La Santa Iglesia, que, en el primer
domingo de Cuaresma nos ha propuesto la tentación de Jesucristo en el
desierto para tema de nuestra meditación, con el fin de instruirnos a
cerca de la naturaleza de nuestras propias tentaciones y del modo como
debemos vencerlas, nos manda leer hoy un pasaje del evangelio de San
Lucas, con cuya doctrina se propone completar nuestra instrucción, sobre
el poder y artificios de nuestros enemigos invisibles. En el tiempo de
Cuaresma el cristiano debe reparar el pasado y asegurar el porvenir; no
podrá dar cuenta de lo primero, ni defender eficazmente lo segundo, si
no tiene ideas claras sobre la naturaleza de los peligros en los que ha
sucumbido y los que aún le amenazan. Los antiguos liturgistas han visto
un rasgo de maternal sabiduría de la Iglesia, en la distinción con que
propone hoy a sus hijos esta lectura, que centraliza las enseñanzas del
día.
LA EXISTENCIA DEL DEMONIO. — Ciertamente seríamos los más ciegos y desgraciados de los hombres, si, rodeados como estamos de enemigos que trabajan furiosamente por perdernos y muy superiores a nosotros en fuerza y destreza, no hubiéramos pensado a menudo en su existencia, e incluso habérnoslo jamás imaginado. Sin embargo numerosos cristianos de nuestros días viven en este estado. "¡Cómo han disminuído las verdades entre los hijos de los hombres! (Ps.. XI, 2)" Este estado de indiferencia y olvido de un punto que las Sagradas Escrituras nos recuerdan en cada una de sus páginas es tan general que no es raro encontrar personas, para quienes la acción continua del demonio a nuestro rededor no es otra cosa sino una creencia gótica y popular que no tiene que ver nada con los dogmas de la religión. Todo lo que se cuenta en la historia de la Iglesia y vida de los Santos, para ellos es como si no existiera. Para ellos Satanás es una pura abstracción, en la que se ha personificado el mal.
¿Se
trata de explicar el pecado en ellos o en los demás? Os hablan de la
inclinación que tenemos al mal, del mal uso de nuestra libertad; y no
quieren ver que la doctrina de la Iglesia nos revela que en nuestras
prevaricaciones interviene un agente malvado, cuyo poder es igual al
odio que nos tiene. No obstante eso saben que Satanás condujo a nuestros
primeros padres al mal. Creen tuvo la osadía de tentar al Hijo de Dios
encarnado, que le llevó por los aires hasta el pináculo del templo y
desde allí a una encumbrada montaña. Leen también el Evangelio y creen
que uno de los infelices posesos que libró el Señor estaba asediado por
una legión entera de espíritus infernales como se vió al cumplir el
permiso obtenido de posesionarse de una piara de puercos y la
precipitaron al lago de Genesareth. Estos y otros mil hechos constituyen
el objeto de su fe; y con todo lo que oyen decir a cerca de su
existencia, de sus artificios, su destreza en reducir las almas les
parece cuento. ¿Son cristianos o han perdido el juicio? No es fácil
responder, sobre todo porque se les ve entregarse hoy día a consultas
sacrilegas del demonio, con la ayuda de los medios tomados de los siglos
del paganismo, sin recapacitar, ni mucho menos saber que cometen un
crimen que Dios, en la antigua ley, castigaba con la muerte y que la
legislación de todos los pueblos cristianos durante muchos siglos
castigó también con pena de muerte.
LA POSESIÓN DIABÓLICA. — Mas si hay algún tiempo del año en que los fieles deben meditar lo que la fe y experiencia nos enseñan a cerca de la existencia y artificios de los espíritus infernales, es ciertamente este tiempo en que estamos, durante el cual debemos reflexionar tanto sobre las causas de vuestros pecados, los peligros de nuestra alma, los medios para prevenirnos contra nuevas caídas y nuevos ataques. Escuchemos pues el Santo Evangelio. Primero nos enseña que el demonio se había apoderado de un hombre, y, a consecuencias de esta posesión, había quedado mudo. Jesús libra a este desgraciado y el haber recobrado el uso de la palabra demuestra que el enemigo ha sido arrojado. Así la posesión del demonio no sólo es un monumento de la misteriosa justicia de Dios; mas también puede producir efectos físicos en aquellos que son sus víctimas. La expulsión del espíritu maligno devuelve el uso de la lengua a aquel que gemía bajo sus garras. No insistimos ya más en la malicia de los enemigos del Salvador que quieren atribuir su poder en los demonios a la intervención de cualquier príncipe de la malicia infernal; sólo queremos probar el poder de los espíritus de las tinieblas sobre los cuerpos y combatir con el sagrado texto el racionalismo de algunos cristianos. Que aprendan a conocer el poder de nuestros adversarios y eviten no sean su presa, cegados por el orgullo de la razón. Desde la promulgación del Evangelio, el poder de Satanás sobre los cuerpos ha sido, limitado mediante la virtud de la Cruz, en los países cristianos; pero recobra nueva extensión si la fe y las obras de piedad cristiana disminuyen. De ahí nacen todos esos odios diabólicos, que con diversos nombres más o menos científicos, se cometen primero a ocultas, después pasan en cierta medida a las personas honradas y llegan a trastornar a la sociedad si Dios y la Iglesia no interpusieran un dique. Cristianos de nuestros días, acordaos que habéis renunciado a Satanás y guardaos de que una ignorancia culpable os arrastre a la apostasía. No es a un ser de razón a quien habéis renunciado en las fuentes bautismales sino a un ser real, temible y de quien el mismo Jesucristo nos dice que fue homicida desde el principio (S, Juan, VIII, 44).
LA LUCHA CONTRA SATANÁS. — Pero si debemos temer mucho el poder terrible que puede ejercer en nuestros cuerpos y evitar todo contacto con él en las prácticas que preside, y que son el culto a que aspira, también debemos temer su influencia en nuestras almas. Considerad cuánto le ha costado a la gracia divina arrojarle de vuestra alma. En estos días la Iglesia nos ofrece todos los medios para salir vencedores: el ayuno acompañado de la oración y la limosna. Tendréis paz y vuestro corazón, vuestros sentidos purificados, se transformarán en templos de Dios: Pero no vayáis a creer que ya habéis aniquilado a vuestro enemigo. Está irritado, la penitencia le ha expulsado de su dominio y ha jurado tantear todos los medios para apoderarse. Temed, pues, en la recaída en el pecado mortal y para fortificar en vosotros este temor saludable, meditad el contenido de las palabras de nuestro Evangelio.
El
Salvador nos enseña que este espíritu inmundo, arrojado de un alma,
anda vagando por los lugares áridos y desiertos. Le devora el verse
humillado y siente de antemano las torturas de este infierno que lleva
con él por todas partes del que quisiera distraerse si pudiera,
perdiendo a las almas que Jesucristo rescató. El Antiguo Testamento nos
habla de los demonios reunidos y que andan vagando por lugares
desiertos. Así el Arcángel San Rafael relegó a los desiertos del alto
Egipto al espíritu infernal que había hecho perecer a los siete maridos
de Sara (Tob., VIII, 3). Mas no siempre el enemigo del hombre se resigna
a vivir alejado de la presa que ambiciona. Le impulsa el odio como al
principio del mundo y se dice: "ya es hora que vuelva a la casa de donde
salí". Pero no vendrá solo; quiere salir victorioso y para conseguirlo
traerá, si es necesario, con él otros siete demonios peores aun que él.
¡Qué ataque prepara al alma si no está de sobreaviso y fortificada, si
la paz que Dios le ha vuelto no es una paz firme! El enemigo explora la
situación del lugar; con su habitual perspicacia examina los cambios que
se han obrado en su ausencia.
¿Qué
observa en esta alma con quien ha poco tenía amistad y su morada?
Nuestro Señor nos lo dice: el demonio la encuentra indefensa, pronto a
recibirle de nuevo; nada de resistencia. Parece que el alma ansiaba esta
nueva visita. Entonces el enemigo, para asegurar más su conquista va a
buscar refuerzos. El asalto está dado nada, se opone; y pronto en lugar
de un huesped infernal, el alma recibe un tropel; "y añade el Salvador,
el último estado de ese hombre es peor que el primero". Comprendamos el
consejo que nos da la Santa Madre Iglesia al darnos a leer este pasaje
del Evangelio.
Por
todas partes hay conversiones a Dios; muchas conciencias se van a
reconciliar y el Señor los va a perdonar sin medida; pero, ¿perseverarán
todos? Cuando el año próximo llegue de nuevo la Cuaresma y convoque a
los cristianos a la penitencia, todos estos que en estos días se van a
sentir arrancados del poder de Satanás mantendrán sus almas limpias y
libres de su yugo? Una triste experiencia no permite a la Iglesia
esperar tal consuelo. Muchos recaerán poco después de su rescate en los
lazos del pecado. ¡Oh, si se apoderase de ellos la justicia de Dios en
este estado! Sin embargo esta será la suerte de muchos, tal vez de un
gran número. Temamos, pues las recaídas; y para asegurar nuestra
perseverancia, sin la cual de nada nos sirvió el recuperar algunos días
la gracia de Dios, vigilemos en adelante, oremos, defendamos la
situación de nuestra alma, luchemos; y el enemigo desconcertado por la
tenacidad irá a otra parte avergonzado y furioso.
Del Año Litúrgico de Dom Guéranger
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