamos por sustraernos, como Abrahán, a las profanas influencias que
nos asedian y busquemos al Señor Dios nuestro; demos de mano siquiera
por breves instantes, a las distracciones mundanas, y alleguémonos al
Señor para merecer la gracia de presenciar, sin menoscabo de nuestra
alma, los espectáculos inevitables. S. Felipe Neri instituyó en Roma
procesiones, reemplazadas luego por las preces de las Cuarenta Horas que
hoy tenemos.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
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