La Estación se celebra en la basílica de Santa Cecilia. Este templo fue anteriormente la casa de la ilustre Virgen y Mártir cuyo nombre conserva. El cuerpo de Santa Cecilia descansa debajo del altar mayor con los de los santos mártires Valeriano, Tiburcio, Máximo, Urbano y Lucio.
Suplicámoste, Señor, mires propicio a tu pueblo: y, a los que mandas abstenerse de alimentos carnales, hazles cesar también en sus perniciosos vicios. Por el Señor.
Lección del libro de Ester.
En aquellos días oró Mardoqueo al Señor, diciendo: Señor, Señor, Rey omnipotente, en tu poder están puestas todas las cosas, y no hay quien pueda resistir a tu voluntad, si decretares salvar a Israel. Tú hiciste el cielo y la tierra, y todo cuanto se contiene en el ámbito del cielo. Eres el Señor de todos, y no hay quien resista a tu majestad. Y ahora, Señor, Rey, Dios de Abraham, ten piedad de tu pueblo, porque quieren perdernos nuestros enemigos, y borrar tu heredad. No desprecies tu porción, la que redimiste de Egipto. Escucha mi súplica, y sé propicio con tu suerte y tu herencia, y convierte en gozo nuestro llanto, para que, viviendo alabemos, Señor, tu nombre: y no cierres las bocas de los que te cantan, Señor, Dios nuestro.
LA IGLESIA NUEVA ESTER. — Ese grito lanzado al cielo en favor de un pueblo condenado a perecer, representa las súplicas de los santos del Antiguo Testamento por la salvación del mundo. El género humano estaba a merced de la furia del enemigo infernal figurado en Amán. El rey de los siglos había lanzado la fatal sentencia: Moriréis de muerte. ¿Quién podría después revocar la sentencia? Ester se atrevió a intentarlo de Asuero y fue escuchada. María se presentó ante el trono del Altísimo; y ella por su Hijo divino aplasta la cabeza de la serpiente a la que debíamos ser entregados. La sentencia será, pues, anulada y nadie morirá sino los que quieran morir. Hoy la Iglesia, alarmada ante los peligros que corre un tan crecido número de sus hijos, que han vivido tanto tiempo en el pecado, intercede por ellos, echando mano de la oración de Mardoqueo. Suplica a su Esposo se acuerde que, en otro tiempo, los sacó de la tierra de Egipto; que han llegado a ser, por el bautismo, miembros de Jesucristo, herencia del Señor. Le conjura trueque su duelo en los goces pascuales y que no cierre por la muerte esas bocas, con frecuencia culpables, pero que sólo se abren hoy para pedir perdón y que, cuando éste se les otorgue, estallarán en cánticos de agradecimiento al divino libertador.
Continuación del santo Evangelio según S. Mateo.
En aquel tiempo, al subir Jesús a Jerusalén, tomó aparte a los doce discípulos, y les dijo: He aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes, y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles, para que le escarnezcan, y le azoten, y le crucifiquen, y al tercer día resucitará. Entonces se acercó a Él la madre de los hijos del Zebedeo, con sus hijos, adorándole y pidiéndole algo. Él le dijo: ¿Qué quieres? Díjole: Di que se sienten estos dos hijos míos, uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu reino. Y, respondiendo Jesús, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz, que he de beber yo? Dijéronle: Podemos. Díjoles: Mi cáliz sí lo beberéis; pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es mío el dároslo, sino que será para aquellos a quienes lo ha destinado mi Padre. Y, oyendo esto los diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús les llamó a sí, y dijo: Sabéis que los príncipes de las naciones dominan sobre sus subditos: y, los que son mayores, ejercen sobre ellos su potestad. No ha de ser así entre vosotros: sino que, quien aspirare a ser el mayor entre vosotros, debe ser vuestro servidor. Como tampoco el Hijo del hombre vino a ser servido, sino a servir, y a dar su vida por la redención de muchos.
ANUNCIO DE LA PASIÓN. — Ante nosotros se presenta hoy Aquel que se ofrece generoso a apaciguar la cólera del Rey de reyes y a salvar a su pueblo de la muerte. Es el hijo de la verdadera Ester y a la vez Hijo de Dios que viene a quebrantar el orgullo de Amán en el instante mismo en que ese pérfido cree triunfar y salirse con la suya. Se dirige a Jerusalén, porque allí ha de entablarse el gran combate. Anuncia a sus discípulos todo lo que va a suceder. Será entregado a los príncipes de los sacerdotes que le juzgarán digno de muerte; éstos le pondrán a disposición del gobernador y de los soldados romanos. Será colmado de oprobios, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará glorioso. Oyeron todos los Apóstoles esta profecía que Jesús les manifestó llamándoles aparte; porque el Evangelio nos atestigua que habló a los doce. Judas estaba presente y también Pedro, Santiago y Juan a quienes la Transfiguración de su Maestro en el Tabor había aleccionado mejor que a los otros acerca de la dignidad que campeaba en él. Y, sin embargo, todos le abandonaron. Judas le vendió, Pedro le negó y el terror dispersó todo el rebaño cuando el Pastor se vio a merced de la brutalidad de sus enemigos. Ninguno recordó que había anunciado su resurrección al tercer día, a no ser Judas a quien esa idea calmó cuando su innoble codicia le indujo a perpetrar la traición. Los demás sólo vieron el escándalo de la Cruz y eso bastó para que abandonasen a su Maestro. ¡Qué ejemplo para los cristianos de todos los siglos! ¡Cuán rara es la estima de la Cruz que hace la consideremos para nosotros y para los demás como el sello de la predilección divina!
Nosotros, hombres de poca fe, nos escandalizamos de las pruebas de nuestros hermanos, y nos inclinamos a creer que Dios les ha abandonado porque los aflije; hombres de menguado amor, la tribulación de este mundo nos parece un mal y miramos como rigidez de Dios lo que es para nosotros generosidad de su misericordia. Nos parecemos a la madre de los hijos de Zebedeo: necesitamos un lugar glorioso, llamativo junto al trono del Hijo de Dios y nos olvidamos de que para merecerle tenemos que beber el cáliz que Él mismo bebió, el cáliz de la Pasión. Tampoco olvidemos la palabra del Apóstol: "Para gozar de la gloria de Jesús debemos participar antes en sus sufrimientos ( Rom., VIII, 17)". El Justo no logró su descanso por medio de honores y placeres, el pecador no seguirá sus huellas sino por el camino de la expiación.
Mira, Señor, propicio estas hostias que te ofrecemos: y, por estos santos comercios, rompe los vínculos de nuestros pecados. Por el Señor.
COLECTA
Suplicámoste, Señor, mires propicio a tu pueblo: y, a los que mandas abstenerse de alimentos carnales, hazles cesar también en sus perniciosos vicios. Por el Señor.
EPÍSTOLA
Lección del libro de Ester.
En aquellos días oró Mardoqueo al Señor, diciendo: Señor, Señor, Rey omnipotente, en tu poder están puestas todas las cosas, y no hay quien pueda resistir a tu voluntad, si decretares salvar a Israel. Tú hiciste el cielo y la tierra, y todo cuanto se contiene en el ámbito del cielo. Eres el Señor de todos, y no hay quien resista a tu majestad. Y ahora, Señor, Rey, Dios de Abraham, ten piedad de tu pueblo, porque quieren perdernos nuestros enemigos, y borrar tu heredad. No desprecies tu porción, la que redimiste de Egipto. Escucha mi súplica, y sé propicio con tu suerte y tu herencia, y convierte en gozo nuestro llanto, para que, viviendo alabemos, Señor, tu nombre: y no cierres las bocas de los que te cantan, Señor, Dios nuestro.
LA IGLESIA NUEVA ESTER. — Ese grito lanzado al cielo en favor de un pueblo condenado a perecer, representa las súplicas de los santos del Antiguo Testamento por la salvación del mundo. El género humano estaba a merced de la furia del enemigo infernal figurado en Amán. El rey de los siglos había lanzado la fatal sentencia: Moriréis de muerte. ¿Quién podría después revocar la sentencia? Ester se atrevió a intentarlo de Asuero y fue escuchada. María se presentó ante el trono del Altísimo; y ella por su Hijo divino aplasta la cabeza de la serpiente a la que debíamos ser entregados. La sentencia será, pues, anulada y nadie morirá sino los que quieran morir. Hoy la Iglesia, alarmada ante los peligros que corre un tan crecido número de sus hijos, que han vivido tanto tiempo en el pecado, intercede por ellos, echando mano de la oración de Mardoqueo. Suplica a su Esposo se acuerde que, en otro tiempo, los sacó de la tierra de Egipto; que han llegado a ser, por el bautismo, miembros de Jesucristo, herencia del Señor. Le conjura trueque su duelo en los goces pascuales y que no cierre por la muerte esas bocas, con frecuencia culpables, pero que sólo se abren hoy para pedir perdón y que, cuando éste se les otorgue, estallarán en cánticos de agradecimiento al divino libertador.
EVANGELIO
Continuación del santo Evangelio según S. Mateo.
En aquel tiempo, al subir Jesús a Jerusalén, tomó aparte a los doce discípulos, y les dijo: He aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes, y a los escribas, y le condenarán a muerte, y le entregarán a los gentiles, para que le escarnezcan, y le azoten, y le crucifiquen, y al tercer día resucitará. Entonces se acercó a Él la madre de los hijos del Zebedeo, con sus hijos, adorándole y pidiéndole algo. Él le dijo: ¿Qué quieres? Díjole: Di que se sienten estos dos hijos míos, uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu reino. Y, respondiendo Jesús, dijo: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber el cáliz, que he de beber yo? Dijéronle: Podemos. Díjoles: Mi cáliz sí lo beberéis; pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es mío el dároslo, sino que será para aquellos a quienes lo ha destinado mi Padre. Y, oyendo esto los diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús les llamó a sí, y dijo: Sabéis que los príncipes de las naciones dominan sobre sus subditos: y, los que son mayores, ejercen sobre ellos su potestad. No ha de ser así entre vosotros: sino que, quien aspirare a ser el mayor entre vosotros, debe ser vuestro servidor. Como tampoco el Hijo del hombre vino a ser servido, sino a servir, y a dar su vida por la redención de muchos.
ANUNCIO DE LA PASIÓN. — Ante nosotros se presenta hoy Aquel que se ofrece generoso a apaciguar la cólera del Rey de reyes y a salvar a su pueblo de la muerte. Es el hijo de la verdadera Ester y a la vez Hijo de Dios que viene a quebrantar el orgullo de Amán en el instante mismo en que ese pérfido cree triunfar y salirse con la suya. Se dirige a Jerusalén, porque allí ha de entablarse el gran combate. Anuncia a sus discípulos todo lo que va a suceder. Será entregado a los príncipes de los sacerdotes que le juzgarán digno de muerte; éstos le pondrán a disposición del gobernador y de los soldados romanos. Será colmado de oprobios, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará glorioso. Oyeron todos los Apóstoles esta profecía que Jesús les manifestó llamándoles aparte; porque el Evangelio nos atestigua que habló a los doce. Judas estaba presente y también Pedro, Santiago y Juan a quienes la Transfiguración de su Maestro en el Tabor había aleccionado mejor que a los otros acerca de la dignidad que campeaba en él. Y, sin embargo, todos le abandonaron. Judas le vendió, Pedro le negó y el terror dispersó todo el rebaño cuando el Pastor se vio a merced de la brutalidad de sus enemigos. Ninguno recordó que había anunciado su resurrección al tercer día, a no ser Judas a quien esa idea calmó cuando su innoble codicia le indujo a perpetrar la traición. Los demás sólo vieron el escándalo de la Cruz y eso bastó para que abandonasen a su Maestro. ¡Qué ejemplo para los cristianos de todos los siglos! ¡Cuán rara es la estima de la Cruz que hace la consideremos para nosotros y para los demás como el sello de la predilección divina!
Nosotros, hombres de poca fe, nos escandalizamos de las pruebas de nuestros hermanos, y nos inclinamos a creer que Dios les ha abandonado porque los aflije; hombres de menguado amor, la tribulación de este mundo nos parece un mal y miramos como rigidez de Dios lo que es para nosotros generosidad de su misericordia. Nos parecemos a la madre de los hijos de Zebedeo: necesitamos un lugar glorioso, llamativo junto al trono del Hijo de Dios y nos olvidamos de que para merecerle tenemos que beber el cáliz que Él mismo bebió, el cáliz de la Pasión. Tampoco olvidemos la palabra del Apóstol: "Para gozar de la gloria de Jesús debemos participar antes en sus sufrimientos ( Rom., VIII, 17)". El Justo no logró su descanso por medio de honores y placeres, el pecador no seguirá sus huellas sino por el camino de la expiación.
ORACIÓN
Mira, Señor, propicio estas hostias que te ofrecemos: y, por estos santos comercios, rompe los vínculos de nuestros pecados. Por el Señor.
Año Litúrgico de Dom Guéranger
No hay comentarios:
Publicar un comentario