martes, 4 de abril de 2017

5 de Abril: MIÉRCOLES DE LA SEMANA DE PASIÓN. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

En Roma se celebra la Estación en la Iglesia de San Marcelo papa y mártir (308-310). 

COLECTA 

Santificado este ayuno, ilustra, oh Dios, misericordiosamente los corazones de tus fieles: y escucha benigno las súplicas de aquellos a quienes concedes el sentimiento de la devoción. Por el Señor. 

EPÍSTOLA 

Lección del libro Levítico. 
En aquellos días habló el Señor a Moisés, diciendo: Habla a toda la asamblea de los hijos de Israel, y les dirás: Yo soy el Señor, vuestro Dios. No hurtaréis. No mentiréis, ni engañará cada cual a su prójimo. No perjurarás en nombre mío, ni mancharás el nombre de tu Dios. Yo soy el Señor. No calumniarás a tu prójimo, ni le oprimirás con la fuerza. No retendrás el salario del obrero hasta el mañana. No maldecirás al sordo, ni pondrás tropiezo delante del ciego: sino que temerás al Señor, tu Dios, porque yo soy el Señor. No harás lo que es inicuo, ni juzgarás injustamente. No consideres la persona del pobre, ni honres la cara del poderoso. Juzga justamente a tu prójimo. No serás calumniador, ni murmurador en el pueblo. No te pondrás contra la sangre de tu prójimo. Yo soy el Señor. No odies a tu hermano en tu corazón, sino corrígele públicamente, para que no peques contra él. No busques la venganza, ni te acuerdes de la injuria de tus ciudadanos. Amarás a tu amigo como a ti mismo. Yo soy el Señor. Guardad mis leyes. Porque yo soy el Señor, vuestro Dios. 
 
DEBER DE CARIDAD FRATERNA. — La Iglesia, al poner hoy ante nuestra vista este relato del Levítico, en que los deberes del hombre para con su prójimo se encuentran expuestos con tanta claridad y abundancia, quiere dar a entender al cristiano en qué debe enmendar su vida, en cosa tan importante. Es Dios quien aquí habla, e intima sus órdenes; ved como repite casi a cada paso: "Yo el Señor"; a fin de hacernos comprender que será vengador del prójimo que hubiéremos ofendido. ¡Cómo este lenguaje debía ser nuevo al oído de los catecúmenos, instruidos en el seno de un mundo pagano, egoísta y sin entrañas, que jamás les había dicho que todos los hombres son hermanos, que Dios, Padre común de la inmensa familia de la humanidad, exigía que se amasen todos con un amor sincero, sin distinción de razas ni de condición! Nosotros los cristianos, estos días de reparación, pensemos en cumplir a la letra la intención del Señor, nuestro Dios. Acordémonos de que estos preceptos fueron intimados al pueblo israelita, hace muchos siglos antes de la publicación de la Ley de misericordia. Pues si el Señor exigía de un judío un amor tan sincero a sus hermanos, cuando la ley divina estaba escrita solamente en láminas de piedra, ¿qué no pedirá de un cristiano que puede leerlas en el corazón del Hombre-Dios, bajado del cielo y hecho nuestro hermano para que nos fuese más fácil, a la par que agradable cumplir el precepto de la caridad? La humanidad unida en su persona a la divinidad es en adelante sagrada; en ella se ha complacido el Padre celestial; por amor fraternal hacia ella se entrega Jesús a la muerte, enseñándonos con su ejemplo a amar tan sinceramente a nuestros hermanos, que si es necesario "estemos decididos hasta dar nuestra vida por ellos" (8. Juan, III, 16). Es el discípulo amado el que lo aprendió de su maestro, y el que nos lo enseña. 


EVANGELIO 

Continuación del santo Evangelio según S. Juan. 



En aquel tiempo se celebró en Jerusalén la fiesta de la dedicación: y era invierno. Y Jesús estaba en el templo, en el pórtico de Salomón. Y rodeáronle los judíos, y decían: ¿Hasta cuándo torturarás nuestra alma? Si eres tú el Cristo, dínoslo claramente. Respondióles Jesús: Os hablo, y no creéis. Las obras, que yo hago en nombre de mi Padre, os dan testimonio de mí: pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas oyen mi voz: y yo las conozco, y me siguen: y yo les doy vida eterna: y no perecerán para siempre: y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, es mayor que todos: y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre somos una sola cosa. Tomaron entonces piedras los judíos para lapidarle. Respondióles Jesús: Muchas buenas obras os he mostrado de mi Padre: ¿por cuál de ellas queréis apedrearme? Respondiéronle los judíos: No te apedreamos por la buena obra, sino por la blasfemia: porque tú, siendo hombre, te haces Dios a ti mismo. Respondióles Jesús: ¿No está escrito en vuestra Ley: Yo dije: dioses sois? Si llamó dioses a quienes habló Dios, y no puede ser quebrantada la Escritura: ¿a quien el Padre santificó y envió al mundo, decís vosotros: Blasfemas: porque he dicho: Soy el Hijo de Dios? Si no hago obras de mi Padre, no me creáis. Pero, si las hago, y si no queréis creerme a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre. 
 
LA FE. — Después de la fiesta de los Tabernáculos, vino la de la Dedicación, y Jesús se quedó en Jerusalén. El odio de sus enemigos aumentaba continuamente y reuniéndose alrededor de él, quieren obligarle a decir que es el Mesías, para enseguida echarle en cara el usurpar una misión que no es suya. Jesús desdeña responderles, y les remite a los milagros que le han visto obrar y que dan testimonio de él. Por la fe, y solamente por ella, puede el hombre acercarse a Dios en este mundo. Dios se manifiesta por las obras divinas; el hombre que las conoce debe creer la verdad que atestigua tales obras, y así creyendo, tiene el mismo tiempo, la certeza de lo que cree y el mérito de su fe. El judío soberbio se rebela; querría dictar la ley al mismo Dios, y no quiere saber que su pretensión es tan impía como absurda.


UNIDAD DEL PADRE Y DEL HIJO. — Con todo eso, es necesario que la doctrina divina siga su curso, debe excitar el escándalo de estos espíritus perversos. Jesús no habla solamente para ellos: tiene que hacerlo también por los futuros creyentes. Entonces dijo esta gran palabra que nos revela no sólo su categoría de Cristo, sino su divinidad: "Mi Padre y Yo somos uno." Sabía que hablando- así excitaría su furor; pero tenía que revelarse a la tierra y confundir de antemano a la herejía. Arrio se levantará un día contra el Hijo de Dios y dirá que solamente es la más perfecta de las criaturas: la Iglesia responderá que es uno con el Padre que le es consubstancial; y después de muchas revueltas y crímenes la secta arriana se extinguirá y caerá en olvido. Los judíos son aquí los precursores de Arrio. Han comprendido que Jesús se ha declarado Hijo de Dios, y quieren apedrearle. Por una última condescendencia Jesús quiere prepararles para gustar esta verdad, indicándoles por sus escrituras, que el hombre puede algunas veces recibir en su sentido restringido, el nombre de Dios, por razón de las funciones divinas que ejerce; después les recuerda los prodigios que tan altamente testimonia la asistencia que le ha dado su Padre; y repite con nueva firmeza que "el Padre está en Él y Él en el Padre. Nada puede convencer a estos corazones obstinados; el castigo del pecado que han cometido contra el Espíritu Santo pesa sobre ellos.


DOCILIDAD. — ¿Que diferente es la suerte de las ovejas del Salvador? "Escuchan su voz, le siguen; les da la vida eterna, y nadie les arrebatará de sus manos." ¡Dichosas ovejas! Creen porque aman; por el corazón se abre paso la verdad, así como por el orgullo del espíritu penetran las tinieblas en alma del incrédulo y se establecen para siempre. El incrédulo ama las tinieblas; las llama luz y blasfema sin sentirlo. El judío llega hasta crucificar al Hijo de Dios para rendir homenaje a Dios. 


 ORACIÓN 

Atiende a nuestras súplicas, oh Dios omnipotente: y, a los que les concedes la gracia de confiar en tu piedad, dales benigno el efecto de tu acostumbrada misericordia. Por el Señor. 


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 


 

lunes, 3 de abril de 2017

4 de Abril: MARTES DE LA SEMANA DE PASIÓN. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

En Roma, la Estación tenía lugar antiguamente, en la Iglesia del santo mártir Ciríaco y así está señalado en misal romano; pero este antiguo santuario habiéndose arruinado, y el cuerpo del santo diácono trasladado por Alejandro VII (1655-1667) a la Iglesia in via Lata, la Estación tiene lugar ahora en ésta última.

COLECTA 

Suplicámoste, Señor, te sean aceptos nuestros ayunos: para que, purificándonos, nos hagan dignos de tu gracia y nos alcancen los remedios eternos. Por el Señor. 

EPÍSTOLA 

Lección del Profeta Daniel. 
En aquellos días se presentaron los babilonios al rey, y le dijeron: Entréganos a Daniel, que destruyó a Bel y mató al dragón, porque, de lo contrario, te mataremos a ti, y a tu familia. Vio entonces el rey que se lanzarían sobre él con furia: y, obligado por la necesidad, les entregó a Daniel. Ellos le encerraron en una cueva de leones, y estuvo allí seis días. Y en la cueva había siete leones, a los cuales arrojaban todos los días dos cadáveres y dos ovejas: pero entonces no les dieron nada, para que devoraran a Daniel. Había a la sazón en Judea un profeta, llamado Habacuc, el cual había hecho un guisado y preparado unos panes en una vasija, e iba al campo, para llevarlo a los segadores. Y dijo el Ángel del Señor a Habacuc: Lleva esa comida, que tienes ahí, a Babilonia, a Daniel, que está en la cueva de los leones. Y dijo Habacuc: Señor, no he visto nunca a Babilonia, y no sé dónde está la cueva. Y tomóle el Ángel del Señor por la coronilla, y llevóle por el cabello de la cabeza, y le colocó, con la velocidad de su espíritu, en Babilonia, sobre la cueva de los leones. Y clamó Habacuc, y dijo: Daniel, siervo de Dios, toma la comida que te ha enviado Dios. Y dijo Daniel: Te has acordado de mí, oh Dios, y no has abandonado a los que te aman. Y, levantándose Daniel, comió. Después el Ángel del Señor volvió luego a Habacuc a su lugar. Vino, pues, el rey el día séptimo, para llorar a Daniel: y fue a la cueva, y miró dentro, y he aquí que vió a Daniel sentado en medio de los leones. Y clamó el rey con gran voz, diciendo: Grande eres tú, Señor, Dios de Daniel. Y le sacó de la cueva de los leones. Entonces arrojó en la cueva a aquellos que habían sido la causa de su perdición y fueron devorados al punto en su presencia. Entonces dijo el rey: Teman todos los habitantes de toda la tierra al Dios de Daniel: porque Él es el Salvador, Él que hace prodigios y maravillas en la tierra: Él es el que ha librado a Daniel de la cueva de los leones. 
 
DANIEL MODELO DE CATECÚMENOS. — Esta lectura estaba destinada especialmente a la instrucción de los catecúmenos. Se preparaban para inscribirse en la milicia cristiana ; convenía, pues, se pusiese ante sus ojos los ejemplos que habían de estudiar y realizar durante su vida. Daniel entregado a los leones, por haber despreciado el ídolo de Bel era el tipo del mártir. Había confesado al verdadero Dios en Babilonia, exterminando un dragón imagen de Satán, al cual el pueblo idólatra, después de destrucción de Bel, había traspasado sus homenajes supersticiosos; sólo la muerte del profeta era capaz de aquietar a los paganos. Lleno de confianza en Dios, Daniel se había dejado arrojar en la cueva de los leones, dando así a las edades cristianas el ejemplo del valeroso sacrificio que debía ofrecer por espacio de tres siglos la consagración de sangre para establecimiento de la Iglesia. La imagen de este profeta rodeado de leones se encuentra a cada paso en las catacumbas romanas; la mayor parte las pinturas que le recuerdan se remontan al tiempo de las persecuciones. De este modo los catecúmenos podían contemplar con sus ojos lo que habían oído leer, y todo les hablaba de oprobios y de sacrificios. Es verdad que la historia de Daniel les señalaba el poder de Dios que intervenía para arrancar de los leones la presa inocente que se les había echado. Pero los aspirantes al bautismo sabían de antemano que la liberación con que debían contar, sólo les sería otorgada después de dar testimonio de su sangre. De cuando en cuando se manifestaban en la arena prodigios; se veía algunas veces a los leopardos lamer los pies de los mártires y contener su voracidad ante los siervos de Dios; pero tales milagros no hacían más que suspender la inmolación de las víctimas y suscitarles imitadores. 

LUCHA CONTRA EL MUNDO. — La Iglesia proponía a la tentación de los catecúmenos la valentía de Daniel y no su victoria sobre los leones; lo importante para ellos era que en adelante tuviesen presente estas palabras del Salvador; "no temáis a los que pueden matar al cuerpo; temed más bien al que puede arrojar el alma y el cuerpo en el infierno" (S. Mat., X, 28). Nosotros somos los descendientes de estas primeras generaciones de la Iglesia, pero no hemos conquistado al mismo precio la ventaja de ser cristianos. No es delante de procónsules ante quienes tenemos que confesar a Jesucristo es delante del mundo, este otro tirano. Los ejemplos de los mártires nos fortifiquen estos días, en la lucha que es preciso sostener contra sus máximas, sus pompas y sus obras. Hay una especie de tregua entre él y nosotros en este tiempo de recogimiento y de penitencia; pero día vendrá en que tengamos que desafiarle y mostrarnos cristianos. 

EVANGELIO 

Continuación del santo Evangelio según S. Juan. 


En aquel tiempo andaba Jesús por Galilea, pues no quería caminar por la Judea porque los judíos querían matarle. Y estaba próxima una fiesta de los judíos, la Escenopegia (o de los Tabernáculos). Di járonle entonces sus hermanos: Pasa de aquí, y vete a Judea, para que vean también tus discípulos las obras que haces. Porque nadie, que desea ser conocido, hace sus obras en secreto: si haces esas cosas, manifiéstate al mundo. Ni sus mismos hermanos creían en Él. Díjoles entonces Jesús: Mi tiempo no ha llegado aún: en cambio, vuestro tiempo siempre está preparado. El mundo no puede odiaros a vosotros; pero a mí sí me odia: poique yo doy testimonio de que sus obras son malas. Subid vosotros a esa fiesta, porque yo no subo a ella, pues mi tiempo aún no se ha cumplido. Y, habiendo dicho esto, Él permaneció en Galilea. Más, cuando subieron sus hermanos, subió también Él a la fiesta, pero no públicamente, sino como de incógnito. Y los judíos le buscaban el día de la fiesta, y decían: ¿Dónde está él? Y había gran murmullo en el pueblo acerca de Él. Porque unos decían: Es bueno. Pero otros decían: No; sino que seduce a las turbas. Y nadie hablaba de Él abiertamente, por miedo a los judíos. 
 
LA HUMILDAD DEL HOMBRE-DIOS. — Los hechos referidos en el paso del Evangelio se relacionan con una época anterior a la vida del Salvador, y la Iglesia nos los propone hoy, a causa de la relación que contiene con los que hemos leído hace algunos días. Es evidente que no sólo al acercarse la Pascua, sino desde la fiesta de los Tabernáculos, en el mes de septiembre, el furor de los judíos conspiraba ya su muerte. El Hijo de Dios tenía que viajar a ocultas, y para entrar con seguridad en Jerusalén, le era preciso tomar algunas precauciones. Adoremos estas humillaciones del Hombre-Dios, que se ha dignado santificar todos los estados, aún el del justo perseguido y obligado a ocultarse a las miradas de sus enemigos. Le habría sido fácil deslumhrar a sus adversarios con milagros inútiles, como los que deseó Herodes y forzar así su culto y su admiración. Dios no procede así; no obliga; obra a las miradas de los hombres; mas para conocer la acción de Dios, es necesario que el hombre se recoja y se humille, que haga callar sus pasiones. Entonces la luz divina se manifiesta al alma; esta alma ha visto bastante; ahora cree y quiere creer; su dicha y su mérito está en la fe; está en disposición de esperar la manifestación de la eternidad. La carne y la sangre no lo entienden así; gustan la ostentación y el ruido. El Hijo de Dios en su venida a la tierra no debía someterse aún abatimiento tal sino para que los hombres viesen su poder infinito. Tenía que hacer milagros para apoyar su misión, pero en Él, hecho Hijo del Hombre, no debía ser todo milagro. La mayor parte de su existencia estaba reservada a los humildes deberes de la criatura; de otro modo, no nos había enseñado con su ejemplo, lo que tanto necesitábamos saber. Sus hermanos (se sabe que los judíos entendían por hermanos a todos los parientes en línea colateral) sus hermanos habrían querido tener su parte en esta gloria vulgar, que querían para Jesús. Le dan motivo para que les dijese esta palabra que debemos meditar en este santo tiempo, para acordarnos más tarde de ella: "el mundo no os odia a vosotros; pero a mí, sí me odia". Guardémonos pues, en adelante, de complacernos con el mundo; su amistad nos separaría de Jesucristo.  

ORACIÓN 

Suplicámoste, Señor, nos concedas la gracia de perseverar sumisos a tu santa voluntad: para que en nuestros días crezca, en número y en mérito, el pueblo que te sirve. Por el Señor. 


Año Litúrgico de Dom Guéranger 


LA PASIÓN Y LA SEMANA SANTA Cap. III Práctica del Tiempo de Pasión y de Semana Santa.

CONTEMPLACIÓN DE CRISTO. — El cielo de la Iglesia se pone cada vez más sombrío; los tonos severos de los que se había revestido en el curso de las cuatro semanas que acaban de pasar, ya no son suficientes para demostrar su duelo. Sabe que los hombres persiguen a Jesús y conspiran su muerte. No pasarán doce días sin que sus enemigos pongan sobre él sus manos sacrilegas. La Iglesia le seguirá a la cumbre del Calvario; recogerá su último suspiro; verá sellar sobre su cuerpo inánime, la piedra del sepulcro. No es extraño, pues, que invite a todos sus hijos, en esta quincena, a contemplar a Aquel que es la causa de todas sus tristezas y afectos.


AMOR.-—Pero no es precisamente lágrimas y compasión estériles, lo que pide de nosotros nuestra Madre; quiere que nos aprovechemos de las enseñanzas que nos van a proporcionar los sucesos de esta Santa Semana. Se acuerda que el Señor al subir al Calvario, dijo a las mujeres de Jerusalén que lloraban su desgracia ante sus mismos verdugos: "No lloréis por mí; más bien llorad por vosotras y por vuestros hijos." No rehusó el tributo de sus lágrimas, se enterneció y su misma ternura le dictó esas palabras: 

Quiso sobre todo verlas penetradas de la grandeza del acto del que se compadecían, en una hora en que la justicia de Dios se mantenía tan inexorable ante el pecado. 

PENITENCIA. — La Iglesia comenzó la conversión del pecador en las semanas precedentes; ahora quiere consumarla. Lo que ofrece a nuestra consideración, no es ya Cristo ayunando y orando en el monte de la Cuarentena; es la víctima universal que se inmola por la salvación del mundo. La hora va a sonar y el poder de las tinieblas se apresura a aprovechar los pocos momentos que le quedan. Va a consumarse el más afrentoso de los crímenes. Dentro de pocos días el Hijo de Dios va a ser entregado al poder de los pecadores y ellos le matarán. La Iglesia no necesita exhortar a sus hijos a la penitencia; demasiado saben ya que el pecado exige esta expiación. Ahora está penetrada por completo de los sentimientos de anonadamiento que la inspira la presencia de Dios sobre la tierra; y al expresar estos sentimientos en la Liturgia nos indica aquellos que nosotros debemos concebir de nosotros mismos. 

DOLOR. — El carácter más general de las oraciones y de los ritos de esta quincena es de profundo dolor de ver al Justo oprimido por sus enemigos, hasta la muerte y una indignación enérgica contra el pueblo deicida. El fondo de los textos litúrgicos, son de David y de los Profetas. Ya es Cristo mismo quien declara las agonías de su alma; ya son las imprecaciones contra los verdugos. El castigo del pueblo judío es expuesto en todo su horror; y en los tres últimos días veremos a Jeremías lamentarse sobre las ruinas de la ciudad infiel. 

CONVERSIÓN. — Preparémonos, pues, a estas fuertes impresiones desconocidas con harta frecuencia por la piedad superficial de nuestros tiempos. Recordemos el amor y benignidad del Hijo de Dios que viene a confiarse a los hombres, viviendo su misma vida. "Pasando por esta tierra haciendo el bien", y veamos cómo acaba esta vida de ternura, condescendencia y humildad con el más infame de los suplicios, con el patíbulo de los exclavos. Por uná parte, contemplemos al pueblo perverso de los pecadores, que, falto de crímenes, imputa al Redentor sus beneficios, y consuma la más negra de las ingratitudes, derramando sangre inocente y divina; y por otra, contemplemos al Justo por excelencia, presa de las amarguras todas, "su alma triste hasta la muerte", cargado con el peso de la maldición, y bebiendo hasta las heces el cáliz que a pesar de su humilde queja debió de beber; el cielo inflexible a sus plegarias como a sus dolores; y al fln escuchemos su grito: "Dios mío, Dios mío, ¿porqué me has abandonado? (8. Mateo. XXVII, 4-6) ". 

Esto es lo que recuerda la Iglesia con tanta frecuencia en estos días; esto es lo que propone a nuestra consideración; porque sabe que si llegamos todos a comprender lo que esta escena significa, se romperán los lazos que nos atan al pecado, y nos será ya imposible permanecer por más tiempo como cómplices de estos crímenes atroces. 

TEMOR. — Pero la Iglesia sabe también lo duro que es el corazón del hombre, y la necesidad que tiene del temor, para determinarse a la enmienda; por esta razón no omite ninguna de las imprecaciones que los Profetas ponen en la boca del Mesías contra sus enemigos. Estos anatemas son otras tantas profecías que se han cumplido al pie de la letra en los judíos endurecidos. Tienen por fin enseñarnos lo que el cristiano debe temer de sí mismo si persiste en "crucificar de nuevo a Jesucristo" ( Hebr., VI, 6), según la enérgica expresión de San Pablo. Que se acuerde entonces de estas palabras que el mismo Apóstol dice en la Epístola a los Hebreos: "¿Qué suplicio tendrá el que haya pisoteado al Hijo de Dios, el que haya tenido por vil la sangre de la alianza por la cual fue santificado, el que haya ultrajado al Espíritu de gracia? Porque sabemos que ha dicho: A mi me pertenece la venganza y sabré ejercitarla; y en otra parte: el Señor juzgará a su pueblo. Será, pues, una cosa horrible caer en las manos de Dios vivo (Hebr., X, 31)". 

HORROR DEL PECADO. — En efecto, nada más afrentoso; ya que en estos días en que estamos "no perdonó a su propio Hijo" (Rom., VTII, 32) dándonos por este incomprensible rigor la medida de lo que debemos esperar de Él, si encontrase aún en nosotros el pecado que le ha obligado a mostrarse tan cruel con su amadísimo Hijo "en quien ha puesto todas sus complacencias" (S. Mat., III, 17). Estas consideraciones sobre la justicia para con la más inocente y la más augusta de todas las víctimas; y sobre el castigo de los judíos impenitentes acabarán de destruir en nosotros el afecto al pecado, desarrollando este temor tan saludable sobre el cual vendrán a apoyarse una esperanza firme y un amor sincero, como sobre base inquebrantable.

VALOR DE LA SANGRE DIVINA. — En efecto, si por nuestros pecados somos los autores de la muerte del Hijo de Dios, también es cierto que la sangre que brota de sus sagradas llagas tiene la virtud de lavarnos de este crimen. La justicia del Padre celestial no se satisface más que con la efusión de esta sangre divina; y la misericordia del mismo Padre celestial quiere que se emplee en nuestro rescate. El hierro del verdugo ha abierto cinco llagas en el cuerpo del Redentor; y de ellas brotan cinco manantiales de salvación sobre la humanidad para purificarla y restablecer en cada uno de nosotros la imagen de Dios que había sido borrada por el pecado. Acerquémonos, pues, con confianza, y glorifiquemos esta sangre libertadora que abre al pecador la puerta del cielo; y cuyo valor infinito sería suficiente para rescatar millones de mundos más culpables que el nuestro. Nos acercamos al aniversario del día en que fue derramada; han pasado ya muchos siglos desde el día en que enrojeció los miembros desgarrados de nuestro Salvador y que, descendiendo de la Cruz; bañó esta tierra ingrata; pero su poder siempre es el mismo. 

RESPETO Y CONFIANZA PARA CON ESTA SANGRE. — Vengamos pues, "a beber a las fuentes del Salvador" (Isaías, 12-3); nuestras almas saldrán de allí llenas de vida, purísimas, completamente esplendorosas con belleza celestial; ya no quedará en ella la menor señal de sus antiguas manchas; y el Padre nos amará con el mismo amor con que ama a su Hijo. ¿No es para hacernos suyos, a nosotros que estábamos perdidos, por lo que ha entregado a la muerte sin compasión a su Hijo? Habíamos llegado a ser propiedad de Satanás por nuestros pecados; y ahora, de pronto, somos arrancados de sus garras y recobramos la libertad. Y sin embargo de eso, Dios no ha usado de violencia para sacarnos del poder del ladrón, ¿cómo pues, hemos sido libertados? Escuchad al Apóstol; "habéis sido rescatados a gran precio" (I Cor., 6, 20). Y ¿cuál es este precio? El príncipe de los Apóstoles nos lo explica: "no es, dice, por precio de oro o de plata corruptibles, con que habéis sido rescatados, sino por la preciosa sangre del Cordero sin mancilla" (S. Pedro, 1, 18). Esta sangre divina, colocada en la balanza de la justicia celestial, la ha hecho inclinarse en nuestro favor; ¡tanto sobrepasaba al peso de nuestras iniquidades! La fuerza de la sangre ha roto las puertas del infierno, ha quebrantado nuestras cadenas "restablecido la paz entre el cielo y la tierra" (Colos. 1, 20). Derramemos sobre nosotros esta sangre preciosa, lavemos en ella todas nuestras llagas, sellemos nuetra frente con su señal inquebrantable y protectora, a fin de que en el día de la cólera, nos perdone la espada vengadora. 

ADORACIÓN DE LA CRUZ. — La Iglesia nos recomienda venerar, además de la sangre del Cordero que borra nuestros pecados, la Cruz que es como el altar en que se inmola la Víctima. Dos veces, durante el año, en las fiestas de la Invención y de la Exaltación, será expuesto este sagrado madero, para recibir nuestros homenajes como trofeo de la victoria del Hijo de Dios; en estos momentos no nos habla sino de dolores, y no representa otra cosa que vergüenza e ignominia. El Señor había dicho en la Antigua Alianza; "maldito el que sea colgado en la Cruz" (Deut., 21, 23). El Cordero que nos salva se ha dignado arrostrar esta maldición; pero, por eso mismo, ¡cómo hemos de amar este leño, en otro tiempo infame! He aquí convertido en instrumento de nuestra salvación el testimonio del amor de Jesús por nosotros. Por esto, la Iglesia le rinde, en nuestro nombre, los más sinceros honores y nosotros debemos juntar nuestra adoración a la suya. El agradecimiento a esa Sangre que nos ha rescatado, una tierna veneración hacia la Santa Cruz, serán los sentimientos que llenarán particularmente nuestro corazón durante estos quince días. 

AMOR A CRISTO. — Pero ¿qué hemos de hacer por el Cordero, por aquel que nos ha entregado su sangre y que se ha abrazado con tanto amor a la Cruz para librarnos? ¿No es justo que nos sigamos sus pasos; que, más fieles que los apóstoles en su Pasión, le sigamos día por día, de hora en hora en la vía dolorosa? Acompañémosle con fidelidad en estos últimos días en que se ve obligado a huir de las miradas de sus enemigos. Imitemos aquellas familias devotas que le recogen en sus casas exponiéndose por esta hospitalidad a la furia de los Judíos; compartamos las inquietudes de la más tierna de las madres; entremos con el pensamiento en el Sanedrín en que se trama el complot contra la vida del Justo. De pronto el horizonte se va a esclarecer por un momento, y vamos a escuchar el grito de Hosanna que resuena por las calles y plazas de Jerusalén. Este homenaje inesperado al Hijo de David, estas palmas, estas voces sencillas de los niños, van a ocultar por un instante nuestros tristes pensamientos. Nuestro amor se unirá a los homenajes tributados al Rey de Israel que visita con tanta dulzura a la hija de Sión, para cumplir el oráculo profético; pero estas alegrías van a durar poco tiempo, y ¡volveremos, muy pronto, a sumergirnos, de nuevo, en la tristeza! 

MEDITACIÓN DE LA PASIÓN. — Judas va a tardar muy poco en consumar su odiosa venta; la última Pascua llegará, por fin, y veremos al Cordero figurativo desvanecerse en presencia del verdadero Cordero, cuya carne se nos dará en alimento y su sangre en bebida. Esto ocurrirá en la Cena del Señor. Revestidos del vestido nupcial tomemos allí asiento entre los discípulos; porque hoy es el día de la reconciliación que reúne a una misma mesa al pecador arrepentido y al justo siempre fiel. Pero el tiempo urge: es necesario ir pronto al huerto de Getsemaní; allí es donde podremos apreciar todo el peso de nuestras iniquidades, a la vista de los fallecimientos del Corazón de Jesús, que allí se ve oprimido hasta tener que pedir ayuda. Después, a media, noche, los criados y la soldadesca, conducidos por el traidor echarán la mano al Hijo del Eterno y las legiones de los ángeles, que le adoran en todo momento, quedarán como desarmados en presencia de tan horrible iniquidad. Entonces comenzarán esa serie de injusticias, cuyo teatro van a ser los tribunales de Jerusalén: la mentira, la calumnia, la debilidad del gobernador romano, los insultos de los criados y soldados, los gritos tumultuosos del populacho tan ingrato y tan cruel; tales son los incidentes que llenarán las horas veloces que se van a deslizar desde el instante en que el Redentor sea apresado por sus enemigos, hasta que caiga bajo el peso de la Cruz, en la cumbre del Calvario. Pronto veremos todas estas cosas; nuestro amor no nos permitirá alejarnos en esos momentos, en que ante tantos ultrajes, el Redentor corona la gran empresa de nuestra salvación. 

En fin, después de las bofetadas y salivas, después de la sangrienta flagelación, después de la cruel afrenta de la coronación de espinas, nos pondremos en marcha para seguir el camino del Hijo del Hombre; por las huellas de su sangre, conoceremos su paso. Tendremos que atravesar un mar borrascoso de iras de un pueblo ávido del suplicio del inocente, escuchar las imprecaciones que vomita contra el Hijo de David. Llegados al lugar del sacrificio veremos con nuestros propios ojos a la augusta Víctima, despojada de sus vestidos, clavada en un madero sobre el cual debe expirar, levantada en el aire entre el cielo y la tierra, como para estar más expuesta todavía a los insultos de los pecadores. Nos acercaremos al árbol de la vida para no perder ni una gota de esta sangre purificadora, ni una sola de las palabras que, a intervalos, hará llegar a nosotros. Compartiremos el dolor de su Madre, cuyo corazón está traspasado con espada de dolor, y nos colocaremos a su lado en el momento en que Jesús moribundo nos confiará a su ternura. En fin, después de tres horas de agonía, le veremos inclinar la cabeza, y, recibiremos su último suspiro. 

FIDELIDAD. — No nos queda, pues, más que un cuerpo inanimado y muerto, unos miembros ensangrentados y yertos por el frío de la muerte. ¡Este es el Mesías que con tanta alegría saludamos cuando vino al mundo! No le bastó a El, Hijo del Eterno "humillarse tomando la forma de esclavo" (Filip., 2, 7). ¡Ese nacimiento en la carne, no era más que el principio de su sacrificio; su amor le llevará a la muerte y muerte de Cruz. Vió que nosotros no obtendríamos la nuestra sino mediante el precio de tan generosa inmolación y su corazón no dudó! "Ahora, pues, nos dice San Juan, debemos amar a Dios, puesto que Él nos amó primero" (1, S. Juan, 4, 19). Estas son las miras de la Iglesia en estos solemnes aniversarios. Después de abatir nuestro orgullo y resistencia por el espectáculo de la justicia divina, estimula nuestro corazón a amar al que se entregó, en nuestro lugar, a los golpes de la justicia divina. ¡Desgraciados de nosotros si en esta semana memorable no volvemos nuestras almas hacia Aquel que tenía justas causas para odiarnos, pero que, nos amó más que a sí mismo! Digamos con el Apóstol: "la caridad de Cristo nos apremia y en adelante todos los que viven no deben vivir pará ellos, sino para Aquel que se entregó a la muerte por ellos" (2 Cor., 14, 19). Debemos fidelidad al que fue nuestra víctima y que hasta el último momento en vez de maldecirnos, no cesó de pedir misericordia para nosotros. Un día aparecerá sobre las nubes del cielo, "y los hombres dice, el profeta, verán al que traspasaron'". ¡Ojalá seamos nosotros de aquellos a quienes la vista de las heridas, les inspira confianza porque habrán reparado con amor el crimen infligido al Cordero divino. 

CONFIANZA. — Esperemos de la misericordia de Dios, que los santos días que vamos a comenzar, produzcan en nosotros este cambio maravilloso que nos permita cuando llegue la hora del juicio, permanecer tranquilos a la mirada del que vamos a ver pisoteado por los pecadores. La muerte del Redentor revoluciona a toda la naturaleza: el sol se oscurece al mediodía, tiembla la tierra y las rocas se parten, que nuestros corazones se conmuevan también que pasen de la indiferencia al temor, del temor a la esperanza, de la esperanza al amor; y después de descender con nuestro Salvador hasta el fondo de los abismos de las tristezas, merezcamos remontarnos con Él hasta la luz, rodeados de los resplandores de su resurrección y llevando en nosotros la prenda de una vía nueva que no dejaremos apagar ya más. 


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

domingo, 2 de abril de 2017

3 de Abril: LUNES DE LA SEMANA DE LA PASIÓN. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

La Estación, en Roma, se celebra en la Iglesia de San Crisógono, el "titulus Chrysogoni", de 499, donde, muy pronto se veneró al mártir homónimo de Aquilea, víctima de la persecución de Diocleciano, en 303. Su nombre está escrito en el Canon de la Misa. 

COLECTA 

Suplicámoste, Señor, santifiques nuestros ayunos, y nos concedas benigno el perdón de todas nuestras culpas. Por el Señor. 

EPÍSTOLA 

Lección del Profeta Jonás. 
En aquellos días habló el Señor por vez segunda al Profeta Jonás, diciendo: Levántate, y vete a la gran ciudad de Nínive: y predica en ella lo que yo te diga. Y se levantó Jonás, y se fue a Nínive, según la orden del Señor. Y Nínive era una ciudad muy grande, como de tres días de camino. Y recorrió Jonás la ciudad durante un día: y clamó, y dijo: Aún quedan cuarenta días, (después) Nínive será destruida. Y creyeron en Dios los ninivitas: y pregonaron ayuno, y se vistieron de saco desde el mayor hasta el menor. Y llegó la nueva al rey de Nínive: y se levantó de su trono, y se despojó de sus ropas, y se vistió de saco, y se sentó en ceniza. Y se clamó, y se gritó en Nínive, por orden del rey y de sus príncipes, diciendo: Los hombres, y los animales, y los bueyes, y las bestias no gusten nada: ni sean apacentadas, ni beban agua. Y cúbranse de saco los hombres, y las bestias, y clamen al Señor con ahinco, y conviértase el hombre de su mal camino, y de la iniquidad que ha obrado con sus manos. ¿Quién sabe si se volverá a Dios, y nos perdonará, y se aplacará su ira, y no pereceremos? Y vió Dios sus obras, y que se habían convertido de su mal camino: y se compadeció de su pueblo el Señor, nuestro Dios. 
 
PENITENCIA DE NÍNIVE. — La Iglesia nos ofrece hoy este relato, a fin de que avivemos nuestro celo por el camino de la penitencia. Una ciudad entregada a la idolatría, una capital orgullosa y sensual ha merecido la cólera del cielo. Dios se apresura a derribarla con los castigos de su venganza: dentro de cuarenta días, Nínive será arrasada con sus habitantes. Pero ¿qué sucedió? La amenaza del Señor no se cumplió y Nínive fue perdonada. Este pueblo infiel se acordó del: Dios que había olvidado; clamó al Señor, se humilló, ayunó; y la Iglesia termina el relato del profeta con estas palabras: "el Señor, Dios nuestro, tuvo compasión de su pueblo." Este pueblo pagano llegó a ser el pueblo del Señor porque hizo penitencia a la voz del profeta. El Señor no había hecho pacto más que con una nación, pero no despreciaba los homenajes de las que renunciando a sus ídolos, confesaban su santo nombre y querían servirle también. Vemos aquí la eficacia de la penitencia del cuerpo unida a la del corazón para doblegar la ira divina: ¡cuánto pues debemos estimar las prácticas que la Iglesia nos impone en estos días y reformar las falsas ideas que una mística racionalista y débil nos hubieran podido inspirar! 

LECCIÓN DE CONFIANZA. — Esta lectura era al mismo tiempo, motivo de esperanza y de confianza para los catecúmenos cuya iniciación estaba próxima. En ella aprendían a conocer la misericordia del Dios de los cristianos, cuyas amenazas son terribles y que, a pesar de todo, no sabe resistir al arrepentimiento de un corazón que renuncia al pecado. Salidos del paganismo, de esta Nínive profana, aprendían por este relato que el Señor, aún antes de enviar su Hijo al mundo, invitaba a los hombres a formar parte de su pueblo; y pensando en los obstáculos que sus padres tuvieron que vencer para recibir la gracia que les estaba prometida y perseverar en ella, bendecían al Dios salvador que por su encarnación, su sacrificio, sus sacramentos y su Iglesia se dignó poner tan cerca de nosotros esta salvación que es la única fuente tanto para el mundo antiguo como para el nuevo. Los penitentes públicos tomaban con esta lectura nuevos ánimos para esperar el perdón. Dios había tenido misericordia de Nínive, la ciudad pecadora y condenada: se dignará, pues, aceptar su penitencia, y revocar en favor suyo el decreto de su justicia. 

EVANGELIO 

Continuación del santo Evangelio según S. Juan. 



En aquel tiempo los príncipes y los fariseos enviaron unos ministros para que prendiesen a Jesús. Díjoles entonces Jesús: Todavía estaré con vosotros un poco de tiempo: y me iré al que me ha enviado. Me buscaréis, y no me hallaréis: y, adonde yo voy, vosotros no podréis ir. Dijeron entonces los judíos entre sí: ¿Dónde se irá éste, para que no le encontremos? ¿Acaso se irá a los gentiles, dispersos por el mundo, para predicarles? ¿Qué significa eso que ha dicho: Me buscaréis, y no me encontraréis: y, adonde yo voy, vosotros no podréis ir? Y el último día de la fiesta, el más solemne, se presentó a Jesús, y clamaba, diciendo: El que tenga sed, que venga a mí, y beba. Del seno del que crea en mí fluirán, como dice la Escritura, ríos de agua viva. Dijo esto, aludiendo al Espíritu que habían de recibir los creyentes en Él. 
  
TEMOR DEL ENDURECIMIENTO. — Los enemigos del Salvador no sólo han pensado lanzarle piedras; hoy quieren quitarle la libertad, y envían esbirros para prenderle. En esta ocasión Jesús no juzga oportuna la huida; ¡pero qué terribles palabras les dirige!: "Voy al que me envió; vosotros me buscaréis pero no me encontraréis." El pecador que durante mucho tiempo ha abusado de la gracia, en castigo a su ingratitud y desprecios, tal vez no pueda encontrar a este Salvador con quien ha querido romper. Antíoco, humillado por la mano de Dios, oró y no fue oído. Después de la muerte y resurrección de Jesús, mientras la Iglesia extendía sus raíces por el mundo, los judíos, que crucificaron al Justo, buscaban al Mesías en cada uno de los impostores que se levantaban entonces en Judea, y causaron tumultos que llevaría la ruina de Jerusalén. Cercado por todas las partes por la espada de los romanos y por las llamas del incendio que devoraba el templo y los palacios, clamaban al cielo, y suplicaban al Dios de sus padres que enviase, según su promesa, al Salvador esperado; ni se les ocurrió que este libertador se había manifestado a sus padres, aún a algunos de ellos, que le habían matado, y que los apóstoles habían ya llevado su. nombre hasta los confines de la tierra. Esperaron aún hasta el momento en que la ciudad deicida se derrumbó sobre los que no habían inmolado la espada del vencedor; los supervivientes fueron arrastrados a Roma para adornar el triunfo de Tito. Si se les hubiese preguntado que es lo que esperaban, habrían respondido que al Mesías. Vana esperanza: el tiempo había pasado. Temamos que la amenaza del Salvador se cumpla en muchos de los que dejarán pasar esta Pascua sin volver a la misericordia de Dios; roguemos y pidamos que no caigan en las manos de una justicia, cuyo arrepentimiento demasiado tardío e imperfecto no doblegará. 

EL AGUA VIVA. — Pensamientos más consoladores nos sugiere el relato del Evangelio. Almas fieles, almas penitentes, escuchad; Jesús habla para vosotras: "si alguno tiene sed, venga a Mí y beba". Recordad la oración de la infeliz samaritana: "Señor dame siempre de esta agua." Esta agua es la gracia divina; abrevaos de las aguas de las fuentes del Salvador que había anunciado el profeta. Esta agua da la pureza al alma manchada, fortaleza al alma lánguida, amor al que se siente tibio. Más aún, el Salvador añade: "el que cree en mí, se convertirá él mismo en fuente de aguas vivas"; porque el Espíritu Santo vendrá sobre él y entonces el fiel derramará sobre los demás la gracia que ha recibido en abundancia. ¡Con qué gozo tan santo oía leer el catecúmeno estas palabras que le prometían que su sed sería por fin apagada en la divina fuente! El Salvador ha querido serlo todo para el hombre regenerado: luz que disipa sus tinieblas, pan que le alimenta, viña que le da su uva, en fin agua corriente que refresca sus ardores. 

ORACIÓN 

Concede, Señor, a tu pueblo la salud del alma y del cuerpo: para que, practicando las buenas obras, merezca ser defendido siempre con tu protección. Por el Señor. 


Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

LA PASIÓN Y LA SEMANA SANTA Cap. II Mística del Tiempo de Pasión y de Semana Santa.

MISTERIOS Y RITOS. — La Liturgia abunda en  misterios en estos días en que la Iglesia celebra los aniversarios de tan maravillosos acontecimientos; pero la mayor parte se encuentra en los ritos y ceremonias propias de cada día, que trataremos a medida que se presente la ocasión. Nuestro objetivo especial en estas páginas, es sólo decir algunas palabras sobre las costumbres dé la Iglesia en las dos semanas que han de seguir. 


EL AYUNO. — Nada tenemos que añadir a lo expuesto sobre el misterio de la Santa Cuaresma. El período de expiación continúa su curso normal hasta que el ayuno de los penitentes haya igualado la duración del que practicó el Hombre-Dios en el desierto. Los fieles de Cristo continúan combatiendo, con las armas espirituales, contra los enemigos de la salvación; asistidos por los ángeles de luz, luchan cuerpo a cuerpo contra los espíritus de las tinieblas, con las armas de la compunción, de corazón y la mortificación de la carne. 

Como ya hemos dicho, durante el tiempo de Cuaresma la Iglesia está preocupada de un modo especial por un triple motivo; la Pasión del Redentor cuya llegada hemos ido presintiendo de semana en semana; la preparación de los catecúmenos al bautismo que se les conferirá en la noche de Pascua; la reconciliación de los penitentes públicos a los cuales la Iglesia les recibirá de nuevo, el Jueves Santo. Cada día que pasase reaviva esta triple preocupación de la Iglesia. 

LA PASIÓN. — La resurrección de Lázaro en Betania, a las puertas de Jerusalén, ha colmado la rabia de sus enemigos. El pueblo ha quedado estupefacto al ver reaparecer por las calles de la ciudad al que había muerto hacía cuatro días; y se pregunta ¿acaso el Mesías ha de obrar mayores prodigios?, ¿no ha llegado el tiempo de cantar el Hosanna al Hijo de David? Muy pronto va a ser imposible represar el impetuoso entusiasmo de los hijos de Israel. Los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo ya no pueden perder ni un momento si es que quieren impedir las manifestaciones populares que van a proclamar a Jesús, Rey de los Judíos. Vamos asistir en estos días a sus infames conciliábulos. En ellos la Sangre del Justo va a ser puesta en venta y tasada en un precio irrisorio. La divina Víctima, entregada por uno de sus discípulos, será juzgada, condenada, inmolada; y las circunstancias de este drama no se reducirán a una simple lectura; la Liturgia las va a representar al vivo, ante los ojos del pueblo cristiano. 

LOS CATECÚMENOS. — Ya no les queda a los catecúmenos más que un poco de tiempo para desear el bautismo. Su instrucción se va completando día por día; las figuras del A. Testamento han ido pasando ante su vista; y pronto no les quedará nada que aprender acerca de los misterios de su salvación. Entonces se les dará a conocer el Símbolo de la fe. Iniciados en las exaltaciones y humillaciones del Redentor, esperarán con los fieles el momento de su resurrección; y nosotros les acompañaremos con ansiedad y alegría en aquella hora solemne en que después de sumergidos en la piscina de salvación y purificados de toda mancha por las aguas regeneradoras salgan puros y radiantes para recibir los dones del Espíritu Santo y participar de la carne sacrosanta del Cordero, que ya nunca más morirá. 

LOS PENITENTES.— La reconciliación de los penitentes se aproxima a pasos agigantados. Aún están en su labor expiatoria, vestidos de cilicio y ceniza. Las lecturas consoladoras que ya hemos escuchado continuarán leyéndoseles todavía para así refrescar sus almas más y más. La proximidad de la inmolación del Cordero acrecienta su esperanza; saben que la sangre de este Cordero es de una virtud infinita y que borra todos los pecados. Antes de la resurrección del Libertador, recobrarán la inocencia perdida; el perdón descenderá sobre ellos muy a tiempo, a fin de que ya puedan sentarse, como hijos pródigos ya felices, a la mesa del padre de familia el día en que se diga a los comensales: "He deseado ardientemente comer con vosotros esta Pascua." 

DUELO DE LA IGLESIA. — Tales son, en resumen, las grandiosas escenas que nos esperan; pero al mismo tiempo, vamos a ver a la Santa Iglesia abismarse más y más en las tristezas de su duelo. Hace poco lloraba los pecados de sus hijos; ahora llora la muerte de su esposo celestial. Desde hace mucho tiempo el Alelluia está desterrado de sus cánticos; hasta suprimirá la alabanza a la Trinidad Santa con que terminan los salmos. Si no honra a ningún santo, cuya fiesta se puede celebrar hasta el sábado de Pasión inclusive, la suprimirá, primero en parte, y, poco después, en absoluto, aún aquellas mismas palabras que repite con tanto gusto: "Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo." 

La lectura en los oficios de la noche están tomados de Jeremías. Los vestidos litúrgicos son del mismo color que en Cuaresma; pero en Viernes Santo el negro reemplazará al morado como quien llora una muerte, puesto que en esto su Esposo está verdaderamente muerto. Sobre él han recaído los pecados de los hombres y los rigores de la justicia divina, y han entregado su alma al Padre en medio de una horrorosa agonía. 

RITOS LITÚRGICOS. — En espera de esta hora la Iglesia manifiesta sus dolorosos presentimientos, cubriendo la imagen del divino Crucificado. La Cruz misma ha dejado de ser visible a las miradas de los fieles; está tapada por un velo '. Las imágenes de los santos no están visibles; es justo que el siervo se oculte cuando la gloria del Señor se eclipsa. Los intérpretes de la Liturgia nos enseñan que esta costumbre austera de velar la cruz en tiempo de Pasión expresa la humillación del Redentor, obligado a ocultarse para no ser apedreado por los Judíos, como leeremos en el Evangelio del Domingo de Pasión. La Iglesia ordena esta prescripción de velar las imágenes, desde el sábado a la hora de Vísperas, con tal rigor que, en los años en que la fiesta de la Anunciación de Nuestra Señora cae en la semana de Pasión, la imagen de María, Madre de Dios, permanece velada aún en el día en que el Ángel la saluda llena de gracia y bendita entre todas las mujeres. 


Del Año Litúrgico de Dom Guéranger


 

sábado, 1 de abril de 2017

LA PASION Y LA SEMANA SANTA Cap. I Historia del Tiempo de la Pasión y de la Semana Santa.

PREPARACIÓN A LA PASCUA. — Después de haber propuesto a la meditación de los fieles durante las cuatro primeras semanas de Cuaresma, el ayuno de Jesús en la montaña, ahora la Iglesia consagra a la consideración de los dolores del Redentor las dos semanas que nos separan aún de la fiesta de Pascua. No quiere que sus hijos se presenten en el día de la Inmolación del divino Cordero sin haber preparado sus almas con la meditación en los dolores que Él sufrió en nuestro lugar. Los más antiguos monumentos de la Liturgia, los Sacramentarios y los Antifonarios de todas las iglesias nos advierten por el tono de las oraciones, selección de las lecturas, sentido de todas las fórmulas santas que la Pasión de Cristo es, a partir de hoy el único pensamiento que debe embargar a los cristianos. Hasta el domingo de Ramos se podrán aún celebrar fiestas de santos durante la semana, mas ninguna solemnidad, de cualquier rito que sea, se podrá celebrar en el domingo de Pasión. 


Como datos históricos no tenemos ninguno en la primera semana de esta quincena; sus observancias son las mismas que las de las cuatro semanas precedentes. Remitimos, pues, al lector al capítulo siguiente, donde tratamos de las particularidades místicas del tiempo de Pasión en general. Pero, por el contrario, la segunda semana tiene muchos detalles históricos; pues ninguna época del año Litúrgico ha preocupado tanto a los cristianos, ni les ha proporcionado tan vivas manifestaciones de piedad. 

NOMBRES DADOS A LA ÚLTIMA SEMANA. — A esta semana se la tenía gran veneración ya en el siglo III, como se desprende de los testimonios contemporáneos de S. Dionisio de Alejandría. Desde el siglo siguiente, vemos se la llamaba la Gran Semana, en una homilía de S. Juan Crisóstomo: "De ningún modo, dice el santo Doctor, porque tenga más días que los demás, ni que los días tengan mayor número de horas, sino por la grandeza de los misterios que en ella se celebran ( Homilía 30 sobre el Génesis)". También se la llamaba Semana Penosa, a causa de los sufrimientos de Cristo y de los trabajos que exige su celebración; semana del Perdón, porque en ella se recibía a los pecadores a la penitencia; finalmente Semana Santa, a causa de la santidad de los misterios que se conmemoran en ella. Nosotros la llamamos con este nombre y es tan apropiado a esta Semana que por extensión se llaman también Santos a cada uno de los días que la componen; y así decimos, Lunes Santo, Martes Santo, etc... 


RIGOR DEL AYUNO. — La severidad del ayuno de Cuaresma se aumentaba antiguamente en estos últimos días, que eran como el supremo esfuerzo de la penitencia cristiana. La Liturgia, considerando la debilidad de las generaciones de nuestro tiempo, ha ido suavizando poco a poco estos rigores y, hoy en Occidente, no se distingue en el rigor esta semana de las precedentes. Mas las Iglesias de Oriente, fieles a las tradiciones de la antigüedad, continúan observando la abstinencia rigurosa, que desde el domingo de Quincuagésima, da el nombre de Xerophagia, a este largo período que solo permite comer alimentos secos. En cuanto al ayuno antiguamente se extendía a más allá de lo que permitían sus fuerzas humanas. Vemos por S. Epifanio ( Exposición de la fe, IX: Heres., XXII) que había cristianos que prolongaban el día de Pascua (En la mitad del siglo tercero se ayunaba en Alejandría toda la Semana, de una vez o a intervalos. Carta de S. Dionisio a Basilido, P. G. X, C. 1277.), desde el lunes por la mañana hasta el canto del gallo. Sin duda este esfuerzo sólo le podían hacer un corto grupo de fieles; los demás se contentaban con pasar sin tomar alimento, dos, tres, cuatro días consecutivos; pero el uso común era no comer desde el Jueves Santo por la tarde hasta la mañana del día de Pascua ( Esta costumbre es muy antigua, pues S. Ireneo hacia el año 200 habla de ella y también Eusebio en su Historia eclesiástica. CV, 24, P. G. XX, C. 501). Los ejemplos de este rigor no son raros aún en nuestros días, entre los cristianos de Oriente y en Rusia; dichoso si estas obras de una penitencia tan intrépida va siempre acompañada de una fime adhesión a la fe y a la unidad de la Iglesia.


PROLONGACIÓN DE LAS VIGILIAS. — El prolongar las vigilias durante la noche en la iglesia fue también una de las características de la Semana Santa en la antigüedad. El Jueves Santo, después de haber celebrado los divinos misterios en recuerdo de la última cena del Señor, el pueblo perseveraba durante largo tiempo en oración. La noche del Viernes al Sábado se pasaba casi toda entera en Vigilia, con el fin de honrar la sepultura de Cristo (S. Juan Crisóst., Homilía 30 sobre el Génesis); pero la más larga de todas las vigilias era la del Sábado, que duraba hasta por la mañana del día de Pascua. Todo el pueblo tomaba parte; asistía a la última preparación de los Catecúmenos, presenciaba la administración del bautismo y la asamblea no se dispersaba hasta después de haber celebrado el Santo Sacrificio que se terminaba al salir el sol. 


SUSPENSIÓN DEL TRABAJO. — Durante toda la Semana Santa los fieles interrumpían las obras serviles; la ley civil apoyaba la ley eclesiástica para conseguir que se suspendiese el trabajo y el comercio para expresar de un modo tan imponente el duelo de la cristiandad. La idea del sacrificio y de la muerte de Cristo era el pensamiento de todos; se suspendían las relaciones ordinarias; los oficios divinos y la oración absorbían toda la vida moral, al mismo tiempo que el ayuno y la abstinencia reclamaban todas las fuerzas corporales. Fácilmente se comprende la impresión que debía producir en el restante del año esta solemne interrupción de todo lo que preocupa a los hombres en su vida. Cuando se recuerda el rigor que observaban durante la Cuaresma, durante cinco semanas completas, se adivina la alegría con que esperaban las fiestas de Pascua; comunicaba a la vez la regeneración del alma y el alivio del cuerpo.
 

SUSPENSIÓN DE LOS TRIBUNALES. — Hemos recordado, en el volumen anterior, las disposiciones del Código de Teodosio que prescribía suspender todos los procesamientos y diligencias cuarenta días antes de Pascua. La ley de Graciano y de Teodosio sobre este asunto dada en el 380, la amplió Teodosio en el 389 y la acomodó a los días que celebramos por medio de un nuevo decreto que prohibía incluso los pleitos durante los siete días que precedían a la fiesta de Pascua y los siete siguientes. 

En las Homilías de S. Juan Crisóstomo y en los sermones de S. Agustín se encuentran muchas alusiones referentes a esta nueva ley; declaraba que todos los días de esta quincena gozarían en adelante, en todos los tribunales, del privilegio del Domingo. 

EL PERDÓN DE LOS PRÍNCIPES. — Mas los príncipes cristianos no se limitaban a suspender la justicia humana en estos días de misericordia, querían también honrar sensiblemente a la bondad paternal de Dios, que se dignó perdonar al mundo pecador, mediante los méritos de su Hijo inmolado. La Iglesia va a recibir de nuevo a los pecadores, después de haberles roto las cadenas del pecado del que eran esclavos. Los príncipes cristianos se sentían orgullosos de imitar a su Madre; mandaban abrir los calabozos y poner en libertad a los desgraciados que gemían bajo el peso de las sentencias dadas por los tribunales de la tierra. Sólo se exceptuaban los criminales, cuyos delitos se relacionaban gravemente con la familia y la sociedad. El gran nombre de Teodosio es elogiado entusiastamente por eso. Cuenta S. Juan Crisóstomo (Sexta Homilia al pueblo de Antioquía) que este emperador enviaba a las ciudades indultos ordenando que se pusiese en libertad a los prisioneros y perdonando la vida a los condenados a muerte; para que de este modo santificasen los días que precedían a la fiesta de la Pascua. Los emperadores posteriores convirtieron en ley esta disposición; así lo dice S. León en uno de sus Sermones: "Los emperadores romanos observan ya desde hace mucho tiempo esta santa institución, mediante la cual se les veía, en honra de la Pasión y Resurrección del Señor, humillar los emblemas de su poder, suavizar la severidad de sus leyes y perdonar a un gran número de reos; con este perdón querían mostrarse imitadores de la bondad divina en estos días, en que se dignó salvar al mundo. Que el pueblo cristiano imitase a su vez a sus príncipes y que su ejemplo sea un estímulo para que las personas se perdonen mutuamente, pues las leyes familiares no deben ser más rigurosas que las leyes públicas. Por lo cual se deben remitir las injusticias, romper las cadenas, perdonar las ofensas, sofocar los resentimientos, a fin de que por parte de Dios como del hombre, todo contribuya a restablecer en nosotros la inocencia de vida que conviene a la solemnidad que esperamos ( Sermón 400, sobre la Cuaresma)" 

Esta amnistía cristiana no sólo se halla decretada en el Código de Teodosio; encontramos también vestigios en los monumentos del derecho público de nuestros padres. En algunas naciones de Europa, Bélgica, Francia, España se han observado estas leyes desde muy antiguo; los reyes y emperadores mandaban abrir las puertas de las cárceles a gran número de prisioneros los días que precedían a la fiesta de la. Pascua. En España en la ceremonia de la solemne adoración de la Cruz, el Viernes Santo, el Rey indultaba algunos reos condenados a muerte. Loable costumbre que se conservó hasta los últimos tiempos de la monarquía española. 

LA VERDADERA IGUALDAD Y FRATERNIDAD. — Las revoluciones que se han sucedido sin interrupción desde hace más de cien años han tenido el decantado resultado de secularizar a las naciones; es decir, que han borrado de nuestras costumbres públicas y de nuestra legislación todo lo que habían adquirido por la influencia del espíritu sobrenatural del Cristianismo. Se ha pregonado a los cuatro vientos que todos los hombres son iguales. Hubiera sido inútil tratar de convencer de esta verdad a los pueblos cristianos en aquellos siglos de fe, en que veían a sus príncipes, al acercarse las grandes solemnidades donde la justicia y la misericordia divinas se representaban tan vivamente, abdicar, por decirlo así, de su cetro, aceptar sumisos el castigo de sus culpas, y acercarse al banquete pascual de la fraternidad cristiana, al lado de los hombres aherrojados por ellos mismos en nombre de la sociedad, unos días antes. El pensamiento de un Dios, a cuyos ojos todos los hombres son pecadores, de un Dios de quien solamente proceden la justicia y el perdón, embargaba, estos días a las naciones; se podría verdaderamente fechar los días de Semana Santa con aquellas palabras que ostentan algunos diplomas de estos tiempos de fe: "Bajo el Reinado de Nuestro Señor Jesucristo; Regnante Domino Nostro Jesu Christo." 


¿Se negarían acaso los súbditos a aceptar el yugo de la sumisión después de haber salido de estos días de santa igualdad cristiana? ¿Pensarían en aprovechar una ocasión para redactar las fórmulas de los Derechos del Hombre? De ninguna manera; el mismo pensamiento que había humillado delante de la Cruz del Salvador a los potentados de la justicia legal, manifestaba al pueblo la obligación de obedecer a los poderes establecidos por Dios, Dios era el móvil que subyugaba a los hombres bajo el poder y el que otorgaba el mismo poder; las dinastías podían sucederse sin que disminuyera el respeto cordial a la autoridad. Hoy la Liturgia no puede imponerse a la sociedad de este modo; la religión está como refugiada, como en secreto, en el fondo de las almas fieles, las instituciones políticas no son sino la expresión del orgullo humano que quiere mandar y se niega a obedecer. ¡Y sin embargo, la sociedad del siglo IV que producía como fruto espontáneo del espíritu cristiano estas leyes misericordiosas que acabamos de enumerar, era todavía medio pagana! La nuestra está fundada por el cristianismo; porque sólo él pudo civilizar a los bárbaros, ¡y nosotros llamamos progreso a este caminar hacia atrás, contra todas las garantías de orden, paz y moralidad que la religión inspiró a los legisladores antiguos! ¡Cuándo renacerá la fe de nuestros padres, la única capaz de restablecer las naciones sobre sus quicios! ¿Cuándo darán por terminadas los sabios del mundo esas utopías humanas que no tienen otro objeto que lisonjear las pasiones funestas que Jesucristo reprueba tan enérgicamente en los misterios que celebramos en estos días? 

ABOLICIÓN DE LA ESCLAVITUD. — Si el espíritu de caridad y el deseo de imitar la misericordia divina movían a los emperadores cristianos a dar la libertad a sus prisioneros, no podían menos de interesarse también por la suerte de los esclavos, en estos días en que Jesucristo se dignó rescatarnos con su sangre. La esclavitud, hija del pecado e institución fundamental del mundo antiguo, fue herida de muerte por la predicación del Evangelio; pero estaba reservado a los particulares extenderlo poco a poco por medio de la aplicación del principio de la fraternidad cristiana. Del mismo modo que Jesucristo y los apóstoles no exigieron la abolición inmediata de la esclavitud; así los príncipes cristianos limitáronse a favorecer esta abolición en sus legislaciones. Encontramos una prueba de ello en el Código de Justiniano, donde después de prohibir los procesos judiciales durante la Semana Santa y la de Pascua, añade esta disposición; "Sin embargo está permitido conceder la libertad a los esclavos; y cualquiera de los actos necesarios a su liberación no será reputado contrario a la ley" (Cod. 1. III. tit XII, de feriis, Leg. 8). Por lo demás, Justiniano, por esta disposición caritativa, no hacía más que aplicar a la quincena de Pascua, la ley misericordiosa que había publicado Constantino al día siguiente del triunfo de la Iglesia; ley por la cual se prohibía todo procesamiento en domingo, excepto aquellos que tenían como fin la libertad de los esclavos. 


Mucho tiempo antes de la de Constantino la Iglesia había pensado ya en los esclavos en estos días en que se celebra los misterios de la redención del mundo. Sus Patronos cristianos debían dejarles gozar de un reposo completo durante esta sagrada quincena. Tal es la ley canónica formulada en las Constituciones Apostólicas cuya compilación es anterior al siglo IV: "Durante la Santa Semana que precedía al día de Pascua —se dice allí—y durante toda la siguiente, los esclavos deben descansar, porque la primera es la semana de la Pasión del Señor, y la otra, la de la Resurrección, y los siervos tienen necesidad de ser instruidos en estos misterios ( Constituciones Apostólicas. I, VIII, C. XXXIII)". 

LAS OBRAS DE CARIDAD. — En fin la última manifestación del carácter espiritual de los días en que vamos a entrar es la limosna y las obras de misericordia, en que nos debemos ejercitar más que nunca. S. Juan Crisóstomo nos cuenta que, en tiempo, se obraba así, y hace notar, con elogios que los fieles redoblaban sus larguezas para con los pobres a fin de asemejarse en algo a la munificencia divina que va a extender, sin medida, sus beneficios, sobre el pecador. 



Año Litúrgico de Dom Guéranger

 




DOMINGO DE PASIÓN. Del Año Litúrgico de Dom Guéranger.

"Si oís, hoy, la voz del Señor, no endurezcáis vuestros corazones." 

ENSEÑANZA DE LA LITURGIA. — La Iglesia da comienzo hoy en el oficio de la noche por estas graves palabras del Rey profeta. Antiguamente, los fieles consideraban un deber el asistir a los oficios nocturnos al menos los domingos y días festivos; tenían en mucho el no perder las enseñanzas que encierra la Liturgia. Pero los siglos pasaron y la casa de Dios no era frecuentada con la asiduidad que constituía el gozo de nuestros padres. Poco a poco se fueron perdiendo las costumbres y el clero dejó de celebrar públicamente los oficios que no eran concurridos. Fuera de los cabildos y monasterios no se oye ya el conjunto tan armonioso de la alabanza divina, y las maravillas de la Liturgia sólo son conocidas de una manera incompleta. 


LLANTO DEL SEÑOR. — Por esta razón nos hemos movido a poner ante la consideración de nuestros lectores ciertos rasgos de algunos oficios que de otro modo quedarían para ellos como si no existiesen. ¿Qué más propio hoy para movernos que este aviso, tomado de David, que la Iglesia nos dirige y que repetirá en todos los maitines hasta el día de la Cena del Señor? Pecadores, nos dice, este día en que se deja oír la voz lastimera del Redentor, no seáis enemigos de vosotros mismos, dejando vuestros corazones endurecidos. El Hijo de Dios os da la última y la más viva muestra del amor por el cual descendió del cielo; su muerte está cercana; ya se prepara el madero en el que será inmolado el nuevo Isaac; entrad en vosotros mismos y no permitáis, que vuestro corazón conmovido, tal vez, un momento, vuelva a su dureza ordinaria. Habría en ello el mayor de los peligros. Estos aniversarios tienen la virtud de renovar a las almas cuya fidelidad coopera a la gracia que les ha sido ofrecida; mas acrecienta la insensibilidad en aquellos que los pasan sin arrepentirse. "Si, pues, oís hoy la voz del Señor no endurezcáis vuestros corazones." 


ULTIMOS DÍAS DE LA VIDA PÚBLICA DE JESÚS. — Durante las semanas precedentes hemos visto crecer cada día la malicia de los enemigos del Salvador. Su presencia, su vista les irrita y se siente que este odio reprimido aguarda el momento propicio para estallar. La bondad, la dulzura de Jesús continúa seduciendo las almas puras y rectas; al mismo tiempo la humildad de su vida y la inflexible pureza de doctrina humilla más y más al judío soberbio que sueña con un Mesías conquistador, y al fariseo que no tiene escrúpulos en traspasar las leyes para hacer de ellas un instrumento de sus pasiones. Sin embargo, Jesús continúa el curso de sus milagros; sus discursos están llenos de energía desconocida; sus profecías amenazan a la ciudad y al templo famoso de los que no quedarán piedra sobre piedra. Los doctores de la ley deberían, al menos reflexionar, examinar sus obras maravillosas que dan testimonio al Hijo de David, y releer tantos oráculos divinos cumplidos hasta ahora con la más absoluta fidelidad. ¡Ay! estos oráculos se deben cumplir hasta la última tilde. David e Isaías no hicieron sino predecir las humillaciones y los dolores del Mesías, que estos hombres ciegos no durarán en realizar. 


OBSTINACIÓN DE LA SINAGOGA Y DEL PECADOR. — En ellos se cumple esta palabra: "al que blasfema contra el Espíritu Santo, no se le perdonará el pecado ni en esta vida ni en la otra (8. Mat. XII, 32)". La Sinagoga corre a la maldición. Obstinada en su error, no quiere escuchar, ni ver nada; ha torcido su juicio a su gusto; ha apagado en sí misma la luz del Espíritu Santo y vamos a verla descender por todos los grados de la aberración hasta el abismo. Triste espectáculo que se encuentra todavía, con mucha frecuencia, en nuestros días, en los pecadores que a fuerza de resistir a la luz de Dios, ¡acaban por encontrar reposo en las tinieblas! Y no nos extrañemos de encontrar en otros hombres la conducta que observamos en los actores del drama que se va a cumplir. La historia de la Pasión del Hijo de Dios nos proporcionará más de una lección sobre los secretos del corazón humano y sus pasiones. No puede ser de otra manera; porque lo que ocurre en Jerusalén se renueva en el corazón del pecador. Este corazón es un Calvario, sobre el que según el Apóstol, Jesucristo es sacrificado con frecuencia. La misma ingratitud, la misma ceguera, el mismo furor; con la diferencia de que el pecador, cuando es iluminado por la fe, conoce a quien crucifica, mientras que los judíos, como dice San Pablo, no conocían como nosotros al Rey de la gloria ( Cor., 2, 8) a quien clavamos en la Cruz. Siguiendo los relatos evangélicos que de día en día, van a ponerse ante nuestros ojos, deben indicarnos que nuestra indignación contra los judíos debe tornarse también contra nosotros y nuestros pecados. Lloremos los dolores de nuestra víctima, a la que nuestros pecados han obligado a soportar, tal sacrificio. 


LA OCULTACIÓN DE JESÚS. — En este momento todo convida al duelo. Sobre el altar, ha desaparecido hasta la Cruz bajo un velo y las imágenes de los santos están cubiertas; la Iglesia está a la expectativa de la más grande desgracia. Sólo nos recuerda en este tiempo la penitencia del Hombre-Dios; y tiembla pensando en los peligros de que está rodeado. Muy pronto leeremos en el Evangelio que el Hijo de Dios ha estado apunto de ser lapidado como un blasfemo; pero su hora no había llegado aún. Tuvo que huir y esconderse. ¡Todo un Dios se esconde para huir de la cólera de los hombres! ¡Qué contraste! ¿Será por debilidad o por miedo a la muerte? Sólo pensarlo sería una blasfemia; no tardaremos en verle presentarse ante sus enemigos. Si ahora evita el furor de los judíos es por no haberse cumplido aún lo que dijeron los profetas sobre Él. Por otra parte no debe morir a pedradas sino sobre el madero maldito que, en adelante, se convertirá en el árbol de la vida. 


ADÁN Y JESÚS. — Humillémonos, al ver que el Creador del cielo y de la tierra tiene que substraerse a las miradas de los hombres, para huir de su cólera. Pensemos en el día del primer crimen en el que Adán y Eva, pecadores, se escondieron también por que se vieron desnudos. Jesús ha venido para darles la seguridad del perdón: y he aquí que se oculta; no por que esté desnudo, Él que es para sus Santos el vestido de santidad y de inmortalidad, sino por que se ha hecho débil, para darnos fortaleza. Nuestros primeros padres quisieron esconderse de la mirada de Dios; Jesús se oculta ante los hombres; pero no será siempre así. Día vendrá en que los pecadores, ante quienes parece que huye hoy, suplicarán a las rocas y montañas, que caigan sobre ellos y les sustraigan de su vista; pero su petición será estéril. "Verán al Hijo del hombre sentado sobre las nubes del cielo, con poderosa y soberana majestad" (8. Mateo, XXIV, 30). 


Este Domingo se llama Domingo de Pasión porque la Iglesia comienza hoy a ocuparse especialmente de los sufrimientos del Redentor. Se le llama también Domingo Júdica, por comenzar con esta palabra el Introito de la Misa; finalmente Domingo de la Neomenia es decir de la luna nueva pascual por que siempre cae después de la luna nueva que sirve para fijar la fiesta de la Pascua. 

En la iglesia griega, este Domingo, no tiene otro nombre que el Domingo V de los Santos Ayunos. 

MISA 

En Roma la estación se celebra en la basílica de S. Pedro. La importancia de este Domingo, que no cede su puesto a ninguna otra fiesta, por solemne que sea, exigía que la reunión de los fieles tuviese lugar en uno de los más augustos santuarios de la ciudad eterna. 


El Introito está compuesto del Salmo XLII. El Mesías implora el juicio de Dios y protesta contra la sentencia que los hombres van a dictar contra él. Demuestra al mismo tiempo su esperanza en el socorro de su Padre, que después de la prueba le admitirá triunfante en su gloria. 

INTROITO 

Júzgame tú, oh Dios, y separa mi causa de la de un pueblo no santo: líbrame del hombre inicuo y falaz: porque tú eres mi Dios y mi fortaleza.-—Salmo: Envía tu luz, y tu verdad: ellas me guiarán, y conducirán hasta tu santo monte, y hasta tus tabernáculos.— Júzgame tú... 
 
En adelante sólo se dice Gloria Patri en las Misas de las fiestas; pero se repite el Introito. 


En la Colecta, la Iglesia pide para sus fieles la completa reforma que el santo tiempo de Cuaresma está llamado a reproducir, y que debe someter a la vez los sentidos al espíritu y preservar a éste de las ilusiones y seducciones a que ha estado muy sujeto hasta ahora.

COLECTA 

Suplicámoste, oh Dios omnipotente, mires propicio a tu Familia: para que, con tu ayuda, sea regida en el cuerpo y, con tu protección sea custodiada en el alma. Por el Señor. 

EPÍSTOLA 

Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Hebreos. Hermanos: Cristo el es Pontífice de los bienes futuros, el cual penetró una vez en el santuario a través de un tabernáculo más amplio y perfecto, no hecho a mano, es decir, no de creación humana, y no con la sangre de cabritos y toros, sino por medio de su propia sangre, después de haber obrado la Redención eterna. Si, pues, la sangre de cabritos y de toros, y la aspersión de la ceniza de la ternera (sacrificada) santifican con la limpieza de la carne a los manchados: ¿cuánto más la Sangre de Cristo, que se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios, por medio del Espíritu Santo, purificará nuestra conciencia de las obras muertas, para servir al Dios viviente? Por eso es Él el Mediador del Nuevo Testamento: a fin de que, por su muerte, ofrecida en redención de las prevaricaciones cometidas bajo el Viejo Testamento, reciban los llamados la prometida y eterna herencia en Jesucristo. Nuestro Señor. 

 
LA SALVACIÓN EN LA SANGRE DE UN DIOS.— El hombre sólo puede ser rescatado, por la sangre. La divina majestad ultrajada sólo se aplacará por el exterminio de la criatura rebelde cuya sangre derramada sobre la tierra con su vida dará testimonio de su arrepentimiento y de su completa sumisión ante aquel contra quien se rebeló. De otro modo la justicia de Dios se compensará por el suplicio eterno del pecador. Todos los pueblos así lo han entendido, desde la sangre de los corderos de Abel hasta la que corría a torrentes en las hecatombes de Grecia, y en las innumerables inmolaciones con que Salomón inauguró la dedicación del templo. Sin embargo, dice Dios: "Escucha, Israel, yo soy tu Dios. No te reprendo por tus sacrificios: pues tengo siempre ante mí tus holocaustos; yo no tomo de tu casa el recental, ni de tus rebaños tus carneros. ¿Acaso no son míos todos estos animales? Si tubiere hambre no acudiría a ti, porque mío es el mundo y todo lo que contiene. ¿Es que tengo que comer carne de tus toros, o tendré que beber sangre de tus cabritos? ( Salmo, XLIX)." Así Dios ordena los sacrificios sangrientos, y declara que no son nada a sus ojos. ¿Hay contradición? No: Dios quiere a la vez que el hombre entienda que no puede ser rescatado más que por la sangre, y que la sangre de los animales es muy grosera para obrar este rescate. ¿Será la sangre del hombre la que aplaque la justicia divina? De ningún modo : la sangre del hombre es impura y está manchada; además es incapaz de compensar el ultraje hecho a Dios. Es necesaria la sangre de un Dios. Y Jesús se ofrece a derramar la suya. 


En Él va a cumplirse la mayor figura de la ley antigua. Una vez al año, el sumo Sacerdote entraba en el Santa-Santorum, a orar por el pueblo. Se ponía detrás del velo, de cara al Arca Santa; se le otorgaba este favor con la condición de que entrase en este sagrado recinto llevando en sus manos la sangre de la víctima que acababa de inmolar. Estos días, el Hijo de Dios Sumo Sacerdote por antonomasia, va a hacer su entrada en el cielo, y nosotros iremos en pos de Él; mas se necesita para esto que se presente con sangre, y esta sangre no puede ser otra que la suya. Vamos a ver cumplir esta prescripción divina. Abramos pues, nuestros corazones, a fin de que "los purifique de las obras muertas, como nos acaba de decir el Apóstol, y sirvamos en lo sucesivo al Dios vivo." 

El Gradual está tomado del Salterio; el Salvador pide verse libre de sus enemigos y apartado de la rabia de un pueblo amotinado contra Él; pero al mismo tiempo acepta cumplir la voluntad de su Padre, por quien será vengado. 

GRADUAL 

Líbrame, Señor, de mis enemigos: enséñame a cumplir tu voluntad. V. Tú, Señor, que me has librado de las gentes iracundas, me exaltarás sobre los que se levanten contra mí: me librarás del hombre inicuo. 

En el Tracto, sacado del mismo texto, el Mesías, con el nombre de Israel, se queja del furor de los judíos que le han perseguido desde su juventud, y se apresuran a hacerle sufrir cruel flagelación. Anuncia a la vez los castigos que el deicidio atraerá sobre ellos.  

TRACTO 

Mucho me han angustiado desde mi juventud. V. Dígalo ahora Israel: mucho me han angustiado desde mi juventud. V. Mas no prevalecieron contra mí: sobre mis espaldas araron los pecadores. V. Prolongaron sus iniquidades: pero el Señor cortó las cervices de los pecadores. 

EVANGELIO

Continuación del santo Evangelio Según S. Juan. 



En aquel tiempo, decía Jesús a las turbas de los judíos: ¿Quién de vosotros me argüirá de pecado? Si os digo la verdad, ¿por qué no me creéis? El que es de Dios, oye las palabras de Dios. Pero vosotros no las oís, porque no sois de Dios. Respondieron entonces los judíos, y dijéronle: ¿No decimos con razón que eres un samaritano, y que tienes el demonio? Respondió Jesús: Yo no tengo el demonio, sino que glorifico a mi Padre, y vosotros le deshonráis. Pero yo no busco mi gloria: hay quien la busque, y la juzgue. En verdad, en verdad os digo: Si alguien observare mis palabras, no morirá eternamente. Dijéronle entonces los judíos: Ahora conocemos que tienes el demonio. Abraham murió, y también los Profetas: y tú dices: Si alguien observare mis palabras, no morirá eternamente. ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Abraham, que murió? Y los profetas también murieron. ¿Por quién te tienes a ti mismo? Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria no es nada: es mi Padre quien me glorifica, el que vosotros llamáis Dios vuestro, y no le habéis conocido: pero yo le he conocido: y, si dijera que no le he conocido, sería semejante a vosotros, mentiroso. Pero yo le conozco, y observo sus palabras. Abraham, vuestro Padre, anheló ver mi día: viólo, y se alegró. Dijéronle entonces los judíos: ¿Aún no tienes cincuenta años, y viste a Abraham? Díjoles Jesús: En verdad, en verdad os digo: Antes de que Abraham existiera, ya existía yo. Tomaron entonces piedras, para lanzarlas contra Él: pero Jesús se escondió, y salió del templo. 
 
ENDURECIMIENTO DE LOS JUDÍOS. — El furor de los judíos ha llegado al colmo, y Jesús se ve obligado a huir ante ellos. Pronto le matarán; mas ¡qué diferente es su suerte de la suya! Por obediencia a los decretos de su Padre celestial, por amor a los hombres, se entregará en sus manos, y le darán muerte, pero saldrá victorioso del sepulcro; subirá a los cielos, e irá a sentarse a la diestra de su Padre. Ellos, por el contrario, después de saciar su furor dormirán sin remordimientos hasta el terrible despertar que les está preparado. Se palpa que la reprobación de estos hombres será eterna. Ved con qué severidad les habla el Salvador: "Vosotros no escucháis la palabra de Dios porque no sois de Dios." No obstante esto hubo un tiempo en que fueron de Dios: porque el Señor da a todos su gracia; pero ellos han hecho estéril esta gracia; se agitan en las tinieblas y ya no verán la luz que han rechazado. "Decís que Dios es vuestro Padre; pero no le conocéis." A fuerza de desconocer al Mesías, la Sinagoga ha llegado a no conocer también al mismo Dios único y soberano, cuyo culto la enorgullece; en efecto, si conociese al Padre, no rechazaría al Hijo. Moisés, los Salmos, los Profetas, son para ella letra muerta, y estos libros divinos pasarán muy pronto entre las manos de los pueblos, que sabrán leerlos y comprenderlos. "Si yo dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros." Por la dureza del lenguaje de Jesús se adivina ya la cólera del juez que bajará el último día para estrellar contra la tierra la cabeza de los pecadores. "Jerusalén no conoció el tiempo de su visita; el Hijo de Dios salió a su encuentro y tiene ella la desvergüenza de decirle que está poseído del demonio." Echa en cara al Hijo de Dios al Verbo eterno, que prueba su origen por los prodigios más evidentes, que Abrahán y los Profetas son mayores que Él. ¡Extraña ceguera que procede del orgullo y de la dureza de corazón! La Pascua está próxima; estos hombres comerán religiosamente el cordero simbólico; saben que este cordero es una figura que debe realizarse. El cordero verdadero será inmolado por sus manos sacrilegas y no lo reconocerán. La sangre derramada por ellos no les salvará. Su desgracia nos lleva a pensar en tantos pecadores endurecidos para los cuales la Pascua de este año será tan estéril de conversión como los años precedentes; redoblemos nuestras oraciones por ellos, y pidamos que la sangre divina que pisan con los pies no clame contra ellos delante del trono del Padre celestial. 


En el Ofertorio, el cristiano, lleno de confianza en los méritos de la sangre que le ha rescatado hace suyas las palabras de David para alabar a Dios, y para reconocerle como autor de la vid a nueva cuya fuente inagotable es el sacrificio de Jesucristo. 

OFERTORIO 

Te alabaré, Señor, con todo mi corazón: retribuye a tu siervo: viva yo, y guarde tus palabras: vivifícame, según tu palabra, Señor. El sacrificio del Cordero sin mancilla ha producido en el pecador dos efectos; ha roto sus cadenas y le ha hecho objeto de las complacencias del Padre celestial. La Iglesia pide en la secreta, que el sacrificio que va a ofrecer para reproducir el de la Cruz, obtenga en nosotros los mismos resultados. 

SECRETA 

Suplicámoste, Señor hagas que estos presentes nos libren de los vínculos de nuestra depravación y nos grangeen los dones de tu misericordia. Por Nuestro Señor Jesucristo. Amén. 

La antífona de la comunión está formada de las mismas palabras con que Jesucristo instituyó el sacrificio que se acaba de celebrar en el cual el sacerdote y los fieles participan en memoria de la Pasión cuyo recuerdo y mérito infinito ha renovado. 

COMUNIÓN 

Este es el Cuerpo que será entregado por vosotros; este Cáliz es el Nuevo Testamento en mi Sangre, dice el Señor: haced esto en memoria mía cuantas veces lo tomareis. 

En la poscomunión, la Iglesia pide a Dios conserve en los fieles los frutos de la visita que se ha dignado hacerle, entrando en ellos por la participación en los sagrados misterios. 

POSCOMUNIÓN 

Asístenos, Señor, Dios nuestro; y, a los que has recreado con tus Misterios, defiéndelos con tu perpetuo patrocinio. Por el Señor.


Año Litúrgico de Dom Guéranger