En este
día que es el último de la semana Mesonéstima, los griegos honran a S.
Juan Clímaco, el célebre Abad del monasterio del monte Sinaí, del siglo VI.
MISA
Pronto pasarán los setenta años de la cautividad. Todavía un poco de tiempo y los desterrados volverán a Jerusalén; este es el pensamiento que la Iglesia ha puesto en los textos de esta Misa. No se atreve aún a hacer oír el Alleluia; pero sus cantos están llenos de alegría.
Unos días más y la casa del Señor revestirá todo su esplendor.
INTROITO
Alégrate, Jerusalén: y alegraos con ella, todos los que la amáis: gozaos
con alegría, los que estuvisteis en la tristeza: para que os
regocijéis, y os saciéis de las ubres de vuestra consolación. — Salmo:
Me alegré de lo que se me ha dicho: Iremos a la casa del Señor. V.
Gloria al Padre.
En la colecta la Iglesia manifiesta que sus hijos han merecido las penitencias que se imponen; pero pide para ellos la gracia de poder hoy respirar un poco, pensando que pronto gozarán del consuelo que les esperaba.
COLECTA
Suplicámoste, oh Dios
omnipotente, hagas que, los que nos afligimos por causa de nuestra
acción, respiremos con el consuelo de tu gracia. Por el Señor.
EPÍSTOLA
Lección de la Epístola del Apóstol S. Pablo a los Gálatas. Hermanos: Escrito está: Que Abraham tuvo dos hijos: uno de la esclava, y otro de la libre. Pero, el que tuvo de la esclava, nació según la carne: el que tuvo de la libre nació en virtud de la promesa: esto ha sido dicho en alegoría. Porque estas (madres) son los dos Testamentos. El uno, dado en el Monte Sinaí, engendra para la esclavitud: éste es Agar. Porque el Sinaí es un monte de Arabia, que corresponde a la Jerusalén del presente, la cual sirve con sus hijos. Pero la Jerusalén de arriba es libre, y ésta es nuestra madre. Porque está escrito: Alégrate, estéril, que no pares: prorrumpe, y clama, la que no das a luz: porque los hijos de la abandonada son más numerosos que los de la que tiene marido. Y nosotros, hermanos, somos, como Isaac, hijos de la promesa. Pero, así como entonces el nacido según la carne perseguía al nacido según el espíritu, así es también ahora. Mas, ¿qué dice la Escritura? Arroja a la esclava y a su hijo: porque no será heredero el hijo de la esclava con el hijo de la libre. De modo, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre: con la libertad con que Cristo nos libertó.
LA VERDADERA LIBERTAD. — Alegrémonos, pues, hijos de Jerusalén y no del Sinaí. La madre que nos ha dado el ser, la Iglesia, no es esclava sino libre y nos dió la vida para que gozásemos de libertad. Israel servía a Dios por temor; su corazón, inclinado siempre a la idolatría, necesitaba se le reprimiese con frecuencia y que el yugo llagase sus espaldas. Nosotros, más felices que él, le servimos por amor, y el "yugo nos es blando y la carga ligera (S. Mat. XI, 30)". No somos ciudadanos de la tierra; sólo estamos de paso; nuestra única patria es la Jerusalén celestial. La de la tierra, se la dejamos al judío, que se goza en las cosas terrenas; con su esperanza interesada desprecia a Cristo y trama su rápida crucifixión. Durante mucho tiempo nos hemos arrastrado como él sobre la tierra; el pecado nos tenía encadenados; cuanto más pesaban sobre nosotros las cadenas de nuestra esclavitud, más creíamos que estábamos libres. Ha llegado el tiempo propicio y los días de salvación también están presentes; y, dóciles a la voz de la Iglesia, hemos tenido la felicidad de entrar en los sentimientos y prácticas de la Santa Cuaresma. Hoy, el pecado se nos presenta como el más inaguantable de las sujecciones, la carne como una carga peligrosa, el mundo como un tirano inhumano; comenzamos a respirar y la esperanza de un próximo rescate nos inspira vivos entusiasmos. Agradezcámoslo efusivamente a nuestro libertador, nos saca él de la esclavitud de Agar, nos libra del terror del Sinaí, y, sustituyéndonos al antiguo pueblo, nos abre con su sangre las puertas de la Jerusalén celeste.
El Gradual expresa la alegría de los gentiles convocados para venir a posesionarse de la casa del Señor que en adelante será suya. El Tracto celebra la protección de Dios sobre la Iglesia, la nueva Jerusalén que no será destruida como la primera. Esta ciudad santa comunica a sus hijos la seguridad de que goza; el Señor protege a su pueblo y también a ella.
GRADUAL
Me alegré de lo
que se me ha dicho: Iremos a la casa del Señor. V. Haya paz en tu
antemuro: y abundancia en tus palacios.
TRACTO
Los que confían en el Señor son como el monte Sión: no será nunca quebrantado el que habita en Jerusalén. V. Montes hay en torno de ésta: y el Señor está en torno de su pueblo desde ahora y para siempre.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Juan.
En aquel tiempo pasó Jesús al otro lado del mar de Galilea, donde está Tiberiades: y le siguió una gran muchedumbre, porque veían los prodigios que hacía con los que estaban enfermos. Subió, pues, Jesús al monte: y sentóse allí con sus discípulos. Y estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Y, como alzase los ojos Jesús, y viese que había venido a Él una gran muchedumbre, dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos panes, para que coman éstos? Pero esto lo decía para probarle: porque Él ya sabía lo que había de hacer. Respondióle Felipe: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno reciba un poco. Dícele uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: Hay aquí un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces: pero, ¿qué es esto para tantos? Dijo entonces Jesús: Haced que se sienten los hombres. Y había mucha hierba en aquel lugar. Sentáronse, pues, los hombres en número de casi cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes, y, habiendo dado gracias, los distribuyó entre los sentados: e hizo lo mismo con los peces, dando a todos cuanto quisieron. Y, cuando se saciaron, dijo a sus discípulos: Recoged los restos que han sobrado, para que no perezcan. Los recogieron, pues, y llenaron doce cestos con las sobras de los cinco panes de cebada, que dejaron los que habían comido. Y aquellos hombres, cuando vieron que Jesús había hecho un milagro, dijeron: Este es el verdadero Profeta, que ha de venir al mundo. Pero, cuando conoció Jesús que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo.
REALEZA ESPIRITUAL DE CRISTO. — Estos hombres que el Señor acababa de saciar su hambre con tanta bondad y en virtud de un poder tan milagroso, les domina un solo pensamiento: proclamar a Jesús por Rey. Este poder y bondad que Jesús ha manifestado con ellos le ha hecho digno, a su juicio, de que reine sobre ellos. ¿Qué haremos, pues, nosotros, cristianos, que conocemos mucho mejor este doble atributo del Salvador, que los pobres judíos? Desde hoy mismo debemos llamarle para que reine en nosotros. Acabamos de verlo en la Epístola, nos ha puesto en .libertad, librándonos de nuestros enemigos. Esta libertad sólo la podemos conservar guardando su ley. Jesús no es un tirano como lo son el mundo y la carne; su imperio es benigno y pacífico y nosotros somos sus hijos antes que súbditos. En la corte de este gran Rey servir es reinar. Olvidemos pues en su presencia todas nuestras pasadas servidumbres; y si alguna cadena aún nos sujeta, rompámosla pronto, porque la Pascua es la fiesta de la libertad y ya se divisa en el horizonte el crepúsculo de este gran día. Caminemos animosos hacia el término; Jesús nos dará el descanso y nos hará sentar sobre el césped como a este pueblo de quien habla el Evangelio. El Pan que nos tiene preparado hará que pronto olvidemos las fatigas del camino.
En el Ofertorio la Iglesia continúa usando las palabras de David para alabar al Señor pero de modo particular goza celebrando hoy su bondad y su poder.
OFERTORIO
Alabad al Señor, porque es benigno: salmead a su nombre, porque es
suave: todo cuanto quiso lo ha hecho en el cielo y en la tierra.
La Colecta pide que el pueblo fiel aumente en devoción, en virtud de los méritos del Sacrificio, que es el principio de la salvación.
SECRETA
Suplicámoste, Señor, mires aplacado estos sacrificios: para que
aprovechen a nuestra devoción y a nuestra salud. Por el Señor.
En la antífona de la Comunión la Iglesia ensalza la gloria de la Jerusalén celeste. Canta la alegría de las tribus del Señor que vienen a alimentarse del Pan eucarístico para tomar fuerzas y subir a esta ciudad dichosa.
COMUNIÓN
Jerusalén, que es edificada como una ciudad, como
una ciudad bien unida entre sí: allá subirán las tribus, las tribus del
Señor, para alabar tu nombre, Señor.
Hoy al proponernos la Iglesia hagamos un acto de fe y amor en el misterio del Pan, pide para nosotros en la Postcomunión, la gracia de participar siempre con el respeto y la preparación que convienen a un misterio tan venerable.
POSCOMUNIÓN
Suplicámoste, Oh Dios misericordioso, hagas que tratemos con sinceros
obsequios, y recibamos con alma siempre fiel, estas cosas santas, de que
incesantemente nos saciamos. Por el Señor.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
No hay comentarios:
Publicar un comentario